Desigualdades
Morir pronto es nombre de señor
En España, los hombres viven menos y las mujeres viven peor. Ese resumen es constante y es la mejor ilustración de la brecha de género en salud: los años que tiene la vida y la vida que tienen esos años
Javier Padilla Bernáldez / Pablo Padilla Estrada 11/11/2021
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En España, los hombres viven menos y las mujeres viven peor. Ese resumen es constante y es la mejor ilustración de la brecha de género en salud: los años que tiene la vida y la vida que tienen esos años. Una brecha que habitualmente interpretamos por el lado de la calidad de vida, aquel que nos muestra que a lo largo de la vida las mujeres presentan una peor salud percibida, esto es, una mayor probabilidad de decir que tienen una salud mala o muy mala. Esto se ha vinculado principalmente a las desigualdades en la asunción de cargas de cuidados, la existencia de dobles jornadas de trabajo (dentro y fuera del hogar), desigualdades en el ejercicio del poder (social y económico) y otros factores similares. Tanto es así, que hay algún estudio realizado en España que afirma que los años de más que viven las mujeres se compensan por la peor calidad de vida que tienen a lo largo de toda su vida, de modo que al final sería como si, en términos de calidad, la esperanza de vida de hombres y mujeres fuera similar.
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La otra cara de esa brecha de género es la relacionada con la cantidad de años que se le echan a la vida. Ahí podemos ver cómo en España los hombres viven de media 5,47 años menos que las mujeres, brecha que aumentó durante la pandemia, especialmente en la Comunidad de Madrid, donde se sumaron 0’78 años a la diferencia existente en 2019. Si bien existe un importante cuerpo de conocimiento sobre el porqué de las desigualdades en calidad de vida entre hombres y mujeres, las desigualdades en cantidad de años de esperanza de vida suele estar más marginada en el debate social y político, como si no fueran elementos que se dan la mano en la cara B del patriarcado.
Las preguntas sobre qué nos pasa a los hombres no se las podemos dejar en bandeja al impulso reaccionario que señala al feminismo como el origen de todos nuestros males
Históricamente, parecía que la culpa de todo la tenían los estrógenos y la testosterona, que justificaban desde diferencias en la incidencia de infarto agudo de miocardio hasta la impulsividad que te lleva a conducir a 200 km/h por una autovía. Sin embargo, la brecha en esperanza de vida entre hombres y mujeres varía entre sociedades más de lo que varía la genética, y se ha ido modificando a lo largo de los años dentro de un mismo país, mostrando además su asociación a otros factores.
Entonces, ¿por qué los hombres mueren antes y qué tiene eso que ver con la forma en la que se organiza la sociedad?
Lo de los hombres: el vínculo entre la masculinidad y los hábitos de vida saludables
Hay varias respuestas a la pregunta de por qué los hombres mueren antes. Alguna alude a factores no modificables, como pueden ser los genéticos que predispongan a una mayor incidencia de infarto de miocardio en menores de 50 años, pero la mayoría señalan a aspectos modificables ligados a condiciones y hábitos de vida.
Los hombres tienen trabajos con una mayor tasa de accidentabilidad, de fuerte componente físico y de toma de riesgos para la salud. Esto es un aspecto relacionado con la segregación horizontal del trabajo y que hace que una gran parte de la siniestralidad laboral recaiga sobre la población masculina. Además, los hombres presentan, por lo general, una menor capacidad para tejer vínculos comunitarios de cuidados por parte de los hombres, en términos generales, lo cual puede repercutir tener claros efectos sobre la salud.
Estos dos aspectos que podemos percibir como más “macro” o claramente determinados por las formas de organización social, se coordinan a la perfección con la presencia de una frecuencia mayor, por parte de los hombres, de consumo de todo aquello que podemos considerar como no saludable. Mayor frecuencia de tabaquismo, consumo de alcohol, de otras drogas, mayores delitos violentos (tanto cometidos como sufridos, en una abrumadora mayoría a manos de otros hombres), menor consumo de fruta y verdura… Todos los hábitos ligados a consumos poco saludables están, además, íntimamente relacionados con el nivel educativo y de renta, de modo que el efecto de la desigualdad sobre la salud se dibuja en parte a través del gradiente social de estos hábitos.
En una reciente entrevista, Gary Barker, director de Promundo, afirmaba que “Sufrir más violencia o más suicidios es el coste que pagamos los hombres por el patriarcado”; esto va en la misma línea de Clara Serra, quien afirmaba en otra entrevista que “El sistema patriarcal puede suponerles ciertos privilegios, pero los roles clásicos también les quitan muchas libertades [a los hombres]”. La distribución desigual de estos factores relacionados con una mortalidad más temprana entrarían dentro de esa parte negativa del patriarcado para la salud de los hombres. Esto no quiere decir, en absoluto, que el patriarcado sea igualmente nocivo para hombres y mujeres, pero sí nos obliga a señalar que ser hombre en el marco del patriarcado perjudica a la salud de los hombres y caminar hacia sociedades más justas y cohesionadas, también en lo relacionado con la división sexual de roles y trabajos, tendría beneficios para la población masculina.
Igualar al alza: ¿por qué hemos de ocuparnos de la salud de los hombres?
La división sexual del trabajo impacta de forma diferente sobre la salud de hombres y mujeres y, además, genera grandes ineficiencias desde una perspectiva de salud. La entrada de los hombres en un régimen de corresponsabilidad en el ámbito de los cuidados ha de tener la capacidad de disminuir la doble jornada de las mujeres y aliviar el impacto negativo sobre su calidad de vida y salud percibida. La entrada de las mujeres en trabajos previamente reservados para hombres ha mostrado cómo puede actuar como un catalizador de cambios y generador de nuevas demandas que beneficien tanto a la salud de hombres como de mujeres al implicar una menor carga física; un ejemplo de esto ocurrió con la incorporación de las mujeres a los servicios de Correos, lo cual facilitó la transición de cargar en la espalda sacos llenos de cartas y paquetes a utilizar carros de transporte. No se trata simplemente de acabar con la división sexual del trabajo, sino especialmente con aprovechar los aspectos que facilitan igualar al alza los beneficios de esta equiparación.
Es necesario construir formas de ser hombre que se definan más por reducirse la jornada para cuidar de tu hija que por ser el que más horas trabaja de la oficina, por pensar que la alimentación forma parte de un conjunto de acciones relacionadas con nuestra forma de estar en el mundo que con ser el que come el chuletón más grande más veces por semana. Otras formas de ser hombre, de habitar la masculinidad, que encajen en el paradigma del buen vivir y que no pasen por maltratar nuestro cuerpo en pos de un ideal inalcanzable que se ha demostrado perjudicial para nuestras vidas.
La forma de equiparar la cantidad de años de vida de hombres y mujeres así como la calidad de esos años de vida no puede ser mediante igualar a la baja la esperanza de vida de las mujeres como consecuencia de su equiparación en el consumo de hábitos tóxicos mientras se logran solo tímidos avances en la corresponsabilidad en los cuidados (formales e informales). La forma salubrista de actuar en esta brecha ha de ser incorporando a los hombres al marco de corresponsabilidad mientras se incentivan medidas de abandono de los patrones nocivos para la salud clásicamente ligados a la masculinidad. Esos patrones formarían parte del férreo mandato que supone la masculinidad, una jaula muy pequeña en palabras de Chimamanda Ngozi Adichie, que nos hace creer que una lenta autodestrucción y la asunción de riesgos innecesarios son la única forma de ser hombres.
Las preguntas sobre qué nos pasa a los hombres no se las podemos dejar en bandeja al impulso reaccionario que señala al feminismo como el origen de todos nuestros males. No podemos dejar de lado la inquietud que genera en muchos hombres las transformaciones que experimentan nuestras sociedades y cómo nos afectan. Necesitamos una perspectiva feminista, una perspectiva de género amplia, que nos permita dar respuesta a estos interrogantes. Sólo el marco feminista puede poner freno a la deriva reaccionaria, proyectando un horizonte deseable donde la incorporación de los hombres en condiciones de corresponsabilidad a las tareas de cuidados ayude a conformar sujetos masculinos con menor atracción por todo aquello que resulta dañino para su salud. La construcción de dicho horizonte requiere no un apuntalamiento de la desigualdad sino su cuestionamiento y la abolición de la división sexual del trabajo. Frente al impulso reaccionario que ve en el feminismo y en el borramiento de las masculinidades clásicas el origen de las desigualdades en esperanza de vida entre hombres y mujeres, es necesario levantar proyectos y acciones que muestren que es justamente el marco feminista el válido para cuestionarse el porqué de estas desigualdades y construir sociedades en las que la división sexual del trabajo esté abolida y donde la incorporación de los hombres en condiciones de corresponsabilidad a las tareas de cuidados ayuden a conformar sujetos masculinos con menor atracción por todo aquello que resulta dañino para su salud.
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Javier Padilla Bernáldez es diputado de Más Madrid en la Asamblea de Madrid.
Pablo Padilla Estrada es sociólogo.
En España, los hombres viven menos y las mujeres viven peor. Ese resumen es constante y es la mejor ilustración de la brecha de género en salud: los años que tiene la vida y la vida que tienen esos años. Una brecha que habitualmente interpretamos por el lado de la calidad de vida, aquel que nos muestra que a lo...
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