ACTOS LITÚRGICOS
Al 2022 le pido trabajar menos y ganar más
Estoy cansado de esforzarme, ¿acaso no tengo derecho a estarlo? ¿Soy demasiado joven? Es lo que van a decirme, ¿no?
Manuel Gare 4/01/2022
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Uno de los mensajes que más hemos escuchado-soportado la población joven en la última década es que no queremos ni tenemos ganas de trabajar, que pretendemos llegar alto sin esfuerzo y que tenemos poca consideración por nuestros predecesores. No quiero perder demasiado tiempo en el origen de tales acusaciones, porque ya han sido ampliamente discutidas y porque hoy, en realidad, lo que me apetece decirles es que sí. Que tienen, teóricamente, razón: que no tengo ganas de trabajar, que no creo en su cultura del esfuerzo y que, además, no siento el más mínimo respeto por el lugar central en que las generaciones anteriores pusieron el trabajo.
Si le preguntaran a mi amigo Héctor, que trabaja sin parar, les haría referencia a La abolición del trabajo, donde Bob Black describe el mismo como el origen de nuestras miserias y propone, dado que gran parte del trabajo que realizamos no sirve para nada, virar hacia un modelo en el que el trabajo sea poco más que un agradable pasatiempo. Black habla de un sistema que nos mata y que va desde los adictos al trabajo a “la adicción al alcohol y drogas inducida por el trabajo”. “El trabajo institucionaliza el homicidio como forma de vida. La gente piensa que los camboyanos estaban locos al exterminarse a sí mismos, pero, ¿somos nosotros diferentes? (...) Nosotros matamos gente en el rango de las seis cifras para vender Big Macs”, escribe.
Japón es una sociedad gobernada por el trabajo, donde los códigos de conducta y la ética del esfuerzo están por encima de las personas
Si, en cambio, le preguntaran a alguno de los japoneses con los que trabajo habitualmente, supongo que la respuesta sería un tanto distinta. Durante el confinamiento de 2020, muchos hombres japoneses, acostumbrados a pasar todo el día en la oficina sin ver a sus mujeres e hijos, se dieron de bruces con una situación nueva: de repente, tenían que gestionar el tiempo libre, el aburrimiento, la vida familiar. Es evidente que no sabían dónde meterse, llevaban años sin saber qué hacer con todo eso. Japón es una sociedad gobernada por el trabajo, donde los códigos de conducta y la ética del esfuerzo están por encima de las personas. Es, también, una muestra ideal de lo que nos pasa cuando se atrofia nuestra capacidad para aburrirnos y disfrutar del tiempo libre.
La realidad es que, en una sociedad cimentada en el trabajo, es mucho más fácil dejarse llevar por sus placeres, por la oportunidad que representa como forma de evasión, nociva pero de lo más rentable para nuestro sistema nervioso. Sin estar especialmente de acuerdo en la solución que propone Black, sí creo que el trabajo es hoy, tristemente, una válvula de escape a vidas sobre las que hemos perdido el control. Dejamos atrás nuestra identidad como personas para convertirnos en profesionales, donde todo gira en torno a la actividad laboral: nuestra conversación pública y privada, nuestras relaciones, nuestra dieta, la rutina de ejercicio y hasta las horas que dedicamos a descansar.
“El tiempo libre es tiempo gastado en recobrarse del trabajo, y en el frenético pero inútil intento de olvidarse del trabajo”, escribe Black. Hoy, el ensayo, que se publicó en 1985, da pie a otra lectura. Es 2022, y con el boom de las redes sociales y las apps de email y mensajería no es que nos cueste aparcar el trabajo, es que hemos dejado de intentarlo. Es el triunfo definitivo de la idea neoliberal: capital humano que aprende desde muy joven que su valor en la sociedad es directamente proporcional a su capacidad de producción y que, además, ve en ese esfuerzo insoslayable un sistema de retribución interna; cuanto más produzco, cuanto más me exploto, mejor me siento conmigo mismo.
Mi amigo Paco, que está en Stanford y también trabaja sin parar, me regaló hace poco Deep Work, de Cal Newport. Algo de lo que solemos hablar entre nosotros es del efecto que tienen las redes sociales y otras distracciones en nuestra capacidad de concentración, así que me encantó recibirlo. Ha sido una lectura interesante, porque tiendo a detestar a los tipos como Newport y lo que representan: la cultura académica de la autoexplotación. Hacia el final del libro, tras contar que en un mismo año publicó un libro y nueve artículos académicos, escribe: “Tengo que admitir que mi año de profundidad extrema fue, quizá, un poco extremo”.
Con el boom de las redes sociales y las apps de email y mensajería no es que nos cueste aparcar el trabajo, es que hemos dejado de intentarlo
El libro está lleno de referentes tecnológicos como Bill Gates o los creadores de Basecamp, en un intento por mostrar al mundo cómo la capacidad de concentración puede dar lugar a grandes negocios, oportunidades, largo etcétera. El texto bordea constantemente las ideas neoliberales del esfuerzo y la dedicación y, con todo, no puedo evitar congeniar con sus contradicciones: herramientas como Twitter o la aplicación de correo electrónico nos consumen; el ordenador, la tablet o el móvil no solo nos impiden concentrarnos, sino que favorecen la rueda del trabajo inútil. Así, Newport, que es informático, describe, no sé si sin quererlo, la paradoja de su sector: tipos rompiéndose los sesos para crear herramientas que favorecen dinámicas de trabajo poco productivas.
En fin, con este panorama, y en plena escalada de (des)propósitos para el nuevo año, al 2022 solo se me ocurre pedirle, para espanto de los monos con corbatas, menos horas de trabajo y más dinero. Quiero dejar de esforzarme, porque mis amigos y yo no hemos hecho otra cosa que esforzarnos desde que pusimos un pie en la universidad. Y estoy cansado de esforzarme, ¿acaso no tengo derecho a estarlo? ¿Soy demasiado joven? Es lo que van a decirme, ¿no? “A mí me costó mucho más”. “Llevo toda la vida trabajando”. “No sabes lo que es trabajar”. “El mundo no funciona así, bla, bla, bla”. Sí, ya, seguramente, pero es que me da igual: no creo en nada de eso. Puestos a pelear juntos, mayores y jóvenes, por algo, ¿de verdad se os ocurre algo mejor que aspirar a una vida más plena?
Uno de los mensajes que más hemos escuchado-soportado la población joven en la última década es que no queremos ni tenemos ganas de trabajar, que pretendemos llegar alto sin esfuerzo y que tenemos poca consideración por nuestros predecesores. No quiero perder demasiado tiempo en el origen de tales...
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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