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A comienzos de este año se publicó Notas para unas memorias que nunca escribiré (Lumen), el diario que Juan Marsé llevó durante el año 2004. Uno de los episodios más suculentos del libro es la crónica indirecta, día a día, de la participación de Marsé como jurado del Premio Planeta ese mismo año (en que lo ganó, para su escándalo y consternación, Lucía Etxebarria). Las entradas de los meses de septiembre y de octubre están llenas de anotaciones que desvelan los entresijos del premio y revelan a un Marsé bastante cándido (no se olvide que él lo había obtenido mucho atrás, en 1978), que de pronto cae de la parra y cobra conciencia de los chanchullos y de la hipocresía que lo envuelven. Nada de lo que cuenta Marsé, llevándose las manos a la cabeza, supone una novedad para nadie, mucho menos a estas alturas. La del Premio Planeta es una plataforma comercial perfectamente diseñada que contribuye de manera fehaciente a la buena imagen y mejor marcha del gran grupo editorial que lo promueve. Ya hace mucho que ha pasado el momento de rasgarse las vestiduras por el cinismo con que todos, empezando por la prensa cultural, contribuyen a mantener de puertas afuera la ficción de que se trata de un concurso.
Sus razones (no necesariamente coincidentes) tendrán José Manuel Blecua, Fernando Delgado, Juan Eslava Galán, Pere Gimferer, Carmen Posadas y Rosa Regás, actuales miembros del jurado, para prestar su nombre y su crédito para una pantomima de esta naturaleza. La proliferación de premios comerciales en definitiva orientados a los mismos fines y guiados por las mismas dinámicas que el Planeta, aunque menos sonados, parece haber insensibilizado a escritores e intelectuales de toda laya a la hora de participar alegre y amistosamente en unos tinglados bastante cuestionables desde el punto de vista ético, dicho sea sin enfado ni dramatismo. Tinglados cuyos efectos, además, como nunca dejo de insistir, son penosamente lesivos para la salud de nuestro sistema literario. Pero qué se le va a hacer.
Más difícil de entender es que la prensa cultural se dedique a cubrir el acontecimiento como si de la cabalgata de los Reyes Magos se tratara, cuidando de que los niños no se enteren de que esos tipos de las carrozas van disfrazados. Ya es sabido que lo mejor del periodismo cultural de este país es que nunca es tentado por las corruptelas: antes de que ello sea posible, su instinto de servidumbre cumple gentilmente las faenas.
Pero lo que no deja de asombrarme es que la gala del Premio Planeta se haya convertido, desde hace mucho, en un solemne acontecimiento cultural, al que concurren tan contentas todo tipo de autoridades. La mesa presidencial de este año la compartían, entre otros, los reyes Felipe y Letizia; el ministro de Cultura, Miquel Iceta; la ministra de Educación, Pilar Alegría; la consellera de Cultura de la Generalitat, Natalia Garriga; la delegada del Gobierno en Cataluña, Teresa Cunillera, y la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
A riesgo de pecar yo mismo de candidez (y juro que no es impostada), me pregunto en nombre de qué estaba toda esa gente allí. Es sabido que el presidente del Grupo Planeta, en un momento dado de la noche, solicitó, como muestra de “nuestro cariño, nuestra admiración y nuestro agradecimiento”, “un aplauso del alma para Sus Majestades”. A lo que todos los presentes, como es natural, se pusieron en pie y aplaudieron.
¿Aplaudió Ada Colau? Al menos se puso en pie. Seguramente estuvo muy entretenida, durante la cena, charlando con Iceta, a quien tenía a su derecha. Es de esperar que Colau, que en otras ocasiones se ha negado a recibir a Felipe VI y que ha decidido programáticamente no acudir como alcaldesa a las citas protocolarias con el rey, sepa qué es el Grupo Planeta y qué tipo de medios alberga y financia. ¿Lo saben Iceta, Alegría y Cunillera? ¿Unos y otros concurren al Planeta en representación de sus instituciones o por afición personal? ¿Leerán La bestia, la novela ganadora? ¿Forma parte de la política cultural del actual Gobierno de coalición y del ayuntamiento barcelonés apoyar y promover iniciativas y apuestas culturales como la de este premio, con toda la trastienda –también ideológica– que conlleva?
Pregunto, de verdad pregunto.
A comienzos de este año se publicó Notas para unas memorias que nunca escribiré (Lumen), el diario que Juan Marsé llevó durante el año 2004. Uno de los episodios más suculentos del libro es la crónica indirecta,...
Autor >
Ignacio Echevarría
Es editor, crítico literario y articulista.
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