Literatura y mercado
Una deshonestidad de otro tiempo
El autor replica a una columna de Javier Cercas sobre la crítica y se explica, de paso, “por qué el talento de nuestros escritores canónicos envejece tan mal en España”
Nadal Suau 21/02/2021
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El pasado 6 de febrero, Javier Cercas publicó una columna en El País titulada ‘Una superstición de nuestro tiempo’. En ella, se mostraba decepcionado tras leer “una reseña” de Alegría, la novela de Manuel Vilas finalista del Premio Planeta en 2019. Aquel crítico, cuyo nombre no revelaba, había deslizado la idea de que todo éxito comercial es “imperdonable”, provocación debida al argentino Damián Tabarosvky en su ensayo Literatura de izquierda, y esto constituía una irresponsabilidad a juicio de Cercas. Que un reseñista se atreva a poner en circulación una idea tan gruesa y fácil de desmontar (¿acaso no fueron muy populares Shakespeare o García Márquez?), sin que nadie se la rebata, solo podría significar, por un lado, que la crítica literaria está en una crisis profunda, tomada por “tontos con lecturas”, “perezosos mentales” o “necios”; y por otro, que esos mismos tipos tienen aterrorizados a sus posibles detractores ante la posibilidad de “represalias”. ¡La Asociación Española de Críticos Literarios imponiendo la omertá en la España Constitucional!
Convengamos en que, por mucho que el panorama crítico sea poco estimulante, todavía no ha llegado el día en que los medios de este país se atrevan a publicar una reseña profesional tan severa como el artículo de Cercas sin dejar constancia de quién es el autor criticado y qué texto está siendo analizado. Yo diría que ese es el primer punto de una discusión pública digna. Sin embargo, observo que los escritores de vocación polemista sí que practican esa fealdad moral en sus intervenciones. En este caso el silenciado he sido yo, que publiqué esa pieza sobre Alegría en El Cultural hace ¡trece meses!
Me ha parecido oportuno no tardar tanto en replicar a Cercas, sobre todo para preguntarme en público por qué ha mantenido una actitud tan inelegante: y es que, aparte de meter a su amigo Vilas en un fregado desagradable (mi reseña fue exigente, pero más respetuosa que ese modo de utilizar a otro escritor a modo de escudo humano) y de alimentar la razonable sospecha de que en realidad le pican otras cosas y otros críticos que mi reseña y mi persona (idea al tuntún: ¿seguro que el apellido Tabarovsky le molestó más que el apellido Echevarría, que también invoqué?), me habría facilitado mucho las cosas al deslizar mi nombre. Así me habría enterado en su momento, y no nueve días más tarde, gracias a un comentario de Alfonso Sánchez. Además, Cercas y yo no hemos tenido más intercambio personal que el ejemplar de El punto ciego que llegó al buzón de mi casa en 2016 “por deseo expreso del autor” y, por lo tanto, podría conversar con él en los términos más corteses. Pero, vistos los modales desplegados, necesito dejar en claro mi propio deseo expreso: conviene citar cuando se critica.
No es un capricho (aunque admito que mi vanidad lo habría agradecido). Si Cercas citara, el lector podría acudir a mi reseña. Al hacerlo, descubriría que no recogí las palabras de Tabarovsky como “artículo de fe”, sino con este relevante matiz: “No diría que [considerar imperdonable el éxito] sea una regla universal, pero la afirmación insinúa ciertas verdades: en una reformulación a la baja, digamos que el éxito exige análisis”. ¡Por supuesto que la frasecita es una exageración deliberada por parte del argentino! Tabarovsky se burla de aquellos autores populares que se quejan amargamente de que “¡parece imperdonable tener éxito!”, y aspiran a ser John Grisham, Gadamer, Víctor García de la Concha y Albert Camus, al mismo tiempo. ¿Les suena? Así que responde: ¡pues claro que es imperdonable! ¡Claro que si público y medios y academia te ponen en el centro del escenario vamos a tener que preguntarnos por qué, y analizarlo, y considerar que hay razones para el escrutinio! Al menos, así lo harán quienes defienden una idea de la literatura vinculada con la ruptura constante y con la posibilidad de ser incómodo en todo momento, en forma y fondo. Nadie tiene la obligación de pensar en estos términos la creación literaria, pero menos todavía el derecho a ridiculizar una lectura desde esa perspectiva.
(Un paréntesis: Cercas califica de “superchería” la idea de que una novela de éxito comercial es forzosamente mala. Bueno, claro que es superchería, por eso yo no lo digo. Luego, alude al éxito del Quijote para demostrar su tesis, lo cual viene a cumplir la particular ley de Godwin de las discusiones sobre los best-sellers, aparte de ser una tontería: ni la comparación entre ecosistemas literarios tiene el más mínimo sentido, ni su punto se sostiene sin derivaciones, en todo caso, curiosas: por ejemplo, que Cervantes sí vivió el éxito del Quijote como cierta renuncia a su verdadero arte. Por otra parte, animo a los implacables debeladores de supercherías a examinar en Youtube un vídeo en el que Carmen Posadas, miembro del jurado que premió Terra alta con el Planeta 2019, sonríe ante las cámaras de Antena 3 durante la ceremonia de entrega y afirma que el debate de esa noche va a ser “muy, muy reñido”. ¡Intrépida aventura que sin duda les tendrá entretenidos un buen rato, esta de descubrir si ahí se esconde o no algún fraude!).
¿Es tan difícil para Cercas entender que los demás no somos idiotas, que sabemos cómo se concede el Planeta, y que tememos que es difícil que la escritura salga incólume de esa coyuntura?
Pero volvamos a mi reseña, con la esperanza de que este artículo sirva para algo más que llamar a mis critic gangsta brothers a las armas (algo me dice que ese plan saldrá mal). ¿Es tan difícil para Cercas entender que los demás no somos idiotas, que sabemos cómo se concede el Planeta, y que tememos que es difícil que la escritura salga incólume de esa coyuntura? Mi reseña no hablaba sobre el éxito popular y digamos que espontáneo de Ordesa, sino de cómo ese tipo de éxito condiciona los pasos siguientes del escritor, de cómo decide relacionarse con lectores y editores a partir de ese momento: ¿acomodándose a las expectativas creadas, o desafiándolas? Alegría es una segunda parte deslavazada de Ordesa, o así la hemos percibido muchos. Incuso si nos negamos a prejuzgar las intenciones del autor (no dudo de que Vilas necesitaba con toda honestidad artística volver a ese tono, a esos temas), es obvio que Planeta se animó a premiarla, opas hostiles entre grupos editoriales aparte, por ser exactamente eso, y que no habría visto con los mismos ojos, por ejemplo, un regreso al estilo de España o Aire nuestro. Estos elementos estaban sobre la mesa (o sobrevolándola) del escritor Vilas, tanto los íntimos como los financieros, los de su proyección pública y los de su creatividad. Por eso yo acabé diciendo que el libro ofrecía “una prosa atrapada” en una reiteración extraña y decepcionante que al lector le cuesta mucho abstraer de ese contexto.
¿Se entiende, pues, en qué sentido comentaba que el éxito es, no “imperdonable”, pero sí de obligado análisis? Quien no lo perdona no soy yo, sino el grupo Planeta, que pasa a exigir unas cosas y no otras. Quien no lo perdona es el mercado, el nuevo público, los críticos que serán invitados a congresos internacionales si insisten en poner bien cada nuevo libro de un consagrado hasta el día en que gane el Cervantes, las ilusiones legítimas del autor que nunca caen solo del lado de la escritura, porque es tan humano como cualquiera. El éxito le pasa una cuenta al escritor, como al jugador de fútbol o al ebanista. Si se prefiere fingir que no, adelante. Por lo demás, no sé si el éxito es imperdonable o no, pero lo que hace con algunos egos es, desde luego, difícil de perdonar.
Estas explicaciones deberían bastar para que se entienda lo que trato de decir. Sin embargo, siempre puedo ofrecer mis argumentos de un modo más didáctico: voy a intentarlo con un meme de producción propia. Si el lector busca en Instagram publicaciones de usuarios como @policiadelafecto o @concurseiti, descubrirá que los memes pueden ser muy sofisticados, incluso más que una columna en El País. Como yo no tengo talento en ese campo, me conformaré con un meme anticuado y facilón:
No hace falta decir que la reducción del campo de producción literaria a un binarismo Literatura-Ventas es del todo insuficiente, hasta tramposa, pero hemos entrado en el apartado del ingenio y sabrán disculpar que simplifique. Dicho esto: lo sutil de este meme es que muestra un instante en la vida del Éxito, dejando el terreno abierto para todo tipo de especulaciones: en efecto, una cosa es que al escritor le seduzcan las ventas (o, digamos, los 600.000 euros de un premio pactado previamente), y otra muy distinta que no logre reprimir la tentación de volver a los brazos de la literatura con ardor renovado. Puede que el escritor convenza a esas dos bellezas para mantener una sana y estimulante relación poliamorosa. Puede incluso que el escritor sea uno de esos seductores despistados, o tiránicos, que logran los favores de las Ventas sin darse cuenta de que la Literatura se pone un poco nerviosa, y que esa torpeza o tiranía logren, miren por dónde, que la Literatura lo quiera todavía más y se aferre a él; nunca se sabe con los machos alfa. Cierto que existe el riesgo de acabar solo, o con la pareja equivocada. En fin, hay mil formas de imaginar el futuro que seguirá a ese giro de cuello babosillo y un poco sucio, en el que tantos nos reconocemos, ay, muy a nuestro pesar. Pero no creo que sea necio, ni perezoso, ni enloquecido, pensar que en la vida de un verdadero escritor de verdadero éxito se producen esos instantes de tensión. Es normal, como lo es tener que asumir contradicciones en la vida. Por razones muy cercanas a las que comentamos aquí, hace unos trece meses recibí varios mensajes de un novelista. Como eran privados, no haremos explícito quién era. Este escritor me hizo saber que me “estaba lucrando” (sic) reseñando negativamente los Premios Planeta en El Cultural, revista que “se sostiene gracias a la publicidad de los grandes grupos”. Aparte del humor negro financiero, tenía su parte de razón: ¿solo se cae en la incomodidad moral cuando se gana mucho dinero? Evidentemente, no. Todos hacemos malabares éticos y pactos con la realidad.
El deprimente espectáculo de una plana mayor de Escritores Oficiales incapaces de tener incidencia real en la obra, la vocación o la mirada de sus sucesoras jóvenes tiene todo que ver con estos ejercicios pueriles de tirar la piedra y esconder la mano
Y por supuesto que los críticos tienen que ser criticados. Este es un argumento central de mi propia idea del oficio, hasta el punto de que en ocasiones recientes he explicado la manera en que algunas respuestas duras a mi trabajo me han ayudado a admitir errores, y qué bien cuando ocurre. Ningún miedo a admitir errores. En cuanto a Tabarovsky, su libro y sus argumentos me divierten mucho, pero no más que la respuesta minuciosa y durísima que le dio Guillermo Martínez en su momento, cráneo estupendo que practica un tipo de narrativa cerebral-popular con el desparpajo y la falta de complejos que convienen a tal disciplina. De hecho, si lo desean, seguro que en ese texto de Martínez encontrarán munición en mi contra. Es decir: el campo literario es un debate agitado, y así debe ser. ¡Si me están entrando ganas de admitir que utilicé a Tabarovsky a la ligera en mi reseña sobadísima!
Sin embargo, el artículo de Cercas desbarata preventivamente cualquier diálogo, al poner en práctica todas las valentías posibles (el uso de calificativos gruesos), salvo la única imprescindible, insisto: citar al desmenuzado. Al no hacerlo, me falta al respeto a mí, a los demás críticos (a los que difumina en vaguedades), y desde luego a los lectores. Luego, con un sentido del humor involuntario y admirable, se lanza al victimismo: aunque a los críticos solo los leen “otros críticos”, resulta que nadie critica a la crítica porque los autores temen esas famosas “represalias”. ¿Hola? Todos sabemos que nadie saldrá herido de este intercambio de artículos. Pese a ello, y por el placer de sumergirnos en el marco mental propuesto por Cercas, les invito a preguntarse quién, en todo caso, tendría más razones para temer puertas cerradas u oportunidades clausuradas por alzar la voz en estos asuntos: ¿un escritor premiado con columna fija en El País y el Grupo Planeta cubriendo sus espaldas, o un profesor de escuela de adultos que desde Mallorca escribe reseñas a 85 euros la pieza? Incluso descontando la tendenciosidad de ambas descripciones, y admitiendo que hay críticos más agresivos en las formas que yo, la respuesta sigue siendo obvia, y constatar que Cercas no quiere reconocerse poderoso, o no es capaz de saberse poderoso, resulta preocupante.
Más allá, la anécdota explica muy bien por qué el talento de nuestros escritores canónicos envejece tan mal en España. Más aún, y esta analogía le encantará al Capitán Trueno de la Transición: también explica por qué envejecen tan mal las instituciones. Agazapados en un entorno ultraprotector, dolidos ante la más leve y civilizada crítica, instalados en la ensoñación de que siguen siendo jóvenes prometedores ¡e independientes!, pierden la oportunidad de hacerse preguntas sobre su propia posición, el anquilosamiento de su estilo o la reiteración de sus temas. El deprimente espectáculo de una plana mayor de Escritores Oficiales incapaces de tener la menor incidencia real en la obra, la vocación o la mirada de sus sucesoras jóvenes tiene todo que ver con estos ejercicios pueriles de tirar la piedra y esconder la mano, este estar a la defensiva en el puente de mando, pensando qué nueva iteración de sí mismos lanzar ahí fuera y por qué demonios no aplaude el tío del fondo. Así se producen los cortocircuitos generacionales, la sensación de que las élites (¿o es que Cercas no es élite cultural, desde un punto de vista material y pragmático?) ni quieren dialogar, ni saben qué mundo habitan. Sin ser derrumbadas (demografía manda), sin ceder ni un milímetro de terreno, sin importar demasiado a nadie.
El pasado 6 de febrero, Javier Cercas publicó una columna en El País titulada ‘Una superstición de nuestro tiempo’. En ella, se mostraba decepcionado tras leer “una reseña” de Alegría, la...
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