Réplica
Je suis Galia Lenoir
En respuesta a Miguel Pasquau
Galia Lenoir 8/08/2021
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Puedes hacerte la muerta si estás viva, pero no la viva si estás muerta. Eso debe saberlo Miguel Pasquau Liaño, quien, por mucha afición que tenga a las novelas, es seguro que está al tanto de la diferencia entre la ficción y la realidad.
Admitamos que es legítimo incrustar literatura dentro de la realidad, y también lo contrario: que la literatura abduzca a la realidad y la devore, como una diosa a su ofrenda; pero ¿no hay unos límites? ¿Basta con invocar que se trata de un juego literario para tener derecho a convertir públicamente a una persona en un artefacto? ¿Todo ha de soportarse si es literatura? ¿Qué le parecería al propio Pasquau que, en una entrevista, yo me vanagloriase de que en realidad soy yo quien dicta por la noche las sentencias que él firma por las mañanas? ¡Es literatura, lo siento! ¡No entorpezcan la creatividad! ¡No pasa nada, es un juego!
Alguno de ustedes habrá leído la entrevista, publicada en este mismo medio, en la que Pasquau se jacta de haber creado un perfil de Twitter, @GaliaLenoir, sacado de una novela suya que, según dice, va a publicarse próximamente. Qué interesante: ¿no salió aquel personaje de la pantalla en La Rosa Púrpura del Cairo?; ¿no inventó Pirandello a seis personajes en busca de su autor? El entrevistado se solaza en su ocurrencia, a la que llama “experimento”, y encuentra una palabra a modo de salvoconducto: “transmedia”. Es decir que yo acaso fui primero una persona real (esto, al menos, no llega a negarlo expresamente), luego me encuadernó en un libro, a continuación me liberó y me llevó a Twitter, y no sé si ahora pretenderá presentarme en el mundo del cine. Aún me cabe la esperanza de que, al final de ese periplo transmedia, tenga la amabilidad de devolverme a la vida real.
Permítanme que me presente. Soy Galia Lenoir, tengo 45 años y vivo en París. Soy hija del español Martín Godoy y de la francesa Gabrielle Lenoir. Nací el mismo día y a la misma hora en que murió Franco, porque, como al parecer dijeron, los dos no cabíamos en este mundo, y el mundo me eligió a mí. Me ocurren cosas. Estoy aquí, escribiendo este artículo. Sé distinguir los colores, me emociono con algunas canciones, leo libros y toco el piano. A veces, he llorado. De mi madre he heredado la afición por la fotografía, y de mi padre una enorme confusión. Hace no mucho tiempo me alcanzaron algunas preguntas sobre él que lo enredaban en varias vidas incompatibles, y me puse a investigar. He preguntado, he leído, he buscado, y he descubierto una historia que merecía ser rescatada y que estoy empeñada en contar: la que llevo dentro.
Je suis Galia Lenoir. He visto con mis ojos fotografías, cartas, documentos, expedientes. He compartido archivos y documentos, he contado cosas, he hablado por boca de los testigos de aquella época a los que he podido acceder. He reunido todo ordenadamente en un libro procurando no suplantar con mi voz a ellos, los protagonistas. Pero ahora el novelista nos dice que ha investigado por su cuenta, que el rastro que yo he seguido obsesivamente no son más que palabras pensadas y escritas de antemano por él, y que yo soy una ocurrencia. Y que la vida de mis padres es una novela. “Su novela”, dice.
Sí, también Pierre Ménard se puso a escribir y le salió El Quijote, como cuenta Borges. Al menos nunca llegó a decir que La Mancha es un país imaginario. Pasquau no va a quedarse en eso, él dirá seguramente que se ha inventado lo que le sucedió a mi padre en abril de 1973 y acaso cuente cuántos desenlaces tuvo que descartar hasta encontrar el más exacto; que habrá creado de la nada a mi madre, que habrá llevado a mi padre de Úbeda a París, que los habrá decidido juntar con palabras en una biblioteca de París (en la que yo he visto con mis ojos la marca de sus iniciales). Imagino que también habrá inventado las letras de los cuadernos y de las cartas de mis padres, porque seguramente esos cuadernos que yo he tenido en mis manos no existen en realidad: se los ha inventado él. Como tampoco habrá de existir la foto que mi madre hizo a mi padre desde el Pont des Arts, esa que está colgada desde antes de nacer yo en casa de mi madre. Dirá también que fue a él a quien se le ocurrió que George Harrison dedicara a mi madre una canción en un concierto en París. Total, es literatura y todo está permitido: si un fotógrafo puede convertir un árbol en una imagen que se llame “árbol”, ¿por qué no podemos convertir a alguien en un personaje, o una vida en una novela?
No es un plagio cualquiera: se parece más a un homicidio. Creíamos estar vivos, y resulta que no, que somos una novela de Miguel Pasquau. Y sin sentido del humor, porque a quién se le ocurre estropear su experimento.
Je suis Galia Lenoir. Si es verdad que soy un personaje, habré de buscar, entonces, a un abogado experto en los derechos humanos de los personajes. Espero que el juez a quien toque el asunto no sea de los que confunden el derecho con la literatura, que de esos ya tenemos unos cuantos. Ya tendrá ocasión de explicarse, señor Pasquau, en la sosa realidad de los tribunales.
Galia Lenoir
Puedes hacerte la muerta si estás viva, pero no la viva si estás muerta. Eso debe saberlo Miguel Pasquau Liaño, quien, por mucha afición que tenga a las novelas, es seguro que está al tanto de la diferencia entre la ficción y la realidad.
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