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Ana Frank en el colegio en 1941.
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Un equipo dedicado a casos sin resolver presuntamente descubrió quién traicionó a Ana Frank, a su familia y a otras personas escondidas en el anexo secreto ubicado en los canales de Ámsterdam. Al decir “equipo dedicado a casos sin resolver” da la impresión de que se trata de un caso real, como si el Holocausto y cualquier caso de asesinato tuvieran la misma envergadura. Un poco aterrador, un poco siguiendo el modelo de Agatha Christie, pero de verdad.
Alexandra Jacobs criticó el libro de Rosemary Sullivan en The New York Times, donde la investigación llevada a cabo por el equipo dedicado a casos sin resolver se describe como “un nuevo libro importante”, escrito “con absoluta dedicación y precisión”; sin embargo, por entonces, los expertos todavía no habían concluido que las pruebas del equipo dedicado a casos sin resolver eran muy insuficientes. La pregunta de por qué Vince Pankoke, un agente del FBI jubilado en Florida “que parece seguir viviendo de incógnito, que ha interceptado transportes de cocaína en Florida y ha localizado a secuestradores de Wisconsin”, fue contratado para encontrar al traidor de Ana Frank sigue sin respuesta, a pesar de que Sullivan también esté comprensiblemente fascinada con Pankoke. Entretanto, como sabemos, la editorial holandesa Ambo Anthos ha decidido no reeditar el libro y se ha disculpado por haberse precipitado. La moral es poder, y en el capitalismo tardío se ha convertido en un instrumento en manos del departamento de marketing. Ya se trate de la biografía de Philip Roth, cuyo biógrafo fue acusado de abusos sexuales, o de un libro sobre quién traicionó a la familia Frank, una vez que la inmoralidad sale a la luz, la obra impresa se retira del mercado rápida o lentamente, se expresan las disculpas necesarias para limitar los perjuicios a la buena reputación y se obtienen los beneficios previstos.
El interés por la figura icónica de Ana Frank, y con ella el interés por la persona que la traicionó, cada vez se aleja más del Holocausto y de la realidad histórica. Ana Frank está siendo objeto de apropiación. Ha sido un proceso continuo, ahora además bien documentado, que culminó cuando el abogado Robert F. Kennedy Jr., sobrino del presidente Kennedy, dijo hace unas semanas que Ana Frank vivía mejor en su anexo secreto que si hubiera estado viva hoy, porque en el anexo no corría el riesgo de ser vacunada. Un comentario por el que Kennedy Jr. se disculpó posteriormente.
En 1997, en su largo ensayo para The New Yorker “¿A quién pertenece Ana Frank?”, Cynthia Ozick describió el modo en que la obra de Ana Frank ha sido “infantilizada, americanizada y homogeneizada”, y el modo en que la necesidad de sentimentalismo y cursilería ha desdibujado la realidad histórica. Según Ozick, Ana Frank renació como icono en Broadway, en 1955, cuando se estrenó una adaptación teatral de su diario de la mano de Albert Hackett y Frances Goodrich. La Ana Frank humanista y esperanzada, un ejemplo para todos, en parte comenzó allí. Esto también es debido a su padre, Otto Frank; pero éste había perdido a su familia, sobrevivió a Auschwitz, tuvo una relación difícil con el legado literario de su hija menor, y por eso se le perdona. Los intentos, relativamente exitosos, de transformar la historia de Ana Frank en una historia con significado universal en la que todo el mundo pueda reconocerse, son otro tipo de traición a Ana Frank. En nombre de la universalidad se suele ignorar a la propia Ana Frank: era la hija menor de una acomodada familia judía procedente de Fráncfort del Meno y razonablemente adaptada. (Mi padre, que conoció a los Frank antes de la guerra, afirmaba que Margot, la hermana de Ana, era más inteligente y divertida que ella. Los que escriben muestran el material original, conoceremos principalmente a Margot a través de los ojos de Ana).
Cómo funciona la apropiación en los Países Bajos quedó patente cuando, en 2004, Ana Frank, alemana de nacimiento, fue incluida en una lista de “Grandes Holandeses”, y una cadena de televisión holandesa quiso nacionalizarla a título póstumo. El entonces ministro de Justicia consideró inapropiada la nacionalización de una persona fallecida. El 11 de abril de 1944, Ana Frank escribió en su diario que amaba a los holandeses y que se proponía escribir una carta a la reina para nacionalizarse holandesa pero, al igual que en la obra de Nietzsche, en la obra de Ana siempre se puede encontrar una cita que encaje. En la misma fecha escribe: “Dios nunca ha abandonado a nuestro pueblo; a lo largo de los siglos los judíos han sobrevivido, a lo largo de los siglos los judíos han sufrido, pero a lo largo de los siglos se han hecho fuertes”. Semejante cita no es del gusto de un verdadero humanista.
Cómo funciona la apropiación en los Países Bajos quedó patente cuando, en 2004, Ana Frank, alemana de nacimiento, fue incluida en una lista de “Grandes Holandeses”
Para evitar que la historia se reduzca a un caso real –un género bonito, pero que en la mayoría de los casos se limita a cuestionar quién es el culpable y si lo atraparán–, es necesario un enfoque histórico diferente, menos sensacionalista. Investigar el pasado no es lo mismo que juzgar y condenar. Independientemente de los errores cometidos por el equipo dedicado a casos sin resolver, por supuesto que hubo traidores judíos –al menos judíos que se comportaron de forma dudosa– pero, tal y como Primo Levi manifestó de forma expresa, no debemos juzgar, ni siquiera él podía juzgar a los hombres que trabajaban en el Sonderkommando de Auschwitz; hay que tener mucho cuidado con juzgar unilateralmente los actos de los perseguidos que colaboraron en mayor o menor grado con los nazis, y esto también se aplica al Consejo Judío, aunque para evitar que los nazis triunfaran en su misión: hacer a los judíos cómplices de su propia destrucción.
Además, es bueno darse cuenta, sobre todo porque la mayoría de la gente parece haberlo olvidado, de que Ana Frank es una víctima atípica de los nazis. El hecho de que ella y su familia pudieran pasar a la clandestinidad, no fueran gaseados ni fusilados por los Einsatzgruppen (mucho antes de que comenzaran los gaseos, cientos de miles de judíos fueron asesinados en Europa del Este durante ejecuciones masivas, bien descritas por Christopher Browning en su libro Ordinary Men) hacen que su destino –murió de una combinación de agotamiento y tifus en Bergen-Belsen– sea considerablemente excepcional.
No sabemos quién traicionó a Ana Frank, pero podemos dejar de traicionarla. Para empezar, investigando el pasado sin sentimentalismos ni moralismos complacientes. Sin admitir la tendencia a estructurar el pasado como un misterio a resolver. Leyendo a Ana Frank; su talento literario, como subraya Ozick, era grande y ella quería que la leyeran.
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Traducción: Paloma Farré.
Un equipo dedicado a casos sin resolver presuntamente descubrió quién traicionó a Ana Frank, a su familia y a otras personas escondidas en el anexo secreto ubicado en los canales de Ámsterdam. Al decir “equipo dedicado a casos sin resolver” da la impresión de que se trata de un caso real, como si el...
Autor >
Arnon Grunberg
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