IMPERIOS COMBATIENTES
Kazajistán, revuelta y complot
Moscú ha aprovechado un genuino movimiento popular antioligárquico para apadrinar un cambio político en Kazajistán
Rafael Poch 11/01/2022
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Aún desconocemos los detalles, pero todo indica que Moscú ha aprovechado un movimiento popular antioligárquico para apadrinar un cambio político en Kazajistán. Un complot envuelto en una revuelta. Un “Maidán, al revés”, podríamos decir.
Si en Ucrania Occidente promovió en 2014 un cambio de régimen, transformando el corrupto equilibrio del presidente Viktor Yanukovich, entre Rusia y Occidente, en la también corrupta obediencia proccidental de Poroshenko y sus sucesores, con lo ocurrido en Kazajistán Moscú ha aprovechado la genuina ola de huelgas obreras para, como mínimo, atenuar la diversificación entre Occidente y Rusia/China practicada durante décadas por el caudillo Nursultán Nazarbayev. Al fin y al cabo, ¿no fue el propio Putin quien dijo que a partir de ahora actuaremos como Estados Unidos?
El Kazajistán de Nazarbayev participa en los conglomerados económicos y militares euroasiáticos de Moscú y al mismo tiempo acoge a importantes empresas energéticas occidentales como Chevron y Exxon Mobile. Su oligarquía, que vende el 70% del petróleo en mercados occidentales y tiene en bancos americanos y europeos el fruto de su rapiña, está sumamente expuesta a la presión occidental. Su gobierno abandonó el alfabeto cirílico, no reconoce la reunificación/anexión de Crimea realizada por Rusia en 2014 y a partir del año que viene preveía disminuir la enseñanza en ruso, lengua hablada no solo por la gran población rusa del país (18%) sino también por la inmensa mayoría de los kazajos étnicos. Vienen tiempos duros en los que Moscú ha formulado “líneas rojas” en Europa Oriental que, como siempre, no van a ser atendidas por la OTAN, así que se impone una disciplina con pocos matices. Una disciplina de bloques, podríamos decir. “No permitiremos revoluciones de colores en nuestros países”, dijo Putin el 10 de enero hablando en nombre del conglomerado euroasiático que ha enviado soldados a Kazajistán, “a petición del presidente de Kazajistán”.
El movimiento social de protesta contra el aumento del precio del gas partió del oeste del país, donde se encuentran los ricos yacimientos de gas
Culmina así la marginación de Estados Unidos en Asia Central llevada a cabo en los últimos años con la conformidad de China para cuya estrategia de integración continental Kazajistán es pieza clave. En 2005 Uzbekistán cerró la base militar que Estados Unidos tenía en su territorio y el nuevo presidente uzbeco, Shavkat Mirziyoyev, ha mejorado la relación con Moscú. En 2014 los últimos soldados americanos se fueron de la base aérea de Manas en Kirguizistán. Luego vino la debacle occidental en Afganistán. La región está mucho mejor posicionada que hace veinte años para un condominio ruso/chino sin interferencias occidentales.
El movimiento social de protesta contra el aumento del precio del gas partió del oeste del país, donde se encuentran los ricos yacimientos de gas y petróleo kazajos. A diferencia de las ciudades “energéticas” de Rusia como Janti-Mansisk, Surgut, Langepas y otras, donde los servicios funcionan, el consumo está a un nivel satisfactorio y el nivel de vida de los trabajadores y de la población en general es más alto que la media nacional, el cuadro en las zonas energéticas de Kazajistán es muy diferente. La corrupta oligarquía deja allí aún menos migajas que en Rusia para la gente que genera los petrodólares. El nivel de vida es bajo, la gente es pobre, usa modestos coches japoneses de segunda mano (el transporte público apenas existe) y viste la ropa china más barata. Las huelgas y la actividad sindical están prohibidas (igual que los partidos comunistas y socialistas). La localidad de Zhanaozen, antigua Novy Uzen, origen de las protestas es un panorama de esas casas de cinco pisos de la época de Jrushov. Allí, la gente excluida de la prosperidad de los petrodólares ve cómo con el fruto de su trabajo se construye la capital Nur Sultán (en honor al Caudillo, antes Astana y durante la época soviética Tselinograd) y otras fantasías. Los trabajadores petroleros de Zhanaozen ya protagonizaron una huelga importante, que costó diecisiete muertos, en diciembre de 2011. La pandemia, la inflación y el aumento del precio del gas que alimenta el grueso de los coches del país, proporcionaron la chispa que reavivó el resentimiento popular contra Nazarbayev y su familia. En Almaty, la principal ciudad del país la protesta degeneró en violentos disturbios y saqueos, algunos armados a cargo de la juventud desempleada y desclasada de origen rural, un capítulo oscuro que ha dado pábulo a las fantasías de los medios de comunicación oficiales, rusos y kazajos, sobre 20.000 bandidos y terroristas forasteros.
En vida de la URSS, Nazarbayev fue el más digno dirigente de las repúblicas de Asia Central. Aunque dejó nominalmente el poder en 2019 abdicando en Kasim-Yomart Tokayev, el Caudillo conservaba las riendas de lo fundamental con un estatuto de padre de la nación vitalicio y con su fiel jefe del KGB (KNB) local, Karim Masimov, al frente de la seguridad del Estado.
Tokayev, un político flojo y sin carisma, como corresponde a todo delfín designado por un autócrata, estudió relaciones internacionales en Moscú y podría estar en la órbita de los servicios secretos rusos. Su primer movimiento ha sido descabezar a Masimov, de etnia uigur, de la dirección de la seguridad del Estado y destituir a Nazarbayev como jefe del Consejo de Seguridad, con la impresión de que en todo lo demás, incluido su multimillonario patrimonio en el extranjero, se va a dejar tranquilo al anciano “padre de la patria”. ¿En qué quedará todo?
“Kazajistán ha perdido su soberanía”, resume el exjefe del KGB kazajo, Alnur Musayev, exiliado en Austria. Si las cosas van mal en el frente occidental, como todo parece indicar, y Estados Unidos incrementa las sanciones contra Rusia, Kazajistán podría usarse como colchón contra las sanciones: “A través de sus bancos se podría burlar la posible exclusión de Rusia del sistema de pagos internacional Swift”, dice. El país podría transformarse en una federación, organizando su inmenso territorio (el noveno país mayor del mundo) y sus catorce provincias en cuatro distritos, con el más septentrional y oriental de ellos, donde los rusos étnicos son mayoría absoluta, listo para desgajarse, como un Donbass estepario, si las cosas se ponen mal… Todo esto pueden ser escenarios disparatados propiciados por la confusión del momento, pero lo que hay que entender es que desde el no va más ucraniano, Moscú ya no se anda con simplezas y juega fuerte. Y cuanto más fuerte juega, más se expone. Los riesgos son enormes.
En Kazajistán, que fue la más “soviética” de las repúblicas de la URSS, con más de un centenar de nacionalidades, la disolución del superestado no dejó más remedio que construir una nación, que más allá de sus cimientos institucionales soviéticos (República, Partido, Academia de Ciencias, Cultura…), debía levantarse prácticamente sobre cero. A partir de ese momento, en la nueva narrativa nacional, la URSS, y Rusia con ella, tenía que ser necesariamente colocada más en el papel de madrastra que de madre de la nueva nación (la realidad es que fue, dramáticamente, ambas cosas para los pueblos de la estepa). Toda una generación de jóvenes kazajos ha sido educada en ese nuevo “espíritu nacional” según el cual los rusos fueron conquistadores, colonizadores, autores de una revolución y una colectivización nefastas contra la que hubo resistencia armada hasta los años treinta, organizadores de hambrunas (que fueron comunes a muchas otras zonas de la URSS, Rusia incluida, pero que como en el caso de Ucrania se presentan como “genocidios nacionales”), campos de concentración, polígonos atómicos, etc. etc. La nueva identidad nacional kazaja determina el desarrollo de toda esa visión negativa de Rusia. Una mala administración de la actual intervención puede incrementar fácilmente el resentimiento.
Moscú está también expuesta a revueltas en su territorio, contra el estancamiento económico, contra la desigualdad y el abuso oligárquico
El estilo habitual de relaciones del Moscú postcomunista, que aún tiene que aprender a relacionarse con los pueblos de su entorno en una actitud de ecuanimidad alejada de la chulesca imposición y del diktat, favorece esa evolución. Si los kazajos perciben la actual crisis como lo que parece ser, un intervencionismo ruso en sus asuntos, este “Maidán al revés” se puede volver fácilmente contra Moscú.
Con frentes abiertos por doquier, en prácticamente todo su entorno, en Ucrania, en Bielorrusia, en Georgia, en Moldavia, y ahora en Kazajstán, Moscú está también expuesta a revueltas sociales en su propio territorio, contra el estancamiento económico, contra la desigualdad y el abuso oligárquico, contra la autocracia y sus trucados decorados electorales que no dejan a sus adversarios políticos más terreno de juego que la calle y mas escenarios de cambio que el complot. Revueltas de su propia sociedad, que, cuando lleguen, serán inmediatamente aprovechadas e instrumentalizadas por sus adversarios exteriores. Este es el país frágil que traza “lineas rojas” a la agresividad occidental. Y este es el régimen frágil que asume nuevos riesgos, uno tras otro.
Aún desconocemos los detalles, pero todo indica que Moscú ha aprovechado un movimiento popular antioligárquico para apadrinar un cambio político en Kazajistán. Un complot envuelto en una revuelta. Un “Maidán, al revés”, podríamos decir.
Si en Ucrania Occidente promovió en 2014 un...
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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