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Parece que René-Jean Page, el impresionante Duque de Hastings que ha erotizado a medio mundo, o más, en la serie Los Bridgerton, será el próximo Simon Templar. Si, El Santo, que en la infancia de las mayoronas, allá por los sesentas, tenía la cara de Roger Moore. Porque parece que el dramaturgo y actor, también británico y también negro, Sir Kame Kwei-Armah, está levantando el proyecto de recuperar para la pantalla al personaje de Leslie Charteris, no he conseguido enterarme si para película o para serie, ya comprenderán que la información del Hola! tiene sus limitaciones. Y se lo ha encargado a él. Y yo me pregunto: ¿por qué El Santo ahora?
No, no voy de tele ni de cine. Simon Templar, el personaje creado por Leslie Charteris en los años veinte, tenía unas características peculiares y expresas. Era un justiciero, por decirlo pronto. Venía a suplir las grietas que el sistema democrático de justicia, a veces demasiado garantista, a veces sencillamente corrupto, dejaba abiertas, y por las que se colaban los delincuentes para seguir actuando a sus anchas. Ya se sabe: los abogados y los jueces conchabados y untados, la policía o comprada o maniatada... Todo eso, vox populi (qué grima me está dando el latinajo). Él se tomaba la justicia por su mano y actuaba. Si había que matar, mataba. A veces tenía la aquiescencia del Yard, o del FBI cuando actuaba en USA, pero, como sus métodos eran también delictivos, era, tenía que ser, un solitario de la justicia. Un héroe en medio de una sociedad demasiado conformista y silenciosa, pero tan cabreada por la inseguridad y la delincuencia como para aplaudir al que, en cualquier mente sana, sería, simple y llanamente, un asesino.
La lista de los héroes solitarios es muy larga y fecunda en la literatura, en el cine, en el cómic y en la tele. Qué haríamos sin ellos los lectores de noir. Y han tenido y tienen un papel importante en la construcción del imaginario común. Por un lado, proponen un modelo de masculinidad, hecho de valor y coraje, generosidad y desprendimiento, inteligencia y sí, sentido de la justicia. O de la venganza, que no es lo mismo. Más o menos cínicos, suelen tener un humor que palia su crueldad. Osados hasta la temeridad, ostentan un sentido moral rigurosamente individual, que consideran superior a las normas públicas e institucionales, y que “justifica” los medios nada santos –el nombre de éste es obviamente irónico– usados para conseguir sus fines. Son un yo que aparece por encima de lo social. No son ambiguos, son expeditivos. Justo lo contrario del hombre medio.
El argumentario de El Santo frente a la delincuencia –léase, por ejemplo, El Santo en Nueva York, de 1938: mi edición es de Bruguera, 1982– se parece demasiado al de la ultraderecha europea, pero también a los movimientos antimafia y antiestado italianos, o a los antinazis, en los que Templar milita en las novelas aparecidas a partir del 45. Un argumentario compartido: pienso en Malditos bastardos, la espléndida y brutal película de Tarantino. Pero no hay que irse tan lejos: basta con oír, ver o leer lo que se dice hoy mismo y en España ante el repugnante secuestro y asesinato de Álex, el niño de Logroño.
Efectivamente, estamos asistiendo a la reapertura de la polémica sobre la cadena perpetua y hasta la pena de muerte, en un ambiente caliente por la repulsa y el escándalo, donde toda crispación es poca. Estoy segura de que si apareciera un justiciero que liquidara al asqueroso asesino reincidente, pongamos por caso, El Santo mismo, poca gente iba a condenarlo. Porque piden “justicia para Álex”, pero en realidad están pidiendo venganza. Que no es lo mismo.
A Álex poca justicia se le puede hacer ya. En realidad, a ninguna víctima. Lo que ha ocurrido es irreversible. Y no lo mejorará nada que se pudiera hacer. La justicia ni devuelve ni resarce a las víctimas. Es más: debe ejercerse sin mirarlas. La justicia sólo restablece el equilibrio social roto por la transgresión. Y la castiga. Y eso es lo que hemos acordado, lo sepamos o no, al vivir en comunidad. Al dotarnos de unas leyes (con las que, por cierto, podemos no estar de acuerdo por numerosas razones, no sólo las de Templar. Para cambiarlas está la política, no?).
Inevitablemente, están los climas emocionales, como éste. Nada en la historia, con unos medios u otros de comunicación –del bando y el rumor al twitter– se explica sin un estado emocional colectivo. Mayoritariamente inducido. Pero tal parece que, en todo el mundo y no sólo aquí, aunque también aquí, disfrutamos de un momento que reúne la frustración, la desconfianza y la ira.
Simon Templar es un personaje con suerte, con tanta que ha trascendido a la obra y la vida de su creador. Leslie Charteris, que fundó en 1936 el The Saint Club al que pertenecieron buen número de escritores y guionistas noir de su época, publicó, desde 1926 hasta el 93 en que murió, más de cincuenta novelas y casi un centenar de historias cortas protagonizadas por su personaje. Otras muchas más salieron de su factoría, con su firma o sin ella, muchas veces novelizaciones de guiones para cine o TV. El personaje, un aventurero según su autor –cuya vida sí que tiene una novela– fue evolucionando conforme cambiaban esos estados de ánimo social a los que me refería antes. Para canalizar sentimientos y ayudar a sublimar tensiones. Tengo que decir que nunca fue un fascista. Ahora vuelve, encarnado en René-Jean Page, una bomba erótica si se me permite el desahogo. Algo tendrá que ver con nuestro mundo. En cualquier caso, brindaremos con un highball, escocés con agua en vaso largo, que no todo van a ser dry martinis.
Parece que René-Jean Page, el impresionante Duque de Hastings que ha erotizado a medio mundo, o más, en la serie Los Bridgerton, será el próximo Simon Templar. Si, El Santo, que en la infancia de las mayoronas, allá por los sesentas, tenía la cara de Roger Moore. Porque parece que el dramaturgo...
Autora >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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