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Decía un profesor de mis años de colegio que si tuviese que resumir en una sola palabra lo que era la química esa palabra sería equilibrio. Con el tiempo entendí que aquella simplificación no sólo era válida para definir los pilares de la química, sino también los de la física, los de la vida y por ende también los del fútbol. El equilibrio es mi opinión lo que ha hecho que el Atlético de Madrid pasase de ser un equipo que chapoteaba por la Liga de forma irregular a la máquina de competir que es en la actualidad. El equilibrio es lo que ha hecho que muchos jugadores rojiblancos hayan jugado por encima de su propio nivel. Pero el equilibrio es también lo que más me preocupa ahora mismo, porque no lo veo.
Atlético de Madrid y Real Sociedad han empatado un partido extraño que en todo momento estuvo condicionado por la fragilidad defensiva del conjunto madrileño. Una fragilidad defensiva que puede parecer inédita, pero que a estas alturas no podemos entenderla ya como anecdótica. La lectura más directa, que es la que escuché en boca de algunos futbolistas al terminar el partido, es la de que los rojiblancos no están encarando los inicios de los encuentros con el rigor que se necesita. Puede ser, pero mi sensación es que se trata de una cuestión algo más profunda. Simeone lleva semanas intentando acoplar dentro de un esquema competente la gran cantidad de jugadores excelentes que tiene. Y eso, que a priori es el sueño de cualquier entrenador, no está resultando fácil. Recurriendo al manido símil de la manta, parece complicado taparse la cara y los pies al mismo tiempo.
Los primeros cinco minutos del equipo de Simeone fueron fabulosos. Dominaron el balón y el ritmo del partido con criterio, velocidad y gusto por el fútbol. Las sensaciones eran inmejorables en la grada, pero un error en cadena colocó el primer gol visitante en el marcador. Lodi encaró el ataque de forma precipitada (dejando vulnerable su banda), João Félix arriesgó el balón justo en la zona del campo y las circunstancias en las que nunca se debe hacer, Felipe salió de su posición a destiempo y Oblak tampoco estuvo fino a la hora de cubrir su portería. El error más grosero es el de Felipe, sin duda, pero lo que denota la jugada es una lacerante falta de equilibrio. Cuando hace poco el Atleti era el mejor equipo defensivo de Europa, la alineación acusaba poco la ausencia de determinados hombres. Laterales o centrales improvisados mantenían el papel con dignidad porque el éxito del sistema no estaba en los nombres, sino en la estructura. Ahora, que ésta no termina de cuajar, la vulnerabilidad de los nombres se hace mucho más evidente.
Con el marcador a favor, la Real Sociedad se dedicó a lo mismo que ya había intentado antes: romper el ritmo del partido, marear el balón y tratar de atraer a su rival hasta su área con la intención de ganar espacio en la salida del juego. Una forma inteligente y totalmente lícita de entender el fútbol, cuyo fundamento no se diferencia mucho del vilipendiado fútbol de contraataque. Una forma de entender el fútbol que desquició completamente a un conjunto rojiblanco, demostrando así su valía. Personalmente no tengo problemas con ello, por mucho que fuese algo que “iba claramente en contra del espectáculo”. Eso sí, lo que hoy es una genialidad táctica no puede entenderse mañana como una burda cobardía, simplemente porque la hace alguien con menos glamur o que dice defender otra religión. A diferencia de lo que cree el propio entrenador del equipo donostiarra, a mí me parece lícita cualquier forma de jugar al fútbol que respete el reglamento.
El Atleti no cambió mucho en lo táctico en la segunda parte. La Real tampoco, aunque un nuevo error de los rojiblancos les hizo volver a marcar y sentirse todavía más cómodos con su plan. Es raro ver que a Oblak le meten un gol de falta por el palo que tiene cubierto, pero eso es exactamente lo que hizo Isak.
Con 0-2 en el marcador, las sensaciones por el lado madrileño fueron horribles. El ambiente era particularmente frío en la grada y no se veía reacción en el campo. Los donostiarras, aupados a la confianza que dan los buenos resultados, seguían dejando que el rival se cociese en su propia ansiedad y aumentaron la intensidad de unas pérdidas de tiempo que cada vez eran menos sutiles. Desgraciadamente es una práctica demasiado recurrente en nuestra liga y lo es gracias a la aquiescencia de un colectivo arbitral que sigue viviendo en su propio mundo.
Simeone intentó revolucionar el equipo metiendo a Kondogbia, Correa y Cunha. Y funcionó. Con media hora todavía por jugar, los rojiblancos, a la desesperada, se fueron a por el partido con pundonor y con fútbol. Otra vez, lo que no es buena señal. Y a punto estuvieron de llevarse el partido. ¿Por qué ahora sí y antes no? Pues porque el Atleti tiene jugadores muy buenos, capaces de cualquier cosa en cualquier momento, que todavía no han conseguido jugar de forma equilibrada. Luis Suárez fue el encargado de rubricar el definitivo empate. Primero rematando de cabeza una excelente jugada colectiva y después anotando un penalti que al señor colegiado le costó pitar.
El empate imagino que dejó mal sabor de boca a un conjunto vasco que tenía muchos motivos para creer que eran merecedores de la victoria. Imagino que sirve también para endulzar las malas sensaciones que tenían los colchoneros poco antes del primer gol de Luis Suárez, pero que no puede enmascarar el gran problema de fondo. Sí, ése que está en el título de esta crónica.
Pero como este calendario futbolístico es absurdo, mañana comienza literalmente una nueva jornada de Liga y lo que es blanco se convertirá en negro. Ya lo verán. Así es el fútbol, afortunadamente.
Decía un profesor de mis años de colegio que si tuviese que resumir en una sola palabra lo que era la química esa palabra sería equilibrio. Con el tiempo entendí que aquella simplificación no sólo era válida para definir los pilares de la química, sino también los de la física, los de la vida y por ende también...
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