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La periferia de Djokovic
Martínez Almeida ya ha postulado a Madrid como sede del tramposo tenista serbio. Aquí puede estar tranquilo, ha dicho, y razón no le falta, porque a no ser que venga vestido de sindicalista, Marlaska no va a cargar
Gerardo Tecé 18/01/2022
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Telenovela de alcance mundial para amenizar una pandemia que se hace eterna. Cualquier entretenimiento es bueno a estas alturas. Novak Djokovic, número uno del mundo dándole a la raquetita, como llamaba mi abuela al tenis si los nietos desconchábamos la pared, es recibido como un héroe en su país, Serbia. El baño de multitudes no tiene nada que ver esta vez con victorias en grandes torneos, sino con la no participación en uno de ellos. Como a estas alturas saben incluso en lugares donde la vacuna no ha llegado, el tenista ha sido retenido y posteriormente expulsado de Australia por mentir en su visado de acceso e incumplir la normativa sanitaria del país oceánico que exige estar vacunado. Dicho de otro modo, la noticia es que a Djokovic lo han tratado en una frontera como lo hubieran tratado a usted o a mí en las mismas circunstancias. Hasta ahí los hechos.
Como suele pasar en estas grandes historias en las que en realidad no ha pasado gran cosa, lo importante está en la periferia. El movimiento antivacunas, ese ejército desplegado desordenadamente a lo largo del mundo y formado por una élite del saber que no ha acabado nunca un sudoku, ha coronado al tenista como su nuevo líder planetario. Lo cual habla de la solidez de la cruzada, ya que el tipo por el momento ni siquiera se ha mostrado entusiasta con la no vacunación, sino, como buen millonario, simplemente tramposo con las normas que rigen para los demás. Bosé está indignado. En Serbia el ambiente sería de Primera Guerra Mundial si Australia no pillara tan a desmano. Mientras el padre del tenista compara a su hijo con Jesucristo de forma bastante discutible –Jesucristo no ganó ni un solo Grand Slam mientras Novak lleva 20–, el presidente del país, Aleksandar Vucic, habla de maltrato y torturas contra su compatriota durante su reclusión en un hotel de Melbourne. Quizá el spa no estaba incluido. Lo han tratado como a un delincuente, se quejaba el mismo líder nacionalista que, para los refugiados que ponen pie en Serbia, tiene reservadas estancias en campos de concentración con vigilancia militar. A estas alturas de la vida ya nadie espera que los nacionalistas, sean del lugar que sean, entiendan algo. Por ejemplo, que la condición de legal de una persona la marca un simple papel y que no tenerlo iguala al millonario Djokovic con cualquier migrante que busca cobijo. No verlo se llama racismo.
En España, con la tranquilidad que da tener los deberes hechos de un Rafa Nadal vacunado –no me lo quiero imaginar desmelenado de candidato de Vox al Govern balear– miramos la telenovela Djokovic desde una especie de consenso nacional que no se alcanzaba desde el gol de Iniesta. Por supuesto, dentro del consenso hay derrapes vistosos, que tampoco se trata de perder la esencia. El alcalde madrileño Martínez Almeida, siempre dispuesto a demostrar talla política, ya ha postulado a Madrid como sede del tramposo tenista serbio si los rígidos gobiernos de otros lugares se empeñan en respetar las normas sanitarias. Aquí puede estar tranquilo, ha dicho y razón no le falta, porque a no ser que venga al Open Mutua vestido de sindicalista, Marlaska no va a cargar. A falta de Juegos Olímpicos cualquier cosa da proyección internacional. Albert Rivera, que como todo gran estadista solo aparece cuando intuye que España necesita conocer su opinión, aprovechó el asunto para, estando de acuerdo con el Gobierno australiano, denunciar una injusticia social de la que poco se habla: hay mucho hipócrita a favor de que el señor Djokovic cumpla las normas que sin embargo se escandaliza si se deporta a un puñado de manteros. Sigo sin entender cómo pudo fracasar un proyecto político de tamaña sensatez.
De esta historia queda lo mejor, que es el final. Tras Australia, Francia y Estados Unidos dejan claro también que, sin vacuna, Djokovic no podrá competir en Roland Garros ni en el Open USA. Es decir, la carrera desatada hace casi dos décadas entre los tres grandes –Federer, Nadal, Djokovic– que la historia quiso juntar en el espacio-tiempo quedaría gravemente condicionada. Siempre se dijo que el tenis es un deporte de caballeros, así que el mundo espera con expectación si el gran caballero serbio priorizará la cita con la historia o los valores de defensa de la libertad que el desquiciado mundo antivacunas le atribuye. Si hace lo segundo, si la pataleta del desprecio a la ciencia y el ego se impone, quedará confirmada la teoría de Guillermo Fesser, que aseguraba que más que de caballeros el tenis estaba lleno de pijos. Ponerlos a sudar a las cuatro de la tarde mientras tú estás cómodo en el sofá es la forma que tenemos de vengarnos de los ricos, decía. Otra forma sería cambiar el foco de este debate. Que el mundo deje de divagar sobre la libertad de Djokovic para no vacunarse y empiece a hablar sobre otra falta de libertad bastante más extendida: la de querer hacerlo, pero no tener acceso a la vacuna.
Telenovela de alcance mundial para amenizar una pandemia que se hace eterna. Cualquier entretenimiento es bueno a estas alturas. Novak Djokovic, número uno del mundo dándole a la raquetita, como llamaba mi abuela al tenis si los nietos desconchábamos la pared, es recibido como un héroe en su país,...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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