Vivement dimanche
Drogas, sí; dulces, no
La política española, más que un dulce, es droga dura. Al que ha ejercido o se ve ya ejerciendo el poder no podrá quitársele de la cabeza el gustirrinín
Elizabeth Duval 31/10/2021
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La política es en ocasiones, más que un juego de tronos, un juego de tontos. Yo, que he llegado a ella hace poco, porque mi vida hasta el momento ha sido más bien corta, me pregunto en ocasiones si la degeneración es nueva o vieja, y si viviré en algún momento un tiempo en el que no lo sea; creo que no y sospecho que el resto de mi vida observaré patidifusa la cabalgata constante de ocurrencias. Con Twitter es peor; para algunos, el formato corto no es una oportunidad de ser mordaz e inteligente, sino una pasarela para la degeneración mental.
Este mal uso de Twitter, sin control, abunda en la clase política. Por ser benevolente y para no tirar piedras sobre mi propio tejado, cojamos ejemplos de la derecha: twittea Isabel Díaz Ayuso (cuando no está bloqueando en WhatsApp a sus compañeros de partido) en respuesta a la regulación de la publicidad para niños que propone Garzón: “Drogas, sí; dulces, no”. Hermann Tertsch se fija en lo que hace Ayuso y redobla la apuesta: “Bollos y Colacao no, pizzas y helados tampoco, pero drogas sí, por favor, y muchas”. No se escuchaba algo igual desde Chimo Bayo.
La medida del Ministerio de Consumo no es una locura estatólatra socialcomunista, como no lo son en general las medidas del Gobierno: lo de no querer atiborrar a las juventudes patrias de bollos y pizzas debería ser fácilmente asumible por una derecha más o menos sensata, pero la de España no lo es. La política española, más que un dulce, es droga dura. Al que ha ejercido o se ve ya ejerciendo el poder no podrá quitársele de la cabeza el gustirrinín de su primera vez, y querrá ir consumiendo gradualmente dosis más altas para recrearse en el paraíso artificial al cual induce ese poder ejercitado.
La única solución para no echar de menos el recuerdo de la droga es pasar por una clínica de rehabilitación, pero aún no hemos ideado maneras funcionales y democráticas de reinsertar en sociedad a los políticos que ya no quieren serlo. En la manera de sujetar el sillón se ve a quien tendrá muy mala vejez, incapaz de darse cuenta de que no puede sostener el consumo de sus treinta años. Las chuches y los dulces también tienen su parte de droga, pero no con la misma intensidad: a lo mejor el tratamiento, como el de los adictos a algo fuerte, habría de consistir en suplir la adicción con otra adicción más pequeñita, manejable, socialmente funcional. Suponemos, pues, que la política es la droga y las tertulias son los dulces.
Si llevamos la analogía hasta sus límites llegamos a conclusiones ya sabidas: el camello no debe consumir su propia mercancía. Cualquiera que lea sobre lo de Isabel Díaz Ayuso bloqueando a Teodoro García Egea y otros tantos por WhatsApp podría pensar que, en comparación, el espectro de las izquierdas se parece mucho a los osos amorosos. Y anda que no han llovido puñales entre esos ositos. Volvemos a una de las diferencias que plantea la nueva dicotomía ayusista aplicada a lo político: una cosa es el paraíso artificial de un supuesto ejercicio del poder, más sensible que otra cosa, y otra muy distinta el ejercicio del poder real, el control, el dominio. A lo mejor esa es la diferencia entre el camello y el consumidor.
Quienes no hacemos política también somos, a nuestra manera, consumidores de ese café para muy cafeteros, a veces incluso a nuestro pesar. Drogas, sí; dulces, no. Como se hace siempre con las trampas, en este texto he utilizado algo que no tiene nada que ver para hablar de otra cosa. Ayuso no es Tierno, y no quiere que quien no esté colocado se coloque; es de suponer que le da bastante igual el consumo de dulces o ultraprocesados de los ciudadanos, porque lo que motivó aquel lío de Telepizza no fue ningún tipo de control sobre la dieta de la gente, sino el dinero, lo que se mueve por detrás, el cártel auténtico. Poco a poco va dibujándose en el horizonte el gran drama futuro de la energía, las cadenas de suministro y el efecto rebote. Se ha instalado incluso la idea, tan poética, del gran apagón. Si no se ha instalado aún, se instalará. A lo mejor, si hubiera un apagón de Twitter, WhatsApp, Telegram y Facebook, podríamos ver una situación política hasta más divertida que la actual: la de un montón de adictos peleando contra el mono. Ni drogas, ni dulces, ni ocurrencias. ¿Sobrevivirían? Sólo el tiempo lo dirá.
La política es en ocasiones, más que un juego de tronos, un juego de tontos. Yo, que he llegado a ella hace poco, porque mi vida hasta el momento ha sido más bien corta, me pregunto en ocasiones si la degeneración es nueva o vieja, y si viviré en algún momento un tiempo en el que no lo sea; creo que no y sospecho...
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Elizabeth Duval
Es escritora. Vive en París y su última novela es 'Madrid será la tumba'.
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