Estrategia y pasión
A propósito de Eduardo Halfon
El escritor guatemalteco ha nacido y vive en una novela. Casi todos, todos, vivimos en una. Él la está escribiendo
Rosa Pereda 16/08/2021
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No sé cómo se va a titular la novela de Halfon cuando decida publicar juntas todas sus entregas –que voy leyendo ansiosamente desde que me impresionó Monasterio–, es decir, cuando la acabe. Porque ya, a la altura de Canción, la última aparecida (Libros del Asteroide, 2021), estoy segura de estar ante una sola, enorme, maravillosa novela. Que será tan larga como La recherche, o más, sólo que sus libros, los capítulos de esa historia única, a diferencia de los de Proust, apenas se extienden cien folios. Cuando no arrancan de un relato anterior, mucho más corto.
A mi modo de ver, se trata de una estrategia. Por un lado, de escritura, pero por otro, de edición. Y a eso iré después. Una estrategia que no sería nada si no estuviera guiada por una pasión: esa necesidad de contar lo recordado, muchas veces el relato escuchado de lo sucedido, más que los propios hechos, a veces muy anteriores a su propia vida. Pero así es como funciona la memoria, así es cómo nos hacemos con un pasado, en su caso, fascinante. Porque Eduardo Halfon vive, ha vivido, en una novela. Y porque nuestra manera de conocer es siempre a base de relatos, a base de discursos. Privilegiadamente orales: así es como sabemos lo que pasa. En el micromundo de nuestra familia y nuestros amigos, en el mundo en general. En la Historia y en las historias. Conocemos el presente, y el pasado, por lo que nos cuentan. Así que Eduardo Halfon, con una honestidad que le pone directamente en el punto de partida –es el personaje narrador, el escritor guatemalteco Eduardo Halfon, y es su familia de la que habla– sale a la busca del tiempo perdido desde un presente muy presente. Desde un yo que investiga y busca y viaja: así que la referencia a Proust no está tan traída por los pelos. Con una diferencia de base: Halfon, que se sepa, no se esconde tras sus personajes. Ni tampoco esconde a sus personajes: da la cara con nombre propio y parentesco, una y otra vez. No escribe roman a clé. Y reconoce que imagina, que inventa, que fabula, pero su relato se refiere a personas reales (que han sido reales) con sus nombres y apellidos, y que, básicamente, están en su propio árbol genealógico. (Conviene recordar, por otro lado, que, como decía Guillermo Cabrera Infante, la realidad es siempre “realidad” en literatura).
Los cotilleos y los susurros que van configurando las tramas proustianas nos harán percibir un mundo que acaba, la Francia del antiguo régimen. ¡Madame Verdurin convertida en Guermantes! Halfon está construyendo una compleja historia de una familia nómada, para explicar su propio nomadismo. Una familia expresamente judía –a diferencia de Proust, una vez más– que hace coincidir en Guatemala las dos ramas del pueblo hebreo: la askenazi del abuelo “ruso” y la sefaradí del abuelo “turco”. Y hay, de momento, dos tragedias fundacionales y dos supervivencias: Auschwitz y la guerra civil encubierta de Guatemala. Un número tatuado en el brazo y un secuestro, que le harán reconstruir el horror nazi –viajando a Lodt y al campo de exterminio– pero también profundizar en la violencia, diríamos que estructural del país centroamericano en que nace y al que vuelve, nómada él, periódicamente. Entonces la reconstrucción de la Historia, que es uno de los objetivos de su novela, no es por simple curiosidad historiográfica sino por una necesidad fundante. Es su propio yo, el escritor guatemalteco Eduardo Halfon, que necesita saber quién es y explicarse a sí mismo y a su (complejo) mundo. Claro que en la línea que va de El boxeador polaco a Duelo conoceremos personalmente el Holocausto, y en la que arranca en Mañana nunca lo hablamos y parece cerrarse en Canción, la violencia guatemalteca. Y más cosas que contribuyen, como un mosaico, a su complicada identidad a definir. De la que forman parte el mosaico de lenguas en que se mueve, del árabe al idish pasando por el inglés y el alemán y el hebreo ritual, y llegando y volviendo al castellano madre en que escribe; y por el mosaico de comidas, desde las otomanas, olorosas y especiadas, de Líbano o de Alepo, a los recios guisos de Europa Central, pasando por la comida tradicional de su país natal. Y los viajes pasados, esas geografías también en mosaico, y los presentes, que aparecen en el momento de la escritura. Y los tiempos, el anterior de los abuelos, la infancia recuperada, el presente vivo del escritor. Halfon ha nacido y vive en una novela. Casi todos, todos, vivimos en una. Él la está escribiendo.
Y ahora viene la estrategia. ¿Por qué digo que es una sola novela que nos entrega por entregas? Porque ya se encarga él de que lo piense. Muy buena parte de sus cuentos van abriendo las historias que, aunque luego se centren en una (Monasterio, Duelo, Canción) seguirán relacionándose una con otra gracias a las autorreferencias que las cruzan. De manera que tanto cuentos como novelas (cortas) se pueden leer, y se leen, independientemente, tienen unidad y vida propias. Pero hay un balanceo de intensidades, un movimiento de foco, de ampliación y de recuerdo que permiten contar con todas. A un tiempo. El narrador, el protagonista final de esas historias protagonizadas por otros, el que tiene la última palabra, “el escritor guatemalteco Eduardo Halfon”, personaje de autor, y autor, es uno de los secretos. La función de la memoria, otro.
¿Cuántas páginas hacen falta para contar como se debe esta historia? Miles. Pues Halfon ha decidido ir por partes. Metódicamente. No sólo escribiendo, sino publicando. Dejándonos con ganas en cada entrega, pero sacándolas de su ordenador y dándolas a la luz. Una por año, seguramente. Sin prisa, pero sin pausa. A mi modo de ver, una sabia elección, esta construcción paso a paso de su historia y, sobre todo, del propio nombre. ¿Quién hay entre los lectores de novela latinoamericana que no sepa quién es Eduardo Halfon a estas alturas? Si tuviera el novelón en las tripas de su ordenador no sería lo mismo. Y no estaríamos esperando el próximo capítulo después de Canción, que recomiendo vivamente. Si no lo conocen, empiecen por aquí, y sigan buscando el resto. Y esperando, que habrá más.
No sé cómo se va a titular la novela de Halfon cuando decida publicar juntas todas sus entregas –que voy leyendo ansiosamente desde que me impresionó Monasterio–, es decir, cuando la acabe. Porque ya, a la altura de Canción, la última aparecida (Libros del Asteroide, 2021), estoy segura de estar...
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Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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