Democracia laboral
Mandar obedeciendo
Nuestra labor judicial, nos recuerdan los de abajo, es la de considerar a la justicia como un auténtico servicio público
Amaya Olivas Díaz 13/12/2021
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“Aunque la pena llore hasta en las piedras,
resistiremos, resistiremos hasta el que mande, mande obedeciendo”
Ejército Zapatista de Liberación Nacional
II Declaración de la Selva Lacandona
¿Qué lecciones puede aprender un juez demócrata de una guerrilla que no quiso ser guerrilla?
Los comunicados del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), desde su levantamiento en 1994, nos sorprendieron por su capacidad lírica y humorística. Cualidades que, de algún modo, fueron un auténtico revulsivo para las estructuras estalinistas de los partidos tradicionales, así como un potente germen del inicio de las “nuevas políticas”.
Si decimos “mandar obedeciendo”, hablamos de una forma de hacer que nos compromete profundamente con una forma de democracia directa, fuerte, que supera los límites de la forma. Sometidas a un imperativo moral: la comunidad.
Cuando los zapatistas ocultaron su rostro bajo el pasamontañas trazaron un gesto inédito: una imagen pensable, la otredad se hace visible.
La modernidad, bajo su manto sagrado de racionalidad “neutral”, se edificó sobre la exclusión. Cuando la foto habla, habla de una forma de mirar. Un sujeto blanco, europeo, trasciende, porta la revolución frente al dogma de la fe, se erige en conciencia, y viola. Olvida, somete, se hace propietario, esclaviza, reproduce la acumulación originaria. Organizando derechos, decide quién los tiene.
Las comunidades zapatistas resisten. Bajo la capucha, nos señalan una interpretación del mundo. Bajo esta máscara, hablamos: las desheredadas de la tierra claman por el buen gobierno. Este es el protector de los derechos y necesidades colectivas, honesto en el manejo de los recursos comunitarios, y apegado a los principios de justicia e igualdad.
El discurso zapatista es el de la inclusión: habla a todas las personas oprimidas por la hegemonía neoliberal, empatiza con el sufrimiento ajeno, que siempre es el nuestro
El discurso zapatista es el de la inclusión: habla a todas las personas oprimidas por la hegemonía neoliberal, empatiza con el sufrimiento ajeno, que siempre es el nuestro: no tiene más vocera que la humanidad. Queremos otro mundo en el que quepan muchos mundos.
E insistimos. ¿Qué aprende una juez demócrata de la enseñanza de los sin nadie?
En el hilo que nos sostiene, en la madeja moral que construye nuestro oficio. Cuando no tenemos legitimidad democrática directa, en la medida en que no somos elegidos mediante el sufragio por la sociedad civil, tenemos que conquistarla todos los días.
¿Cómo?
En la poderosa convicción de hacer efectivos los derechos fundamentales y sociales de la ciudadanía, en hacer realidad nuestra constitución material, en ser de alguna forma, un contrapoder a toda forma de tiranía o de corrupción: el mal gobierno.
Los feroces ataques contra la clase trabajadora, que, junto a sus sindicatos, había sostenido la correlación de fuerzas necesaria para que se apuntalaran todas las conquistas sociales tras la II Guerra Mundial, dieron lugar, además de a la pérdida de derechos en materia laboral, de salud, educación o vivienda, a un nuevo marco de criminalización de la población vulnerable. Ésta pasó a ser vista como indolente, vaga, dependiente de los servicios sociales, y, en definitiva, inútil.
El proceso de interiorización de este nuevo marco de pensamiento en crecientes sectores de la población, a través de planos conductuales, emocionales y cognitivos, dilapidó progresivamente el sentido de comunidad y pertenencia de clase que había sido capaz de crear fuertes lazos de solidaridad dentro y fuera de las fábricas.
Resulta esencial conseguir minimizar el grado de violencia a que se suele verse expuesto el trabajador individualmente considerado, y ello pasa por acciones valientes que sean capaces de derogar los aspectos más nocivos de las múltiples reformas laborales que han aumentado el poder de las empresas en detrimento de los trabajadores.
En la denominada democracia laboral se debe avanzar en el sentido que garantice el acceso a la calidad y cantidad de información de los asalariados, y que les permite participar en la gestión de los medios de producción y de los propios objetivos a alcanzar con los beneficios obtenidos.
Nuestra labor judicial, nos recuerdan los de abajo, es la de considerar a la justicia como un auténtico servicio público. La distancia, o incluso el miedo, que sienten muchos ciudadanos cuando acuden a los tribunales sólo puede ser revertida si se fortalece una verdadera cultura democrática de la jurisdicción que ha sido defendida desde los sectores de la denominada “izquierda judicial”, tras el final de la dictadura franquista.
Este es el hilo zapatista: someter a una crítica real la existencia de hábitos autoritarios, sopesar las contradicciones que genera actuar en lo que puede ser una institución de violencia, y revertir, revertir, y proteger, proteger: nosotras somos ustedes.
“Aunque la pena llore hasta en las piedras,
resistiremos, resistiremos hasta el que mande, mande obedeciendo”
Ejército Zapatista de Liberación Nacional
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Amaya Olivas Díaz
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