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Soy de las que tres días a la semana se levanta con aires anarcoides y, los demás, pide a gritos un Estado fuerte que reciba las mareas blancas, verdes y moradas. Que escuche a la calle cuando clama una más amplia ley de la vivienda y las “renovables sí, pero no así”. Que el “gobierno de las togas” (Pallín) no nos confirme en cada acto vergonzoso que “Montesquieu ha muerto”, esa famosa frase atribuida al Alfonso Guerra de los años ochenta.
Los días impares creemos en los activismos, la hospitalidad de los laboratorios ciudadanos, la estructura comunitaria de cuidados y apoyo mutuo, por hablar solo de lo urbano. Confiamos plenamente en las nuevas generaciones, capaces de cortocircuitar la cultura de los expertos con los saberes rurales para hacer las transiciones necesarias; defendemos el ecologismo popular por la justicia socio-ambiental de Martinez Alier; la ecología de saberes y las formas de sentipensar promovidas por nuestras compañeras del otro lado del charco. Intuimos, gracias a la potencia de la amistad intergeneracional, que podemos tocar con los dedos el inicio de un mundo distinto por venir, donde quepamos todas las vocales.
Los días pares, nos resistimos con uñas y dientes a perder los logros de las políticas públicas, es decir, los conseguidos a raíz de la intervención estatal. Salimos orgullosas de la consulta de nuestros médicos de familia y reclamamos con ellos un plan de choque para la atención primaria. Entramos con buen (mejor) pie en las clases de la universidad pública donde trabajamos. Exigimos, como premisa fundamental, que los ricos paguen sus tributos. Que las políticas públicas se atrevan de una vez por todas a implementar los procesos de reparación (memoria histórica); a planificar, regular, prohibir y derogar leyes (como la de extranjería); reclamamos la constante reflexión desde las instituciones del Estado de las de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo; y la de igualdad real y efectiva de las personas trans, de manera que nunca disminuyan los derechos adquiridos. Decidimos incluso apuntarnos a un sindicato “rojo” de toda la vida, y, cuando se nos aparece el fantasma de los trumpistas, visitamos encantadas los estupendos fondos de los museos nacionales, especialmente aquellos que tienen muy clara la necesidad de reescribir las narrativas dominantes.
A toda esta panda nos pasa lo mismo que a Emily Dickinson, que no nos gusta el paraíso, “porque es domingo todo el tiempo… y el recreo nunca llega”. Quizá porque el recreo pertenece al mundo del “entre”. Es el lugar donde abrevamos nuestra imaginación y nos entregamos a los asuntos más básicos de nuestra existencia: el pan con chocolate, las risas, las carreras, los abrazos. Ahora que somos mayores, en cada uno de los días de la semana –los anarcoides o los institucionales–, son necesarios también esos pequeños recreos –los “entres”–, para sentirse a salvo del peligroso juego binario (¡en tantos sentidos!), espacios de discusión colectiva donde acostumbrarse a los matices, los grises y las complejidades. Son momentos que, afortunadamente en estos días, vuelven a transcurrir entre abrazos y algunas cañitas. Para diferenciarse de los exabruptos tuiteros, se impone frecuentar lugares donde discutir (bajito) y a ras de cuerpo. “Llegar tarde a las noticias” y estimular, con pensamiento lento y de largo recorrido, la producción de otros imaginarios de futuro.
No se puede decir que estemos hechas un lío. Somos muchas las que apostamos por el “entre” desde que el 15-M nos volara (intergeneracionalmente) la cabeza. Ojalá estuviéramos liadxs, en otro sentido, es decir, el de contraer alianzas con alguien. O, por salir de la RAE, ojalá –en las próximas elecciones, por ejemplo– la liáramos de verdad, organizando colectivamente la tradicional melancolía de la izquierda. Votando “muy” bien (¡Ja! ¡Sr. Vargas Llosa!) e impidiendo así tanto el crecimiento del fascismo como el fascismo del crecimiento.
Soy de las que tres días a la semana se levanta con aires anarcoides y, los demás, pide a gritos un Estado fuerte que reciba las mareas blancas, verdes y moradas. Que escuche a la calle cuando clama una más amplia ley de la vivienda y las “renovables sí, pero no así”. Que el “gobierno de las togas” (Pallín) no...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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