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Que La Casa de Papel abusa de la ficción no lo sabemos tanto por los romances imposibles bajo una lluvia de balas como por la premisa de la que parte la serie. Los atracadores, liderados por El Profesor, cuentan con un aliado que les acompaña desde el exterior y les hace fuertes: una opinión pública española tan crítica y vigilante con el poder que el sistema teme su reacción si los escándalos de Estado que la banda amenaza con desvelar se conociesen. En la España de hoy, Tokio, Río o Denver serían rebautizados como Caracas, Habana y Basauri en el programa de AR y a otro asunto. Del impacto de esos terribles escándalos mejor ni hablamos: no pasarían de pieza breve en el telediario de las tres, justo entre el romance del obispo de Solsona y el último guiño de Mbappé al Madrid.
Es impensable ganarse el afecto o empatía de la opinión pública española robando la Fábrica de Moneda, pero, a día de hoy, tampoco uno se asegura el afecto tras ser golpeado al grito de maricón. El debate sobre si eran o no homófobos los agresores o el penúltimo bulo sobre el país de procedencia de uno de ellos no dejan tiempo para afectos, empatías ni análisis serios sobre el aumento de este tipo de agresiones. Todo espacio es para la propaganda. A propósito: hay que ser racista para no considerar de los tuyos a alguien tan homófobo como tú solo por haber nacido en otro lugar. Es el vaciamiento de valores perpetrado por quienes tienen privilegios que defender y medios de comunicación para hacerlo. Una maniobra que responde a la necesidad –por razones de aritmética política– de dejar jugar en el espacio público a quienes no tienen valores. Vaciarlo todo cada día es, de un tiempo a esta parte, consigna prioritaria en las principales redacciones. La cosa tiene su receta.
Si un tipo irrumpe armado en un acto feminista amenazando con una pistola a las “rojas de mierda” allí reunidas, la gran prensa obviará casualmente los insultos de tinte político del agresor y pondrá esmero y condimento en explicar que la pistola era de juguete. Les recomiendo que no prueben a hacerlo en un banco. Si un grupo de mercenarios neonazis inventan un bulo sobre una inquilina inmigrante, la gran prensa le dará levadura y volumen al bulo y tomará como única fuente la palabra de unos ultraderechistas a los que nunca calificará como tal, sino como “empresa”. Si el exvicepresidente del Gobierno publica un artículo reflexionando sobre el peligro democrático que supone el ascenso del fascismo en España y la pieza se ilustra con una pistola nazi simbolizando ese peligro, la gran prensa titulará que Iglesias usa un arma para señalar a rivales políticos. Consiste en despojar de contexto la realidad y dejar cocer el ruido y el inmenso cinismo a fuego lento.
Algún día pagaremos caro este experimento. Matar la mínima decencia para dejar libre el espacio que los indecentes necesitan no es buen negocio, ni siquiera para quienes especulan con posibles ganancias. Como decía Omar Little en The Wire, una serie que siempre respetó de manera brillante la realidad, “El dinero no tiene dueño, solo gente que se lo gasta”. Permitir que se quiebre la convivencia por tan poca cosa es un precio demasiado caro.
Que La Casa de Papel abusa de la ficción no lo sabemos tanto por los romances imposibles bajo una lluvia de balas como por la premisa de la que parte la serie. Los atracadores, liderados por El Profesor, cuentan con un aliado que les acompaña desde el exterior y les hace fuertes: una opinión pública...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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