Crónicas partisanas
Sonreíd, es el destino
Es el fin de una época y el regreso de un fantasma del pasado: se cierran las ventanas de oportunidad, se apagan los núcleos irradiadores, se llenan los significantes vacíos. En el ocaso de los politólogos, Felipe González levanta el vuelo
Xandru Fernández 7/11/2021
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El fin de la pandemia huele a precampaña electoral. Hasta hace poco, un biombo de premuras sanitarias y escrúpulos morales nos velaba la rebotica de negociaciones, pactos y puñaladas en que transcurre buena parte de la vida política. Pero ya hace algún tiempo que nos ponemos de puntillas para espiar lo que pasa al otro lado. Ya no nos asusta tanto comprobar que, a pesar de la excepcionalidad en que hemos vivido el último año y medio, las cosas de palacio siguen estando como estaban. Quizá un poco más despeinadas, despintadas, sin brillo, pero en lo fundamental están como siempre. Y, a medida que nos acostumbramos otra vez a vivir como adultos, vamos cayendo en la cuenta de que hay quien cree que las leyes son un juego de niños. Justo los que tienen que cambiarlas o decidir mantenerlas.
Ojalá tuvieran razón y la Ley Mordaza funcionara como un conjunto de reglas que nos permitiera divertirnos y estrechar lazos de convivencia entre iguales. A la mayoría le importaría muy poco que hubiera que dirigirse a la policía con una actitud servil propia de regímenes feudales si esto fuera, en efecto, un juego y solo fingiéramos ser guardianes y vasallos, siervos y caballeros investidos de autoridad real para ejercer la violencia. Los problemas vienen cuando nos salimos del marco de ficción en que transcurre el juego y tenemos la mala pata de tropezarnos con un policía que se cree a pies juntillas que la ley está para cumplirla. Y que encima tiene razón porque las leyes, salvo que uno viva en la inopia, son para eso. En este caso la ley está para que la gente corriente sienta miedo de la policía, y no creo que haya otra manera sensata de verlo, francamente: cuando el Estado concede a una minoría la potestad de decidir qué es delito y qué no, está legitimando la arbitrariedad y dando pie a que el resto de las personas procuremos alejarnos lo más posible de esos hermeneutas uniformados que pueden tomar un saludo por un insulto, un tuteo por una falta de respeto y, lo peor de todo, considerar que sacar la porra y partirte el cráneo es una reacción proporcional tanto al insulto como a la falta de respeto.
Si no sabes esto, es que no pisas la calle ni para cruzarla. Y si proclamas a los cuatro vientos que hay acuerdo en el Gobierno para acabar con la Ley de Seguridad Ciudadana, lo mínimo es que sea verdad y que se acabe con la impunidad de la policía, no que se rebaje la cuantía de las multas. Lo que se percibe como una anomalía democrática es que te puedan multar sin haber hecho nada. Si no cambias eso, no cambias nada.
No sé qué tendría que pasar para que el PSOE y UP cumplan uno de sus compromisos, pero parece que no va a ser el de la Ley Mordaza
Asusta un poco. Asusta pensar que quien tiene la capacidad y la potestad de cambiar una ley tan abusiva como la Ley Mordaza se lo tome como un juego incluso después de haber prometido derogarla. Incluso después de casi dos años de gobierno. Justo cuando más evidente debería ser que tenemos un problema de mala praxis democrática por parte de un buen puñado de funcionarios del Estado. No sé qué tendría que pasar para que el PSOE y Unidas Podemos cumplan al menos uno de sus compromisos, pero parece que no va a ser este, y si no es este, no sé cuál podría ser. Quizá crean que las probabilidades de revalidar mandato son tan remotas que ya todo da lo mismo, o quizá nos crean tan idiotas que piensen que les votaremos sin más porque, si no, vendrá la derecha. Desde luego yo no le veo mucho recorrido a ese argumento, pero a Felipe González le funcionaba (igual que lo de la impunidad policial, amigas de Unidas Podemos, como bien sabéis: o a ver si lo de la cal viva lo dije yo en el Congreso).
Va a ser eso, me temo. Al menos, a eso huele, a precampaña con golpe de timón y vuelta al tiro largo de los pantalones electorales de los primeros años noventa. A González, recuerden, lo vimos hace poco bendiciendo a su sucesor en la Moncloa: tarde y con retranca, pero también con la displicencia del vencedor, del que ha conseguido que las ovejas díscolas vuelvan al redil. Con el rictus sombrío del justiciero enmascarado que siempre creyó ser y cuya impronta siempre valoró y premió entre los suyos. Es el fin de una época y el regreso de un fantasma del pasado: se cierran las ventanas de oportunidad, se apagan los núcleos irradiadores, se llenan los significantes vacíos. En el ocaso de los politólogos, la lechuza que levanta el vuelo es Felipe González. Menuda broma, la sonrisa del destino.
El fin de la pandemia huele a precampaña electoral. Hasta hace poco, un biombo de premuras sanitarias y escrúpulos morales nos velaba la rebotica de negociaciones, pactos y puñaladas en que transcurre buena parte de la vida política. Pero ya hace algún tiempo que nos ponemos de puntillas para espiar lo que pasa...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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