1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

FRANCISCO MARTORELL / ENSAYISTA

“Padecemos un placer obsceno en sentirnos los más desgraciados de la historia”

Esther Peñas 20/11/2021

<p>El filósofo y ensayista Francisco Martorell Campos, autor de <em>Contra la distopía.</em></p>

El filósofo y ensayista Francisco Martorell Campos, autor de Contra la distopía.

Eduardo Ripoll

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Tras defender la necesidad de reinventar la utopía en Soñar de otro modo, el ensayista Francisco Martorell acaba de publicar Contra la distopía (La Caja Books), un texto que destapa, desde una óptica de izquierdas, las inconsistencias teóricas y las contrariedades políticas de las narraciones distópicas. Combinando la crónica periodística, la teoría cultural, la observación sociológica de la actualidad y el análisis de un gran número de obras literarias y cinematográficas, Martorell traza un mapa del territorio sin concesión alguna. 

BACK FREEDAY. Olvídate de mercachifles. Dona lo que puedas y formarás parte de la comunidad de CTXT un año. Desde 10 euros.

¿Hasta qué punto la distopía es el reverso menos amable de la utopía?

La frontera entre utopía y distopía es porosa. No tratamos con polos opuestos o excluyentes. En toda utopía habita una distopía potencial, sea porque la civilización que retrata posee rasgos susceptibles de desembocar en el totalitarismo o porque el lector tiene una tabla de valores diferente y experimenta desagrado ante ella. También pasa al contrario, que en toda distopía palpita una utopía implícita, inferida de la negación o reformulación del orden sociopolítico descrito. Además de estas convivencias casi siempre involuntarias, existen distopías diseñadas ex profeso para albergar impulsos utópicos y conatos esperanzadores. Son las denominadas “distopías críticas”, protagonizadas por colectivos subversivos que combaten en el porvenir a regímenes inhumanos de índole fundamentalista y/o capitalista, a veces con éxito. En cualquier caso, no creo que la utopía sea por obligación más amable que la distopía. A fin de cuentas, la utopía nace de la misma certidumbre que la distopía: la de que el mundo apesta. Sin esta constatación pesimista, no hay utopía que valga. Utopías como Los desposeídos, La mujer al borde del tiempo y Marte verde no son ejemplos de amabilidad o candidez que digamos, cualidades que sí son achacables a muchas distopías.

¿Cuánto de verdad contienen las distopías?

A mí me gusta analizar la distopía desde dos ángulos. En el primero, aparece como un diagnóstico deliberado y desencantado sobre la civilización, el progreso y el ejercicio del dominio. Por regla general, las tesis “verdaderas” de dicho diagnóstico conviven con apreciaciones inexactas. Contemplada desde el segundo ángulo, la distopía aparece igual que los demás artefactos culturales: como un síntoma de las contradicciones no resueltas del sistema en un momento dado. Eso sucede, por ejemplo, cuando el relato confiere el don de la resistencia a un individuo solitario, o cuando afea el acto revolucionario o identifica la emancipación con el regreso a la naturaleza, o cuando opone de manera tajante realidad y apariencia, libertad e igualdad, humanidades y tecnología, sentimiento y razón. En este ámbito, también se puede decir que la distopía expresa verdades. Verdades, claro está, enunciadas inconscientemente y formadas por contenidos de la ideología dominante. 

La utopía nace de la misma certidumbre que la distopía: la de que el mundo apesta

¿La distopía pone en entredicho al sistema capitalista o lo corrobora?

En tanto que género, la distopía no acostumbra a preconizar el fin del capitalismo, sino a justificarlo. Cuantitativamente, siempre ha sido mayor el montante de relatos distópicos que demonizan regímenes inspirados en el socialismo: relatos confeccionados para que la gente se asuste de los proyectos izquierdistas de transformación y asuman sin rechistar los valores liberales y/o conservadores (la libertad del individuo, la familia, la intimidad, la tradición y demás). Es verdad, no obstante, que la distopía cuenta desde sus orígenes con una corriente anticapitalista relevante, y que a lo largo del siglo XXI ha aumentado el volumen de distopías dedicadas a reprobar al capitalismo. Pero, salvo excepciones como Jennifer Gobierno, La chica mecánica y títulos minoritarios como Sleep Dealer, la mayoría de aportaciones recientes no pueden tildarse de anticapitalistas en sentido estricto. Lo que de verdad patrocinan es el capitalismo con rostro humano, fantasía subyacente a Wall-E, 3%, Elysium, In Time, Ready Player One, El corredor del laberinto y otras muchas historias semejantes. A pesar de su talante moderado, el sentido común nos dice que tales producciones deberían alentar, por poco que fuera, la indignación y susceptibilidad hacia el sistema capitalista. No parece que sea el caso. Dado el gran impacto de las distopías citadas, los efectos contestatarios ya deberían notarse. ¿Alguien los nota? Yo no. Tal vez, estas ficciones solo reafirman a los ya convencidos, o despiertan la duda en personas puntuales, eventualidades insuficientes para hablar de una capacidad de politización y reclutamiento mínimamente significativa, que trascienda la adopción del atrezzo correspondiente en esta o aquella manifestación. Es importante reparar, asimismo, en que el aluvión actual de distopías que eligen al capitalismo como diana prospera en un contexto desprovisto de alternativas, neoliberalizado de arriba a abajo. Si nos atenemos a las evidencias, resulta obvio que al sistema no le hace daño ser desacreditado. Mientras sus oponentes se limiten a denunciarlo y no conciban nuevos modos de organización política que ilusionen a la gente, dormirá a pierna suelta. Lejos de sentirse perturbado por las críticas, el capitalismo las impulsa y utiliza como carburante. Su hegemonía es de tal envergadura que las absorbe, las procesa y, finalmente, las evacúa en forma de mercancía con la que entretener a las masas y conseguir pingües beneficios, eventualidades que cualquiera puede constatar si se fija, fuera de la distopía tal cual, en las paradojas acarreadas por El juego del calamar. Mark Fisher señaló a propósito de Wall-E que la ideología capitalista es hoy anticapitalista. Enzo Traverso me comentó durante una entrevista algo análogo a propósito de La casa de papel. Sospecho que ambos tienen razón, que en la situación reinante la crítica desprovista de alternativas colabora en la reproducción de lo criticado y nos acostumbra a prescindir de ideas para superarlo. 

¿Hay algo de masoquismo por esa querencia por las distopías tan en boga en series, libros, películas...?

Lo que a mi juicio padecemos es una autoindulgencia ilimitada, un placer obsceno en sentirnos los más desgraciados de la historia y los culpables de todos los males imaginables, apreciaciones que confluyen en el sentir de que estamos a punto de recibir castigos demoledores. Beneficiada por tal atmósfera, la distopía se hace multitudinaria, desborda su hábitat constitutivo y condiciona el grueso de imaginarios culturales. Vehicula la fascinación por el apocalipsis y la primacía del miedo típicas de nuestras sociedades. Que se haya convertido en una moda triunfal financiada por los grandes estudios y las principales editoriales y plataformas no es más que la punta de iceberg de procesos más amplios y transversales. La pose decadentista cotiza al alza, especialmente en la teoría cultural, consagrada a lanzar jeremiadas sobre el colapso, el exterminio y el control absoluto. Los profetas del desastre con ínfulas eruditas detectan riesgos muy serios y delatan ignominias intolerables, pero sin insinuar ninguna solución inteligible. Atrapado por el halo distópico, el pensamiento sucumbe a las mismas paradojas que las distopías de la ciencia ficción y se encharca en un bucle de diagnosis, reprimendas y advertencias que no inquietan a nadie ni cambian nada. Por increíble que parezca, es el tipo de pensamiento que más beneficia al sistema. Aporta conocimiento sobre los efectos e idiosincrasias del poder mientras reprime cualquier esperanza capaz de desafiarlo.

¿Por qué no existen alternativas inspiradoras, intentos “de engendrar un ordenamiento social distinto”?

Por una parte, a causa de la preponderancia del sesgo distópico que acabo de comentar. Por otra, porque el capitalismo ha coronado la globalización y es harto complicado esquivar sus coordenadas y alumbrar alternativas dignas de ese nombre. Si intentamos imaginar futuros civilizados, justos y prósperos donde el sistema capitalista no exista, descubriremos que la imaginación se encuentra predeterminada por él y que resulta necesario depurarla. Por suerte, y después de más de cuatro décadas, empieza a tomarse conciencia de la gran relevancia de este asunto. El decrecentismo, el aceleracionismo y el solarpunk son muestras heterogéneas de la ambición, todavía en ciernes, de abandonar la zona de confort distópica y reconquistar utópicamente el futuro.   

¿El género distópico es más proclive a los postulados de la izquierda?

En absoluto. En un capítulo del libro desvelo que el género distópico rebosa de obras ultraconservadoras, explícitamente antiecologistas, antifeministas y antisocialistas. Mención aparte merecen las muy desconocidas distopías retrógradas españolas publicadas en las cuatro primeras décadas del siglo XX. O los usos reaccionarios de la distopía en la actualidad, con los ultraderechistas españoles, los conspiranoicos trumpistas de Estados Unidos y personajes de la talla de Froilán de Marichalar apropiándose de la simbología de 1984, Matrix o V de Vendetta. Sin olvidar a Los juegos del hambre, Divergente y el conjunto de distopías juveniles más famosas, alegorías aparentemente empoderadoras y pro-revolucionarias que a poco que se las examine con seriedad se muestran como auténticos aparatos de propaganda del individualismo y el libre mercado. Adonde quiero llegar es que el éxito de la serie El cuento de la criada no debe hacernos perder de vista que el repertorio distópico se amolda a cualquier ideología política. Cierto es, lo dije antes, que hay distopías izquierdistas, pero el análisis certifica que también producen efectos conservadores a día de hoy. Hasta las más insurrectas colaboran del cierre ideológico que bloquea la imaginación e incentivan conductas contemplativas, fatalistas o defensivas.

El éxito de la serie El cuento de la criada no debe hacernos perder de vista que el repertorio distópico se amolda a cualquier ideología política

¿Existe el peligro de que la gente crea que con ver distopías toda lucha política está resuelta? (en el sentido de que hay quien piensa que escribir algo en Facebook es ir a la guerra, mostrar su lucha anticapitalista).

Algo de eso ocurre. En los años noventa, abundantes intelectuales de vanguardia pensaban que deconstruir textos era una intervención política radical de gran relevancia, en la medida en que sacaba a relucir los modos en que el malvado falogocentrismo maniobra en las catacumbas del canon literario y filosófico occidental. Hoy este textualismo corre paralelo a la distopización de la cultura y da pie a que determinados individuos con arrebatos reivindicativos vean saciada su inclinación a sentirse rebeldes, escépticos e incisivos leyendo y viendo distopías. 

¿Por qué “toda distopía legitima el presente”?

Por la metodología que emplea. Porque compara el presente con un futuro peor. Sea conservadora o progresista, llamamos distopía a un relato que describe una civilización venidera más injusta, represiva y cruel que la del lector. La consecuencia inevitable es que el presente siempre resultará preferible por comparación. Incluso en las obras que quieren cuestionarlo, se abre paso el “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, el sentir placentero de que, al fin y al cabo, no estamos tan mal, que las cosas podrían ser peores, que, pese a las imperfecciones de la sociedad circundante, tenemos suerte de no vivir en el universo de la novela o la película en cuestión. Cuando la gente dice que ya vivimos en una distopía, se deja llevar por la moda y utiliza mal el término. La distopía es, por definición, peor que el presente, no importa lo terrible que este sea. Su objetivo no es otro que atemorizar a la gente para que salga de la inopia, pase a la acción y evite que los peligros narrados (el socialismo totalitario, el capitalismo sin cortapisas, el integrismo extremo, el colapso climático…) se hagan realidad. El problema, me parece, es que las amenazas no inmediatas, concernientes al futuro, dejan indiferente a gran parte del personal, que se resiste a alterar su modus vivendi y cede la responsabilidad de gestionar el desaguisado a los descendientes. Además de esto, la saturación de distopías es tan desproporcionada que el público se ha habituado a las predicciones aciagas y ya no experimenta miedo alguno. 

Las historias que las sociedades se cuentan a sí mismas influyen de manera decisiva en sus expectativas, emociones y actitudes

¿Qué le llevó a escribir el libro?

La exigencia personal de finalizar el proyecto que inicié con Soñar de otro modo. En ese ensayo focalizaba la crítica en la utopía moderna con vistas a desvelar sus contraindicaciones y sugerir vías para gestar utopías renovadas. Aunque ya dejaba constancia de que el apogeo de la distopía era un obstáculo añadido para los objetivos de la izquierda, no profundicé en el asunto. Ahora lo he hecho. No ha sido un libro fácil de escribir. Mal que bien, puede considerarse pionero. Existen, ciertamente, libros muy buenos sobre la distopía, pero todos ellos pecan de un exceso de formalismo y coinciden en exaltarla. Faltaba uno dedicado a radiografiar sus aspectos sospechosos, materia que solo habían abordado artículos o pasajes breves, centrados en temáticas y obras específicas.  Por otro lado, es cada vez más habitual escuchar a personas lamentarse de que hay muchas distopías y pocas utopías. Cuando menos te lo esperas, alguien lo dice. Pues bien, mis dos libros nacen del deseo de dotar de contenido a ese dictamen y ayudar a que no acabe reducido a la categoría de eslogan inofensivo, mantra bienintencionado o rótulo de la Vanity Fair.

La distopía es contraproducente porque estimula, en el peor de los casos, la desmovilización resentida, y en el mejor la movilización reactiva, limitada a evitar males mayores

¿Cómo encara la crítica de un género tan amplio y diverso como la distopía?

Mis reproches a la distopía parten del supuesto de que las historias que las sociedades se cuentan a sí mismas influyen de manera decisiva en sus expectativas, emociones y actitudes. Puesto que actualmente esas historias son principalmente distópicas y sus secuelas prácticas no se antojan, visto lo visto, prometedoras para los intereses progresistas, me parece urgente indagarlas y someterlas a juicio. Las diatribas que lanzo contra la distopía son de carácter político y tiran de muchos hilos. Puestos a sintetizarlos, diría que giran en torno a tres circunstancias: al papel reconciliador que desempeña el género distópico en la sociedad contemporánea, a los impactos negativos que deja en los receptores y a las inconsistencias conceptuales en las que se basa. Los dos últimos apartados resultan de especial interés, pues muestran que la distopía no solo es contraproducente ahora mismo porque armoniza con, y es promovida por, las tendencias sistémicas en curso (generalización del miedo, impotencia ubicua, ausencia de alternativas). Ni siquiera porque gran cantidad de distopías sigan haciendo caso omiso de quién manda ahora y continúen alertando de lo malignas que son la planificación social, la igualdad y la colectividad. La distopía es contraproducente porque, al margen del ideario que profese cada texto particular, estimula, en el peor de los casos, la desmovilización resentida, y en el mejor la movilización reactiva, limitada a evitar males mayores, no a alcanzar nuevos bienes. Por si esto fuera poco, el análisis de las novelas, películas y series distópicas certifica que tratamos con un discurso que depende, salvo contadas excepciones, de unas nociones de individuo, Estado, revolución, tecnología, naturaleza y realidad profundamente cuestionables y simplistas, incluso despolitizadoras, con independencia del tipo de distopía de que se trate (contrarrevolucionaria o revolucionaria, de la automatización o del yo contra el mundo, de la realidad virtual o del yo confinado, etcétera).

Si tuviera que recomendar un par de títulos distópicos imprescindibles, ¿cuáles serían? 

Recomendaría muchos. Mi propósito, vaya por delante, no es que la gente deje de consumir distopías, sino que lo haga con sentido crítico y a sabiendas de que es preciso equilibrar la balanza y consumir o, mejor todavía, concebir utopías si de verdad esperamos retomar la iniciativa política. Dicho esto, aconsejaría La parábola del sembrador, inicio de una trilogía que quedó inconclusa justo en el momento en el que la autora, Octavia Butler, iba a reemplazar la crítica del futuro atroz rendido a la extrema derecha y el cambio climático por la descripción de la sociedad alternativa edificada por los rebeldes en otro planeta. También recomendaría la película Hijos de los hombres (Alonso Cuarón, 2006), guiño a los activistas de mediana edad para que aparquen el nihilismo pasivo del cascarrabias y vuelvan a comprometerse cuando todo parece perdido. Y no hay dos sin tres: el cómic Transmetropolitan, ácida y divertidísima soflama anti-neoliberal no exenta de claroscuros.

Tras defender la necesidad de reinventar la utopía en Soñar de otro modo, el ensayista Francisco Martorell acaba de publicar Contra la distopía (La Caja Books), un texto que destapa, desde una óptica de izquierdas, las inconsistencias teóricas y las contrariedades políticas de las...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autora >

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. joamella

    Totalmente de acuerdo con lo expresado en a entrevista, las matizaciones serían tan leves que el uso de "totalmente" es apropiado. Llevo años pensando sobre el tema y la única alternativa que seme ha ocurrido es la de elevar las conversaciones de bar a conversaciones con argumentos, es decir, intentar que el lenguaje, la mirada a nuestro entorno, sea una mirada crítica argumentada pero no pesimista respecto de las muchas dificultades para argumentar, otra vez la palabra, alternativas reales y posibles, o que al menos merezca la pena luchar por ellas.

    Hace 2 años 11 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí