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No resulta habitual que una persona de 37 años escriba sus memorias. Que alguien tan joven eche la vista atrás es propio de quien ha sobrevivido a algún acontecimiento excepcional (un accidente grave, una crisis personal profunda, etc.). En cierto sentido, Iñigo Errejón es un superviviente, un superviviente que estuvo en el centro mismo del ciclón político más intenso que haya sacudido la política española en las últimas décadas. El hecho de que se haya decidido a escribir unas memorias (Con todo. De los años veloces al futuro, Planeta 2021) es un síntoma claro de que él percibe que ese ciclón ya ha pasado y que nos encontramos en una fase distinta, en un ciclo nuevo.
El libro presenta una visión bastante descarnada de cómo fueron las cosas en el núcleo fundador y dirigente de Podemos. El testimonio de Errejón (tan parcial, sin duda, como el de cualquier otro protagonista) será de obligada referencia cuando se intente reconstruir histórica y políticamente lo que sucedió en esos años. Salen a relucir muchas de las miserias propias de las luchas por el poder en el seno de los partidos, amplificadas por el modo tan brutal en que suelen resolverse estas en las fuerzas de izquierdas. El resultado final es un Podemos en el que quedan muy pocos de los fundadores y que ha pasado en un tiempo breve de ser un partido de impugnación de las élites políticas y económicas del país a una formación a la izquierda de la socialdemocracia que desempeña un papel análogo en el sistema tradicional de partidos a Izquierda Unida, con la diferencia clave de que Podemos ha sido un actor esencial en la moción de censura de 2018 y ha conseguido entrar en el gobierno en coalición con el PSOE, algo que nunca fue posible con IU. Esta profunda mutación del proyecto original se ha visto también reflejada en el terreno electoral, convergiendo en resultados con la Izquierda Unida de Julio Anguita. Así, ha pasado de 5,2 millones de votos en diciembre de 2015 (20,7% del voto) a 3,1 millones en noviembre de 2019 (12,9%), es decir, una caída de 2,1 millones de votantes (el máximo histórico de IU fue con Anguita en 1996, año en el que obtuvo un 10,5% del voto).
Errejón hace una lectura de la historia de Podemos más voluntarista, mientras que quien firma este artículo tiene una visión más próxima al fatalismo
¿Por qué no se pudo ir más allá del resultado histórico de 2015? Las posibles respuestas a esta pregunta revelan la tensión constante entre agencia y estructura, o entre voluntad y condiciones objetivas, que se da en toda explicación de los fenómenos políticos. En el límite, los voluntaristas creen que todo es posible, que no hay restricciones a lo que la acción política puede conseguir, frente a los fatalistas que piensan que los resultados de la política están predeterminados por las leyes férreas de la historia. Tanto en el Marxismo como en las Ciencias Sociales, esta tensión entre los dos planos no se ha resuelto nunca satisfactoriamente y sigue siendo fuente de interminables debates. Errejón hace una lectura de la historia de Podemos más voluntarista, mientras que quien firma este artículo tiene una visión más próxima al fatalismo.
En su relato de los acontecimientos, Errejón recurre a dos factores que suelen salir en todo debate izquierdista que se precie y que le aproximan hacia el voluntarismo: uno, la línea ideológica; otro, el modelo organizativo. Por un lado, el autor considera que la fusión con IU en las elecciones de 2016 supuso el fin de la estrategia populista que se había ensayado con tanto éxito en las elecciones de diciembre de 2015. Por otro, defiende que Podemos se construyó de forma excesivamente vertical, con un liderazgo demasiado fuerte, que acabó vaciando las energías del movimiento del que el propio partido nació. No rehúye la responsabilidad individual que a él le toca en la consolidación de esa forma de organizar Podemos y de la que él terminó siendo víctima cuando cayó en la corriente minoritaria.
Rememorando los dilemas posteriores a las elecciones europeas de mayo de 2014, cuando Podemos dio la sorpresa consiguiendo el 8% de voto, Errejón se planteó entonces “intentar ganar el Gobierno de España para abrir un proceso constituyente que refunde el país y lo haga más justo y más democrático. No era un atracón de adrenalina, entonces era perfectamente posible” (p. 112). ¿Pero lo era realmente? Si Podemos hubiera jugado sus cartas con mayor inteligencia tras el espectacular resultado de 2015, ¿podría haberse llegado a la apertura del proceso constituyente? Si no se consiguió, ¿se debió únicamente a los errores estratégicos y organizativos?
Errejón, como buen político, tiene una enorme fe en las posibilidades transformadoras de la estrategia y el discurso político. Y por eso mismo cree que algunas de las cosas que han ocurrido en Latinoamérica (en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela) pueden trasladarse a la España atravesada por múltiples crisis de mediados de la década pasada. El autor reconoce que él leyó el 15-M desde su experiencia latinoamericana (p. 66). Pero España, aun teniendo puntos fuertes de afinidad con Latinoamérica, es un país europeo, integrado en la unión monetaria, con una renta per cápita de 29.000 dólares en 2014. El dato fundamental es que ningún país avanzado ha pasado por un proceso constituyente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (lo más parecido podría ser la experiencia de Islandia en 2010, pero la constitución elaborada no se llegó a ratificar por la resistencia del parlamento). Así, los procesos constituyentes son los que se han dado en los momentos extraordinarios de cambio de régimen (transiciones a la democracia). En niveles altos de desarrollo, no es imposible, pero resulta extremadamente difícil, movilizar una mayoría social partidaria de un proceso constituyente. Precisamente porque se trata de sociedades pluralistas, con una gran variedad de intereses, un tejido asociativo denso y amplias clases medias, la hipótesis nacional-popular se enfrenta a dificultades prácticamente insalvables.
En este sentido, la experiencia de Podemos puede leerse desde fuera, desde el análisis de la estructura, como un síntoma de la crisis de uno de los “eslabones débiles” de la UE. Los años 2011-16 fueron excepcionales: la legitimidad del sistema descendió a niveles ínfimos ante la superposición de varias crisis (económica, institucional, política y territorial). Podemos supo recoger la desafección y la decepción de mucha gente y transformarla en energía política, pero, me temo, las condiciones objetivas cerraron el paso al momento constituyente. Quizá otra estrategia y otro liderazgo podrían haber llevado a Podemos un poco más lejos y durante algo más de tiempo, pero dudo mucho de que se hubiera alcanzado el punto de ebullición en el que el régimen del 78 se viene abajo y deja paso a un proceso constituyente.
Errejón cree que se dejó pasar la oportunidad por errores políticos, pero cabe pensar también que no se podía llegar mucho más lejos
Tanto Podemos como el independentismo catalán comprendieron que había que darse mucha prisa, que la debilidad del Estado y del sistema político a mediados de la década pasada era una oportunidad que solo se presenta una vez cada tanto. Por eso, todo aquello de la “guerra relámpago” tuvo su razón de ser. Era entonces o nunca. Errejón cree que se dejó pasar la oportunidad por errores políticos, pero cabe pensar también que no se podía llegar mucho más lejos. De hecho, los partidos se reposicionaron, surgió Ciudadanos y el PSOE salió adelante cuando Sánchez adoptó un discurso con elementos de Podemos y el 15-M. Podemos solo era una amenaza en la medida en que tuviera expectativas de crecimiento. Su estancamiento después de 2015 facilitó su absorción en el sistema de partidos que venía a reventar. Y el estancamiento fue consecuencia, en último término, de la reticencia de grandes capas de la población a asumir los riesgos de una ruptura política.
El sistema político español no se ha recuperado plenamente de la década vertiginosa. El bipartidismo está lejos de recuperar sus niveles de apoyo pre-crisis. Continúa habiendo múltiples indicadores de una crisis latente (fragmentación política, veto a las reformas institucionales, incapacidad del sistema para resolver la crisis territorial, niveles muy bajos de confianza en los partidos y las instituciones, crisis de la monarquía). No obstante, las élites ya no sienten el aliento de Podemos en la nuca. Errejón, uno de los políticos con mayor talento y proyección en España, da algunas pistas al final del libro sobre la adaptación al momento político actual. La capacidad de Más País para situar en el centro del debate algunas cuestiones sociales importantes (salud mental, semana laboral de cuatro días) son experiencias tentativas sobre las cuales podría construirse una nueva estrategia que permita superar la ideologización permanente de la política española y recuperar apoyos amplios en la sociedad. ¿Conseguirá Errejón reinventarse? Ojalá que sí.
No resulta habitual que una persona de 37 años escriba sus memorias. Que alguien tan joven eche la vista atrás es propio de quien ha sobrevivido a algún acontecimiento excepcional (un accidente grave, una crisis personal profunda, etc.). En cierto sentido, Iñigo Errejón es un superviviente, un superviviente que...
Autor >
Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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