CANTAR PATRÁS
Espectros en los noventa
La gente de la cultura (expandida) con ganas de vida en común comprendió enseguida que no había que centrarla en los museos, ni ‘exportarla’ al extranjero, sino sembrarla por las calles, los bares, las casas okupas…
Aurora Fernández Polanco 25/01/2022
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Esta vez es casi verdad. Vengo de cantar patrás en Sevilla, invitada por la PIE y la UNIA. Al baile, Marta Ramos y German Labrador. Los asuntos que nos traíamos entre manos tenían que ver con una cierta genealogía de las políticas culturales de las últimas décadas. A mí me tocó la mesa centrada en los noventa, Contra el monopolio del sentido común, un título deudor de los presupuestos de Amador Fernández-Savater, quien había pensado hace tiempo sobre estos temas en relación con la Cultura de la Transición. Labrador consideró los años 90 como “articulación”, y fue identificando engranajes del paso de una economía fordista a una neoliberal; de la rueda dentada, a los flujos. Señaló que nosotros –y no solo los países comunistas después de 1989– también habíamos saltado nuestro particular muro a la búsqueda de un consumo enfebrecido, y, para ello, se detuvo en el programa El precio justo de TVE. Finalizó en la rodilla de Induráin. Fue estupendo. Me hizo pensar en la necesidad que tenemos en este reino de unos buenos estudios culturales que nos revisen, pero ya se sabe que, en la Academia de las especialidades y los departamentos, no acaban de tener buena prensa y así andamos, desperdigando talentos por el mundo.
He de confesar que a mí me costó trabajo ceñirme a la cronología. Prefería hablar del entorno arremolinado de unos problemas que, en mi opinión, “comenzarían” con las tremendas manifestaciones anti-OTAN de 1986 y la exitosa huelga general de 1988, de la que recupero un flash de la Puerta del Sol a reventar que se monta irremediablemente en mi cabeza con otros del 15M. Como en el sueño, estas imágenes son portadoras de condensaciones que conducen a otras latentes que, si se “revelan bien” (es decir si se hacen las preguntas pertinentes), pueden ayudarnos a encontrar los laberintos en los que se pierde esa izquierda, a la izquierda del PSOE, que tanto había luchado contra Franco. Suelen acusarla de un cierto absentismo nostálgico, sin tener en cuenta que, en plena reconversión industrial, los trabajadores no habían dejado de estar en unas calles, por otra parte, de contracultura dura y heroína, cuya historia, afortunadamente, se está rescatando ahora. Estoy deseando que aparezca el trabajo de Esther Regueira La disidencia se viste de faralaes que, según ella, discute los estudios sobre la contracultura de la transición en Andalucía, ya que, al no incorporar un análisis de género, entiende que corren el riesgo de nacer mutilados.
La gente de la cultura (expandida) con ganas de vida en común comprendió enseguida que no había que centrarla en los museos, ni “exportarla” al extranjero, sino sembrarla por las calles, los bares, las casas okupas, las redes vecinales, las prácticas colaborativas, las galerías alternativas. En “la bulla”. Coloquialmente, “meter o armar bulla” es “impedir que se prosiga un asunto introduciendo muchas especies extrañas”. El tal asunto que se intentaba impedir lo había clavado Sanchez Ferlosio: “La cultura como invento del Gobierno”, un artículo publicado por El País de 22 de noviembre de 1984, donde se puede leer algo tan jugoso como: “En efecto, si éste [Goebbels] dijo aquello de ‘Cada vez que oigo la palabra cultura amartillo la pistola’, los socialistas actúan como si dijeran: ‘En cuanto oigo la palabra cultura extiendo un cheque en blanco al portador’. Humanamente huelga decir que es preferible la actitud del Gobierno socialista, pero culturalmente no sé qué es peor”. Algunas de las especies extrañas provenían en parte del grito de alarma lanzado por Mar Villaespesa en su artículo Síndrome de mayoría absoluta, publicado en la revista Arena, pero también en 1991 en La Balsa de la Medusa, creo que coincidiendo con la exposición El sueño imperativo, de donde procede la imagen que nos acompaña.
En cualquier caso, la primera impresión que me ha causado el barrido por la época es que –como diría mi gente de la Facultad– “eran todo tíos”. Para desengrasar, os recomiendo la genealogía que realiza Fefa Vila en RWM.macba. La segunda impresión es que los movimientos feministas se tomaban muy en serio el recorrido de largo alcance. Por ejemplo (¡y habrá tantos en el Estado español!), las chicas de la casa okupa de la antigua panadería de la calle Embajadores 40, la famosa Eskalera Karakola, se habían puesto manos a la obra en 1996. Y qué obra. Basta verlas en acción para valorar los saberes que sí sirven para algo. Su lema: autonomía, feminismo y autogestión. Fueron desalojadas en 2005 pero, dos años antes, un grupo de ellas, Precarias a la deriva, demostraban la contundencia, el plazo largo y la urgencia de su propuesta. La casa existe todavía como “Kasa pública transfeminista. Antigua casa ocupada”. Algunas las he encontrado en actividades recientes del MNCARS, como “Por un Estatuto de los Cuidados. Propuesta de escritura colectiva de una ficción jurídica con efectos reales”. Lo siento, Sr. Maruenda, a veces los museos alientan ficciones que no se colorean.
Esta vez es casi verdad. Vengo de cantar patrás en Sevilla, invitada por la PIE y la UNIA. Al baile, Marta Ramos y German Labrador. Los asuntos que nos traíamos entre manos tenían que ver con una cierta genealogía de las políticas culturales de...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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