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En bastantes rupturas de parejas, la intensidad de los sentimientos –por llamarle algo– que se cruzan tienen la furia del Teneguía. Y llegar a un reparto ajustado de lo antes común es un ejercicio ímprobo de equilibrio. Cuánto más si lo común es la descendencia. Por eso, si hay un oficio para el que me considero absolutamente negado, junto con el de profesor de autoescuela, es el de juez. Y sobre todo el de juez de familia, porque estos ni siquiera pueden aplicar, que yo sepa, lo de in dubio pro reo. Así que no tengo ni ánimo ni conocimiento para cuestionar el famoso auto de María Belén Ureña Carazo, magistrada-juez del Juzgado de Primera Instancia Número 7 de Marbella y su partido, que determinó que la custodia del infante XXXX, de 13 meses de edad, debería corresponder al padre, R. A. L., de 34 años, residente en Marbella (Málaga), y no a su madre, L. C. P., de 30, afincada en Torea (Muros).
La decisión tendrá unos fundamentos de derecho sólidos como los siete pilares de la sabiduría y, si la ley impide a un progenitor trasladar a un hijo a otra parte del territorio sin el consentimiento del cónyuge, todo apunta a que la señora LCP lo ha hecho. Pero los argumentos en los que se sustenta son palos de gallinero, llenos de xenofobia y clasismo y revelan que en la sociedad española hay pocas cosas más profundas, rancias y apartadas de la realidad que la judicatura. Que algunos –o bastantes– de sus miembros, vamos.
De entrada, no discuto que ella pueda ser Cruella De Vil y él el doctor Schweitzer. La magistrada-juez llega a esa conclusión, después de analizar los whatsapps, escritos y de audio, “de los que se desprende la actitud caprichosa, egoísta, inmadura, agresiva e irrespetuosa de la Sra. C., que no ha acreditado causa alguna que justifique el traslado del menor a Galicia, más allá de su mera conveniencia personal, anteponiendo sus propios intereses a los de su hijo”, reza el auto. “Pero no queda todo aquí” –insiste la jueza– “la actitud de la Sra. C. hacia el Sr. R. A. es de una hostilidad y una falta de respeto inadmisibles, con insultos y risas fuera de lugar, ya no por ser una persona, que también, sino porque es el padre de su hijo, figura paterna que quiere eliminar de la vida del niño”. Las misivas del padre deben de destilar la elegancia y la gentileza del mejor Luis Alberto de Cuenca, porque el texto judicial no las menciona, ni Dª María Belén Ureña hace análisis de texto de los mismos ni conjetura alguna del carácter del autor.
No es solo que la madre peque de excesiva vehemencia en el uso de la mensajería instantánea y el padre sea un ejemplo de contención. El auto del juzgado marbellí de primera instancia nº 7 parece atribuir la intención de ella de retirarse un par de años a su aldea para dedicarse exclusivamente a cuidar de su abuela y de su niño, hasta que llegue la edad de escolarizarlo, en algo así como convertir a su hijo en Kaspar Hauser o en Mowgli, el niño de la selva. “XXXX nació en Marbella, está inscrito en el Registro Civil de Marbella, la vivienda de Marbella, que fue alquilada por ambos progenitores, ha sido la de XXXX durante toda su vida”. Desarraigar a la criatura después de doce intensos meses en su ciudad natal y en la casa en la que siempre ha residido es duro, pero es que además, “Marbella es una ciudad cosmopolita, que tiene todo tipo de infraestructuras, con todo tipo de colegios para poder educar a un niño, públicos o privados, con un buen hospital, en el que, además, trabaja su padre como médico, y que, en definitiva, ofrece múltiples posibilidades para el adecuado desarrollo de la personalidad de un niño y para que crezca en un ambiente feliz. Lo que no sucede con la pequeñísima población en la Galicia profunda, a la que se ha trasladado la madre, lejos de todo, en la que ni siquiera la madre tiene opciones laborales, si bien ella misma ha demostrado la nula intención de buscar trabajo, pues pretende estar dos años criando a su hijo”. Al parecer, es mucho mejor que te crie un padre que por la mañana trabaja en un hospital público y por las tardes atiende en dos centros privados.
Conocí hace años a un médico holandés que, después de varios años de trabajar como voluntario en distintos escenarios bélicos, sobre todo en África, se había venido a vivir a una pequeña población de la Costa da Morte, no lejos de Torea, con su esposa, una enfermera española con amplia trayectoria en la misma ONG internacional. “Mi mujer quiere que, para vivir en un sitio pequeño, nos mudemos a su pueblo [ella era originaria de un sitio de esos que ahora etiquetamos como España vacía], pero aquí la gente es abierta, ha viajado por todo el mundo, la mentalidad es distinta”, me confesaba. La jueza Ureña se sorprendería si supiese que la mayoría de los ganaderos recibe hoy en su móvil en tiempo real los análisis de la leche de su explotación, estén en la Galicia profunda o en la abisal (siempre que escojan una compañía que tenga cobertura en el lugar, eso sí). Y hablando de abismos, yo no estaría muy tranquilo si mi hijo se educase en según qué Marbella “profunda”.
Sinceramente, no sé dónde está Ana Iris Simón cuando se la necesita.
En bastantes rupturas de parejas, la intensidad de los sentimientos –por llamarle algo– que se cruzan tienen la furia del Teneguía. Y llegar a un reparto ajustado de lo antes común es un ejercicio ímprobo de equilibrio. Cuánto más si lo común es la descendencia. Por eso, si hay un oficio para el que me considero...
Autor >
Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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