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Siglos atrás, había una corriente de pensamiento que decía que la tecnología había llegado para matar a Dios. Lo decían porque los humanos dejaron de depender de la divinidad para tener luz o para retrasar el momento en el que acudir al paraíso. Les bastaba con apretar un interruptor o confiar en la medicina. Paradójicamente, tengo la sensación de que en el mundo del fútbol ha ocurrido todo lo contrario. La tecnología sirve hoy solamente para reforzar la santa voluntad de Dios. De un Dios muy particular, eso sí. Creo que el Atlético de Madrid perdió ayer su partido contra el Liverpool porque así lo quiso ese mismo Dios. Y lo digo siendo consciente de que eso dañará mi credibilidad, pero no se me ocurre una explicación más razonable, que además sea honesta.
El partido tuvo sin embargo una parte deportiva que fue muy interesante. Los primeros 15 minutos fueron claramente de un Liverpool FC que impuso su libreto: ritmo alto, presión avanzada y espíritu demoledor. Los de Simeone se enfrentaron a ello de la peor forma que podían hacerlo: con miedo, sin velocidad y con un esquema defensivo completamente descolocado. El resultado de esa combinación tan desequilibrada dejó un 0-2 en el marcador y una sensación de tragedia en el ambiente. Pero no. En ese momento, sorprendentemente, apareció el partido que quería el Atlético de Madrid. Y lo curioso es que no llegó solamente de la mano del pundonor, del orgullo y de la capacidad de sacrificio, como otras veces; llegó gracias a la calidad de los jugadores rojiblancos. Y quizá sea esa la mejor lectura que se puede sacar del partido. La de que hay equipo.
Los rojiblancos comenzaron a salvar la presión avanzada de los ingleses a base de fútbol y por ahí apareció Lemar para fabricar la jugada del primer gol. Un tiro desde la frontal del área que recogió Griezmann para dirigirlo a portería y demostrar por qué estaba ahí. Él mismo estuvo a punto de empatar el partido inmediatamente después, pero falló delante de Alisson. No lo lamentó mucho, porque apenas unos minutos más tarde transformó en gol una jugada maravillosa de João Félix. El portugués, él sólo, fue capaz de construir una ocasión de gol en tierra yerma y rodeado de contrarios.
Esa expulsión de Griezmann, que hoy todos los que “saben” de esto dicen que es inapelable, a mí me parece una aberración
Había quien decía al descanso que el Liverpool podía haber pecado de soberbia y puede que fuese así, porque esa es una de las características menos elogiables de su entrenador. Un tipo al que si tuviese que definirlo empleando su propio estilo diría que es un gran profesional, de éxito incuestionable, pero que yo prefiero a los entrenadores que saben hacer su trabajo sin despreciar al rival.
La segunda parte comenzó con un Atleti crecido y un Liverpool irreconocible. Las jugadas de ataque se sucedían y Carrasco tuvo el gol en sus botas antes de que apareciese la intervención divina que lo cambió todo. Sí, esa expulsión de Griezmann que hoy todos los que “saben” de esto dicen que es inapelable y que a mí me parece una aberración. En el campo nadie supo lo que había pasado porque todos lo interpretamos como un lance del juego, que es lo que fue. Levantar la pierna en una posición peligrosa para el rival es falta y se llama juego peligroso. Si no ves que tu rival está cerca y acabas golpeándolo mereces tarjeta amarilla, que es lo que recibió Ibrahimovic, a la misma hora, haciendo prácticamente lo mismo. La diferencia es que él tiene la suerte de jugar en un equipo más cercano a Dios. Hoy no verán en los medios “serios” la fotografía congelada del jugador sueco, sino la de Griezmann, que estará ahí precisamente para demostrar que Dios no se equivoca. Pero es mentira, porque la vida, o el fútbol, no se puede explicar en una fotografía. Nadie parece imbécil por estornudar, pero si grabamos un estornudo con la cámara superlenta de Movistar siempre encontraremos un fotograma que haga parecer imbécil a todo el mundo.
En ese punto, sentado en la grada, pensé que los aficionados de determinados equipos parecemos participantes de un macabro Juego del Calamar cuando formamos parte de las competiciones que organiza la UEFA. Unos señores con máscara apuestan sobre nuestra desgracia y tienen la capacidad de apagarnos la luz cuando por fin hemos entendido el juego.
Lo curioso del caso es que el Atleti fue también mejor que su rival después de la farsa y con un jugador menos. De hecho, tuvo más ocasiones de marcar gol que su rival. Lamentablemente, un nuevo error de Hermoso (no es el primero) provocó un penalti absurdo que desniveló el marcador. Un penalti que lo es, no tengo duda, pero que muchas otras veces no lo ha sido. El árbitro, que no iba vestido de rosa, ni llevaba la cara tapada, no dudo un segundo en pitarlo. Tampoco necesitó acudir al VAR para recrearse en la calidad del contacto, cosa que sí hizo pocos minutos después, cuando Giménez cayó en el área y el propio compatriota de Klopp había pitado ya penalti. El VAR teóricamente no debería intervenir si un árbitro pita la pena máxima y hay contacto, pero es obvio que eso depende de la fe que profese el afectado.
Es difícil sacar conclusiones futbolísticas cuando el fútbol es casi lo de menos, pero habrá que quedarse con eso. Hay que seguir jugando porque ya conocemos las tres reglas. Uno: el jugador no puede dejar de jugar. Dos: el jugador que se niegue a jugar será eliminado. Tres: los juegos terminarán si así lo acuerda la mayoría que, desgraciadamente, no parece que sea el caso.
Siglos atrás, había una corriente de pensamiento que decía que la tecnología había llegado para matar a Dios. Lo decían porque los humanos dejaron de depender de la divinidad para tener luz o para retrasar el momento en el que acudir al paraíso. Les bastaba con apretar un interruptor o confiar en la medicina....
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