EXTREMISMO
Un intento de Trump sin carisma
Hans Georg Maassen es la cara más visible de la radicalización de parte de la CDU de Merkel. El expresidente de los servicios de inteligencia está a las puertas de llevar sus declaraciones incendiarias al corazón de la democracia alemana
Javier Pérez de la Cruz Schleusingen (Alemania) , 23/09/2021
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“Tengo miedo de que Alemania se estrelle contra la pared si la gobiernan unos políticos que no saben cómo hacerlo”. Primer aplauso de la noche. Los músicos locales acaban de guardar sus trombones y las 56 personas que han acudido a la cita en este pequeño pueblo del sur de Turingia tienen ganas de escuchar al hombre del que la prensa alemana habla sin descanso.
“No quiero que Annalena Baerbock o Olaf Scholz se sienten en la silla del canciller Bismarck”. Aquí no hay aplauso, aunque más tarde le agradecerán la nostalgia nacionalista.
Hans Georg Maassen busca el efecto Trump: arrastrar al gran partido conservador del país hasta sus posiciones más extremas a base de polémicas. El expresidente de los servicios de inteligencia alemanes insiste en “la inmigración masiva” y “la violencia de extrema izquierda”, una extrema izquierda que él no solo ve en el partido Die Linke (poscomunistas e antiguos socialdemócratas), sino también en los Verdes, en el SPD (socialdemócratas) y en la radiotelevisión pública.
A Maassen lo acusan de utilizar terminología antisemita y de recibir a un conocido neonazi en uno de sus actos. Al mismo tiempo, publicaciones extremistas como Compact lo tratan con mimo. Y en España, el eurodiputado de Vox Hermann Tertscht, lo alaba por “enfadar a los bienpensantes”.
Incluso Tino Chrupalla, uno de los candidatos principales de Alternativa para Alemania (AfD), el partido ultraderechista alemán, reconoce las similitudes. “Sí, claro, estoy de acuerdo con muchas de las posiciones de Maassen”, responde por videoconferencia en un encuentro con la prensa extranjera. “Se puede ver también al revés: él está de acuerdo con nuestras posiciones. No son ideas que se haya inventado Maassen, sino posiciones que, en parte, ha tomado de AfD”.
La revancha del funcionario
A su empeño por entrar en el Parlamento y poner fin al rumbo que ha tomado la CDU con Angela Merkel no le falta tampoco una motivación personal.
Hans Georg Maassen nació en 1962 en Mönchengladbach, en el oeste del país. Tras estudiar derecho en Colonia y sacarse el doctorado con un trabajo titulado “El estatuto jurídico del solicitante de asilo en el derecho internacional", entró a trabajar en 1991 en el Ministerio del Interior, donde desarrolló la mayor parte de su carrera profesional.
Maassen avanzó poco a poco y pasó por varios departamentos centrados en asuntos de extranjería y lucha contra el terrorismo, hasta que en 2012, después de que explotara el escándalo de la célula clandestina neonazi de la NSU, fue nombrado presidente de la Oficina de Protección de la Constitución, es decir, los servicios de inteligencia domésticos de Alemania.
Para entonces Maassen ya había estado relacionado con el caso de Murat Kurnaz, un ciudadano turco nacido en Alemania y con residencia legal en el país que pasó años en Guantánamo sin ser juzgado. Tras interrogarlo y tortularlo, Estados Unidos lo quería enviar a Alemania, pero, esgrimiendo un informe con la firma de Maassen, Berlín se negó por el hecho de que llevaba “más de seis meses en el extranjero”.
Las polémicas no se frenaron al asumir como jefe de los espías. Tras la revelación del escándalo de espionaje de la NSA, se supo que su oficina había utilizado el mismo software que los estadounidenses. Y en 2015, tras otro informe de Maassen, la Fiscalía Federal alemana inició una investigación contra dos periodistas de netzpolitik.org, bajo la acusación de traición, por la revelación de documentos “confidenciales”.
Finalmente, en 2018, tras negar que se hubiesen producido persecuciones de inmigrantes por parte de grupos neonazis en la ciudad de Chemnitz, algo que la propia canciller Angela Merkel llegó a denunciar en público, Hans Georg Maassen se vio obligado a dimitir. Se fue, eso sí, con el cartel de víctima y con el apoyo del sector más reaccionario de la CDU y de su partido hermano de Baviera, la CSU. Desde entonces, a pesar de no ostentar cargo ni responsabilidad política alguna, no ha dejado de protagonizar polémicas y criticar la gestión de Merkel.
“No tiene por qué haber ninguna continuidad de la identidad política entre el Maassen que llegó a la presidencia de la Oficina de Protección de la Constitución en 2012 y el Maassen actual. Maassen siempre fue conservador, pero puede haberse radicalizado con su destitución en 2018”, sostiene el politólogo Andreas Püttmann, que en el pasado trabajó para la Konrad Adenauer, la fundación vinculada a la CDU. “Sin embargo, Hans-Peter Friedrich, el ministro del Interior de la CSU entre 2011 y 2013, que propuso entonces su nombramiento para el gabinete federal, también pertenece ahora al ala derechista de su partido”.
“Un gobierno Rojo-Rojo-Verde lo veo como como un gran peligro”, dice Maassen en el salón de actos de la Fundación ‘Rehabilitación del Bosque de Turingia’, lugar escogido para su acto electoral en Schleusingen. El temor a un Ejecutivo de SPD, Verdes y Die Linke es su gran baza retórica. Pero en sus labios, la advertencia apenas resuena entre los asistentes. Sus compañeros de escenario, Frank Henkel (diputado por la CDU en el Senado regional de Berlín) y Rainer Wendt (presidente del Sindicato de la Policía Alemana) sí consiguen arrancar fuertes aplausos cuando describen la ciudad de Berlín como un lugar donde reina la criminalidad, donde la policía tiene las manos atadas y no puede actuar por orden de los políticos. “Esa es la realidad de lo que supone un gobierno Rojo-Rojo-Verde”, insistía Henkel. Desde el escenario se aleccionaba de lo que supone un ejecutivo Rojo-Rojo-Verde, aunque esa coalición también gobierna en Turingia, el estado federado donde se realiza el evento.
¿Radicalización conservadora?
La retórica de Maassen es pausada, monótona, no muy adecuada para despertar pasiones, pero sí para transmitir la sensación de que cada palabra pronunciada es fruto de la más profunda reflexión. El funcionario convertido en político de primera línea completa la imagen de académico con unas gafas redondas y un traje del que pocas veces se desprende.
Maassen se expresa con humildad, tratando de convencer a las personas que han venido a ser convencidas. No son muchas. Del medio centenar de asistentes, una docena son miembros de su propio equipo. Además, hay varios miembros de la CDU regional; al menos uno ha venido con familiares.
El tema del acto de esta noche le viene como anillo al dedo: la seguridad en Alemania; su tema estrella: “Maassen fue presidente de los servicios de inteligencia, así que de esto tiene que saber”, dice René, uno de los asistentes, hombre entrado en la cincuentena, como casi todo el público que no lleva una chaqueta o camiseta en la que se lee: “Team Hans Georg Maasen”.
Dos horas analizando “¿cómo de segura es Alemania?” en las que Maassen habla de “criminalidad general” para inmediatamente después señalar la “criminalidad de los migrantes” y, más tarde, insistir una y otra vez en la “violencia de extrema izquierda”. De la violencia ultraderechista, ni una sola palabra. Habla de Afganistán, de crimen organizado, vuelve a la extrema izquierda, pero sin tiempo o ganas para siquiera mencionar el asesinato a tiros de un cajero de una gasolinera por haberle pedido a un cliente que se pusiera la mascarilla. Al joven de 20 años lo habían matado solo unas pocas horas antes del acto.
Maassen se ha convertido en una figura incómoda para su propio partido. Karin Prien, parte del equipo del candidato a suceder a Merkel, Armin Laschet, aseguró en la televisión pública que no votaría por él. Sin embargo, líderes destacados como el propio Laschet o Wolfgang Schäuble, presidente del Bundestag y exministro de Finanzas, optan por no criticarlo. ¿Puede Maassen empujar a la CDU a la radicalidad, tal y como Donald Trump ha hecho con el Partido Republicano?
“Para ser un ‘Trump alemán’, a Maassen le faltan carisma y habilidades demagógicas”, responde Andreas Püttmann. El politólogo, además, señala que la sociedad alemana no lo permitiría, después de la experiencia nazi. “Sin embargo, sí se observa una radicalización conservadora en partes de la CDU, incluso sin Maassen, que se inscribe en una tendencia internacional”.
Otros expertos son más cautos a la hora de hablar de “radicalización”. “No hay que sobrestimar la influencia que Massen tiene en su partido y la que puede ejercer sobre él”, apunta Axel Salheiser, experto en extrema derecha del Instituto para la Democracia y la Sociedad Civil (IDZ). “Si Maassen lograra entrar en el Bundestag, no sería más que uno de los cientos de diputados de la CDU/CSU, por muy destacado que sea. Yo no hablaría de una radicalización de la CDU. Pero si gana, en las bases, sobre todo a nivel local, sí podría surgir un pensamiento al estilo de: ‘El hecho de que haya tenido éxito le da la razón’.
Esa misma duda preocupa a los potenciales votantes de Maassen. “Doctor Maassen, ¿si le voto y luego le expulsan del partido, para qué ha valido mi voto?, pregunta Thomas, un mecánico que luego confesará que aún no sabe si votará a Maasen o a la AfD. “No creo que nadie vaya a echarme del partido, pues mucha gente en Alemania piensa como yo”, responde con su tono calmado. Maassen, además, insiste en que no estaría solo en el Bundestag. “Somos unos cuantos, el problema es que se trata de gente que no es conocida. El nuevo grupo parlamentario de la CDU va a ser diferente al antiguo”. Entre los nombres que cita se encuentra el de Sylvia Pantel, diputada federal del estado de Renania del Norte-Westfalia y el de Friedrich Merz, también comparado con Donald Trump.
Una posible alianza con Merz, que fracasó en sus dos últimos intentos de alcanzar la jefatura del partido, se ve como clave para darle un giro conservador al partido. Sin embargo, Merz, que tiene un carácter y un perfil económico del que carece Maassen, ha sumado fuerzas con Laschet y, al menos hasta las elecciones, ha enterrado el hacha de guerra.
Frente no unido por completo
El equilibrio de fuerzas en la CDU quedará claro tras las elecciones del 26 de septiembre. Hasta entonces, la misión principal del ala reaccionaria de la CDU es celebrar la entrada de Hans Georg Maassen en el Parlamento. Su triunfo, sobre todo porque se daría en una circunscripción de un estado oriental, donde la CDU ha perdido muchos votantes en los últimos años a favor de la AfD, los cargaría de razones.
Pero las proyecciones, por el momento, son inciertas. Las encuestas auguran un resultado muy ajustado entre Maassen y el candidato del SPD, Frank Ullrich, un exbiatleta de la antigua República Democrática Alemana que goza de estatus de leyenda del deporte por sus múltiples medallas olímpicas.
Ullrich, o mejor dicho, Frank, como pide que lo llamen, ha apostado por una campaña en positivo, dejando de lado las polémicas de su contrincante. En un encuentro entre candidatos, por ejemplo, no dudó en acercarse y estrecharle la mano con una amplia sonrisa, ante la timidez y la incomodidad corporal mostrada por Maassen.
El candidato socialdemócrata tiene el apoyo de los Verdes, que han apostado por hacer frente común y apoyar al contrincante con más posibilidades de derrotar al exjefe de los espías. No ha hecho lo mismo Die Linke, formación que, a pesar de toda la presión recibida (incluida una campaña digital a través del portal Campact), sigue pidiendo el voto para su propio candidato, el sindicalista Sandro Witt.
Pero dejando de lado esa división, Maassen todavía tiene un obstáculo grande por delante: no sabe nada del lugar por el que se presenta. Viene del oeste, es el clásico ‘Wessie’, como se conoce a los habitantes de los viejos estados de la República Federal. Sus contrincantes son muy conscientes de ello y no dudan en explotarlo. “Uno de nosotros” se ve en los carteles del SPD con la inmensa sonrisa de Frank Ullrich.
Han pasado dos horas, el acto ha terminado. Los asistentes se marchan silenciosos del salón de actos. Pocos se paran a hablar con el candidato que tantas polémicas levanta pero que apenas es capaz de sonreír cohibido ante el paso de los asistentes. Dos horas de “seguridad”, “violencia” e “inmigración”, pero ni una palabra sobre la situación en Turingia o en los pueblos de su circunscripción. “Ya me lo imaginaba”, reacciona Helga tras preguntar cómo fue el acto. Esta empresaria de la hostelería, cuyo negocio a punto estuvo de quebrar por las restricciones de la pandemia, lo tiene claro : “No sabe nada de nosotros. Lo trajeron aquí a última hora y se irá tan pronto pasen las elecciones. Creo que la CDU se ha equivocado con su elección”.
“Tengo miedo de que Alemania se estrelle contra la pared si la gobiernan unos políticos que no saben cómo hacerlo”. Primer aplauso de la noche. Los músicos locales acaban de guardar sus trombones y las 56 personas que han acudido a la cita en este pequeño pueblo del sur de Turingia tienen ganas de...
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Javier Pérez de la Cruz
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