Conspiremos
Señoras subversivas
Propuestas epistolares de una cincuentona
Marisa Pérez Colina 3/11/2021
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En 1940 la esperanza de vida al nacer en España era de 50 años; en 1970 de 72. Esto es, de mi madre, que nació en 1938, a mí, nacida en 1968, la expectativa de vida se ha elevado veinte años. Hoy la media alcanza los 85,07 años. El resultado es que cada vez se desplaza más la frontera de la mediana edad, cada vez resulta más difícil desechar social y políticamente a las personas categorizadas como mayores o viejas, cada vez hay más mujeres mayores con muchas ganas de vivir y de seguir dando guerra. A partir del marco frío de estas tablas estadísticas, mi propósito es compartir el caluroso intercambio de emails que está a punto de dar origen a una iniciativa política colectiva: una guerrilla de señoras subversivas. Corto y pego:
Querida Elo:
Tu email me ha tocado hondo pues conecta con cosas que ando barruntando y tus palabras las han sacado a flote. Te respondo al hilo.
Eva.
Te escribo porque estoy pasando una época difícil y necesito compartir contigo. Para empezar esta mañana no me he encontrado en el espejo. En su superficie asomaba un rostro arrugado, ojeroso, cano que, al mirarme, se ha ocultado tras las manos para disimular sus lágrimas.
Es tan extraño aceptar que el tiempo ha pasado… Hace mucho que nos vienen tratando de “señoras” y, ahora sí, parece que por fin nos hemos convertido en eso. En cincuentonas. Mujeres nacidas en la década de 1960. ¿Mujeres? En cierto modo ya no. La representación de nuestros cuerpos ya no encaja en absoluto (si es que alguna vez lo hizo) en ningún ideal de “belleza femenina”, esos objetos de deseo esculpidos con la violencia de cinceles patriarcales, racistas, gerontófobos. Ahora somos, en todo caso, las brujas de los cuentos infantiles tradicionales. Una imagen deformada y caricaturizada hasta volverse monstruosa. Hasta asustar. Como la bruja en Hansel y Gretel.
Ahora somos las brujas de los cuentos infantiles tradicionales. Una imagen deformada y caricaturizada
No es fácil encontrarse cuando el mundo que te rodea te difumina o te deforma. Pero, ¿acaso no puede llegar a ser emancipador, mucho, darse cuenta de que, por una vez y sin haberlo decidido ni peleado, nos hemos liberado de un mandato sexista? ¿Acaso no es un respiro soltar el lastre de las constricciones y servidumbres de los mandatos de belleza convencionales? Vale. Esta libertad tampoco la regalan, es cierto. Toca seguir peleando. En primer lugar, contra la lucrativa industria del disimulo, sus tintes y sus cremas, sus cirugías, sus perversas promesas de eterna juventud. En segundo lugar, contra todas las miradas, incluso aquellas de las personas más cercanas y queridas, que muchas veces tratan de censurar nuestra forma de vestir, de divertirnos o de amar como algo que ya no nos corresponde. Parece urgente pertrecharse de un escudo implacable que nos defienda de todas las versiones del ¿pero no eres ya un poco mayor para…? También hemos de combatir los miedos más tenaces: los propios. No caer en el chantaje agridulce de sentirse halagada por la trampa de los qué guapa estás la verdad es que no parece la edad que tienes… ¿Y qué si lo parece? ¿Qué hay de malo o vergonzoso en hacerse mayor?
No es fácil. Pero te prometo, Elo, que no te hablo desde un empeño voluntarioso de sentir de este modo, sino desde un afecto real de alivio y nuevas expectativas. Porque desdibujarse como mujeres, en nombre o gracias a la edad, puede convertirse en un devenir queer, en un camino de reinvención muy poderoso. Para volver a experimentar y explorar otras posibilidades de estar en el mundo. Para abrir la puerta a otros deseos y lanzarnos sin temor a por ellos. Solas no, claro. Otras muchas han abierto el camino. Aprendamos de ellas. Juntémonos con otras, también, pero sin separarnos de las más jóvenes. No se trata de blindar un nuevo gueto, ni de defender, en abstracto, una nueva identidad discriminada. Lo más enriquecedor apuntaría, más bien, a incorporar a nuestros espacios afectivos, personales y políticos, las perspectivas singulares de unas vidas con la suficiente memoria como para no hacerse falsas ilusiones y la suficiente madurez como para no renunciar al deseo propio. El objetivo sería incorporar a las agendas emancipadoras demandas y luchas que, a nuestra edad, resultan apremiantes. Así, por ejemplo, las relacionadas con el cuidado de las personas mayores, la precarización laboral y existencial de las mujeres a partir de la mediana edad o la urgente reinvención de comunidades capaces de superar la empobrecedora mistificación de la vida independiente.
Supongo que ya no era hora de mirarse al espejo, sino de estar en el tajo. Pero me he pedido una baja por depresión. Confío en que esto no me haga perder el empleo. Ya sabes que es una mierda de curro, pero, si me echan, ¿quién va a contratar a una mujer de mi edad? ¿Qué trabajo basura sería capaz de asumir mi cuerpo a estas alturas de la vida? Ya no me querrían de camarera, me moriría si tuviera que pedalear para repartir comidas a domicilio y como limpiadora tampoco me dan ya las fuerzas? ¿Y cómo sobrevivir sin curro a los cincuenta?
Lo primero, Elo, no estás sola. Nos juntamos y vemos cómo salir adelante. ¿Te acuerdas de las semanas de lucha social de los años 98 y 99? Me vienen mucho a la cabeza últimamente por su insólita osadía: convertimos un hotel abandonado en plena Gran Vía en sede social temporal, irrumpimos en la Bolsa para protestar contra la economía financiera y su especulación con nuestras vidas, organizamos un reclama las calles que hizo rebosar la plaza de Callao de música, baile, encuentros y alegría… No me malinterpretes. No es nostalgia: no puedo con la mentira del cualquier tiempo pasado fue mejor. Es más bien pensar que nuestra experiencia cuenta. No para el mercado laboral, desde luego. Tampoco para momificarnos melancólicamente en ella. Pero sí para seguir deseando transformarnos y contribuir a un devenir diferente del mundo. Para seguir esperanzando.
Por ejemplo, con el tema del trabajo asalariado. Hace mucho que sabemos que la habitación propia es fundamental pero no suficiente. El dinero nos prometió una autonomía que la explotación laboral nos arrebató robándonos el tiempo, la salud y el deseo. Así que vamos a ver cómo seguimos peleando por mejores ingresos y mejores condiciones laborales. Para todas, todos y todes. Pero, ¿por qué no aspirar a la vez a un ingreso vital? ¿Por qué no apostar fuerte por una renta básica universal? Sé que en el movimiento feminista hay muchas voces críticas con la RBU. Porque son muchas las veces y voces que, desde los feminismos, no recogen las necesidades de las personas más afectadas por el patriarcado. En efecto, si no eres camarera de piso, quizá puedas resumir el feminismo a una aspiración a “la igualdad”; si no eres pobre, tal vez quieras desfilar por la pasarela abolicionista de la superioridad moral; y si no eres una trabajadora doméstica cincuentona que se acaba de quedar en la calle, quizá caigas en la tentación de deformar la utopía de cambiar el mundo hasta identificarla con romper “el techo de cristal”. Siempre cabe objetar que un ingreso universal no derrotará al capitalismo. También es lícito temer que tal demanda reste fuerzas a la defensa del acceso universal a la educación, a la salud, a la vivienda. Es posible sospechar asimismo que un ingreso desvinculado del empleo encierre a las mujeres en el hogar, más aún a partir de determinada edad. Pero, ¿por qué no dar un giro a estas estimaciones e interpretar la lucha por la RBU como una demanda que no sustraiga fuerza a otras, sino que sume? ¿Por qué no creer que el acceso universal al ingreso es tan importante como todo lo demás? Ninguna demanda es por sí misma revolucionaria y, sin embargo, todo lo que nos permita sufragar las necesidades básicas, no perder nuestras casas y reapropiarnos del tiempo necesario para seguir confabulando en colectivo solo puede ser, desde mi punto de vista, bienvenido. Juntémonos, Elo. Convirtamos nuestro destino de señoras desechadas por el extractivismo vital de la economía neoliberal en un proyecto de guerrilla de señoras subversivas.
Es curioso, ¿no? Ser tan frágiles y, a la vez, haber vivido tanto tiempo como si fuéramos eternas
Aunque por serte totalmente sincera, Eva, no es el trabajo lo que me quita realmente el sueño. Es la enfermedad de mi madre. Mi salud de hierro, mi buena fortuna y la energía impagable que sigo recibiendo de la lucha colectiva, del andar siempre peleando con otras, me habían mantenido al margen de cualquier conciencia de finitud. Privilegiadamente a salvo del golpe de las pérdidas, de la dureza de las dolencias físicas propias y ajenas. Pero esto sí que es ley de vida, como suele decirse. ¿Se puede desobedecer también a esta ley? ¿Olvidar la vulnerabilidad del cuerpo, escapar de su destino inexorable, evitar el dolor de la muerte de quienes amamos?
Sí, es curioso, ¿no? Ser tan frágiles y, a la vez, haber vivido tanto tiempo como si fuéramos eternas. No es, desde luego, la experiencia de muchísima, de tantísima otra gente. Sí es, por el contrario, aquello de lo que casi nunca se habla, algo que cuesta politizar. Lo personal es político parece detenerse en el umbral de nuestro destino inexorable, de nuestra finitud. Perder a la gente querida, dejar de vivir.
Gracias a los feminismos se ha puesto sobre la mesa buena parte de lo relacionado con los cuidados. La politización de la reproducción ha supuesto la visibilización del ingente trabajo que esta conlleva, su generización, su racialización, su no valoración (ni en términos económicos ni en términos sociales), la falta de reparto y la severa escasez de su socialización. Pero aún queda mucho por hacer. En este sentido, ¿no podría ser precisamente este momento de potencia de movimientos feministas en todo el mundo una gran oportunidad para, apoyándonos en su vocación más internacionalista, recuperar la fuerza utópica de los años 70? ¿Una ocasión única para reimaginar y explorar, por ejemplo, otras formas de acompañarnos materialmente en la vida, de atender a la enfermedad, de despedirnos con la muerte? Llevamos criticando la familia desde el siglo XIX, soñamos intensamente con abolirla en la década de los 70 del siglo pasado… Pero, honestamente, cuando estamos enfermas o arruinadas, ¿a dónde acudimos? Estos últimos años de pandemia han puesto definitivamente sobre la mesa desafíos inesquivables para las apuestas políticas que aspiran a poner en el centro la creación de espacios autoorganizados y la generación de vínculos sociales. ¿Somos realmente capaces de superar la familia tradicional en cualquiera de sus formatos (heterosexual u homosexual), esto es, de ir más allá de la centralidad egoísta de los vínculos de sangre y del apego a la propiedad privada? ¿Cómo declinar la certeza de nuestra interdependencia en modos de vida superadores de la individualización (a solas o en familia) más convencional? ¿Cómo impulsar la generación de autonomía y el acceso a recursos comunes para las personas más jóvenes (formas de desfamiliarización y asunción más comunitaria de las crianzas) y para las que nos vamos haciendo mayores? ¿Cómo politizar los dolores de las pérdidas y las experiencias de duelo? ¿Cómo atender las necesidades y deseos, materiales, subjetivos, afectivos, de espacios y entramados colectivos con vocación intergeneracional?
Tenemos mucha tarea, Elo. Juntémonos. Conspirar sola es muy aburrido.
En 1940 la esperanza de vida al nacer en España era de 50 años; en 1970 de 72. Esto es, de mi madre, que nació en 1938, a mí, nacida en 1968, la expectativa de vida se ha elevado veinte años. Hoy la media alcanza los 85,07 años. El resultado es que cada vez se desplaza más la frontera de la mediana edad, cada vez...
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Marisa Pérez Colina
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