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La verdad es que no sé por qué pedí el libro de Rosa Belmonte y Emilia Landaluce. Bueno, sí que lo sé: confieso que a veces necesito lecturas sin problemas, a ser posible irónicas o cómicas, para relajar. Esas veces en que ni las policiales te tranquilizan, porque la vida se empeña en ponerse cuesta arriba, y al final, el noir también revuelve. Hay veces que releo al fantástico Gerry Durrell, de familia o de animales o de zoos, me da igual, pero ahora vete a saber dónde anda su obra completa en mi desordenada y dividida biblioteca. Otras busco novelitas tipo Bridget Jones, en fin. Que a veces busco justo lo que me vendían con Sobre nosotras. Sobre nada, que no todo va a ser sumergirse en el mundo terrible y eterno de Ni siquiera los muertos, de mi joven y magistral paisano Juan Gómez Bárcena, o en la conmovedora y originalísima República luminosa, de Andrés Barba, o en las novelas de mi admirado Eduardo Halfón. Todos jóvenes, todos grandes. Porque hay un libro para cada momento, y yo soy omnívora.
Además, quería escribir sobre el humor. Quiero escribir sobre el humor, pero hoy va a ser que no.
En mi descargo, diré que no frecuento las radios ni las teles ni los periódicos de derechas –que me dirán ustedes que qué frecuento, pero....todavía hay clases– así que no contaba con antecedentes, que siempre orientan. A ellos y a nosotras. Así que sin prejuicios. (Luego ya he gugleado)
No sé en qué momento de la lectura de Sobre nosotras... se me apareció prístina la relación con otra autoficción, leída el verano pasado: Feria, de Ana Iris Simón, que no pillé por el lío que armó, sino por la recomendación de una amiga. Y si hay dos, ya hay un género. Y si hay un género, es muy probable que exista un caldo social y cultural que se reconoce en él, que lo necesita o hasta lo propone. O hasta lo disfruta.
En Sobre nosotras... se trata de una escritura a dos –también es moda escribir novelas entre varios: véase el último Planeta. Otro asunto para pensa–, en la que dos mujeres entrecruzan recuerdos organizados por temas, y hacen expresa reflexión sobre su amistad. Dos mujeres en el mismo oficio –periodistas–, de orígenes sociales bien distintos pero de ideología muy próxima, y con tonos y referencias algo diferenciados pero con una intención común. Distintos, igual por la brecha generacional, que no se sabe de cuánto es, porque en los temas recordados, aunque una se sitúa en provincias y la otra en mucho extranjero, mucho título nobiliario, mucha finca y mucho rico, parecen dirigidas a lo mismo, a terminar sonando igual. Y justo en el tono, en el estilo, es donde me saltó la relación con Feria.
Es algo más que nostalgia lo que rezuman. Es esa manera finalmente dulzona, con sus momentos cómicos, blancos, y sus episodios dramáticos, suaves, y sus citas de pasada, pero tan significativas. (Ana Iris Simón menciona a Ramiro Ledesma Ramos con admiración; Belmonte y Landaluce comparten la lectura exhaustiva de biografías de Hitler; y hay un momento en que Rosa Belmonte cuenta que Emilia Landaluce, hospitalizada en una UCI, le avisa de que está rodeada de judíos!) Es algo más que nostalgia, pero sobre todo, nostalgia. De tiempos pasados, y de literaturas pasadas.
No he podido evitar que los dos libros me resuenen a una literatura de época. Que vengan a mi cabeza lecturas de infancia de autores de distinto pelaje político pero, ay, de parecidos estilos: desde Elena Fortún –más en Feria– a Sánchez Mazas, o José María Sánchez Silva, o Giannino Guareschi, o Giovanni Mosca...o hasta el mismísimo Platero y yo, dios me libre y me guarde. Me refiero a esas colecciones de textos cortos, muy rurales, con un hilo conductor que puede ser un crío, digamos que Marcelino, o un cura, digamos que Don Camilo, o una niña malísima y listísima, como Celia, o un burrito peludo y suave. Donde todo el mundo es bueno, hasta los malos. Porque esa vida simple, cordial, vale decir esa prosa, tan amable, era mucho mejor para la vida que tanto tocapelotas hurgando en las heridas.
Es verdad que no es lo mismo la propuesta rural de Ana Iris Simón, incluso la nómada y feriante pero igualmente antigua que yuxtapone a la vuelta al campo, no es lo mismo que el mundo coto-cacerías que recuerda Landaluce, pero tengo la impresión de que se necesitan mutuamente. Como que se confabulan para construir la imagen mítica de la España nostalgiada, una desde arriba, otras desde abajo, que todavía hay clases, y que resulta ser la del franquismo, la de su cristalización pasado lo peor, en los cincuentas y sesentas, como un discreto objeto del deseo. Vale que nos tocan malos tiempos, que nos han venido muy mal dadas, pero quién podría querer volver a aquellos?
No voy a decir que ese movimiento de nostalgia, por reaccionario que me parezca, no sea lícito. Con él se ha hecho mucha y buena literatura, antes, durante y después de Proust, que también se dolía del fin de un mundo bastante asqueroso, por no decir muy. Pero este trascender lo que cada una tenga con su infancia (ese territorio del bien y del mal, del descubrimiento y las mil angustias, de las seguridades y las pesadillas) a lo que se presenta como pérdida social, como posible intimo deseo colectivo, da qué pensar.
No puedo creer que el común de los españoles esté en eso. No me creo que el sueño de futuro de los jóvenes españoles esté en volver al pueblo, al campo, a la gleba, por mucho que el sueño New York haya pinchado, y por mucho que haya habido refugios de pandemia, y por mucho plan España-vaciada. (Si tanto te interesa la vaciada, ven tú a rellenarla, que diría mi perrina con la pelota, a la cuarta vez: ¡si tanto te interesa, ven tú a buscarla!). Es más: estoy segura de que la juventud lectora, minoritaria como siempre (¡como siempre!) pasa bastante, más que nada por el inevitable lado cursi de bienquedas (con la derecha) que se les nota a las tres. Sí creo que el que estén, publiquen y vendan significa que algo está cambiando en España, que demasiada gente está saliendo del armario del fascio, donde ha estado recluida todo este tiempo.
Un armario más confortable que otros, con tanta institución penetrada y poseída por lo atado y bien atado, Y si esto es verdad, aquí Huston, ¡tenemos un problema!
La verdad es que no sé por qué pedí el libro de Rosa Belmonte y Emilia Landaluce. Bueno, sí que lo sé: confieso que a veces necesito lecturas sin problemas, a ser posible irónicas o cómicas, para relajar. Esas veces en que ni las policiales te tranquilizan, porque la vida se empeña en ponerse cuesta arriba, y al...
Autora >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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