1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Resistencia

El río es una persona

El Atrato en Colombia es un caudal de vida y diversidad. Con cientos de comunidades viviendo a su vera también es protagonista de una sentencia judicial pionera en la región: una que lo declaró sujeto de derecho

Edna Martínez / Paula Mónaco Felipe (Bocado) Colombia , 26/07/2021

<p>Río Atrato. </p>

Río Atrato. 

Produce1895

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Es un día caluroso en Quibdó. Uno de esos días cuando incluso respirar exige un esfuerzo extra de energía y resistencia. Es abril pero da igual, aquí no hay estaciones sino calor, siempre calor. Hoy hacen 30 grados de temperatura y el aire, húmedo y denso, te recuerda que estás en el corazón de la selva. En una selva lejana de la capital –a más de 500 kilómetros de Bogotá– donde nosotras, un grupo de mujeres, nos atrevemos a desafiar las inclemencias del clima haciendo nuestro entrenamiento de boxeo en el malecón de la ciudad. 

El malecón es uno de los pocos espacios públicos diseñados para el disfrute y el esparcimiento en esta ciudad. Una amplia plataforma como balcón sobre el Atrato, uno de los tres ríos más importantes de Colombia. Un cauce ancho que serpenteando cruza el departamento del Chocó, uno de los lugares más biodiversos y diversos del mundo. Aquí el 80% de las personas son –somos negros descendientes de población esclavizada o cimarrona; un 10% mestizos y el otro 10% pueblos originarios como los Embera, los Wauná y los Tula, según datos oficiales.

Yo, Edna, soy una mujer afrocolombiana. Socióloga, doctora y posdoctora por la Universidad Libre de Berlín. Vivo entre el Chocó y Alemania, la Europa donde están muchas de las empresas que contaminan los cauces de América Latina. Mientras dirijo en Quibdó nuestro entrenamiento de box tengo algunas fantasías, o mejor dicho, alucinaciones. Imagino que en medio del malecón hay fuentes de agua potable –como en muchos lugares del mundo– y que después de sudar tanto podremos ir allí para beber y refrescarnos. Fantaseo que después de entrenar nos podremos lanzar a nadar en ese río majestuoso que tenemos al ladito nuestro ahora. Cruzar de una orilla a otra, flotar dejándonos llevar por la corriente y mirar al cielo.

¿Cómo no fantasear con fuentes de agua cristalina y pura sí Quibdó es uno de los lugares con más lluvias en el mundo? Aquí no para de llover. Pero no hay agua para beber

¿Cómo no fantasear con fuentes de agua cristalina y pura para beber sí Quibdó es uno de los lugares con más lluvias en el mundo? Aquí no para de llover: hay entre 28 y 30 días de lluvia por mes y la humedad nunca es menor al 85%. ¿Cómo no soñar con nadar si en este pedacito de mundo hay 17 ríos que alimentan al Atrato? Aquí se vive en medio del agua: la que cae del cielo, la que produce el cuerpo que transpira sin pausa, la que está en el ambiente y hace que todo huela y se sienta húmedo, la que se acumula en las calles por falta de alcantarillado, la que corre por los ríos y quebradas. ¡Agua! ¡Bendita agua! 

Pero no hay agua para beber.

Para calmar nuestra sed debemos comprar el agua en bolsas miniatura de 100 mililitros que cuestan 100 pesos colombianos (equivalentes a 0,027 centavos de dólar). Bolsitas pequeñas que alcanzan para un sorbo, algo así como medio vaso. La otra opción son botellas de medio litro a tres mil pesos (82 centavos de dólar). Cristal es una de las marcas de empresas que empacan y venden el agua y hacen parte de multinacionales como Coca-Cola y de los consorcios de Carlos Ardila Lüle, uno de los hombres más ricos del continente. La mayoría de nosotras optamos por comprar dos o tres bolsas de agua, equivalentes a un vaso y medio, porque pagar tres mil pesos por botella es un lujo en una de las ciudades con mayor tasa de pobreza en Colombia.

Estamos exhaustas después de hora y media de entrenamiento, tratamos de cubrirnos bajo los pocos árboles que hay en el malecón. Tenemos la ropa pegada al cuerpo y una sensación de ahogo que genera la mezcla de sol intenso, actividad física y humedad, aunque también nos distrae del sabor a plástico que tiene el agua que tomamos. Nos amarga la boca pero no pensamos mucho en eso; al final tener agua con sabor a plástico parece mejor que la sed.

A veces llega una brisa que nos acaricia y refresca. El clima parece clemente pero el placer dura poco: con la brisa llegan olores fétidos, nauseabundos, por la mezcla de aguas con desechos acumulados en las calles de esta ciudad sin alcantarillado. La brisa también hace que muchas de las bolsas de agua, ya vacías, sean arrastradas hasta el río. Flotan junto a otras basuras: desechos orgánicos, plásticos, electrodomésticos, muebles. 

Mi madre es chocoana nacida en las riberas del río San Juan pero visitaba esporádicamente Quibdó y me ha contado cómo era antes este río: “El Atrato era cristalino y la gente entraba al agua a bañarse. Usaban sus aguas para cocinar y lavar. Al mirar en él se veían peces, y abundantes especies de pájaros en la superficie”.

No han pasado tantos años, apenas décadas. Miro el río ahora y me cuesta imaginar que ese lugar de color gris-verdoso, de aguas espesas donde he visto más basura que pájaros haya sido alguna vez el lugar mágico y paradisíaco que mi madre describe.

La fruta llega por el río. | Paula Mónaco Felipe

Nací en Bogotá, la capital de Colombia, y al parecer pertenezco a la generación que mirará la muerte de los ríos. Que verá cómo un sistema irracional de explotación de recursos y creación de basura los acaba. En Bogotá las empresas de cueros, cauchos y las agroindustrias de alimentos y flores mataron al río que por ahí pasaba. Para una citadina como yo era normal una ciudad sin más fuente de agua que la tubería. 

Cuando vine por primera vez a Quibdó tenía afán por encontrarme con el Atrato, el río majestuoso, uno de los más caudalosos de Colombia, el que se extiende por 670 kilómetros y parece desafiar a la misma naturaleza corriendo hacia el norte al revés que los demás cauces de la región. Imaginaba que al llegar a Quibdó me quitaría los zapatos y brincaría dentro de él. Soñaba con nadar, tirar agua, jugar, sumergirme y llegar hasta donde las fuerzas me alcanzaran. En fin, imaginaba hacer todas las cosas que no pude hacer en el río de Bogotá.

Mi primer encuentro no fue así.

Guardo dos imágenes de ese día. Un hombre sin pudor alguno se bajó los pantalones y cagó en el río al tiempo que una mujer en una acción casi automática arrojó al mismo cauce el pañal sucio que acaba de cambiar a su bebé. Y una canoa en la que dos personas pescan en medio del río entre pañales sucios, botellas, colchones, plásticos de todos los colores, ropa, neumáticos, entre otros desechos irreconocibles a simple vista.

El río añorado era una cloaca. Fue convertido en una cloaca de la cual se saca el pescado que alimenta a mucha gente en la región. Tanto que existe una forma de nombrar la simbiosis excremento-pescado, cuenta Avelina una atrateña de 55 años: “A nosotros los de este lado del Chocó nos decían come canchino. El canchino es un pescado al que le gustan muchos los excrementos humanos. Entonces, cuando la gente del sur del Pacífico nos quería ofender nos decían come canchino, una forma sutil de decirnos come mierda”. 

Durante mis primeros viajes pregunté a algunas personas por el color del agua, los olores y la basura. Me respondieron que siempre había sido así. Un vendedor de la plaza de mercado me habló con naturalidad del agua turbia: “Desde que yo recuerdo está así. Ese es el color del río pero es porque es muy arenoso (..) es por la arena que tiene ese color como sucio pero no está sucio. Uno lo ve así, pero no está sucio”.

Creo que pensar así puede ser una estrategia para mitigar el dolor y la impotencia. Una forma de no preguntarse por las causas ni consecuencias y, sobre todo, no tener que actuar sobre ellas.

Superada la primera mala impresión, mi relación con el río Atrato se volvió más lejana. Aprendí a ignorarlo como parece hacer mucha gente. Evito mirarlo, evito pasar por ahí. No disfruto ver el reflejo del sol al atardecer porque sólo veo la basura, ni siquiera disfruto la brisa que el río produce porque el aire que se respira cerca es pesado y fétido, una mezcla de aguas de cañería y animales en descomposición.

Bocachico. | Adobe Stock

Al lado del malecón donde entrenamos está la plaza central. Ahí las mujeres venden peces de río que sus familiares –por lo general hombres– han colectado. Uno de los peces típicos y más consumidos de la región del Atrato es el bocachico. Es de tamaño mediano, grisáceo, con una boca pequeña de la que sobresalen muchos dientes miniatura en forma de sierra. 

El bocachico es el plato favorito de mi mamá, ella podría comerlo todos los días. Por lo general se prepara frito y luego se le agrega una salsa de tomates, cebolla, cilantro chocoano y coco. De pequeña no me gustaba porque tiene muchas espinas y hay que comerlo con mucho cuidado y concentración. Luego, cuando yo aprendí de “lo bueno”, como dice mi mamá, el bocachico se convirtió en uno de mis platos favoritos, pero el romance duró poco. Cuando vi que el hábitat del bocachico era un depósito de basura y veneno dejé de consumirlo.

Y casi siguiendo la canción de Chocquibtown: “¡Yo no me como ese pescado, así sea del Chocó. Ese pescado envenenado, ese no lo como yo!”

***********

— ¡Negro! — grita acentuando la ene y alargando la o.

— ¡Negro! — le responden desde otra lancha con el mismo hablar cantado. 

Los amigos se saludan de costa a costa, de lancha a lancha sobre el cauce del río Atrato. Eugenio desacelera para acercarse lento y no espantar a los peces con su motor. Al llegar, el fondo de la panga de su amigo muestra que la pesca va floja: apenas unos 20 animales, varios todavía brincando como resistiéndose a la asfixia por estar fuera del agua. Entre risas los dos hombres –ambos negros, ambos chocoanos– negocian venta y precio. Se despiden con cariño, Eugenio seguirá navegando y su amigo pescador volverá a tirar la red.

“Antes los peces llegaban hasta Quibdó, ahora para conseguirlos hay que ir más lejos”, me cuenta Eugenio Valoyes Murillo. Un hombre alto, fuerte y de primera impresión muy serio. Alguien que escucha con atención, estudia los gestos de su interlocutor en aparente desconfianza pero seguido suelta carcajadas estruendosas. Disfruta bromear tanto como platicar y, sin dudas, navegar sobre el “majestuoso Río Atrato”, así lo nombra a cada rato resaltando el adjetivo.

Eugenio y su champa. | Paula Mónaco Felipe

Yo, Paula, soy periodista argentina viviendo en México y vine a Colombia por trabajo. Es mi primer viaje al Chocó. Así conozco este caudal gigantesco y amarronado donde hoy aprendo que existe una barrera invisible para mí pero muy clara para los peces: ya no entran a donde el agua está más contaminada. 

Pasamos cerca de una especie de montaña de arena, algo así como un volcán que parece surgir del agua misma. Detrás hay algo como maquinaria vieja, destartalada, oxidada. Eso que parece una ruina es en realidad una draga, una instalación para extraer oro, platino, plata y zinc pasándolos por una serie de químicos que lo contaminan todo con metales pesados como mercurio.

“El oro es una maldición”, dice Eugenio y hace una pausa histriónica, silencio que resalta la paradoja. Continúa: “Es una maldición porque trae todo lo malo. En donde yo vivo tenemos la fortuna de que ya no hay mineral. La fortuna”, resalta vocalizando cada sílaba.

El lanchero me advierte de que no se puede grabar ni tomar fotos de la draga. Lo dice sin siquiera girar el cuello, evita hasta el más mínimo gesto de mirar a este punto de minería ilegal que está a pocos metros de la ciudad de Quibdó. 

Como esta, hay decenas de mineras en la cuenca del Atrato. El Chocó lleva 80 años de explotación y el 99,2% de operaciones han sido ilegales, según un estudio de la Universidad de los Andes. 

Aunque existe extracción manual, que es una práctica antigua, familiar y más rudimentaria, a partir de la década de los años 90 se han multiplicado los yacimientos mecanizados para la extracción de oro y platino. Grandes y destructivos negocios que en su mayoría caen en manos de transnacionales. Anglo Gold Ashanti, Muriel Mining Corporation, Gold Plata Ressourses, Votoratin Metais Col… hay muchos nombres en inglés y algunos en portugués en la lista de beneficiarios de las concesiones.

El Chocó lleva 80 años de explotación del oro y el 99,2% de operaciones han sido ilegales, según un estudio de la Universidad de los Andes

Tanto mineral se saca de la cuenca de este río que el Chocó es el mayor productor nacional de platino, un 95,48%, y aporta el 25,4% del total del oro del país, según datos oficiales. En 2014, el Sistema Nacional de Regalías reportó que sólo en oro en ese departamento se extrajeron 8.064.180 de gramos En 2020, el Estado colombiano reportó una producción récord de oro: 47,6 toneladas en todo el país, un 29.0% más que en 2019. 

La fiebre del oro, que en otros lugares del planeta suena a relato del pasado, es aquí un presente impactante. Dragas, dragones, excavadoras y maquinarias aparecen a cada rato en las costas de este río caudaloso. Por el cauce que en el siglo XVI fue la entrada de la conquista española salen ahora barcos con oro y minerales, llevándose las riquezas pero también destruyendo todo a su paso: flora, fauna y la paz de sus comunidades. 

Río adentro, cuando la ciudad de Quibdó se ve lejos, agua y selva lo invaden todo. El agua huele fresca, la brisa es suave y se escuchan sonidos en armonía. En ese silencio de río que abre selva, Eugenio explica qué es Champa MIA, la cooperativa de turismo de la que forma parte, fundada en 2015. 

Una asociación con el objetivo de auto-empleo y al mismo tiempo de cuidar al río y defender las identidades que lo habitan. La nombraron Champa MIA porque “champa” llaman aquí a las embarcaciones antiguas, hechas de madera, que avanzan sin motor; “MIA” como acrónimo de Mestizo Indígena Afro. “Nuestros orígenes”, resume Eugenio con una gran sonrisa de satisfacción y orgullo. 

“Nosotros hacemos tours, pasadías, con recorridos cortos y con pernoctación. En el majestuoso río Atrato tenemos 12 comunidades donde estamos llevando a turistas o a personas que desean salir a conocer la naturaleza, vivir la experiencia, ver un bello amanecer. Llevamos a reservas, a ciénagas para mirar las aves, a mirar como mujeres y hombres de la región transforman la caña”. 

Paseos que pueden durar algunas horas o hasta cuatro días durmiendo dentro de la selva, a la vera de un río que en tramos resulta tóxico y en otros es un paraíso. Eugenio describe tesoros escondidos en la selva: las 20 ciénagas de Beté y las aguas del afluente Munguidó, para disfrutar flora y fauna; paraísos como Orosito donde hay pelícanos, monos, ardillas y osos perezosos; las experiencias de visitar comunidades a las que sólo se llega por agua como Tanguí y La Baudata, habitada por población indígena emberá. 

Son 32 personas quienes hoy integran Champa MIA: 15 lancheros y 17 habitantes de comunidades ribereñas. Por eso definen a su emprendimiento como turismo comunitario: porque no llegan de visita, este modelo de turismo sostenible se construye junto a las comunidades. Y todos ganan, desde los lancheros a quienes venden sus productos, desarrollan propuestas de acuerdo a sus realidades y coordinan convenios educativos con instituciones.

En tierra como navegando, Champa MIA intenta aportar al cuidado del río. Colocan bolsas de basura alrededor del malecón para que las personas no arrojen los desechos al río y cada día recogen las bolsas llenas. También han dejado de cambiar el aceite de sus lanchas dentro del agua, una práctica común en Quibdó. “Recogemos galones, cuando no hay nosotros los compramos. También a las mujeres que fritan chorizo y echan aceite al río les decimos ‘ya no’”. 

Un grupo participa en una actividad de turismo comunitario. | Champa MIA

— ¿Por qué la gente echa basura al río? —, pregunto.

— Bueno… — dice y hace una pausa de quien busca paciencia para hilar ideas.  —Desafortunadamente hay que hablarlo como dicen por allá, a calzón quitado. Hay gente que no ha tomado conciencia de lo que es el río Atrato, como que no le da importancia. A eso se lo lleva el río, dicen, pero no han llegado a la desembocadura para ver cómo está. Aquí en el majestuoso río Atrato son 13 bocanas para salir al mar y hoy contamos sólo con uno hay 12 bocanas cerradas por la basura, no se puede pasar, todo se sedimenta abajo.

Mientras el lanchero explica recuerdo un libro de Joseph Conrad: “El río parecía salir de la nada y fluir hacia ninguna parte. Fluía a través de un vacío”, la disociación hombre-naturaleza en Una avanzada del progreso, relato de factorías y extractivismo ya en 1897.

“Desafortunadamente el pueblo chocoano se ha vuelto indiferente con el río”, Eugenio me trae al presente que es muy parecido al pasado. 

Para Eugenio la salida está en lo que llama “pedagogía”: salir a las calles, a los medios locales de comunicación, difundir en cada rincón para hacer conciencia. Y también sugiere multas “porque a la gente cuando le tocan el bolsillo, ahí sí”. 

Pedagogía es una palabra que Eugenio usa seguido. Porque sin ayuda del Estado, que dice nunca les ha facilitado ni una bolsa para residuos, la palabra es su principal herramienta. Los funcionarios permiten negocios de transnacionales, no están preocupados por limpiar al río, y la corrupción también afecta aquí.

— El majestuoso río Atrato tiene los mismos derechos que usted y que yo — dice levantando las cejas, con una sonrisa provocadora —, ¿lo sabía usted?

Defender la pesca artesanal, combatir la minería ilegal y reducir la explotación forestal indiscriminada son desafíos para los Guardianes del Atrato y de todo aquel que sabe que el río es parte de su identidad.

***********

El río Atrato fue declarado sujeto de derecho. Algo así como una persona a quien se debe proteger, cuidar y sanar. En 2016, la Corte Constitucional de Colombia, máxima instancia jurídica del país, dio una sentencia histórica (y única) del continente americano, la T-622.

Richard Moreno, de 48 años, tiene mucho que ver en el logro. Es abogado chocoano y activista afrocolombiano, su identidad está vinculada al río desde el minuto uno de su vida: “Yo nací en una canoa del río Tangui, dentro del río”. Su mamá recogía cosecha de maíz con su abuelo cuando le dieron contracciones. Su abuelo la sacó del monte, la subió a una canoa para llevarla hacia el pueblo pero “en el trayecto le tocó partearla porque ahí nací yo. Un 14 de septiembre de 1972 a las 12 del día, en una canoa en el río. Mi afinidad con el río es de nacimiento”. 

Como activista y abogado ha acompañado las batallas legales en defensa del Atrato y sus afluentes. Un largo camino “de construcción colectiva”, remarca, porque empezó  en 2014 desde el Foro Interétnico Solidaridad Chocó (FISCH) que aglutina a 120 organizaciones de la región. Ellas lograron la inédita sentencia, “un fallo que a nosotros mismos nos sorprendió”, porque habían solicitado al Estado que descontaminara y conservara al río pero los magistrados fueron más allá al declararlo sujeto de derechos, algo así como considerarlo una persona”.

Un río-ser. 

Inédito, inusual pero en realidad lógico. Si empresas como Coca-Cola son consideradas sujetos de derecho, ¿cómo los ríos no?

“Lo que la corte hizo fue reconocer la relación hombre-naturaleza, la relación del pueblo étnico con el río”, explica Richard Moreno. ¿Cómo llegaron a entenderlo jueces que viven en la capital, en ciudades? Moreno y las organizaciones del Chocó los llevaron a ver con sus propios ojos, a conocer y escuchar a las comunidades en el lugar; a visitar mineras ilegales y sentir en su propia piel al majestuoso río Atrato.

Moreno es ahora procurador del Departamento del Chocó. Habla con la formalidad de todo abogado pero intentando traducirlo a relatos comprensibles. Enumera siglas y muchos esfuerzos por defender la pesca artesanal, combatir la minería ilegal, reducir la explotación forestal indiscriminada e infinidad de formas de procurar acciones jurídicas de protección del medio ambiente. Esa ha sido su vida: hijo de un líder afrocolombiano, formado en luchas campesinas, comunitarias y negras, eligió especializarse en temas ambientales. Como abogado “me gradué el 6 de agosto del 98. El día 7 de agosto ya estaba en Quibdó y el 8 ya tenía oficina en Cocomacia (Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato)”.

Cinco años después de la histórica sentencia pasó el tiempo del triunfalismo, toca hacer un balance de lo conseguido. Moreno admite que hasta ahora las soluciones han sido “tibias” y los avances parciales: “Aunque ya se hicieron los estudios sobre la contaminación, todavía no se han iniciado los dragados. (Tampoco) se ha logrado el fortalecimiento de la soberanía alimentaria de las comunidades y de los sistemas tradicionales de producción”.

La esperanza de vida nacional es de 70,3 años pero en Chocó es de sólo 58,3 años; la tasa de mortalidad materna triplica a la media nacional

“Se ha logrado disminuir la actividad minera en muchas comunidades porque se han logrado controles y mayor presión de organismos del Estado. Eso no significa que no siga la actividad ilegal, sigue, pero se ha retomado un poco la actividad pesquera”. Entre avances resalta una creciente conciencia entre los pobladores “porque antes hasta los desechos hospitalarios terminaban en el río” y ahora “se han creado muchas organizaciones ambientalistas”. También como triunfo la interlocución permanente entre el Estado y las comunidades a través de los Guardianes del Atrato, un grupo de vigilancia ambiental creado post-sentencia. “Antes eso no existía, (para cualquier gestión) casi que había que pedirle permiso a Jesucristo --resume y sigue--. Colocamos a Colombia, al país, a hablar del río Atrato. Y no sé si es que se puso de moda o qué, pero a partir de la sentencia han declarado a muchos ríos como sujeto de derecho: Cauca, Bogotá, Amazonas”.

Calcula que tomará 10 a 15 años ver mejoras y para eso, dice, no cabe el desánimo.

Banessa Rivas López es guardiana del Atrato, una de las siete mujeres y siete hombres que integran el grupo. “Nosotros lo que hacemos es representar al río, hablamos por él”, dice con ruidoso fondo chocoano, que siempre incluye música, voces, bocinazos de motos y toda clase de sonidos. 

Su hablar oscila entre el orgullo y el cansancio. Porque no se propuso para ese cargo, la eligieron. Dudó en aceptarlo pero al final asumió la responsabilidad: “Quiero colocar mi granito de arena para este sueño. Esperamos que se puedan recoger muy buenos frutos para nuestros hijos, nuestros nietos y para las personas del Atrato”.  

Banessa también dudó porque integrarse como guardiana implicaba multiplicar su carga. Tiene 33 años, un hijo de 12 y pronto será mamá por segunda vez. Estudia la carrera de trabajo social y ayuda a su madre. Su nueva responsabilidad no le da paz ni sueldo: “Los guardianes no tienen sueldo por parte del Estado. El trabajo lo hemos hecho voluntariamente. En algunas ocasiones los ministerios, cuando se hacen reuniones, apoyan digamos con el pago del transporte, la alimentación y a veces también el hospedaje. En este momento no tengo contrato. La verdad es que a veces ni yo misma sé cómo sobrevivo”.

“Es un trabajo voluntario que se hace por amor al río”, dice Banessa sentada enfrente de ese río y a poco de parir a su segundo hijo. Hoy está en Quibdó porque debe realizar gestiones, pero su lugar natal es Isla de los Rojas Negra, municipio Murindó, ya en el departamento de Antioquia. Es una mujer joven y muy seria al hablar de sus responsabilidades aunque luego ablanda el gesto: “Qué rico fuera que el río estuviera limpio, sin contaminación. Que una pudiera tomar su agua sin riesgo. Yo recuerdo que el agua era clara. Más que todo en verano era como azul o verdecita, más que todo como un azul. Uno iba en embarcaciones y de pronto tocaba el agua, cogía la mano, subía su agua. Tenía un sabor pues…a agua rica”. 

“Ahora toca hervirla. En ocasiones cuando hay asesinatos bajan cadáveres por el río. Eso limita un poco la tranquilidad, a uno le cambia la paz”. Baja la voz, endurecida otra vez, y cuenta que debido a la inseguridad ya no pueden navegar de noche.

Atardecer a orillas del río Atrato. | Andrés Varela 

***********

No es sólo la minería, violencia y pobreza empañando todo. Aquí entre el 60 y el 80% de las personas no tiene lo básico para un vida digna, según datos oficiales, aunque navegando por el río como recorriendo las estrechas calles de Quibdó cuesta creer que la cifra real no sea el 100% porque no se ven casas ni barrios acomodados, no se ve a personas sin carencias económicas.

Naturaleza de riqueza desbordante, poblaciones empobrecidas. 

La esperanza de vida nacional es de 70,3 años pero en Chocó es de sólo 58,3 años; la tasa de mortalidad materna triplica a la media nacional y también es mayor la mortalidad en niñas y niños menores de cinco años, según datos de Naciones Unidas. 

Es un estado rural --el 70% de sus municipios-- y diverso: un 74% de la población se reconoce como afrocolombiano, 11% indígenas (pueblos Embera, Embera Katío, Embera Chamí, Tules o Cunas y Waunaán) y una minoría blancos, según datos de la misma ONU. 

En tan complejas condiciones de sobrevivencia, resulta difícil difundir la idea de cuidar al río y mantenerlo limpio. Difícil también el que se implemente una sentencia ejemplar en jurisprudencia pero con pocos dientes en una realidad donde los contaminantes son transnacionales frente a guardianes y ambientalistas locales sin presupuesto ni para llamadas telefónicas.

La comunidad internacional, que aplaudió la sentencia emblemática, ha hecho poco por apoyar proyectos concretos en la cuenca. No ha hecho nada, dicen las voces aquí consultadas. Sin embargo, los atrateños aún confían.

El procurador Richard Moreno confía en que los intereses económicos y políticos no serán más fuertes los pueblos. “Somos una cultura del agua”, resume y ejemplifica: “Si vas por el Atrato y otros ríos de la fuente del pacífico y pasa un hombre cantando frente a una casa, inmediatamente se dan cuenta que tiene un amor ahí. Si pasa una mujer y le da fuerte al canalete (remo), se dan cuenta que tiene interés en esa casa. Los muchachos bajan a enamorarse en las canoas, en las playas. Esa relación entre los pueblos étnicos y las cuencas garantiza la pervivencia de las comunidades”.

El lanchero Eugenio Valoyes cuenta: “Somos de un pueblo pero no nos gustaba vivir en el pueblo sino en la orilla. Uno se dormía con el ruido de los pájaros y se despertaba con el ruido de los pájaros”. También había chigüiros (capibaras o carpinchos en otros países), “a esos animales ahora los vemos pero por televisión. Los demás animales también han pasado trabajo porque ya no consiguen comer. En la naturaleza también ha habido desplazamientos, como en los seres humanos.” Se enoja el cooperativista y ecologista nato pero también confía: sus esperanzas son volver al pasado. 

Mientras tanto, Edna camina por Quibdó. Pasa por el malecón, un puerto vivo a donde cada mañana llegan cargamentos de banano y montañas de pescado. Sigue por el barrio San Vicente, donde antes las casas se construían mirando al río. Con el crecimiento de la ciudad todo cambió de sentido: ahora las puertas de los hogares dan a un río de motocicletas y el Atrato se ha convertido en patio trasero, muchas veces vertedero de basura y sanitarios. Su conclusión: “Pareciera que no sólo las casas, la sociedad quibdoeña le da la espalda a su río”.

Quibdó. | Anthony Mendoza

***********

La lancha de Champa MIA llega a La Baudata, una pequeña comunidad de indígenas embera a pocos kilómetros de Quibdó. Hombres y mujeres con el torso desnudo, faldas coloridas, collares de chaquiras y algunos tatuajes en el rostro, las costumbres de su identidad ancestral. Hay muchos niños, ellos desnudos con sus panzas infladas por parásitos. Debajo de las casas de madera y techo de palma, elevadas para sortear inundaciones, hay mucha basura de plástico. Se distinguen envases de bebidas azucaradas, bolsas y empaques de yogures.  

Reciben a Eugenio con respeto. Platican de un cerdo que se comió los cultivos, de opciones para sembrar y las fechas de próximos tours. Les sugiere ofrecer sus artesanías pero además presentando a quien tejió collares y pulseras para que sea reconocida. Es una mujer bajita, tímida y joven. Se llama Estela, tiene un tatuaje sobre su nariz. 

Antes de irse, Eugenio les habla sobre la importancia de recoger la basura. Su lancha recién pintada vuelve a navegar sobre el majestuoso río Atrato, cauce que parece no tener fin con mil brazos que aparecen en cada curva. Suena la selva, niños saludan mientras se sumergen desnudos y la brisa vuela sobre agua amarronada. Fundan un recuerdo imborrable.

Es un día caluroso en Quibdó.

---------

Este reportaje se publicó originalmente en Bocado.lat.

Es un día caluroso en Quibdó. Uno de esos días cuando incluso respirar exige un esfuerzo extra de energía y resistencia. Es abril pero da igual, aquí no hay estaciones sino calor, siempre calor. Hoy hacen 30 grados de temperatura y el aire, húmedo y denso, te recuerda que estás en el corazón de la selva. En una...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Edna Martínez / Paula Mónaco Felipe (Bocado)

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. fguardo

    Maravilloso relato, ríos, vida y humanidad (todas en peligro). Otro artículo también estupendo sobre el río Paraguay (en peligro por las sequías): https://mondiplo.com/en-medio-de-la-nada-siguiendo-el-curso-del-rio

    Hace 2 años 6 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí