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Si yo fuera el rey, que felizmente no lo soy, menudo coñazo, lujoso claro, pero coñazo de vida; si yo fuera el rey me ataba bien los machos con el discurso de Nochebuena. Dadas la circunstancias, va a tener más audiencia que nunca, porque las reuniones familiares, nos pongamos como nos pongamos, descienden exponencialmente, a medida que sube el catarro ómicron, por ponerme en plan humor negro. Demasiada gente sola en casa, o con el suyo y sin los nietos, como para tener apagada la tele. Le oiremos, y con más atención.
Con más atención porque estamos esperando que hable de su padre. Si yo fuera el rey, y mira que hay temas que tiene que tocar, si quiere seguir en ello, le dedicaría una parte central, no sé si el primer tercio, él no es periodista, yo sí, a hablar de mi papá. Y mira, yo, puesta en su piel de armiño, contextualizaría, desde una humildad muy impostada, que se note bien, la conducta execrable de mi padre. Del suyo, claro. Y contextualizar quiere decir que el trabajo a comisión –y que el emérito trabajó no lo duda nadie– era el pan nuestro de cada día. Era la cultura de aquellos años: enriquecerse. No fue el único, ni el primero. Conozco, yo, no el rey, a algunos que tuvieron que dejar sus altos puestos en alguna corporación porque no aceptaban ni los regalos de navidad. No muchos: algunos. Es decir, que como las comisiones eran verticales, si alguien no las quería, por estricta moralidad, ponía a los demás en un papel....poco honorable. La corrupción necesita extenderse. Piramidalmente. Y ser tolerada y bien vista. Y eso ocurría y ocurrió.
No pondría paños calientes, pero, si yo fuera el rey, sin negar las gamberradas de su padre, aclararía esa cultura de época. Y repartiría algún mandoble, porque hay sectores particularmente corruptos, como los de la energía, que si yo fuera rey, a lo mejor mencionaba como aviso a navegantes. Asegurando, claro, que se acabó. Lo que comprendo que sería una enorme osadía por mi parte (por su parte!) porque el gran pastel sigue ahí. Y luego ya de la justicia, etc etc.
Y después, si yo fuera el rey, hablaría del padre, abuelo, eso, de su cumple, en fin. De que, si no ha pillado el covid, que el test de antígenos no vale para nada el segundo día, quiere tenerlo en casa para su cumpleaños. El rey que viene de Oriente. Todas las marujas que estaremos viéndolo por la tele nos enjugaremos las lágrimas. Y somos muchas… y muchos.
Si yo fuera el rey, nos conmovería esta nochebuena. Él, no su padre. Que el papel del hijo puede ser muy ingrato. Y hay que ver los sapos que lleva la criatura.
Claro, que no puede hacer un monográfico. Así que tendrá que hacer mención de lo que nos pasa a los demás. Del carajal autonómico, no sólo del uso de los superpoderes de los barones (y baronesa) para hacer lo que se les pone según sus intereses particulares o partidistas, en momentos de aflicción general sobrevenida. Elecciones anticipadas, por ejemplo, o ideas gloriosas, como cambiar el protocolo covid para salvar… ¡la hostelería en Madrid! Tendría que hacer mención, también, del significado del Estado del Bienestar, que no quiere decir que la calefacción de palacio esté a 23 grados. A ver, que la sanidad pública, que la educación pública, que el derecho a la vivienda, que la pobreza a secas y la energética, que… el volcán.
Si yo fuera el rey, hablaría también del volcán de Cumbre Vieja. De lo que hay que hacer en La Palma, que se las trae.
Y luego, si yo fuera reina, que aquí a efectos de reinar no hay (todavía), a lo mejor me referiría a la violencia parlamentaria, que si fuera yo, tendría nombres y apellidos y ninguna equidistancia. Hablaría de los asesinatos machistas: tanto Bildu, tanto Bildu, y no se considera terroristas a los asesinos de mujeres. En este año han sido 42, y seis niños. (Y que es terrorismo en toda regla, al que lo dude se lo explico.) Y hablaría de los atentados contra homosexuales, de la xenofobia, del clima antipático y crispado que, como la corrupción, también es vertical. De los medios mediatizados económica y políticamente, valga la redundancia si son privados: si no, a secas. Y de la pobreza. Esa pobreza extrema y hasta la mediopensionista, que al final, viene a ser el tema estrella de los cuentos de Navidad.
Si yo fuera el rey, a lo mejor leía El Príncipe Feliz, ese cuento tan cursi de Oscar Wilde. Pero, como a la vista está, no soy el rey. Soy una periodista mayorona y… bastante moñas.
Si yo fuera el rey, que felizmente no lo soy, menudo coñazo, lujoso claro, pero coñazo de vida; si yo fuera el rey me ataba bien los machos con el discurso de Nochebuena. Dadas la circunstancias, va a tener más audiencia que nunca, porque las reuniones familiares, nos pongamos como nos pongamos,...
Autora >
Rosa Pereda
Es escritora, feminista y roja. Ha desempeñado muchos oficios, siempre con la cultura, y ha publicado una novela y un manojo de libros más. Pero lo que se siente de verdad es periodista.
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