ALMA COLCHONERA / Oporto 1 - Atlético de Madrid 3
¿Bah?
Notar las caricias y las heridas. El frío y el calor. Porque vivir noches así, lejos de ser un drama, es una suerte. Un privilegio, incluso. Vivir las cosas con intensidad es vivirlas dos veces
Ennio Sotanaz 8/12/2021
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Fernando Fernán Gómez dijo una vez que el gran problema de los españoles no era la envidia, sino el desprecio. Que la gente no tenía envidia de Cervantes por haber escrito el Quijote, sino que después de leer quince páginas decían: bah, no es para tanto. Diego Pablo Simeone no ha escrito el Quijote, ni falta que hace, pero lo que ha hecho en estos diez años no puede despacharse con ese despectivo bah que hemos escuchado últimamente. No, porque al final, otra vez, el Atlético de Madrid resulta que está en los octavos de la máxima competición europea. Y van ya unas cuantas. Alguno, como reproche, dirá que sí, pero que otra vez ha tenido que ser después de pasearse por el precipicio y apelando al corazón. ¿Cuál es el problema?, preguntó yo. Porque lo mismo es que no se puede conseguir de otra forma. No, desde esta bancada. No, desde esta forma tan particular de entender la vida. Bah, dirán los que habitan en el otro frente o los confundidos con la definición de estética. ¿Bah?
Hay días en los que hablar de fútbol después de un partido puede parecer hasta ordinario. Hoy es uno de esos días. El encuentro tenía tanta carga emotiva, había tanto en juego, que parecía obvio que la cabeza era casi más importante que los pies. Canalizar las emociones y distribuir la intensidad con inteligencia era más relevante que cerrar espacios o que tirar desmarques. Lo bueno es que el Atleti de Simeone es un equipo top en lo que se refiere a jugar en el límite de la emoción. Quizá por eso encaró el partido mejor que su rival. Los primeros veinte minutos de los rojiblancos fueron bastante buenos, sobre todo si tenemos en cuenta el lugar desde el que venían.
No era fácil jugarse la vida en Oporto con una defensa improvisada, o sí, porque Simeone es un maestro a la hora de superarse frente a las dificultades. A los colchoneros les sienta bien ese papel y, de hecho, defensivamente han hecho uno de los mejores partidos de la temporada. Curioso, porque de los tres centrales con los que jugó, solamente uno lo era (y además fue el que peor jugó). Tanto Kodogbia como Vrsaljko, conscientes de la situación, se dedicaron a cerrar filas y a no complicarse la vida. Y ambos estuvieron francamente bien. Cosas veredes, amigo Sancho.
En esos primeros veinte minutos el Atleti ganó a su rival la batalla de los nervios. Fue mejor que el Oporto y lo siguió siendo hasta que fallaron su ocasión más clara y Luis Suárez se lesionó. Entonces, con esa fragilidad recurrente de un equipo con un alto déficit de confianza, las piernas empezaron a encogerse, las cabezas comenzaron a dudar y el equipo portugués pasó de ser mascota a ser dragón. El final de la primera parte fue una agonía para los colchoneros. Incapaces de jugar al primer toque, perdieron el control del balón y comenzaron a llegar tarde a todos los cruces. Si consiguieron llegar vivos al descanso fue gracias a tener al mejor portero del mundo y a un tipo como Llorente, que dio una lección de cómo debe jugar un defensa que no es defensa.
La segunda parte no comenzó muy diferente a como había terminado la primera, pero era más apariencia que realidad. Algo había cambiado. Los rojiblancos habían igualado la intensidad de su rival y simplemente con eso se hicieron más grandes. Picasso decía que la inspiración te tiene que encontrar trabajando y eso aplica también al fútbol. Para marcar un gol de saque de esquina tienes que conseguir sacar de esquina. Y sí, el Atleti abrió el marcador de esa manera, con un córner cerrado que hace que el balón llegue a Griezmann desmarcado en el segundo palo, pero las sensaciones eran ya otras antes de ese momento.
El Atleti pareció encarar bien esa situación tan crítica de jugar con el marcador a favor, pero apenas tuvimos tiempo de comprobarlo. Una tangana que no hubiese tenido mucho recorrido con un árbitro que supiese entender mejor el fútbol acabó con la expulsión de Carrasco. La acción no es violenta y encaja perfectamente dentro de lo que es admisible en un partido de máxima tensión, pero el colegiado europeo, un viejo conocido, decidió ser más papista que el papá. Lo bueno es que al menos mantuvo el mismo criterio pocos minutos después, cuando expulsó a Wendell por algo parecido. La poca cabeza que había tenido un veterano como Carrasco fue la que le sobró a un recién llegado como Cunha. Él fue quien tuvo la habilidad de expulsar al jugador portugués. Y conviene resaltar más cosas del brasileño, porque tiene una pinta excelente. Entró sustituyendo a Luis Suárez y lo hizo todo bien. A punto estuvo incluso de hacer un gol digno de Maradona.
Jugando los dos equipos con diez futbolistas vimos la mejor cara de los rojiblancos, que apenas pasaron apuros y que encima perforaron la portería rival por dos veces. Primero con un gol de Correa que resolvía con maestría un gran pase de Griezmann. Después, con un tanto de De Paul tras enganchar su propio rechace en una jugada en la que había tenido más fe que los demás. El absurdo penalti de Hermoso que redondeó el marcador se quedó en anécdota, afortunadamente. El Atleti se clasificaba y volvíamos a ver un retablo de alegría correteando por el césped y por la grada. Las lágrimas de Vrsaljko rimaban con la risa de los miles de aficionados colchoneros que habían ido a Do Dragao.
Bendita locura.
Y es que esto es el Atleti: subir y bajar de las nubes, que cantaba el maestro Sabina. Vivir. Notar las caricias y las heridas. El frío y el calor. Porque vivir noches así, lejos de ser un drama, es una suerte. Un privilegio, incluso. Vivir las cosas con intensidad es vivirlas dos veces. Decía Eduardo Galeano que le gustaba la gente sentipensante, que es la que no separa la razón del corazón. La que siente y piensa a la vez, sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón. A mí me ocurre lo mismo. Bah, dirá alguno, sin saber lo que se está perdiendo. ¿Bah?
Nada más lejos de la realidad.
Fernando Fernán Gómez dijo una vez que el gran problema de los españoles no era la envidia, sino el desprecio. Que la gente no tenía envidia de Cervantes por haber escrito el Quijote, sino que después de leer quince páginas decían: bah, no es para tanto. Diego Pablo Simeone no ha escrito el Quijote, ni...
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