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Aunque pueda parecer el primer capítulo de una serie, ocurrió en Nou Barris, Barcelona, en la tarde noche del 26 de febrero del 2022.
Tras mucho pensarlo, decidí participar junto con mi hija y su amiga en el desfile de carnaval. Como unas vecinas más nos sumamos al Ampa del Ateneu de 9B, donde Alma practica circo desde hace años. Las niñas no cabían en sí de la felicidad. Estaban viviendo un carnaval desde dentro: subían a la carroza, llevaban carteles, repartían octavillas y gritaban consignas a favor de la Tierra. Nuestra comparsa se llamaba el Arca de Noé. Todas éramos animales, monstruos, mutantes y alguna cosa rara (esa era yo). Mientras desfilábamos, me cautivó la cantidad de niñas racializadas que observaban desde las aceras, algunas disfrazadas, otras no. Pensé que me gustaría que algún día ellas pudieran estar también dentro y que para el año siguiente tendríamos que organizar una comparsa.
La rúa se compone de 3 partes: el desfile, el jurado y la entrega de premios en la plaza.
Poco antes de que nuestra Arca de Noé llegara al punto del jurado, Marta –una joven etíope de 17 años adoptada por catalanes-blancos a la que había conocido pocas horas antes y a la que me une una historia común de lucha–, me comenta, entre el estupor y el enfado, que detrás de nosotras hay un grupo haciendo blackface.
Sin pensarlo mucho, nos ponemos en marcha y, ante mi sorpresa, nos encontramos con un Ampa de unas 30 personas, es decir, padres, madres e hijes del colegio de San Luis del barrio de la Prosperitat. “La familia que ‘racistea’ unida, se mantiene unida”, dice el refrán. Busco a las adultas y me dirijo a un señor que, entre sonrisas paternalistas y justificaciones, dice los clásicos: “Es carnaval”, “no somos negros”, “somos caníbales”, “no somos racistas”. Creo que me estaba explicando la reivindicación que escondía su atuendo, cuando una mujer –también con la cara pintada– se acercó afirmando: “Sí, somos racistas. Sí, esto que hacemos está mal, muy mal, por eso mi marido no ha querido pintarse”. Al girarme, veo a un señor con el traje completo y la cara sin embetunar. No sé qué más dijo la mujer porque, para ese momento, ya me había explotado la cabeza. Días después, he entendido que lo que le ocurrió es aquello que nos decían nuestros padres: “Si tus amigos se tiran por un balcón, ¿tú también te tiras?”. Ella se tiró.
Indignadas que no derrotadas, poseídas por el espíritu de las que se sienten del lado de la verdad (y sin pensar mucho en las consecuencias ni en los peligros), nos dirigimos al punto 2; a la tribuna del jurado. Y allí, gracias a la colaboración de la madre de Marta, conseguimos que el speaker nos cediera el micro. Así que, cuando llega la comparsa en cuestión –bailante y sonriente– nosotras gritamos al ritmo de la música: “Ra-Cis-Tas, Ra-Cis-Tas”. Y la comparsa baila, a ese ritmo de: “Ra-Cis-Tas, Ra-Cis-Tas”. ¡Dantesco! Así que proseguí: “Estáis educando a vuestros hijos en el racismo. Es de vergüenza que en Nou Barris, un barrio que se jacta de sus luchas vecinales en el 2022, se repitan estas cosas. Es de vergüenza que en Barcelona, una ciudad que se considera antirracista, se puedan dar estas situaciones. ¡Es de vergüenza!”... y me retiraron el micro. Y hubo gritos por parte de los participantes. Y hubo insultos por parte de los hijos de los participantes. ¡Y el tribunal intentó mediar! Pero no hay mediación posible. No se negocia con violadores; no se negocia con racistas.
Para llegar a la plaza a reencontrarnos con nuestro grupo, tuvimos que atravesar de nuevo la comparsa racista. La cruzábamos (en silencio por seguridad, pero con dignidad) cuando otro señor se abalanzó sobre nosotras y más de lo mismo pero en modo energúmeno: saca pecho, levanta barbilla, quiere que nos callemos, quiere que desaparezcamos. Pero no lo hacemos. Aparecen sus hijas sin disfraz para mediar. Me dirijo a ellas en un tono pedagógico (al menos eso era lo que mi mente quería porque, a esas alturas, ya era todo realidad versus lo que tú imaginas que ocurre). Intento hacerles la comparativa entre feminismo y antirracismo, sobre todo para lanzarles una línea que ellas puedan desarrollar solas. Las insto a buscar información. Mientras, el señor sigue gritando. Su mujer, al otro lado, también me habla. No sé qué respondo que el tipo termina de enajenarse: “¡Tú no hables con mi mujer!”. En ese momento varios hombres lo apartan de mí evitando que me golpee. “Además de racista, también eres machista.” Me alejo y señalo al hombre que no tiene la cara pintada: “Que te lo explique él, que te explique él por qué no se ha pintado la cara, a ver si entre vosotros os entendéis”. Cuando llego al grupo, todos saben que ha pasado algo. Algunas más, otras menos, algunos se acercan para informarse, otros miran desde lejos. Detrás de nosotras, la comparsa que hace blackface se remueve entre la incomodidad y el desconcierto. Me giro. Uno de los hombres, mientras abraza a su hija caníbal me saluda, sonriente e insultante, aferrándose patéticamente a una certeza que se diluye, negándose a dejarse afectar.
Durante la entrega de premios, la comparsa ganadora proclama: “Vestirse de negro no es un disfraz.” Primera victoria. Después de ellas, la coordinadora cultural de Nou Barris pide disculpas en público por lo ocurrido y aseguran que “algo así no puede volver a ocurrir”. Segunda victoria con bailecito de celebración. En el escenario hay un cartel en donde se puede leer En carnaval no todo vale. No vuelvo a mirar a los caníbales, no quiero hacer leña del árbol caído y no quiero que sus lágrimas blancas me conmuevan.
Mientras regresamos a dejar la carroza en el Ateneu, no puedo dejar de sentir que me vean como la típica corta rollos.
A la mañana siguiente, llamadas y mensajes de la dirección de la coordinadora que asegura que trabajarán para que no se vuelva a repetir y me pide de nuevo disculpas. Pero en verdad, no hay que pedirme disculpas a mí. Hay que pedirles disculpas a las cientos de niñas que vieron pasar a esa comparsa, que viven en este barrio que las abraza e insulta al mismo tiempo.
Esta no es más que una de las muchas historias violentas que ocurrieron durante el Carnaval. De las demás puede que no tengamos noticias hasta que se conviertan en un suceso. ¿Es eso lo que tiene que ocurrir para acabar con esto?
Aunque pueda parecer el primer capítulo de una serie, ocurrió en Nou Barris, Barcelona, en la tarde noche del 26 de febrero del 2022.
Tras mucho pensarlo, decidí participar junto con mi hija y su amiga en el desfile de carnaval. Como unas vecinas más nos sumamos al Ampa del Ateneu de 9B, donde Alma...
Autora >
Silvia Albert Sopale
Actriz, directora teatral, creadora y activista feminista antirracista española, vive en Barcelona. Ha escrito y representado No es país para negras, una obra que explica qué implica ser mujer y afrodescendiente en España.
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