Comisionismo
“Pa la saca”, la potencia del referente de la corrupción
Almeida se encuentra atrapado en el artilugio de la bota malaya, un juego de torniquetes que aprisionan el pie, en invención de aquellas latitudes de donde venían las mascarillas de grafeno
Antonio Campuzano 14/04/2022
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La porosidad de la investigación sobre el caso de las mascarillas compradas por el Ayuntamiento de Madrid va vomitando día tras día detalles que van más allá de lo escabroso y dañino que puede suponer para la convivencia la realidad de la corrupción. Junto a lo sustancial del reparto de comisiones de esa rotundidad numérica de los seis millones para el reparto grosero entre dos personas cuyos méritos académicos o profesionales resultan inexistentes, crece la periferia de añadidos de un extraordinario potencial chulesco que invade las costuras de la tolerancia. Del primo del alcalde, conseguidor de coordenadas de ubicación teléfonica y electrónica, cuyo grado de consanguinidad fue puesto en entredicho en las primeras declaraciones del primer edil, a la participación del propio Almeida en llamada al intermediario Luis Medina, con minutado de registro, intensidad en el agradecimiento y detalle emocionado por lo que parecía una “donación” cuando en realidad era una intervención comercial con complemento de “guante blanco”. La carta del munícipe, pese a tener el aspecto de formato standard, contiene los ingredientes del estilo, la lengua y la función que condensaba Roland Barthes en El grado cero de la escritura, para hacer del ejercicio del liderazgo en pleno pico de la pandemia una palanca de reforzamiento de su puesto como primera autoridad de la capital de España. De hecho, la figura de Almeida salió muy reforzada, por ejemplo en comparación con Pablo Casado, por entender que su implicación, continuada meses más tarde con ocasión de la tormenta Filomena, hacía de su configuración pública prácticamente recién estrenada una realidad muy sólida. Ahora, se empequeñece aquella presunta conformación de talla tan endeble con la aparición de este episodio de tintes punibles pero también atentatorios contra la construcción inmoral de aquella iconografía irreal. Las alusiones grandilocuentes de Almeida a la “ciudad de Madrid”, con toda la carga de versales, entra en colisión con la chocarrería interna de Luceño, quien en el envés de las palabras orondas del alcalde se dirige a su socio con un “pa la saca”, con una califrafía hedionda de bajeza humana, con la coincidencia de los miles de muertos y la inseguridad planetaria. Almeida se encuentra atrapado en el artilugio de la bota malaya, un juego de torniquetes que aprisionan el pie, en invención de aquellas latitudes de donde venían las mascarillas de grafeno, y que producían las fracturas más truculentas, como muy bien sabe el editor Daniel Fernández. Cada vez que el alcalde hable de los esfuerzos institucionales de la “ciudad de Madrid” en aquellas fechas trágicas, le apisonará el torniquete de la bota malaya en forma de declaraciones groseras de extracción correo electrónico, bien Luceño, bien Medina, quien parece más lacónico en sus alegrías con la vista puesta en yates con sus esloras y todo. Hasta el momento, el alcalde y los comisionistas habitaban campos semánticos muy distintos, pero corren el peligro de convertirse en “uña y roña”, como señala Isaac Rosa, en su premiado Lugar seguro (Seix Barral, 2022).
La porosidad de la investigación sobre el caso de las mascarillas compradas por el Ayuntamiento de Madrid va vomitando día tras día detalles que van más allá de lo escabroso y dañino que puede suponer para la convivencia la realidad de la corrupción. Junto a lo sustancial del reparto de comisiones de esa...
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