Temporada cero
Normales, profesionales, modernos: unidad policial marca España
Aunque el discurso identitario y nacionalista de ‘La Unidad’ resulta menos violento que las narrativas xenófobas que vemos campar a sus anchas, su imaginario normalizador continúa insistiendo en un Estado unido y neoliberal
Ana Sánchez Acevedo / Alberto Carpio 22/11/2021
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El mercado de series españolas “de calidad” logró con Crematorio (Canal+, 2011) su primer hito avalado por la crítica. Era una propuesta de pocos capítulos, con una impronta narrativa y estética que se consideraba superior al nivel habitual. La producción seguía el modelo de las cadenas de pago estadounidenses, desligándose económicamente de la dependencia publicitaria para ofrecer un producto diferencial que pudiera atraer a nuevos consumidores, orientándose a un público que buscaría ofertas de entretenimiento audiovisual “mejor elaboradas”. La Unidad, producida para Movistar+ y estrenada en mayo de 2020, continúa en esta línea sumándose a otros proyectos de la cadena, que intentan presentar una imagen actualizada, moderna e internacional de la industria de ficciones seriales del país.
Surgido de la adquisición de Canal+ por Telefónica en 2015, Movistar+ se asocia, como su antecedente, con el espectro ideológico progresista, socialdemócrata y reformista del Estado Español. Los consumidores de Canal+, hasta entonces propiedad del Grupo Prisa, se alejaban de la imagen cultural nacional rancia, arraigada en el franquismo, para presentarse como europeos aggiornados, acorde con los logros modernizadores del país. La Unidad lleva esta dimensión a un área en potencia controvertida por sus implicaciones estructurales e históricas, pero aquí tratada desde una lógica consensual que omite sus aspectos verdaderamente conflictivos: la policía. El foco está puesto en las élites de las fuerzas de seguridad del Estado, representadas en la unidad antiterrorista de la Comisaría General de Información.
La trama –con pulso de thriller norteamericano y escenarios espectaculares, sin tópicos españoles al uso– arranca con una operación múltiple coordinada entre varias ciudades, que lleva a la detención inesperada del líder yihadista más buscado del mundo, Salah Al Garheeb, lo cual coloca a España como objetivo preferente de nuevos atentados que los protagonistas tendrán que anticipar y evitar. La serie, que ya anunció una segunda temporada para 2022, apuesta por mostrar una imagen renovada de la policía nacional como vanguardia contra el terrorismo internacional. Desde el moderno edificio de cristales con aires de compañía privada que sirve de centro de operaciones –trasunto idealizado del complejo policial de Canillas en Madrid– hasta la internacionalización de las localizaciones y el elenco, todo está dispuesto para subrayar el alto nivel de desempeño, profesionalidad y competencia de nuestras fuerzas securitarias.
El acento promocional está puesto sobre aquello que la ciudadanía de a pie necesitaría no ver ni saber para que todo funcione: “Profesionales necesariamente invisibles con misiones desconocidas para proteger a miles de personas mientras intentan resolver unas vidas privadas que su oficio, en parte, les ha arrebatado”, según explica la sinopsis de la web oficial. Por oposición a las hoy famosas cloacas del Estado, estarían estos héroes secretos que nos cuidan; excepcionales por su mérito, oficio y sacrificio, pero también y sobre todo normales, con problemas personales corrientes, como se encargan de subrayar tanto la narrativa ficcional como la publicitación y la crítica de la serie.
Esta insistencia en la normalidad –muy patente en el guion, y en la que abundaba un artículo publicado en El País para el estreno– conecta a su vez con el tipo de nacionalismo “blando” y reformista que La Unidad sostiene en lo simbólico. Su lógica es afín a las fantasías normalizadoras de la post-transición democrática que Luisa E. Delgado analiza en el ensayo La nación singular (Siglo XXI, 2014): la idea subyacente de una España amenazada por “anormalidades” (bajo formas diversas: atrasos culturales, polarización política, conflictos identitarios y territoriales …) que hay que conjurar mediante el reclamo constante de unidad y consenso (la pretendida normalidad) como base de los imaginarios nacionales. En este caso, la amenaza procedería de un enemigo común, el terrorista islámico, que se convierte en factor de cohesión: ante el yihadismo, todos los españoles –de Madrid o de Girona (los dos lugares donde se concretan los atentados), nativos o no– seríamos iguales, unidos en la medida en que respetemos la premisa consensual. Es decir, mientras seamos españoles normales, aquí en un sentido moderadamente progresista y moderno.
Este subtexto ideológico está manejado con cierta sutileza, desvinculando a los policías de un discurso nacionalista obvio, tratándolos como profesionales modélicos sin adscripción política. Con excepción de un estrambótico “¡Marca España!” que grita un actor muy secundario en el primer capítulo para celebrar la captura del líder terrorista, la cuestión se lleva de modo más indirecto. Al contrario que tantas series policiales tramadas sobre la inquina poco disimulada contra colectivos estigmatizados, esta presenta una visión liberal del migrante que no está solapada con la del enemigo. En tiempos de arrebatos posfascistas, como los que promueven los miembros de Vox y buena parte del PP, esta propuesta podría parecer refrescante en términos de representación del otro. Pero las pretensiones modernizadoras de la serie no van más allá. Nada que apunte a factores de carácter estructural más complejos o polémicos.
Tal como resume un policía marroquí que colabora crucialmente con la unidad en el último episodio: “Esto no se trata de religión ni de cultura. Es como las películas. Los buenos atrapan a los malos”. Hay musulmanes “malos”, con diversos grados de fanatismo o de interés en los réditos económicos del terrorismo, y musulmanes “buenos”, migrantes integrados que trabajan en la policía o colaboran con ella, se sacrifican por nuestro país si es necesario, hablan bien español. La reducida conflictividad política se limita a una serie de lugares comunes muy generales y aceptados, que aparecen de hecho despolitizados como tales: algunos altos cargos ineptos, desinformados u oportunistas con los que los protagonistas tienen que lidiar; las complicaciones para movilizar recursos que dependen asimismo de esas jerarquías; la rigidez de los medios legales de que se dispone para intervenir en situaciones de peligro extremo y urgente. Las pocas alusiones al abuso policial están o bien desplazadas a otras latitudes (nosotros no lo hacemos, en otros países sí), o bien convertidas en subterfugios del enemigo (hay un personaje que se autolesiona para inculpar a la policía), o tan minimizadas, relativizadas y justificadas por las circunstancias excepcionales, que no cabe otra opción para el espectador que asentir. El espectro de ETA, difícil de esquivar en una trama sobre terrorismo, se traslada a los antecedentes familiares. Los dos protagonistas principales –la jefa de la unidad y su expareja, también policía del grupo– son hijos de policías antiterroristas, uno de ellos fallecido en servicio. Convenientemente, ese pasado aparece superpuesto al terrorismo yihadista, sin mayores diferenciaciones.
El progresismo despolitizador de la serie implica al mismo tiempo un horizonte de normalización neoliberal. Junto con el aludido “¡Marca España!”, se hace referencia al cuerpo de policía como “la compañía”, un tic que lamentablemente remite a la realidad: “la empresa”, lo llaman también los policías, aunque se trate de un servicio público pagado por todos. Todo el desarrollo narrativo se atiene al modelo clásico de intriga mediante la sustracción de información, a lo que se une la muleta melodramática para el ámbito privado (alerta spoiler): la protagonista tiene cáncer y lo oculta para no preocupar a nadie, mientras sigue haciendo eficientemente su trabajo a pesar de las circunstancias. Uno se pregunta qué aporta esta línea argumentativa, aparte de manipular empáticamente al público e incidir en la normalidad excepcional de estos sacrificados profesionales, que sobre todo son personas como nosotros. A ello se suma un feminismo liberal de baja intensidad, con dos personajes femeninos –por lo demás bastante heteronormativos– en posiciones de poder, algún guiño a los micro-machismos, y un tratamiento previsible del machismo islámico.
Aunque el discurso identitario y nacionalista de La Unidad resulta menos violento y menos excluyente que las narrativas xenófobas incendiarias que vemos campar hoy a sus anchas, atizadas por las agendas de las derechas y ultraderechas, su imaginario normalizador continúa insistiendo en un Estado Español unido, consensual y neoliberal. Uno en el que sigue sin haber lugar para el verdadero disenso del que se nutre una política mínimamente democrática, en oposición a un régimen policial.
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Ficha técnica:
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Género: Policial, Suspense, Drama
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Año: 2020
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Creadores: Dani de la Torre, Alberto Marini
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País: España
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Dónde verla: Movistar+
El mercado de series españolas “de calidad” logró con Crematorio (Canal+, 2011) su primer hito avalado por la crítica. Era una propuesta de pocos capítulos, con una impronta narrativa y estética que se consideraba superior al nivel habitual. La producción seguía el modelo de las cadenas de pago...
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Ana Sánchez Acevedo / Alberto Carpio
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