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Hace pocos días, en este mismo lugar, el que escribe hablaba de unas señales en el juego del Atleti que calificaba de esperanzadoras. Olvídense. Si podemos sacar alguna conclusión más o menos certera del empate en Villarreal es que la ansiada recuperación sigue siendo algo por llegar. Las dudas de antaño parece que siguen encima de la mesa, aunque bien es verdad que, como decía un poeta italiano, es menos malo agitarse en la duda que descansar en el error.
Los rojiblancos encararon el partido desde las mismas premisas que habían servido para comenzar el año contando victorias. Un 4-4-2 en formación compacta, con De Paul y Kondogbia apuntalando el mediocentro, Carrasco y Lemar de volantes, y Llorente y Lodi en los laterales. La cosa no empezó mal, aunque los frutos recogidos tuvieron más que ver con el genio de Ángel Correa que con la capacidad del equipo para construir fútbol. El argentino, al que nunca parecen afectar negativamente los estados de melancolía, robó un balón en el centro del campo y decidió tirar a puerta desde allí. Gol. Al acabar el partido Correa diría que sabía que su compatriota Rulli solía jugar adelantado y que por eso lo hizo. Parece fácil. No lo es. Se lo aseguro. El partido se pudo poner todavía mejor cuando un nuevo robo de balón acabó con Cunha delante del portero. Desgraciadamente, el brasileño no supo concretar una jugada que, de haber acabado en gol, hubiese modificado el contenido de esta crónica.
A partir de ese momento, el Atlético de Madrid desapareció del campo. La sensación que transmitía era la de no querer jugar el balón para centrarse exclusivamente en defender. Mi teoría es que eso, más que ser una opción voluntaria, era la consecuencia de que el equipo fuese incapaz de hacer otra cosa. Primero, porque enfrente tenía un buen rival; este renacido Villarreal de Emery que, además de tratar el balón con mucho criterio, se aplicó al partido con una intensidad que seguramente echarán de menos en otras ocasiones. Los castellonenses no solo monopolizaron el esférico y lo distribuyeron hacia unas bandas que se veían desbordadas, sino que les bastó aplicarse en la presión para deshacer cualquier intento del Atleti por existir. Y es que ahí está el gran drama del conjunto de Simeone: su incapacidad para sacar el balón mínimamente jugado frente a una presión adelantada. Algo que no es nuevo, ni difícil de ver para los rivales, lo que provoca que sea ya un verdadero problema. Al equipo le falta un futbolista que sea capaz de arreglar eso. Un Tiago o un Thomas, para que me entiendan. Kondogbia compensa más o menos el equilibrio defensivo, pero se ahoga a la hora de construir. De Paul está siendo una de las grandes decepciones de la temporada (aunque creo que está a tiempo de hacer que sea un espejismo). Koke, que no es ese tipo de jugador, anda lejos de su mejor forma. Herrera, que sí podría ser ese tipo de jugador, nunca ha terminado de dar la talla.
Ahí está el gran drama del conjunto de Simeone: su incapacidad para sacar el balón mínimamente jugado frente a una presión adelantada
El cuadro de Emery pudo empatar tras un penalti virtual, de esos que ahora parecen indiscutibles a criterio de los que dicen saber de esto. Para mí, no lo es. Para mí eso es un rechace involuntario que le da en la mano como podría haberle dado en la nariz. Me parece peligroso asignar la pena máxima a acciones que son ajenas a la voluntad del futbolista. Oblak paró el penalti, pero el rechace fue atrapado por Parejo que entre la cadera y una mano que pasaba por allí metió el balón en la portería. Algo que no fue legal a criterio de un árbitro que no lo dio por válido. Estamos en las mismas. Anular ese gol es no entender de qué va este deporte.
Afortunadamente para los de Emery, tardaron poco en remediar el entuerto. Una falta lateral mal defendida por los rojiblancos (otra vez) hizo que el balón llegase a las manos de Oblak de forma precipitada y que éste no fuese capaz de atraparlo. El rechace, en pleno área pequeña, fue aprovechado por Pau para empatar el partido.
El Atleti acabó el primer tiempo pidiendo la hora. Corriendo detrás de la pelota y de su rival, incapaz de dar dos pases, incapaz de mostrar lo que quiera que tuviesen intención de mostrar y abrazado a una mediocridad que desgraciadamente no es nueva. Y siguió enfundado en el mismo traje durante una gran parte del segundo tiempo. El Villarreal era claramente superior, pero no llegaba a puerta, lo que les valía a los rojiblancos para confiar en la providencia. Hasta que la providencia, o lo que sea, decidió actuar. Un rechace mal defendido y la bendición que supone para los rivales que Felipe y Hermoso sean la pareja de centrales fabricaron el gol de Alberto Moreno para el Villarreal.
Era difícil pensar que el Atleti fuese capaz de sacar algo positivo del partido a tenor de lo que habíamos visto hasta ese momento, pero Simeone hizo tres cambios, cambió el sistema para volver al denostado 3-5-2 y apareció la magia. Doctor Jekyll y Mister Hyde. Sobre el césped había otro equipo. Uno dinámico, vertical y ambicioso. Uno que quería el balón y que sabía que hacer con él. Correa estuvo a punto de empatar, pero Rulli sacó una mano que no supo poner pocos minutos después, cuando Kondogbia disparó desde fuera del área para hacer el 2-2. Cualquier cosa podría haber ocurrido a partir de entonces. Los colchoneros estaban mejor y transmitían mejores sensaciones, pero un pésimo colegiado decidió expulsar a Kondogbia, vete a saber por qué. El Villarreal pudo ganar el partido a partir de varias jugadas a balón parado, pero el Atleti, esta vez sí, supo defender los últimos minutos.
Un punto, sensaciones contradictorias y de nuevo el efecto de la duda planeando por el ánimo rojiblanco. Supongo que tendremos que agarrarnos a eso que decía Borges de que la duda es uno de los nombres de la inteligencia. No queda otra.
Hace pocos días, en este mismo lugar, el que escribe hablaba de unas señales en el juego del Atleti que calificaba de esperanzadoras. Olvídense. Si podemos sacar alguna conclusión más o menos certera del empate en Villarreal es que la ansiada recuperación sigue siendo algo por llegar. Las dudas de...
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