A BOCAJARRO
De padres a hijos
En cada estadio, en cada sofá, en cada barra de bar, existe un porcentaje de personas a las que el resultado les da un poco igual. Están allí por su madre, por su abuelo, por quien sea
Felipe de Luis Manero 6/01/2022
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Siempre he recelado de esos tipos que lo primero que hacen cuando tienen un hijo es hacerle socio de su equipo. Pagan el carné correspondiente, compran una equipación mini y posan con cierta angustia ante la cámara, forzando la sonrisa, ardiendo de ansiedad por dentro ante la mera idea de que su retoño, cuando tenga ya capacidad de raciocinio, ignore esos colores que tanto representan en su vida. Pero durante estas Navidades ocurrió algo que me hizo cambiar mi percepción sobre el asunto.
Situémonos. Manuel es un hombre de 72 años con el vigor de un pubescente. Tiene las manos ásperas de quien se ha pasado la vida entregado al trabajo físico: ha sido carpintero, instalador de cocinas, camarero… En varios momentos compaginando incluso varios empleos y descansando, a lo sumo, alguna hora a la semana. Tras una vida currando como un animal, su jubilación soñada es de todo menos tranquila: sus jornadas empiezan al alba, cuando va a ocuparse de los animales y de sus amadas fincas. Se monta en su tractor y se pierde entre la maleza del monte gallego durante horas. Su familia no entiende esa pasión, al contrario: se preocupan cuando tarda demasiado en regresar a casa, le aconsejan que se esté quieto de una vez y disfrute de la vida. No entienden que él la disfruta así.
Manuel heredó multitud de pequeñas fincas repartidas por el monte del Morrazo, en las Rías Baixas. Son una suerte de minifundios cuyos límites suelen estar marcados por un palo coronado con una botella de lejía. En ellos a veces se pueden sembrar eucaliptos que a los treinta años, tal vez, te pueden reportar algo de dinero. En otras ocasiones lo máximo que puedes hacer es, básicamente, ocuparte de sanearlo de vez en cuando. Es decir, a nivel práctico, esas pequeñas porciones de tierra escondidas en un lugar remoto del monte las más de las veces no sirven para nada.
Manuel tiene tres hijas y un hijo: a ninguno de ellos consiguió inculcarle esa pasión suya por domar la naturaleza. Pero él no desesperó y dividió diligentemente esas treinta y cuatro tomadas (término local para designar a estas pequeñas fincas) entre ellos. Ese iba a ser su legado. Así que durante años intentó, sin éxito, que su descendencia se interesase por las tierras que algún día heredarían. Pero ellos solían responder con desdén: en realidad las tomadas les importaban un pimiento.
Sin embargo, estas Navidades accedieron a acompañar a su padre para conocer de primera mano qué finca pertenecía a cada uno. La idea partió de uno de sus nietos, mucho más apegado a la naturaleza que el resto de la familia. Con un poco de labia y buen humor convocó a toda la familia mediante el grupo de Whatsapp a las denominadas como jornadas de tomadas abiertas. La principal expedición se produjo el 29 de diciembre y a ella únicamente se podía faltar por causa mayor (un ineludible compromiso laboral o una enfermedad de cierta gravedad).
Lo que en un primer momento iba a ser un regalo para su padre, terminó siendo una experiencia inolvidable para todos
Allí se presentaron, a primera hora, ocho excursionistas. La mañana era desapacible: llovía, hacía frío y sus miradas revelaban que la mayoría de ellos hubiera preferido estar en cualquier otro sitio que allí. Pero al final la cosa estuvo entretenida: iban de un lado a otro del monte, siguiendo las indicaciones de Manuel, que llevaba un papel con las coordenadas de cada finca. Cuando encontraban alguna de ellas su hija pequeña, la que tiene fama de ser más estudiosa, apuntaba la ubicación exacta y sacaba una foto a su futuro poseedor entre matorrales, helechos y pequeños intentos de eucaliptos.
Atravesaron inmensos charcos montados en el tractor (para algunos era su primera vez), cortaron los hierbajos con una pequeña guadaña, se llenaron de barro las piernas y se llevaron varios cortes de alguna inoportuna rama espinosa. Rieron, gritaron de emoción cuando descendían una pendiente con el tractor, lo pasaron en grande. Y lo que en un primer momento iba a ser un regalo para su padre, terminó siendo una experiencia inolvidable para todos. Yo estuve allí porque Manuel es mi suegro. No hablé mucho, estaba hipnotizado por aquel espectáculo único. Lo primero que pensé es que aquel era un material cojonudo para el guion de una película, aunque luego me vine abajo concluyendo que alguien ya la habría filmado en Francia.
Es justo ahora cuando entiendo la necesidad de aquel padre por hacer socio del Atleti, el Madrid, el Celta o el Betis a su hijo recién nacido
Lo segundo que hice (por deformación profesional o patología severa, no lo sé) fue asociarlo con el fútbol. Porque, ¿acaso no es el fútbol justo eso? La transmisión de una pasión irracional de padres a hijos, de hermanas a hermanos, de amigos a otros amigos. Y normalmente, no os engañéis, lo que menos importa son los partidos. Lo trascendente de verdad es el vínculo que se crea, ese lugar mágico para poder relacionarse con el padre, el abuelo o la hija.
El fútbol es un deporte seguido por millones de personas en todo el mundo. Pero en cada estadio, en cada sofá, en cada barra de bar, existe un porcentaje de personas a las que el resultado les da un poco igual, Están allí por su madre, por su abuelo, por quien sea. Es justo ahora cuando entiendo la necesidad enfermiza de aquel padre por hacer socio del Atleti, el Madrid, el Celta o el Betis a su hijo recién nacido. Quiere asegurarse ese vínculo, ese espacio, esas semanales dosis de amor.
Al final de la jornada de tomadas abiertas, me quedé un rato observando a Manuel: estaba pletórico, las pupilas dilatadas por la ilusión, aunque mantenía la sobriedad en su rostro mientras señalaba con la guadaña los límites de aquella finca. Le miré y tuve la sensación de estar viviendo uno de aquellos momentos que hacen que, por perra que sea a veces, la vida merezca la pena.
Siempre he recelado de esos tipos que lo primero que hacen cuando tienen un hijo es hacerle socio de su equipo. Pagan el carné correspondiente, compran una equipación mini y posan con cierta angustia ante la cámara, forzando la sonrisa, ardiendo de ansiedad por dentro ante la mera idea de que su...
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Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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