A BOCAJARRO
Xavi y la batalla universal
La empresa es harto complicada, pero Xavi tiene algo a su favor: en un club deprimido como no lo había estado en décadas, sobre su menudo cuerpo le han impuesto el traje de mesías
Felipe de Luis Manero 18/11/2021
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El pasado domingo tocaba mañana de parque con los niños. Por la ventana se filtraba el engañoso sol otoñal, pues venía acompañado de gotitas resultantes del gélido vaho que se impregnaba en los cristales. Es decir, hacía frío pero no tanto. Estaba vistiendo al pequeño y cuando llegué al abrigo, decidí dejárselo sin abrochar. Él –dos años y medio, cariñoso pero de genio atrabiliario– se puso a llorar como un animal, indicándome con vehemencia que cerrase esa cremallera de manera inmediata. “Es lo que hay”, me dijo entre alaridos.
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La batalla que debe librar Xavi Hernández es, por tanto, una batalla contra la humanidad. Todos tenemos nuestra idea de cómo han de ser las cosas, de nuestras limitaciones, nuestro particular bosquejo del mundo, incluso cuando tan solo somos niños. No nos damos cuenta, pero cada “es lo que hay” nos permite gozar de cierto control, de la capacidad para determinar qué se puede y qué no se puede hacer en cada situación. Cada “es lo que hay” ejerce de armadura, de protección ante lo desconocido.
Esa frase lleva ya tiempo instaurada en el vestuario y en los despachos del Camp Nou, lo que sucede es que no ha sido hasta esta temporada cuando los protagonistas la han verbalizado de forma clara. En los primeros días de trabajo de Xavi la noticia es que el entrenador de un equipo de Primera División llegaba a su puesto de trabajo antes de las ocho de la mañana y que sus jugadores hacían un esfuerzo titánico para hacer acto de presencia tan solo unos minutos más tarde. Lo sé porque mi compañero en Gol Álex Pintanel nos despierta cada mañana con estos datos. El pasado viernes, por ejemplo, el último en llegar fue Ousmane Dembelé, a las 08:33 de la mañana. El entrenamiento daría comienzo a las once. No es un dato menor: la noticia es que una plantilla profesional empieza a comportarse como tal.
La empresa es harto complicada, cierto, pero Xavi tiene algo a su favor: en un club deprimido como no lo había estado en décadas, sobre su menudo cuerpo le han impuesto el traje de mesías, que con el tiempo veremos si le viene grande o tiene las medidas correctas. En su presentación como nuevo técnico del Barça vimos, asombrados, cómo diez mil aficionados se arrancaban a ondear sus banderas blaugranas y a cantar como si estuvieran celebrando un título. El presidente Laporta, tribunero experimentado, no tardó en unirse a ellos. Hasta el propio Xavi, en un principio avergonzado cual cumpleañero en un restaurante abarrotado de gente, terminó por participar en su propia fiesta de bienvenida. Todos confían en él, es la última esperanza culé.
Aunque también tiene riesgos, es preferible eso a lo contrario. Rafa Benítez y Julen Lopetegui, por ejemplo, se emocionaron sobremanera en su presentación como entrenadores del Real Madrid, que es algo así como soltar un te quiero tras el primer revolcón. Los agradecidos eran ellos, los que no se lo creían eran ellos, los que no durarían demasiado en el cargo, por supuesto, también iban a ser ellos. Eran relaciones abocadas al fracaso: a nadie le estimula que su pareja esté completamente a su merced desde el primer minuto.
En contra de Xavi está, en el otro extremo, la espigada sombra de don Pep Guardiola, que consiguió, no hace tanto, cumplir lo que ahora todos esperan del nuevo entrenador: jugar bien y ganar. Porque lo de mantener el estilo y tal está muy bien, pero al final, nos vendan lo que nos vendan, el resultado lo devora todo. Si únicamente se tratara de salir en corto y de jugar como si las porterías estuvieran en los laterales, imagino que el Rayo de Paco Jémez habría pasado a la historia como un equipo digno de estudio.
Ahí es precisamente donde Xavi deberá encontrar un equilibrio con una plantilla descompensada: que se acaben los desesperados centros a la olla, pero que también terminen las vergonzantes goleadas en Europa. Deberá, por tanto, medir su discurso y alejar el victimismo con un manotazo contundente. En cuanto a la disciplina, tendrá que andarse con ojo y manejarse con mano izquierda si no quiere que las normas impuestas se vuelvan contra él.
Las comparaciones estos días giran en torno a las exitosas etapas de Zidane y Guardiola en el Madrid y en el Barça. Casi nadie se acuerda de Simeone y me parece un error. El técnico argentino siempre dijo estar convencido de que algún día entrenaría al Atlético y que era consciente de que para que llegase ese día, la cosa debía estar verdaderamente mal. Hasta ese momento, como el cazador que madruga para preparar con mimo la tarea que le espera, el Cholo estaba tranquilo, sacando lustre a su escopeta, con rictus sereno y media sonrisa en la boca. Empezó de a poco, con un empate a cero en La Rosaleda y con la intención de competir en cada partido. Meses después llegó su primer título, la Europa League. Sin demasiadas estridencias al principio y con un discurso tan cansino como efectivo, lleva ya diez años en el banquillo del conjunto rojiblanco. Quizá no sea un mal espejo donde mirarse para el novato Xavi. El examen empieza ya.
El pasado domingo tocaba mañana de parque con los niños. Por la ventana se filtraba el engañoso sol otoñal, pues venía acompañado de gotitas resultantes del gélido vaho que se impregnaba en los cristales. Es decir, hacía frío pero no tanto. Estaba vistiendo al pequeño y cuando llegué al abrigo, decidí...
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Felipe de Luis Manero
Es periodista, especializado en deportes.
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