Movilización social
La IV Ola de la Democracia
Contienda política y cambio de fase en España
Raimundo Viejo Viñas 3/11/2021
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Desde la instauración del régimen del 78 se han sucedido en España tres grandes olas de democratización; tres olas de antagonismo que han desbordado el marco constitucional para ensanchar los límites de la democracia. El propio régimen del 78 surgió de una prolongada ola que forzó la Transición. Sin embargo, todavía hoy, los antagonismos que destruyeron la dictadura siguen siendo el convidado de piedra a la hora de explicar la democratización; un factor contra el que se conjuran las elites de extremo a extremo del espectro constitucional.
A continuación proponemos volver la vista atrás para comprender cómo, cada vez que la acción colectiva ha logrado sostenerse en el tiempo, la democracia ha progresado. En los últimos años hemos visto un retroceso importante, al punto incluso de resultar tentador negar que lo vivido haya servido para algo. Pero si se levanta la vista y se mira atrás, sin nostalgias, en el rigor de saberse en la disputa inacabada de la democracia, es posible entrever un horizonte de sentido.
La ola que quebró el franquismo
Volvamos a los días más duros: el maquis perseguido, la guerrilla urbana acorralada, la oposición en el exilio, los campos de concentración en activo y Europa en guerra y posguerra. Habrá que esperar al 1 de marzo de 1951. En esa fecha tiene lugar en Barcelona la Huelga de Tranvías. Esta primera movilización marca un punto de inflexión. Durante la década que se extenderá hasta la Huelgona de la minería asturiana (1962) se producirá una lenta, pero sostenida recuperación de las resistencias.
En los cincuenta, aunque apenas se perciba, la fase ha cambiado. La guerra va quedando atrás. Los movimientos empiezan a conformarse en el horizonte de la dictadura: con el Desarrollismo surge el sindicalismo de CC.OO.; los vecindarios se organizan contra el barraquismo; el estudiantado crea sus organizaciones a la par que auspicia una “nueva izquierda”; los nacionalismos se reactivan al calor de la descolonización; el feminismo se abre paso contra el régimen, a la par que disputa de forma transversal un papel en estos protagonismos emergentes. Movimiento a movimiento, este magma en ascenso logra deslegitimar el orden dictatorial.
En los cincuenta, aunque apenas se perciba, la fase ha cambiado. La guerra va quedando atrás. Los movimientos empiezan a conformarse en el horizonte de la dictadura
Durante los sesenta la ola asciende a su fase de máxima tensión. El estado de excepción marca el inicio del fin: en enero del 69 este extremo responde a las protestas por el asesinato de Enrique Ruano. Pero para asegurarse su pervivencia, al régimen no le vale con restaurar el orden previo. Tras el escándalo Matesa, Carrero Blanco es confirmado al frente del Gobierno monocolor.
Arrancan así los setenta con un régimen que se resiste a reconocerse desbordado. Pero del Proceso de Burgos a la ejecución de Carrero la dictadura termina por quebrar. La conflictividad se dispara y las huelgas se hacen extensivas de las fábricas a las ciudades (claro ejemplo, Vigo en 1972). Estas dinámicas responden a la intensidad de interacción creciente entre luchas que favorece la fase ascendente.
Pese a la represión y la tensión general, no hay marcha atrás. El cambio de régimen se inicia en los despachos. Al mismo tiempo, la calle vive un momento único de libertad: en el verano del 77 se celebran el primer mitin de la CNT tras la guerra y las jornadas libertarias. Son años dorados para la contracultura. La ola alcanza su punto álgido. A partir de aquí, a medida que se instaure el régimen, avanzará el declive.
Del Desencanto al No Future!
Los ochenta ya van cuesta abajo. Todavía reina la irreverencia en las calles, pero incluso la Movida se mueve en el horizonte del Desencanto. La razón cínica neoliberal se impone. A excepción de Euskadi, el orden constitucional se instaura con éxito. Durante los años de modernidad y reconversión industrial, la acción colectiva se vuelve resistencialista y se repliega allí donde había sido más intensa. En lo sucesivo, los movimientos habrán de operar en un contexto inédito: gobiernos legitimados por medios democráticos.
No será antes de mediados los ochenta cuando acabe la fase descendente y comience la primera ola en contexto constitucional. Son años para los “early riders”: pequeños colectivos de irreductibles que reinventan la contienda desde la desobediencia. El lema “No Future!” resume el espíritu del momento. Sus protagonistas son insumisos, okupas y otras expresiones de radicalidad liminal que logrará, no obstante, desde el margen, rearticular la acción colectiva a gran escala.
Así, por ejemplo, entre el referendum de la OTAN (1986) y las movilizaciones contra la Guerra del Golfo (1991), el movimiento pacifista impulsado por insumisos y objetores (el MOC) logra un extenso apoyo social. El crecimiento exponencial de la objeción de conciencia logrará al fin un objetivo histórico: abolir la mili.
Pero esta primera ola pronto encuentra su límite. Se extiende a lo sumo durante una década y asciende hasta la huelga general del 14-D de 1988. En estos años el movimiento obrero enfrenta el giro neoliberal con epicentro en la liquidación de industria pesada, minería, etc. Topónimos como Sagunto, Reinosa, Ferrol, etc., trazan una cartografía poco reconocida en la España preolímpica, pero que marca la cultura de resistencia.
A la par que las políticas del PSOE merman el trabajo fordista se forma un cognitariado precario más acorde a la terciarización europea. El curso 1986/87 la revuelta estudiantil visibiliza y anticipa una ruptura subjetiva generacional. Las imágenes de Jon Manteca destrozando a muletazos el mobiliario urbano chirrían a la España de la promesa europeísta. Esta subjetividad ya nada tiene que ver con el antifranquismo y se va a probar duradera en el contexto democrático.
La primera ola se agota en la euforia neoliberal que sigue a la Guerra Fría. La campaña por el 0,7% (1993) bien podría señalar el inicio de la fase descendente. En Euskadi, sin embargo, donde la instauración del régimen no ha sido un éxito, el asesinato de Miguel Ángel Blanco se convierte en un pasaje crítico, aún hoy pendiente de ser releído. Debido al desfase territorial de la Transición, el movimiento pacifista se ve atravesado por las primeras expresiones de contramovimiento. No es casual que en este contexto inicie su carrera en Euskadi Santiago Abascal.
La ola altermundialista
Con la I Declaración de la Selva Lacandona (1 de enero de 1994) arranca la ola global que se desplegará aquí con la llegada del milenio. Aunque desde los noventa ya hay campañas como las euromarchas contra el paro, es a partir de la “Batalla de Seattle” cuando la ola se acelera gracias a las contracumbres. Se origina entonces una suerte de activismo nómada que traza su geografía particular global: Chiapas, Seattle, Bangkok, Washington, Praga, Génova...
En España, durante los noventa, se han ido originando redes cada vez más densas desde colectivos como los zapatistas. Pero será sobre todo el acceso generalizado a internet el que haga despegar la ola. Gracias al salto tecnológico aparecen portales como Nodo50, Indymedia y otros; recursos como las listas de correo electrónico y un sinfín de instrumentos de coordinación horizontal que actualizan los movimientos.
Entre 2001 y 2003 la ola llega a su cénit. En verano de 2001, Gotemburgo, Barcelona y Génova marcan la agenda. En Barcelona el altermundialismo plantea un bloqueo de la cumbre del Banco Mundial y logra que se suspenda. Este éxito, con todo, no se desliga de la escalada represiva que culmina al poco en Génova con el asesinato de Carlo Giuliani. La dinámica de la contienda, por demás, tampoco escapa al 11-S. La conmoción que provocan los atentados irrumpe de forma abrupta y sitúa la Guerra de Iraq en primer plano. La doctrina del shock encuentra ahí su ventana de oportunidad.
El cambio de régimen se inicia en los despachos. Son años dorados para la contracultura. La ola alcanza su punto álgido
Pese a todo, en enero de 2003, el Foro Social Mundial lanza desde Porto Alegre su convocatoria más ambiciosa: el 15-F, una jornada global de oposición a la guerra. La movilización será un éxito en muchos países; muy en especial aquí. Sin embargo, el Trío de las Azores no da su brazo a torcer y el altermundialismo entra en una fase crítica. A nivel global empieza la fase descendente.
Pero para entonces ya tiene la ola en España su propia dinámica: los ciclos contra la LOU (2001), las huelgas generales (2002 y 2003), el Prestige (2002/03) y un largo etcétera se concatenan y despliegan con intensidad. Las jornadas de movilización que siguen a los atentados del 11-M tienen un desenlace electoral inesperado: la derrota del PP. Los mensajes virales (el célebre “pásalo”) anuncian una novedad táctica llamada a cambiar la acción colectiva cuando lleguen las redes sociales: el enjambre (swarm).
El inesperado triunfo de Zapatero, no obstante, trae consigo el punto de inflexión para la segunda ola. Cobran entonces fuerza expresiones de contramovimiento como las convocatorias a favor de la familia tradicional y contra el matrimonio homosexual.
El 15M y la crisis del régimen
Si la segunda ola supuso un aumento de participación y el fortalecimiento del activismo, la tercera va a suponer un salto de consecuencias imprevisibles para el régimen. La primera legislatura de Zapatero había ganado apoyos al PSOE en los movimientos. Sin embargo, la burbuja inmobiliaria, la precariedad juvenil y otros asuntos van a favorecer un rápido tránsito a la tercera ola. Ciclos cortos, esporádicos y de tránsito como V de Vivienda anuncian una ola inminente.
Pero será en la segunda legislatura de Zapatero, tras la crisis financiera de 2008, cuando crezca la ola. Entre las movilizaciones contra el Plan Bolonia de aquel mismo año y el 15M (2011), la dinámica de contienda desborda al régimen; especialmente en Catalunya, donde a partir de la sentencia del Estatut (2010) el catalanismo liberal y conservador empieza a desplazarse hacia el independentismo.
Si las olas precedentes habían crecido en los márgenes con cierta incidencia en las políticas públicas, esta tercera alcanza al régimen de pleno. Con base en el 15M, pero tras un cierto agotamiento perceptible a finales de 2013, se gesta entre activistas un giro estratégico con diversas declinaciones. Desde Podemos en europeas y generales hasta el municipalismo que gana muchas de las principales ciudades, el bipartidismo colapsa, y lo hace por la izquierda.
Solo traducido en las urnas a partir de 2014, el fin del bipartidismo se origina el 15M. La crisis de representación no favoreció tanto la mayoría absoluta del PP como pasó factura al PSOE. En los años 2014-16 se inicia una intensa experimentación sobre cómo articular partidos y movimientos. Su balance y traducción política quedará pendiente. Pero la cooptación de activistas en el desempeño institucional se dejará sentir en la caída de la ola.
El desplazamiento a la arena institucional encuentra réplica en el contramovimiento. Por primera vez desde Blas Piñar la extrema derecha logra representación. La crisis del bipartidismo –esta vez por la derecha– se combinará con el trumpismo y encontrará el terreno abonado en el ataque al Paro Internacional de las Mujeres del 8M de 2017 y 2018.
Hacia la IV Ola
En diciembre de 2018 la Constitución cumplía cuatro décadas en un horizonte de recomposición. Tras una crisis sin precedentes, la tendencia electoral volvía a cambiar. Y aunque en las generales de 2019, PSOE y PP solo sumaron el 48,81%, de un tiempo a esta parte vuelven a sumar con comodidad por encima del 50% en las encuestas. Más sintomático, si cabe, es que entre tanto ningún partido les ha disputado la segunda posición. Cierto que seguimos lejos de las cifras anteriores al 15M (el 83,81% en 2008), pero el bipartidismo se recupera.
En los movimientos, la pandemia ha cortocircuitado la ola que estaba en marcha (Hong-Kong, Chile, Irán...). Pero incluso en esta situación extrema, la acción colectiva supo reinventarse desde una esfera pública reducida al mínimo: los balcones. Hoy los movimientos aún se recuperan más despacio de lo que las crisis sanitaria, económica y climática se acumulan.
En las calles, la contienda sigue en una dinámica de fase baja: de las protestas por Pablo Hasél a los botellones, el malestar se expresa con repertorios duros. Al tiempo, no obstante, se restablecen puentes con el momento prepandémico: ecologistas contra la ampliación de los aeropuertos, sindicatos de vivienda por la regulación de alquileres, empresas en ERTE por el empleo, etc. Se apunta ya un cambio lento, pero claro de tendencia.
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Raimundo Viejo Viñas es profesor de Ciencias Políticas, UB.
Desde la instauración del régimen del 78 se han sucedido en España tres grandes olas de democratización; tres olas de antagonismo que han desbordado el marco constitucional para ensanchar los límites de la democracia. El propio régimen del 78 surgió de una prolongada ola que forzó la Transición. Sin embargo,...
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Raimundo Viejo Viñas
Es un activista, profesor universitario y editor.
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