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Tengo la suerte de vivir en Roma y, además, al lado de la Bocca della Veritá (la Boca de la Verdad). Se trata de una de las muchas atracciones turísticas de una ciudad con superávit de monumentos y donde, a menudo, los turistas no eligen bien. Muchos ni se fijan en el cercanísimo y espectacular Arco di Giano, ni en la exquisita iglesia de San Giorgio in Velabro, pero son capaces de esperar horas bajo el sol para hacerse un selfie mientras meten la mano dentro de esa boca romana de mármol que supuestamente te la arranca de un mordisco si mientes, pero ¡hey!, ¿quién soy yo para criticarles? Al parecer, antes del advenimiento del smartphone, la Bocca vivía mucho más tranquila pero siempre fue un monumento algo inquietante, incluso para los propios romanos, aunque creo que ninguno de los que he conocido la ha visitado.
La célebre escultura, que cuelga junto a la puerta de la iglesia de Santa Maria in Cosmedin y que te mira a través de los ojos del dios Neptuno según unos, o de Júpiter, según otros, ha visto de todo en sus 2000 años de historia. Supuestamente nació para ser parte del templo de Hércules, en el mercado del ganado, aunque se dice también que pudo haber sido una fuente o incluso una decoración de la Cloaca Máxima, que pasaba por allí cerca. Fue una atracción importante del antiguo barrio griego y hasta tuvo un papel estelar en el cine, protagonizando esa escena en la que las mentiras planean sobre una pareja en ciernes: Gregory Peck casi mata de un susto a Audrey Hepburn cuando él finge haberse quedado sin mano tras meterla en la Bocca en el clásico de William Wyler Vacaciones en Roma.
Sin embargo, de todas las cosas de las que la Bocca della Veritá ha sido testigo, para mí, la mayor ironía es que la plaza en la que habita sea el lugar de encuentro en Roma para los ‘no-mask, no-vax’ y ya veremos que otros noes del futuro pandémico. Gente precisamente no conocida por su adicción a la verdad sino a las teorías conspirativas más peregrinas, y con los que convivo a mi pesar.
La primera vez que les vi, hace ya más de un año, fue mi hija quien los señaló: “Mira mamá, una minifestación!” ¡Qué gran momento cuando un niño acuña sin saberlo una nueva palabra! Ella quería decir manifestación pero, con siete años, se hizo un lío. Sin embargo, en esa plaza no había entidad de manifestación, eran tan pocos que lo de ‘minifestación’ resultó ser una la definición perfecta para aquel primer esperpento.
Durante aquellos días de junio de 2020, y tras haber sufrido uno de los confinamientos más severos del planeta, Roma se preparaba para sus vacaciones de verano y se encontraba, desconcertada, con el primero de muchos colectivos de mentirosos: los que se oponen al uso de mascarillas e identifican la palabra libertad con contagiar libremente al vecino porque la mascarilla les resulta sinónimo de dictadura. La ciencia y los hechos demostrados por ella –que la covid-19 se contagia por el aire– parecían importar poco, y eso que estaban frente a la Bocca della Veritá y aún había miles de muertos diarios en todo el planeta.
Desde entonces ha pasado más de un año, la vacuna nos ha ayudado a recuperar parte de nuestras vidas, aunque muchas se hayan perdido por el camino, pero los ‘no-mask’ no han muerto, al contrario, han mutado en ‘no-vax’. Tenemos minifestaciones constantemente. A veces hacen mucho ruido y salen de la plaza de la Bocca della Veritá para dar la lata en otras partes de Roma o incluso para destrozar un sindicato al más puro estilo mussoliniano. Al parecer los ‘no-vax’ y la extrema derecha se caen bien, en Roma y en todas partes, y a menudo se minifiestan juntos. Y cuando eso ocurre, lo cierto es que su número crece. Sin ir más lejos, los que asaltaron el Congreso en Estados Unidos tampoco eran partidarios de las mascarillas o las vacunas, pero allí, parece claro, el cóctel incluía todo tipo de linajes.
La cuestión es que llevamos un año con este asunto de las minifestaciones anti-vacunas, y la Bocca y yo las sufrimos porque nos tocan debajo de casa pero el verdadero dolor es verlas constantemente reflejadas en los telediarios, en los periódicos, en las redes sociales, ocupando el espacio mediático que se merece una manifestación pero siendo sólo minifestaciones en el mundo real. Claro, cuando se les dispara el tornillo y sus amigos ultraderechistas aprovechan para unirse a la protesta y la emprenden a golpes con un sindicato, obviamente tienen que ser noticia. Ocurrió el pasado 9 de octubre en un país que hace 100 años aplaudía la entrada de Mussolini en el parlamento como representante del partido fascista, crecido a la sombra del destrozo diario de sindicatos y organizaciones similares en las que no se rompían solo puertas y ventanas, sino cabezas y costillas de personas. Y eso sí era real. Así que revivirlo causó un miedo ancestral en Italia, hasta tal punto que se está discutiendo si ilegalizar al partido Forza Nuova, cuyos miembros tomaron parte en el asalto al sindicato Cgil aquel día, justo antes de que entrara en vigor la obligatoriedad de tener el Certificado Verde de vacunación para acceder al puesto de trabajo.
Para los que quieran saber más sobre cómo fueron las cosas hace cien años, les recomiendo la biografía novelada de Mussolini M de Antonio Scurati. Asusta leerla con ojos de hoy porque muchos acontecimientos de entonces parecen estarse repitiendo. Por ejemplo, que los fascistas empezaron siendo cuatro gatos a los que nadie daba mucha bola excepto los diarios, en concreto, el que dirigía el propio Mussolini. Y sin embargo, en apenas tres años, y subidos a lomos de la violencia, acabaron gobernando Italia.
Todos estamos a favor de la libertad de manifestarse y minifestarse pero yo creo que igual que los turistas se equivocan y deberían aprovechar sus tres días en Roma viendo espectáculos inmensos como las Termas de Caracalla o de Diocleciano, el Pantheon o el claustro del Bramante en lugar de hacer colas interminables para conseguir un selfie frente a La Bocca, estas minifestaciones deberían dejar de ser noticia porque como los virus, hacen daño. Ya ocurrió con Trump, que tenía cuatro seguidores cuando empezó en su carrera hacia la Casa Blanca y tras convertirse en fenómeno viral gracias a la prensa, llegó a presidente.
Los virus, como bien sabemos, no acaban bien. Empiezan como una anécdota, en la esquina de un periódico y luego se reproducen como esporas. Y por desgracia, la Bocca della Veritá no les va a morder la mano a quienes los propagan.
Tengo la suerte de vivir en Roma y, además, al lado de la Bocca della Veritá (la Boca de la Verdad). Se trata de una de las muchas atracciones turísticas de una ciudad con superávit de monumentos y donde, a menudo, los turistas no eligen bien. Muchos ni se fijan en el cercanísimo y espectacular Arco di Giano, ni...
Autora >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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