salud mental
El triunfo de la sociedad del rendimiento, a propósito de Verónica Forqué
La actriz se convirtió en una precisa metáfora de los ciudadanos atrapados en el capitalismo salvaje: empujados a la competición, a la persecución de nuestros sueños y a las aspiraciones de éxito social, acabamos enfermos y desquiciados
Alejandro Zambudio 23/12/2021
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Hace unos días encontraron a la actriz Verónica Forqué muerta en su casa. Los servicios de emergencia hallaron su cuerpo en un apartamento de Madrid que pertenecía a su madre, Carmen Vázquez-Vigo. Verónica Forqué se suicidó. En 2016, la actriz habló a tumba abierta sobre sus problemas de depresión, del divorcio de Manuel Iborra y la necesidad de la concienciación social en lo referente a la salud mental. Verónica Forqué, una de las actrices más respetadas del cine español, fue reducida a simple caricatura después de su paso por MasterChef. Conforme pasaban los días, nos enteramos de que la actriz se había intentado suicidar anteriormente o de que contagió el coronavirus a Miki Nadal y a Juanma Castaño. También descubrimos que MasterChef utilizó la enfermedad de la actriz para su propio beneficio. Fueron pocos quienes vieron a una persona derrotada y que necesitaba ayuda. Una prueba de ello son los mensajes de desprecio que recibía en las redes sociales. Siempre me ha costado entender la naturaleza dictatorial de los talent shows, y el papel que desempeñan los miembros del jurado, a medio camino entre el hermano mayor, el sacerdote de barrio y el profesor enrollado que quiere encauzar al alumno rebelde. El paso de la actriz por aquel programa me hizo recordar la lectura que en su momento hice de La sociedad del cansancio, de Byung Chul-Han. Han le dio un giro de tuerca a la “sociedad disciplinaria” de Foucault para acuñar el término “sociedad del rendimiento”. Según el autor coreano, la sociedad del rendimiento se lleva a cabo en los gimnasios, las torres de oficinas, los centros comerciales o los laboratorios genéticos. Los programas de cocina también nos sirven de ejemplo: militarización de la sociedad, de los concursantes, miedo al diferente y búsqueda permanente de la uniformidad. Cuantos más iguales seamos las personas, más aumentará la producción.
El problema de la salud mental se convierte en un tema político, cuando la creciente desigualdad económica agrava los cuadros de ansiedad, depresión y estrés
Los discursos del poder han cambiado: ahora, gracias a la libertad de elección y a la tecnología, ya no es necesario amenazar con el castigo; basta con aprovechar el individualismo del sujeto para que incremente su participación en la cadena de montaje de las sociedades posindustriales. Dentro de la sociedad del rendimiento, los talent shows fomentan la mejora y competitividad de los participantes. Los miembros del jurado no tienen reparo alguno en humillar a los concursantes. Todo vale en la búsqueda de la excelencia. Se copia el modelo de The Apprentice, un programa en el que Donald Trump se dedicaba a despedir a la gente burlándose de ella y que causó furor en Estados Unidos. La frase: “¡Estás despedido!” hizo fortuna y se convirtió en uno de sus principales eslóganes durante la campaña electoral de 2016. Millones de personas aplaudían mientras veían la televisión, soñando con ser algún día como él. Nos encanta la fetichización de la emoción como mercancía y la posibilidad de poder decidir acerca del futuro de las personas. Nos gusta ser como emperadores romanos en el coliseo y levantar hacia arriba el pulgar para librar de la muerte al desdichado o para condenarlo al ostracismo si es necesario. MasterChef era el fiel reflejo de lo que vaticinó Guy Debord sobre el fin del espectáculo en La sociedad del espectáculo: “El espectáculo –escribe Debord– se presenta a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que parte de la sociedad, el espectáculo es expresamente el sector que concentra toda mirada y toda conciencia. Por el hecho mismo de estar separado, este sector es el lugar de la mirada abusada y de la falsa conciencia; la unificación que este sector establece no es otra cosa que un lenguaje oficial de la separación generalizada”. Los espectadores de MasterChef miraban pero no veían a Verónica Forqué. En su representación de la realidad, lo que miraban era a una concursante de carácter histriónico, difícil de tratar: un perfil seleccionado ex profeso por la dirección del programa para dar juego y entretener. Lo que no veían era la invisible agonía de una persona que se precipitaba al vacío en cada emisión del programa. Muchos depresivos son habilidosos a la hora de esconder su enfermedad, adoptando los mecanismos de supervivencia necesarios para sobrevivir. Quien se intenta suicidar no lo hace porque, de repente, la muerte le parezca deseable. Las personas con un intenso dolor existencial se matarán igual que una persona sin escapatoria saltará en un momento de un edificio en llamas. La diferencia es que para el suicida, la vida tiene sentido cuando la puede abandonar voluntariamente.
Los talent shows y, en especial, los programas de cocina, representan los totalitarismos del siglo XXI, desde mi punto de vista. Tenemos el caso de Pesadilla en la cocina y de Alberto Chicote como ejemplo. En el programa asistimos a una mezcla entre tragedia y comedia dividida en varios actos: en el primero, vemos un restaurante al borde del cierre, sin estructura organizativa y con las relaciones personales entre los trabajadores bastante deterioradas. En el segundo, Chicote, con su ética del trabajo duro, cuenta su experiencia personal, el plan de actuación para sacar adelante el negocio. Chicote se encuentra a medio camino del maestro de escuela franquista, el sargento Hartman de La chaqueta metálica y el coach al que le cambió la vida leer El monje que vendió su Ferrari o Padre rico, padre pobre. Insulta a quienes ayuda y luego los elogia en público para mantener la tensión narrativa. En la tercera parte, transforma el restaurante y lo consigue sacar a flote, presentándonos una historia de redención y la posibilidad de comenzar de nuevo, a través de una serie de mensajes que podrían aparecer en cualquier posgrado de Administración y Dirección de Empresas o en un anuncio de Campofrío. En este brillante artículo, Anxo F. Couceiro desgrana a la perfección la ideología conservadora que se esconde tras este tipo de programas y la forma en que reproducen la ideología del éxito a cualquier precio que predomina en la sociedad.
Con el suicidio preferimos mirar a otro lado porque quien se quita la vida refleja las miserias del hombre actual. Pienso en David Foster Wallace, quien ha sido, seguramente, el novelista actual que mejor reflejó el pensamiento del suicida y lo difícil que es llegar a ser un ser humano. El propio Wallace se quitó la vida en 2008 ante la imposibilidad de hacer frente a su depresión. Para él, la depresión era Ello: un mal radical, una especie de sopor espiritual por el cual se pierde la capacidad de sentir placer o cariño por cosas que antaño eran importantes, y un grado de dolor psíquico totalmente incompatible con la vida humana tal como la conocemos. El problema de la salud mental se convierte en un tema político, cuando la creciente desigualdad económica agrava los cuadros de ansiedad, depresión y estrés. El mercado de trabajo fomenta la temporalidad y la precariedad. El neoliberalismo dificulta la posibilidad de construir lazos duraderos. El proyecto de la autorrealización personal ha dejado de lado el proyecto vital de una vida en comunidad. El narcisismo neoliberal encuentra su modelo en la patologización de lo social, de lo político, de la escena pública en general, y de una mercantilización de la salud mental que está dejando a las personas aisladas del resto.
Erich Fromm decía que es posible que algunos seres humanos no hayan vivido nunca un momento de felicidad, pero todos, sin obviar uno, tenemos en común haber sentido la tristeza. Es decir que el dolor, la tristeza y la melancolía nos acerca y nos identifica. Sin embargo, los que se mofaron de la actriz, no lo tuvieron en cuenta. La sociedad del rendimiento actual provoca el síndrome de un alma agotada para el suicida. Aniquila al sujeto y lo convierte en un ser roto. En aquel plató, Verónica Forqué se convirtió en una precisa metáfora de los ciudadanos atrapados en el capitalismo salvaje: empujados a la competición, a la persecución de nuestros sueños y a las aspiraciones de éxito social, acabamos enfermos y desquiciados, simbolizando la fragilidad de nuestro tiempo histórico –en el que uno pasa de ser héroe a villano en un instante–, y en el que las heridas emocionales, tristemente, parecen formar parte del espíritu de la comedia de esta época.
Hace unos días encontraron a la actriz Verónica Forqué muerta en su casa. Los servicios de emergencia hallaron su cuerpo en un apartamento de Madrid que pertenecía a su madre, Carmen Vázquez-Vigo. Verónica Forqué se suicidó. En 2016, la actriz habló a tumba abierta sobre sus problemas de depresión, del divorcio...
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