Arte y filosofía
Dalí y de Chirico en una rave
Sobre las formas de espiritualidad en la pintura y el yoga de Carrère
Mario Crespo 5/12/2021
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La metafísica ha estado siempre ligada a la literatura como un tendón a un hueso; inseparable, como si cada autor en cada época intentara crear una obra que explicase el mundo, que diera respuestas a lo indescifrable, al antes y al después de la existencia. Noble preocupación e incierta tarea que se sirve de las herramientas del pensamiento y la palabra. Desde las Coplas de Jorge Manrique y el carpe diem medieval hasta Borges, pasando por Dostoievski, Unamuno, Mann o el existencialismo de Camus, la preocupación filosófica, la trascendencia de lo ininteligible, representa una constante en la escritura.
Para Aristóteles, la metafísica es la filosofía primera, la que trata de las causas del ser en cuanto tal. Los escritos que intentan dar respuesta a nuestras inquietudes espirituales han copado ensayos, novelas, poemas e incluso guiones de cine. Las artes son una herramienta creativa y libre para tratar todas esas cuestiones que trascienden la lógica; el ser es y no ser no es, el río en el que nadie se baña dos veces, la entidad y la esencia. Pero ¿qué ocurre con las artes plásticas?, ¿ha dejado la historia de la pintura la impronta filosófica que ha recorrido otros campos creativos?, ¿acaso no sirven la pintura o la escultura, o incluso la arquitectura, como médium entre la realidad y lo puramente espiritual?
Si repasamos la historia del arte veremos que, en efecto, sí hay épocas, estilos y autores que muestran esta preocupación en su obra. Un legado que puede abarcar desde las catedrales góticas hasta la iconografía, en la pintura barroca o incluso las esculturas de Giacometti. Y sin embargo son escasas las etiquetas artísticas que hacen referencia a lo metafísico o lo existencial. Resulta obvio que, si nos centramos en la pintura, desembocamos enseguida en el mar de la llamada “pintura metafísica” de Giorgio de Chirico. Pero tampoco podemos pasar por alto el “ismo” con el que esta entronca; el surrealismo.
El surrealismo propone pues una teoría de lo inconsciente como medio para entender la vida a través de la interpretación de los sueños
En palabras de André Breton, en su manifiesto de 1924, el surrealismo es un “puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar, verbalmente o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón al margen de toda preocupación estética o moral”. El surrealismo propone pues una teoría de lo inconsciente como medio para entender la vida a través de la interpretación de los sueños de Freud. Aunque, más que un movimiento, o un estilo, el surrealismo se configura a base de obras individuales de artistas diversos. En pintura, de hecho, encontramos propuestas tan dispares como el surrealismo figurativo y el surrealismo abstracto.
En los términos que nos ocupan, esto significa que los surrealistas suelen basarse en el mismo precepto; una lectura personal de la realidad que utiliza la percepción como medio de conocimiento y la imaginación como herramienta de interpretación. Al fin y al cabo, la obra de Salvador Dalí se compone de elementos de la naturaleza, formas humanas y objetos creados por el hombre (rocas con forma de cara o relojes blandos). Se trata de una deformación de las percepciones. Dalí parece dibujar lo que ha visto durante un colocón de LSD en medio del campo, con sus alteraciones perceptivas y sus asociaciones de ideas. Pero su composición final no representa una verdad, ni una respuesta; no es una explicación metafísica, sino una interpretación de algunas ideas filosóficas mezcladas con la aleatoriedad de la psique.
La metafísica, como entendimiento de Dios, del Todo, del universo, del más allá, y de la eliminación del yo, solo puede encontrarse en lo opuesto a lo figurativo, en el abstracto más puro; en el color o la ausencia de este, en la luz, en el Blanco sobre blanco de Kazimir Malevich. El pintor ruso reniega de lo objetivo y su representación pictórica. Para él, la abstracción se compone de elementos ingrávidos; la pureza como la reducción de formas, el color-es-y-el-no-color-no-es, el paroxismo de la subjetividad a través de la ausencia de perspectiva; el blanco, el vacío, lo místico. En palabras del propio pintor, “el sistema suprematista ha vencido al azul del cielo, lo ha roto y ha entrado en el blanco como la materialización real y verdadera del infinito”. Un arte que, en resumen, resulta realmente espiritual para quien lo contempla. El blanco es la luz, es la concentración en los sentimientos, es lo que vemos cuando meditamos y alcanzamos un nivel elevado de ensimismamiento, es la verdad y, quién sabe, si la vida, es lo más elevado a lo que el hombre puede aspirar, lo supremo, el suprematismo.
Esa luz de la que hablan los místicos, los yoguis y todo el que alcanza un estado de ingravidez que anula la materia y lo físico para alcanzar la nada, para ser solo energía –la luz que, se supone, vemos antes de morir, según cuentan quienes han tenido experiencias al borde de la muerte–, es lo que persiguen todos esos occidentales que practican yoga con la intención de convertirse de un día para otro en ascetas. En la novela Yoga, de Emmannuel Carrère, se plasma claramente este concepto del yoga como entretenimiento, como una especie de actividad extraescolar; el yoga para ansiosos y deprimidos, el yoga como prescripción médica, el yoga como psicólogo.
El yoga que se practica en Occidente no deja de ser, por lo general, una actividad místico-deportiva por la que se paga un dinero a un conductor, maestro o médium, que te enseña una serie de técnicas corporales y mentales para hacerte sentir mejor, lo que se traduce a la postre, en una especie de compra de ansiolíticos que lo coloca como un producto más del sistema capitalista: yo-te-vendo-esto-y-tu-obtienes-unos-efectos-a-cambio. Un concepto que está muy lejos de ese camino interior que conforma la filosofía oriental; la paz, la renuncia al ego y al éxito, al triunfo personal, a lo individual.
Kazimir Malevich no ha tenido la relevancia histórica e iconológica que han alcanzado los Dalí, de Chirico, Magritte o Miró, porque su arte no explica la filosofía, es filosofía
El egocentrismo de Carrère y el hecho de que practique yoga para aliviar la depresión y, además, publique una novela sobre ello, confirma el erróneo entendimiento de los procesos interiores que tenemos en Occidente tras tantos años de adoctrinamiento consumista, de triunfos personales y expectativas que, cuando no se cumplen, desembocan en depresiones y cursos de yoga acelerados para combatirlas. El yoga es un bien del sistema del libre mercado, como los libros de Carrère, como los cuadros de Dalí, como el tiempo que empleamos en el puesto de trabajo, y su opuesto es subjetivo porque no es nada, o, más bien, es la nada; es una iluminación difícil de sufrir, una epifanía, un momento de vacío mental frente a un cuadro suprematista (o, por qué no, frente a un Rothko); es, al fin y al cabo, todo lo que no es.
A pesar de todo, Kazimir Malevich, sin llegar a ser un desconocido para el gran público, no ha tenido la relevancia histórica e iconológica que han alcanzado los Dalí, de Chirico, Magritte o Miró, porque su arte no explica la filosofía, es filosofía. Y porque, al fin y al cabo, la mayor parte de la gente, arrastrada por el ritmo de vida que exige el modelo de vida occidental, con su rutina y su prisa, su alocada actualidad, no tiene tiempo para el reposo y la tranquilidad que exigen la contemplación y la concentración, no tiene, en otras palabras, tiempo para la metafísica. De hecho, el no hacer nada, la detención del tiempo entendida como disfrute del mismo, el dolce far niente, resulta un agobio para la gran mayoría. El “hacer algo” con el tiempo libre, se ha convertido en una nueva exigencia consumista –la industria del ocio–, como si el tiempo hubiera que gastarlo con tarjeta de crédito.
La metafísica como reflexión sobre lo trascendente solo puede encontrarse en los espacios interiores de la mente, lejos del mundo exterior, lejos de la realidad que conocemos. La iluminación espiritual es un proceso que está desposeído de objetos, de materia; es el vacío, la nada, el blanco sobre otro blanco o el negro sobre otro negro o quizá el blanco sobre el negro. Es, en resumen, un Malevich expuesto en nuestra conciencia.
La metafísica ha estado siempre ligada a la literatura como un tendón a un hueso; inseparable, como si cada autor en cada época intentara crear una obra que explicase el mundo, que diera respuestas a lo indescifrable, al antes y al después de la existencia. Noble preocupación e incierta tarea que se sirve de las...
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