BEGOÑA MÉNDEZ Y NADAL SUAU / ESCRITORES
“Nadie quiere ya sorpresas, ni en la cama ni en los libros”
Esther Peñas 2/10/2021
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Reapropiarse de una fórmula, de un símbolo, de una institución un tanto desvencijada, con las costuras sueltas, y hacer de ella un acto de psicomagia, un lugar desde el que construir una retícula de afectos y desde el que entenderse como amante y amado pero sin pasar por el aro de las convenciones, que nadie se equivoque. El resultado, una larga conversación de a dos a propósito de esta decisión: El matrimonio anarquista (Hurtado y Ortega), escrito y sacramentado por Begoña Méndez (Palma, 1976) y Nadal Suau (Palma, 1980).
¿Cuánto tiene de indómito y de eterno un matrimonio anarquista?
B.M. Tratamos de ser ingobernables en nuestras respectivas escrituras; en ese sentido, me gusta pensar que la literatura es un gesto libertario, o que puede serlo, un territorio de búsqueda donde es imposible que nos domeñen porque, ¿quién puede cancelar nuestra necesidad de leer y de escribir para comprender mejor el mundo en el que vivimos? ¿Eterno?, imposible: ahí está el horizonte de la muerte, juntando tierra y cielo, haciéndonos pequeños y prescindibles. Así que tal vez no solo concebimos la escritura como espacio de libertad, sino también como lugar donde descansar del peso de ser tan leves.
N.S. De eterno, no tiene nada: no quiere serlo, porque aspira a no perpetuar ninguna estructura (en nuestro caso, ni siquiera el linaje); y no puede serlo, porque su final, como dice Begoña, es la muerte. Indómito sí debería serlo, pero ahí radica una de las claves del libro: nosotros no logramos encarnar plenamente ese oxímoron tan esperanzador del “matrimonio anarquista”, no alcanzamos la coherencia o el valor necesarios para ello. A cambio, no ocultamos esas limitaciones y las ofrecemos al lector para que haga con ellas lo que considere oportuno.
¿De qué depende la prosperidad y la solidez de la “institución” que ustedes formaron?
B. M. En primer lugar, de la voluntad de construir juntos un proyecto de vida, ahí donde vida significa construir lazos con los otros, trabajar por mejorar nuestro entorno, alimentarnos, amar y amarnos. La literatura es parte fundamental de nuestro matrimonio, una herramienta para tejer vínculo y conocimiento. El matrimonio anarquista es una conversación epistolar entre esposo y esposa, pero es también un ensayo sobre cómo establecer relaciones afectivas de un modo responsable y libre, e incluso liberador. Siempre imperfecto y en peligro de derrumbe, la solidez relacional pasa por la palabra, es decir por no dejar de conversar nunca.
El matrimonio ha sido como pasar de escribir en verso libre a someternos a la estructura del soneto
N.S. Añadiría que también depende de la prosperidad y la solidez de nuestros amigos, vecinos, interlocutores, compañeros, alumnos, etcétera. Un matrimonio no está solo, ni siquiera si lo deseara. Y nosotros no lo deseamos.
¿Qué cambia –si es que lo hace algo– en el amor el matrimonio?
B.M. Cambia, sobre todo, el modo en el que el afuera te percibe. Por eso hablamos del matrimonio como entidad política, es decir, como organismo de aparición y actuación en el espacio público. Y después está la importancia que, personalmente, se le quiera dar al rito. Casarse es realizar una performance y estar casados es la consecuencia material de esa representación. En mi caso, más allá de la declaración pública de intenciones, fue un acto de psicomagia, es decir, un ademán poético que me guardo para mí.
N.S. El matrimonio ha sido como pasar de escribir en verso libre a someternos a la estructura del soneto (por mencionar un tópico casi tan sonrojante como el de una boda), empeñados en dilatar desde dentro esa forma tan anquilosada hasta que se rompa y se convierta en otra cosa. Ha sido un ejercicio de apropiacionismo, en definitiva. Así que, como insinúa Begoña, diría que para nosotros ha implicado sobre todo un gesto literario, estético, ritual. También podría decirse lo mismo con una metáfora arquitectónica: necesitábamos un búnker a nuestra medida para protegernos de las tonterías del mundo, así que hemos ocupado una vieja ruina casi abandonada, el matrimonio, para hacer con ella lo que queramos.
¿El humor –pienso en la anécdota del llanto y el pañuelo durante la ceremonia– cuánto de aliado tiene y cuándo se vuelve adverso?
B.M. El humor no puede ser nunca enemigo de una relación; si se gira en contra es que la risa salvífica ha mutado a resquemor disfrazado de cinismo, a risa estéril. El humor lima asperezas, desmonta solemnidades, subvierte el orden establecido, pero no abre heridas en los cuerpos ni daña a las personas; si eso ocurre, estamos ante un caso de violencia.
N.S. No hay crítica sin autocrítica y no hay humor si no es a cuenta, en primer lugar, de quien lo ejerce. Mientras estos dos requisitos no se pierdan de vista, no imagino cómo podría el humor ser otra cosa que un aliado. En el libro, me río un poco de mí mismo, pero esa es también una forma de cachondearme a costa de la pobre, vieja y ridícula masculinidad que a todos los hombres nos impusieron, y que se resiste a morir. Pobrecita: le guste o no, llegó su hora.
Veo mucha censura de cuerpos y de deseos, mucha reprobación de sexualidades, muchos nervios ante la carne y la diferencia
El amor, ¿todo lo puede? Si es que no, ¿hasta dónde puede, pues, el amor?
B.M. Me impresiona del amor su fuerza movilizadora, que es inmensa. Sin embargo, me temo que el amor no todo lo puede. Está la cuestión de clase, es decir, el problema del trabajo y del dinero, de la vivienda y del conocimiento, factores que puede erosionar profundamente las relaciones. De ahí la necesidad de establecer redes afectivas de apoyo mutuo, que es una de las características fundamentales por las que aboga el anarquismo relacional.
N.S. En esta relación, he descubierto que puede muchas cosas. Pero estoy de acuerdo con Begoña, también el amor topa con sus límites. Quizás sea mejor no responder a esa pregunta, no hacérsela siquiera, porque su misma enunciación ya supone el principio del final. Vamos a practicar un poco más el apropiacionismo, ahora a costa de un verso de Yung Beef: “Aunque no consiga nada, el amor tiene mucha ambición”. Mientras puede, lo puede todo. Luego, ya no. Saber en qué punto ocurre esa desaceleración es imposible.
Alguna de estas misivas está escrita de madrugada. ¿Conviene tomar decisiones al abrigo del alba o en la intemperie nocturna?
B.M. ¡Ah, el insomnio! Cuando no puedo dormir, aunque sea de noche, me levanto, preparo café y trabajo. Ese manto negro es como la variedad de uva con que se hace vino en Mallorca: de baja expresividad, pero de alta graduación alcohólica, de manera que mejor postergar las decisiones y dedicarse a corregir textos de mis alumnos o a escribir los míos propios.
N.S. Yo apenas tomo decisiones, ¡como para hacerlo de madrugada!
"No soporto el discurso puritano contra la exhibición de los rostros”. El puritanismo ¿se ha asentado no sólo allí donde se le espera siempre, sino en cierta izquierda, especialmente en lo referido a las relaciones hombre-mujer?
B.M. Me parece que hay una tendencia general, también desde un cierto feminismo, a la mirada mojigata. Veo mucha censura de cuerpos y de deseos, mucha reprobación de sexualidades, muchos nervios ante la carne y la diferencia. La emancipación de la mujer, ya lo decía Emma Goldman, pasa por hacerse cargo de los propios deseos. Pero en realidad la emancipación de cualquiera pasa por ahí. No podemos sustraernos de la heteronormatividad de un día para otro, pero sí podemos estar alerta, deconstruirla, conocer cuáles son sus patrones y cuáles sus grilletes; desde ese conocimiento, que cada ser haga lo que quiera libremente con su cuerpo.
N.S. Es obvio que vivimos un giro conservador global, y el conservadurismo siempre será miedo y exigencia de homogeneidad. Por otra parte, es probable que todos caigamos a veces en distintas formas de puritanismo, pero creo que ese fenómeno está subordinado a la mercantilización de absolutamente todo, también de los afectos o del pensamiento político. Tinder, Grinder, los “call for papers” académicos o las partidas presupuestarias para subvenciones a proyectos culturales son instancias sometidas a un etiquetado minucioso, utilitario y jerarquizado, porque nadie quiere ya sorpresas, ni en la cama ni en los libros. Ese es un camino que nos lleva a desconfiar de la impureza, las contradicciones, los espacios indeterminados. O sea, al nuevo puritanismo.
¿Qué nos dicen los tatuajes de quien los lleva? ¿Cómo es posible que el sistema –capitalista– acabe haciendo negocio y convirtiendo en mercancía cosas tan íntimas como los tatuajes o tan inútiles como la poesía?
B.M. “El sistema” todo lo mercadea, es cierto, y no podemos hacer nada en contra. Sin embargo, frente a las “frases inspiradoras” del coaching, la poesía sigue existiendo y ejerce su contrapeso inútil. De igual modo, la vivencia del tatuaje puede permanecer fuera de las lecturas banales. No podemos saber qué dicen los tatuajes de quienes los llevan porque la polisemia de los símbolos y de los ceremoniales es inabarcable.
N.S. Retomo a Begoña para añadir que, en cambio, los tatuajes sí que nos dicen mucho acerca de nuestra época: hablan de una añoranza de rituales que puntúen nuestras biografías, pero también de narcisismo y necesidad de subrayar la propia identidad; hablan del fantaseo con una vida menos homogénea, y de la imposibilidad de alcanzarla; en fin, hablan de las muchas tensiones que se dan entre lo individual y lo colectivo. Pueden no gustarte, obviamente, pero hace falta tener poca imaginación para despreciarlos como fenómeno cultural y social.
Si Begoña es anfibia, ¿qué cualidad animal tiene Nadal?
B.M. La naturaleza curiosa, sociable y alegre de Nadal, pero también la responsabilidad con la que vive y escribe hacen de él, sin duda, un mamífero terrestre. Un suricato vigilante y protector de su manada erguido sobre sus patas traseras o un zorro que deambula en busca de su presa, que salta sobre ella cuando la encuentra y ya no la suelta más y escribe para entenderla.
Justo en ese momento, cuando el deseo ya no puede o no debe satisfacerse, se revela con exactitud quiénes somos
N.S. ¡Ojalá ser un asno! Tranquilo, lúcido, desobediente sin sobreactuar, con unas orejas-radar que captan extrañas frecuencias morales. Pero vete a saber…
¿Cuál es “el poder del deseo”?
B.M. El deseo es una cuestión ética, es decir, moviliza la relación de un cuerpo con otro cuerpo, obliga a interrogarnos de qué modo queremos establecer relaciones con los otros. Descoloca, saca de quicio, desmonta lo cotidiano y por eso es poderoso. Puede dar lugar a grandes desastres o puede ser el germen de una vida más honesta con nosotros mismos y con los otros. Y es una fuente de autoconocimiento apabullante.
N.S. Tiene el poder de enfrentarnos, tarde o temprano, a nuestros límites. Y justo en ese momento, cuando el deseo ya no puede o no debe satisfacerse, se revela con exactitud quiénes somos.
“Un cuerpo atemorizado es un lugar muy triste para vivir”. La alegría, ¿concierne al don o a la voluntad?
B.M. Vivir sin miedo es un trabajo muy costoso. La alegría es el regalo que resulta de vivir sin temor. Algo que no ocurre siempre, claro, pero cuando sucede es tremendamente hermoso.
N.S. Esas adivinanzas siempre son irresolubles. Sin embargo, vale la pena vivir como si concerniera a la voluntad, del mismo modo que Ratzinger dijo una vez que había llegado el momento de vivir como si creyéramos en la existencia de Dios. Sobre la frase del papa emérito no sabría qué pensar, pero en cuanto a la alegría, me parece razonable cultivarla, en nosotros y en quienes nos rodean.
¿Qué importancia tiene la calidad narrativa de contarnos (es decir, de contarnos bien las cosas)?
B.M. Narramos y nos narramos para tratar de dar coherencia y sentido a nuestra experiencia de mundo, a nuestra experiencia de cuerpo; también para comprender mejor quiénes somos y quiénes son los otros. Una buena narración permite organizar los materiales destartalados de la realidad en una estructura precaria pero legible y, por tanto, comunicable. Dicho de otro modo, cuando alguien nos cuenta bien su historia, ese relato trasciende la anécdota y habla también de nosotros, así que la importancia de una buena narración es enorme. Todos los niños que demandan cuentos saben de lo que hablo.
N.S. Soy asmático crónico y por eso sé que, aunque parezca absurdo, no todos sabemos respirar. Lo hacemos, mal que bien, porque la alternativa es morir; pero yo he tardado una infancia en Urgencias, una adolescencia exenta de Educación Física, millares de inhalaciones de Ventolín, muchos ronquidos, infinitos ejercicios de yoga y una operación de tabique y cornetes hace dos años hasta lograr que mis inspiraciones y espiraciones sean más o menos plenas y armónicas. Aunque jamás tuve chances de ser deportista de élite, ahora que respiro mejor soy un poco menos vulnerable. Pues bien, las personas somos materia que hace poco más que respirar y narrarse (porque de nuestras narraciones, creo yo, emanan la ingeniería o los gobiernos o la NASA, no al revés).
Escribir (se) les convirtió en “más amigos”. ¿Qué cosas conviene hablar en vez de escribir o viceversa?
B.M. Te confieso que no hago mucha diferencia entre hablar y escribir… En el caso de El matrimonio anarquista, se produjo un desborde: las cartas nos llevaron a seguir conversando más allá del proyecto literario; sin duda, ahora nos conocemos mejor, lo que equivale a decir que nuestra amistad se ha reforzado. Por eso creo que todo aquello que conduzca a trabar amistad merece la pena ser dicho de algún modo, darle voz o darle letra. Fíjate en el vínculo: “ser dicho”, a la vez palabra pronunciada y destino feliz. Conversar para encontrar la alegría, da igual el canal, da igual el género.
N.S. Todo puede escribirse y hablarse. En todo caso, no todo debería editarse o darse a conocer. Y, sobre todo, la diferencia es el cómo: nuestra escritura es honesta, pero es escritura literaria, elaborada para estilizar una realidad y darle significado. Nuestra vida es fundamental para nosotros, pero del todo irrelevante para el lector. Todo lo que entorpecía a la idea o a la imagen quedó fuera de estas páginas. Esto, en cuanto a la escritura pública. En cuanto a las relaciones, del orden que sean, se debería hablar y escribir lo que se ha pactado que se hablará y se escribirá. Ya se encargarán las tormentas de torcerte igual.
Reapropiarse de una fórmula, de un símbolo, de una institución un tanto desvencijada, con las costuras sueltas, y hacer de ella un acto de psicomagia, un lugar desde el que construir una retícula de afectos y desde el que entenderse como amante y amado pero sin pasar por el aro de las convenciones, que nadie se...
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