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MIGUEL PASQUAU LIAÑO / AUTOR DE ‘AUNQUE TODO SE ACABE’

“En la España del final del franquismo todo parecía posible. Y ese es un buen clima para una novela”

Vanesa Jiménez 5/08/2021

<p>Miguel Pasquau.</p>

Miguel Pasquau.

Foto cedida por el entrevistado

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Recuerda que yo no existo, 2014. Cuando siempre era verano, 2015. Casa Luna, 2016. Tres novelas publicadas en años sucesivos que se fueron fraguando a lo largo de tres lustros. La cuarta, que se presenta en septiembre, ha tardado seis años en nacer, tantos como su autor, Miguel Pasquau Liaño (Úbeda, Jaén, 1959), ha dedicado a escribirla. Los últimos casi dos –confinamiento incluido–, el magistrado de la Sala Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía los ha gastado en  “desescribirla”. Aunque todo se acabe (Ediciones Miguel Sánchez) brotó rebosante, con casi mil páginas. Después vino el trabajo de seleccionar, tensar, hasta dejarla en seiscientas. “Creo que ha sido un buen esculpido; pero, sobre todo, es que yo no puedo permitirme el lujo de entregar una novela tan larga”, explica Pasquau. “Es pedir demasiada dedicación al lector. Eso les está permitido a los grandes; en mi caso, sería una falta de educación, una grosería. Así que tengo carpetas y archivos en los que he tenido que guardar, a veces con dolor, escenas, pasajes y meandros de un río que tenía que enderezar”, añade.

El trabajo de juez, cuenta el autor de Aunque todo se acabe, “consiste en entender la realidad, y para eso es necesario reducirla y no perderse en lo anecdótico. Importa el puñal, y no su brillo; la literatura, en cambio, está obligada a abrir la realidad, a expandirla, romperla, y, desde los detalles más inesperados, no deja de buscar mejores hipótesis. Derecho y literatura, lo siento, tienen almas opuestas. Pero yo siempre he sido de los de teta y sopas”.

Las novelas de Pasquau huelen a tardes de verano en el sur, de esas que nunca se acaban. Lejos ya de la instrucción y el enjuiciamiento de causas penales, de las clases de Derecho Civil que imparte en la Universidad de Granada, y de los artículos de opinión que publica en varios medios, muchos de ellos en CTXT, el magistrado se refugia en el verano para escribir. Con esta novela, sin embargo, reconoce que ha pasado algo distinto:  “Ha acabado por emanciparse del verano y ha colonizado fines de semanas, noches, incluso viajes de trabajo, y desde luego el confinamiento”.

Aunque todo se acabe transcurre entre 1967 y 1981, los años de la pre transición, la transición y la post transición española. Pasquau explica que eligió este periodo porque todo estaba abierto. “Hubo fuerza y determinación, porque todo parecía posible. Era posible la revolución, la república, la democracia o la continuación de la anomalía europea del franquismo, era posible la prisa y también la pausa. Había más dramatismo. Mi sensación es que España era un muelle comprimido con una fuerza acumulada que no se sabía a dónde podía llevar. Y ese es un buen clima para una novela. Además, creo que en España nos hemos conformado con una especie de sinopsis oficial sobre la transición que hace de lápida para enterrar otras muchas cosas que sucedieron en aquella época, con sus víctimas y sus verdugos. Antes de la libertad sin ira, hubo ira sin libertad, y eso hay que recordarlo. El problema de la España franquista no era sólo que no hubiese democracia parlamentaria y de partido o que los derechos fuesen la variable de ajuste del poder; es que a la injusticia la llamaban patriotismo, la autoridad a la política la llamaban subversión, y a media España, antiEspaña. Es cierto, sin embargo, que en aquella grisura acuartelada, también crecía la hierba, salían flores en primavera y la gente hacía negocios, y se podía vivir como en una novela”. Para el autor, “recrear aquellos últimos años del franquismo podría servirnos para valorar lo que vino después, y también para lamentar la falta de ambición de un tiempo como el de hoy en el dedicamos más tiempo a escandalizarnos por la idiotez de los otros que a transformar la realidad”.

Aunque todo se acabe es pura ficción salpicada de muchos detalles reales. Los personajes tratan con otros que sí estuvieron allí, como George Harrison, Marcos Ana, Theodorakis

Miguel Pasquau cuenta que primero fue la época, y luego la historia. “En mi caso no puede ser de otra manera. No sé escribir si no voy volcando piezas sobre el tablero, y sobre todo si no voy descubriendo la historia casi como un lector. Si ya supiera lo que va a ocurrir, escribir me resultaría mucho más aburrido, y acabaría queriéndome escapar del guion”, detalla. “No sé planificar una novela –prosigue. Sé cómo arranca la historia, pero no cómo va a seguir. Tengo un documento titulado ‘Mientras escribo’ en el que voy anotando hipótesis, posibilidades. Mi esfuerzo como escritor es abrir el abanico e intentar elegir la mejor vara de las que se me han ocurrido o que me he encontrado”.

Aunque todo se acabe es pura ficción salpicada de muchos detalles reales. Los personajes tratan con otros personajes que sí estuvieron allí, como George Harrison, Marcos Ana, Theodorakis, Carlos Cano, la duquesa roja, Ruiz Giménez, Marcelino Camacho o el mismo Franco. Y se incrustan en acontecimientos o episodios reales como el proceso de Burgos, el proceso 1001, la formación del FRAP o el golpe de los militares en Argentina. En algunos casos, intervienen decisivamente: “Aprovecho enigmas, aspectos aún no aclarados, para introducir hipótesis. Por ejemplo, sobre las razones por las que a Franco sí le tembló el pulso y conmutó las penas de muerte de la sentencia del proceso de Burgos, pese a que en otras ocasiones con no menos presión internacional se accionó el garrote vil; o sobre cómo logró la policía enterarse de que Marcelino Camacho y otros miembros de la cúpula de la clandestina CC.OO. se reunían en un convento el 24 de junio de 1972 para tomar decisiones estratégicas de enorme importancia”, expone el autor. “Sí, es pura ficción levantada sobre un escenario real. Pero, ya te lo he dicho antes: la principal obligación de una novela es que la realidad esté al servicio de la ficción”, sentencia.

Úbeda, París, Madrid y Bahía Blanca, en el sur de Argentina, son los puntos cardinales de la novela. Los dos primeros “decisivos” para Pasquau

Ese escenario que sí existió necesitaba trastienda, y un gran trabajo de documentación. Dice Pasquau que en sus dos primeras novelas el archivo fue apenas su memoria y su imaginación y que Casa Luna consistió en leer minuciosamente a Borges para comprobar si una determinada hipótesis era posible. “Aunque todo se acabe sí ha necesitado un trabajo previo”. “He tenido y disfrutado largas conversaciones, con grabadora o con cuaderno y bolígrafo, con testigos directos que estuvieron allí, como mi amigo Paco Ramírez –a quien la covid no le impidió leer la novela terminada pero sí le va impedir verla publicada–, María Rosa de Madariaga, o el padre Alfredo, quien presenció la operación policial para detener a los diez dirigentes de CC.OO. en el convento de su Orden, en Pozuelo de Alarcón”. Además de los testigos presenciales, esta vez ha necesitado documentarse en serio: “He tenido en mis manos documentos, folletos, recortes de periódicos, sentencias del Tribunal de Orden Público. He leído libros sobre el proceso de Burgos, sobre el proceso 1001, sobre el Camino de Santiago, sobre el mundo de la emigración española en París. Incluso sobre los jesuitas, los Beatles, la duquesa roja, el FRAP y la Triple A argentina y española. He buscado boletines del Comité de Información y Solidaridad con España en París y sobre el funcionamiento de la Brigada Social franquista. Y, sobre todo, debo decirlo, he contado con la enorme ayuda de la doctora Marta Ruiz Jiménez, historiadora, quien me ha suministrado documentos interesantísimos y muy poco conocidos obtenidos en los archivos de CC.OO, del PCE, de la Fundación Francisco Franco –qué suculento es su archivo, con informes confidenciales a Franco y notas manuscritas suyas–, incluso del Louvre y de las Cortes”, narra el autor.  “Todo esto me ha dado un suelo sobre el que mis personajes han podido pisar firme. A partir de ahí, ya no era cuestión de documentos ni de testigos, sino de la paciencia necesaria para ir descartando hipótesis hasta dar con una que aceptaran los personajes, fuese interesante y pudieran creérsela no sólo los más incautos”, continúa Pasquau. “Lo que más importa en una novela es lo que pudo haber ocurrido pero no ocurrió. Pero claro, para eso hay que conocer bien lo que ocurrió”, concluye.

Úbeda, París, Madrid y Bahía Blanca, en el sur de Argentina, son los puntos cardinales de la novela. Los dos primeros “decisivos” para Pasquau, “y es normal que tenga querencia por ellos”. “Úbeda me construyó, y París me rompió, en el mejor sentido. También es importante en mi vida Granada, pero curiosamente apenas he ambientado nada en Granada en mis novelas, tampoco en esta. Me pregunto por qué: quizás porque la vivo en presente continuo y no me produce ese punto de nostalgia que es una llamada a volver: la literatura tiene mucho de ir y volver”, dice Pasquau. Y añade: “Sí me he atrevido esta vez con Madrid, por primera vez, por necesidades del guion. Bahía Blanca, donde también estuve y me gustaría volver, la elegí porque es la ciudad más irreal que he conocido en mi vida, y necesitaba justamente llevar la novela, en un momento, al límite entre lo real y lo irreal. Debo confesar también que tengo tendencia a anclarme en lugares en los que me han pasado cosas. Quizás porque necesito estar también yo dentro del escenario donde sucede la historia. Me costaría mucho escribir una escena importante que sucediera en Japón, en Botswana o en el siglo XV: no tengo esa habilidad que admiro de otros escritores. Yo necesito partir de lo que conozco para, desde ahí, escaparme de noche”.

Martín Godoy, el protagonista de la novela, es un hombre del que otros hablan, deliberadamente construido desde perspectivas bien diferentes

De esas fugas nocturnas nació Martín Godoy, el protagonista de la novela, un hombre del que otros hablan, deliberadamente construido desde perspectivas bien diferentes: la de la amistad, la del amor, la del desprecio, la del equívoco y los malentendidos que marcaron su vida. “Somos la huella que dejamos, dicen, pero en realidad dejamos muchas huellas muy diferentes. El pie acaba teniendo tallas diferentes. El relato es desigual, polifónico, y eso hace de Martín un personaje especialmente complejo”, explica Pasquau.

“De él sabía poco al principio: sólo el equipaje básico que quería darle para que pudiera viajar. Pensé en sus orígenes (en el mundo rural y nacido en una familia del bando de los perdedores) y lo situé como alumno de una institución de enseñanza a la quería rendir tributo: las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia, una fundación de los jesuitas dirigida a las clases populares de Andalucía a las que llevé a Martín como alumno interno. Allí se forja su personalidad, allí se hizo maestro, allí se curtió su conciencia social como una segregación de su conciencia cristiana, y de allí salió para gastarlo y darlo todo, como un hijo pródigo. Los hijos pródigos –enfatiza– son los mejores, porque sin ellos no ocurriría nada, todo se repetiría y no habría dramas ni banquetes”.

El escritor añade: “Como todas las personas de perfil fuerte, significa cosas bien diferentes para los demás. Por eso el retrato de Martín es desigual, complejo y con contrastes. Su propia historia quedó marcada por equívocos y malentendidos que hicieron de él alguien controvertido”. “Fíjate si es así –se decide a decirme, con la cautela de quien está deseando contar, pero sabe que no debe contar demasiado– que durante años fue al mismo tiempo víctima y asesino, hasta el punto de que tuvo que vivir perseguido por el delito de, literalmente, haberse asesinado a sí mismo”.

Gabrielle Lenoir es la principal voz de entre las que componen el retrato de Godoy. Es su amor, uno grande que tuvo que atravesar también malentendidos y marejadas. Para el autor, este personaje es el gran reto: ver el mundo, y también el amor, desde la perspectiva de una mujer. “Para un hombre es fácil escribir sobre una mujer, y aquí era necesario escribir sobre un hombre desde los ojos de una mujer. En ella sí tuve que pensar mucho antes de hacerle hablar. Algunos de los que ya han leído en borrador la novela me han dicho que ella es el gran personaje. Sin ella, desde luego, se parecería más a una novela de acción. Ella nos da la parte más íntima de Martín Godoy y del nosotros que vivió con él”. Pero Gabrielle sirve también como contrapunto a Martín: “Él es olivar de secano y ella jardín de riego; es prodigioso que se encontraran: nada podría haberlo anunciado. Un parecido y algunas casualidades lo hicieron por fortuna posible. Sin ese encuentro, que fue fortuito también para mí, la novela habría sido otra. Sin Gabrielle, Martín Godoy no se habría encontrado a sí mismo. Él mismo se lo dejó escrito a Gabrielle:Si no fuera por ti yo sería un tipo vulgar, alguien a quien no le ha pasado nada. No habría llegado a París si no te hubiera encontrado. Si no fuera por ti yo seguiría creyendo que el amor es un poco de sexo con cordura, una primavera, algo que se vive a ratos, y no un puñal de luz que te atraviesa el pecho”.

José de Esponera, el segundo narrador de la vida de Martín Godoy, es como la cara B del protagonista. “Es como el Manu Traveller de Horacio Oliveira en Rayuela: es como Martín si se hubiese quedado como maestro en las Escuelas de Úbeda. Y, por tanto, es también una especie de toma de tierra en el vértigo en el que vive. Quizás son nuestros amigos tempranos los que mejor nos conocen. Y los que pueden recordarnos quiénes somos”, argumenta Pasquau.

Alfonso Caldentey, la tercera voz que perfila al protagonista de esta novela, aparece en ella como su antagonista. La veneración que siente por Gabrielle es directamente proporcional al desprecio por Godoy, y lo detona todo. “Ay, Alfonso. Menudo descubrimiento. La novela se me abrió de par en par cuando apareció él. No contaba con él en absoluto”, explica el autor. “Era necesaria la visión de alguien que detestase intelectual, política y personalmente a Martín Godoy. Irrumpió, y un verano entero lo dediqué a construirlo. Su mirada estética y elitista no podía soportar que Gabrielle, a la que adoraba como a una pieza de arte, se dejara engañar por la vulgaridad de Martín. Es difícil empatizar con Alfonso Caldentey, pero no es un personaje pensado para tirarle piedras. Es imprescindible. En la trama, también: se lo ganó a pulso. Todo pic-nic tiene que tener una avispa, y Alfonso es la avispa”, detalla el  escritor.

Galia Lenoir acabará por romper los límites del papel secundario que inicialmente tenía asignado en la novela

Y, por fin, Galia Lenoir, la hija de Martín y de Gabrielle, que acabará por romper los límites del papel secundario que inicialmente tenía asignado en la novela. Ella apenas conoció a su padre. Pero es la destinataria y acaba siendo la depositaria de la historia de ambos. Cuando por fin se entera de qué les pasó, necesita contarlo. Cree que no debe ser olvidado. Detective de sí misma, descubre su pasado en documentos y testimonios que quiere reunir en un libro, y ese libro es la novela. Pero, como cuenta Miguel Pasquau, Galia estaba llamada a mucho más.

“La idea no fue mía. Se la debo a la abogada Maite Sanz de Galdeano, experta en comunicación digital y redes sociales. Ella me lo sugirió y a mí me pareció fascinante: me propuso sacar a Galia de la novela y llevarla a la vida real de las redes sociales. Así podría seguir viva y crecer, podría conversar con otros, en su momento podría relacionarse con los lectores, y la novela misma saldría del libro para continuar más allá de su punto final. Creó la estrategia, le abrimos una cuenta de Twitter, y @GaliaLenoir nació en diciembre”. “Desde entonces –añade Pasquau–, ha hecho miles de amigos, y va avanzando, de momento fragmentariamente, algunos aspectos de la historia de sus padres. Y ahora @GaliaLenoir ya es alguien, mucho más que un recurso técnico. Y mucho más que un personaje de novela. Es un experimento literario transmedia, porque de la lectura del libro se pasa a la conversación”.

Portada de la novela, elaborada por Juan Vida.

El  autor agrega: “Tú misma, Vanesa, eres seguidora de @GaliaLenoir desde hace meses. Es una comunidad que me encanta. Voy más al Twitter de Galia que al mío. Cuando preparamos los tuits de Galia, cuando pensamos sus respuestas, los asuntos de los que va a hablar, lo que debe decir y lo que no, etc., la sensación es la de estar dando vida a un personaje. Ojalá esa comunidad crezca, ojalá muchos más tuiteros la sigan y la acompañen, y ojalá lectores de la novela le pregunten, le comenten. Tiene mucho que contar, que no podrá encontrarse en la novela”.

Permítanme que utilice la primera persona para terminar esta conversación. Como bien cuenta Miguel, sigo a Galia en Twitter. Ya somos 2.658 personas las que lo hacemos. La leemos. Hablamos con ella. A él aún no se lo he contado, pero, desde hace algún tiempo, Galia existe para mí. Tiene cuerpo y mente. Es.

Cuando al final de la charla le pregunto a Miguel si Galia seguirá viviendo en su siguiente novela, me responde: “Pues qué buena idea, Vanesa…”. Yo lo doy por hecho. Y creo que él también.

Recuerda que yo no existo, 2014. Cuando siempre era verano, 2015. Casa Luna, 2016. Tres novelas publicadas en años sucesivos que se fueron fraguando a lo largo de tres lustros. La cuarta, que se presenta en septiembre, ha tardado seis años en nacer, tantos como su autor, Miguel Pasquau...

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Autora >

Vanesa Jiménez

Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.

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1 comentario(s)

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  1. Aramis

    En pleno centro de un cigarral sureño a 40 grados de infierno, el realismo reducido o ampliado de un juez novelista del superior cristianato nazarí de Plaza Nueva, se antoja como un espejismo de feria en la caseta de los cóncavos y convexos y los espejos para narcisos de promiscuidad ad infinitum. Así blanquear el franquismo del garrote vil desde las escuelas de la «Sagrada Familia» y atiborrado de «teta y sopa» con Fundación Francisco Franco y jesuitas no es poner la realidad al servicio de la ficción, sino justificar la dictadura (convivencia idealizada de víctimas y asesinos) con un muelle comprimido y un hijo pródigo que se asesina a sí mismo. El juez blanqueador no solo se pierde en lo anecdótico, sino que lo eleva a categoría de realidad freudiana ampliada y cristianizada afirmando primero que para el juez «importa el puñal, y no su brillo» para luego en pleno delirio amoroso definir el asesinato sentimental fundiendo brillo y cuchillo en «un puñal de luz que te atraviesa el pecho». Está claro que para el juez novelista la luz mata tanto como la ilustración atravesó el pecho de la inquisición. Más que una novela de 1.000 páginas, prudentemente castrada a 600, lo que aquí se anuncia es la historia polifónica de un Martín Godoy resucitado de la fundación del Santo Sepulcro de Jerusalén, que conserva los vendajes de una vieja herida de luz en París. Una especie de neodraculín vengador, de Granada, que acusa a los españolitos de «falta de ambición» por dedicar más tiempo a las idioteces que a transformar la realidad. Y no le falta razón. ¡Have a good summertime!

    Hace 2 años 8 meses

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