Imaginación radical
Por una nueva alianza de cuerpos
¿Cómo hacer presentes a quienes nos dejaron durante la pandemia? ¿A quienes emigraron buscando una vida mejor? ¿A los desahuciados? ¿A los que fueron expulsados del barrio por los pisos turísticos?
Bernardo Gutiérrez 13/07/2021
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El gobierno autoritario retratado en LUX, la última novela de Mario Cuenca Sandoval, no se desmorona por una insurrección de masas. El régimen represivo construido por el partido LUX cae porque las madres de las personas desaparecidas comparten su dolor con desconocidos. Tras miles de asesinatos de disidentes, las madres de los desaparecidos despliegan tenderetes en la calle. Y comparten “relatos de vida” de los seres aniquilados durante unos delirantes años de banderas nacionales y gestos patrióticos. Frente a una extrema derecha que inunda las redes sociales con bots y trolls, las madres tejen “una hábil red de confidencias” basada en el-cuerpo-a-cuerpo. El goteo de historias revela las atrocidades de un neofascismo al que el establishment decidió lavar la cara. LUX –trasunto del español Vox y metáfora inquietante de la nueva extrema derecha mundial– cae gracias a una poderosa trama de cuerpos tejida con empatía y memoria. Como las Madres de la Plaza de Mayo de Buenos Aires, esas mujeres consiguieron visibilizar una ausencia. Grabaron en el territorio la huella de lo invisible. Y cambiaron la dirección de un hipócrita sentido común.
Con el fin de la pandemia a la vista, la inteligencia maternal de LUX insinúa una línea de fuga de acción colectiva ante una extrema derecha subida de tono, un neoliberalismo en modo zombi y un océano de desinformación. Tras el ciclo de revueltas en red que arrancó en 2011, Silicon Valley y los poderes fácticos domesticaron la esfera digital. Crearon algoritmos en las redes sociales para reforzar las burbujas y los flujos comerciales. Frenaron la explosividad de las conexiones. Y la extrema derecha, guiada por las métodos de Steve Bannon, se apropió de esas redes digitales con emoción, nacionalismo, mentiras y toneladas de odio.
La nueva resistencia post pandémica bien podría transformar las merendolas de los parques o las colas del autobús en espacios subversivos de diálogos aparentemente anodinos
Si las burbujas nos impiden dialogar en las redes sociales con un vecino que piensa diferente, ¿no es buen momento para reconquistar el lugar otrora llamado La Realidad? Si buena parte de la población desprecia argumentos sólidos o memes que van contra su ideología, ¿no vale la pena explicar cara a cara a quienes usan máscaras con banderitas nacionales cómo dejaron morir a nuestros ancianos en residencias privatizadas? ¿El fin de las restricciones pandémicas no está pidiendo a gritos una nueva alianza de cuerpos que desordene cualquier posibilidad de vuelta a estilos de vida individualistas?
Divisor, conector. En el insurgente año de 1968, la artista brasileña Lygia Pape presentó la performance Divisor, que colocaba al público en el epicentro de la obra. Envueltos en una tela blanca llena de agujeros, los participantes asomaban la cabeza, tomando las riendas de la performance. Sus cuerpos entrelazados y sus movimientos colectivos eran la propia obra. La tela era un divisor-conector, un artefacto que posibilitaba la existencia de un cuerpo colectivo. Divisor fue re-escenificada en Madrid, en el insurgente mayo de 2011, como parte de la exposición que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía dedicó a Lygia Pape. Mientras la Acampada Sol del 15M desbarataba el orden de la Puerta del Sol de Madrid, nuevos cuerpos reactivaban Divisor, apropiándose del espacio público en la puerta del museo, transformando la vida urbana, insinuando otro posible diálogo colectivo de los cuerpos. Divisor, así en 1968 como en 2011, sacaba punta a aquella máxima de “nuestros procesos son el software, nuestros cuerpos son el hardware”. La tecnología no es sinónimo de máquinas y sistemas informáticos. La tecnología somos nosotros. Lo que hacemos. Cómo nos relacionamos.
El sociólogo Henrique Parra argumenta que para salir del impasse actual necesitamos un nuevo artefacto socio-técnico que produzca cambios prolongados en el tiempo. Algo equivalente a lo que supuso la píldora anticonceptiva o el protocolo TCP/IP de Internet. Para que ese artefacto tenga éxito no tiene que ser necesariamente un invento científico tecnológico. Pero sí ha de ser recursivo (que pueda ser replicado por otras comunidades) y reticular (con posibilidad de propagación no lineal y rizomática). La fundación descentralizada de sedes del sindicato Confederación Nacional de los Trabajadores (CNT) al inicio del siglo XX, las raves urbanas del movimiento social Reclaim The Streets del Reino Unido de finales de los años noventa, el formato acampada del ciclo de revueltas de 2011 o el bailecito cumbiero Macri ya fue que se expandió por Argentina antes de las elecciones de 2019 fueron artefactos recursivos y reticulares. La performance Divisor, también. Funcionaron. Se replicaron. Trastocaron el orden. ¿Qué artefacto necesitamos para combatir el ruido y la furia digitales, los odios y miedos azuzados por la extrema derecha? ¿Qué actitud, qué gestos? ¿Cómo visibilizar las ausencias de los que se fueron?
Una ausencia presente. La historia nos muestra que en ocasiones un gesto mínimo puede activar una cadena de acciones. Y que un gesto apropiable y replicable puede provocar un terremoto social. El 21 de septiembre de 1983, cuando las Madres de la Plaza de Mayo de Buenos Aires llevaban años responsabilizando a la dictadura por la desaparición de sus hijos, un grupo de artistas visuales activó una acción viral: el siluetazo. Los ingredientes: un taller, plantillas, tizas, pinturas y cuerpos. El mecanismo: la gente se tumbaba sobre las plantillas y se dibujaban sus contornos. Resultado: siluetas que insinuaban personas que no estaban allí. Las siluetas se pegaron sobre las paredes de edificios, en las calles, en árboles. Se añadían nombres de desaparecidos reales a algunas siluetas. El público hizo suyo el mecanismo. Lo replicó. Y el imaginario del siluetazo se consolidó a lo largo del espacio/tiempo. Miles de personas fueron poniendo su cuerpo en toda Argentina para dar forma a siluetas, a cuerpos ausentes.
¿Qué acción podría jugar el papel del siluetazo en Argentina? ¿Cómo hacer presente las ausencias, activando simultáneamente un mecanismo social de cambio? ¿Cómo hace presentes a quienes nos dejaron durante la pandemia? ¿A quienes emigraron buscando una vida mejor? ¿A los desahuciados? ¿A los que fueron expulsados del barrio por los pisos turísticos? ¿A los que huyeron de la urbe porque no podían más?
Una nueva clandestinidad. En LUX, la clandestinidad no se construye en las vigiladas redes digitales. Se oculta “en las catacumbas de lo analógico, en la pura materia, en los bosques aún no urbanizados por la electrónica”. Los encuentros clandestinos se tejen con documentos fotocopiados y llaves escondidas en lugares públicos. Y los miembros de la resistencia no lidian con sofisticados sistemas criptográficos: rastrean los tugurios, beben y bailan con los enemigos.
La nueva resistencia post pandémica bien podría transformar las merendolas de los parques, las filas de la panadería o las colas del autobús en espacios subversivos de diálogos aparentemente anodinos. Porque mucha gente que se ha decantado por opciones ultra derechistas y/o neo liberales puede que no dé credibilidad a medios de comunicación, partidos políticos o manifestaciones combativas. Pero nuestro compañero de fila sí nos creerá si le explicamos mirándole a los ojos, cómo nuestra prima enfermera emigró al Reino Unido huyendo de salarios miserables, cómo es casi imposible conseguir plaza para nuestro bebé en una escuela infantil pública o que la frecuencia de los autobuses de Madrid es más parecida a la Rabat que a la de París.
Sea lo que sea la nueva clandestinidad post pandémica –¿salvajes botellones que interrumpan el flujo comercial de las ciudades, picnics subversivos, mensajes ocultos dejados en verbenas populares, dialogantes filas de la compra, flashmobs anti autoritarios? –no debería ser digital-céntrica. Y tendría que huir del formato manifestación, como bien intuía la inteligencia colectiva del insurgente 2011 español: “No buscamos enemigos. Ese esquema uno-contra-otro está obsoleto. Ese no es el punto de partida. Buscamos estar juntos. Nos aburren las manifestaciones. El divertirnos es algo serio y esto es la revolución de la alegría”.
El gobierno autoritario retratado en LUX, la última novela de Mario Cuenca Sandoval, no se desmorona por una insurrección de masas. El régimen represivo construido por el partido LUX cae porque las madres de las personas desaparecidas comparten su dolor con desconocidos. Tras miles de asesinatos de...
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