El arte es mi trinchera
Jeanne Mammen, la visibilidad lésbica en la Alemania nazi
“Siempre quise caminar por el mundo sin ser vista, solo para poder ver a los demás”, dijo en una entrevista. Sus cuadros son uno de los primeros lugares seguros en los que pudimos ser, cuando ser era casi un imposible
Deborah García 8/04/2022
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En mi último viaje a Berlín, cerca de Charlottenburg, encontré una placa que recordaba a una pintora desconocida, olvidada y ninguneada por la Historia: Jeanne Mammen. Durante décadas su obra permaneció muda, pero gracias a los círculos feministas alemanes su trabajo fue recuperado, sobre todo a partir de los años noventa. En Berlín pude visitar su taller-museo donde muchas de sus obras están expuestas al público. Su obra es especialmente importante, por sus observaciones en un período fundamental de la historia alemana. Sus cuadros e ilustraciones son un espacio para lo que está al margen, para lo latente y lo contracultural.
Jeanne Mammen fue una mujer privilegiada, ser hija de un comerciante hizo que pudiera crecer en diferentes ciudades europeas. Los años de formación de Mammen estuvieron inmersos en el amor por la literatura francesa y las artes de la época. La posición privilegiada de la familia de la artista le permitió estudiar pintura y dibujo en varias academias en París, Bruselas y Roma. Sus primeros trabajos en el mundo del arte fueron a través del diseño de moda, empezó su vida artística como ilustradora de revistas como Junggesellen, Simplicissimus o Ulk. Aquellas ilustraciones eran pinturas cercanas estilísticamente a la caricatura, en ellas ya se percibía el ambiente de las calles. Su obra gráfica de esta época podría compararse con la nueva objetividad de Otto Dix o George Grosz, pero mientras que las obras de estos pintores tienden hacia lo satírico, con una crítica política subyacente, expresando lástima o desdén en sus temas, los dibujos y acuarelas de Mammen son mucho más empáticos.
Hacia 1930 su obra llamó la atención de la cultura berlinesa y Mammen pudo celebrar su primera exposición en la galería Gurlitt. Esta exposición ya marca el tono de su obra, su compromiso político e identitario con las mujeres lesbianas. Entre sus trabajos más apreciados de aquella época encontramos las litografías que dedicó a Las canciones de Bilitis. Para quien lo desconozca, es todo un homenaje al amor lésbico salpicado de poemas de Pierre Louÿs.
Entre mediados de la década de 1920 y mediados de la década de 1930, Mammen comenzó a crear muchos bocetos y acuarelas que capturaban los ruidosos clubes nocturnos, cafeterías y cabarets de la ciudad. Aquí Mammen podía observar, esbozar y representar en silencio la vitalidad de un mundo habitado por intelectuales, compañeras artistas, bohemios y una floreciente escena lésbica. Mammen siempre expresó cómo las condiciones que vivió beneficiaron su experiencia, ya que pudo relacionarse con personas de diversos orígenes, un mundo ecléctico que permanecía oculto a la clase media a la que pertenecía. Sin duda, estos círculos marginales fueron inspiración para sus obras.
El trabajo de Mammen destaca especialmente por su forma de presentar a las mujeres. La mirada de la pintora es profunda, no se conforma con representarlas como seres accesorios, pasivos y poco complejos, sino que muestra a estas mujeres como sujetos. Las mujeres de Mammen están vivas, fuertes, son valientes y se abandonan al sexo y a la sexualidad. Su interpretación de lo lésbico es innovadora porque lo hace desde una perspectiva de mujer, al tiempo que ignora los tabúes de la época y rompe con el cliché de la mirada masculina. Las acuarelas de Mammen a menudo reflejaban una calidad narrativa muy humorística, al retratar a las mujeres simplemente disfrutando de la compañía de otras mujeres. Están ahí y existen para ellas mismas, ajenas a las retóricas y lecturas masculinizantes.
Aquí la obra de Jeanne Mammen conversa a la perfección con la producción de Toulouse Lautrec, creada cuando el pintor decidió mudarse a una casa de la tolerancia y convivió con las prostitutas. El trabajo del pintor de aquella época es honesto y retrata a las prostitutas en su día a día. Toulouse-Lautrec, como Jean Mammen, pinta a mujeres que se deleitan con otras mujeres, mujeres que se dan placer porque así lo quieren. Toulouse-Lautrec, incluso, llegó a usar a Jane Avril como su alter-ego, algo insólito en la Historia del Arte, un pintor que se proyecta en la representación como una mujer bisexual capaz de burlar las convenciones sociales.
En Mammen vamos un paso más allá. Parece baladí pero no lo es, una artista no heterosexual que pinta a otras mujeres queer. En el mundo de Mammen todas tienen cabida: mujeres masculinas, mujeres femeninas, mujeres vestidas de hombres, juego de identidades, mujeres vestidas de cuero. Lo cierto es que Mammen dibujó a todos los tipos de mujeres modernas de los años 20: la vampiresa glamurosa, y la diva; las flapper, las de estilo art déco con el pelo corto, maquillaje blanquecino y bocas pequeñas y rojas, también las pelirrojas de ojos oscuros con lunares. Capturó y narró la ciudad de Berlín en los dorados años 20, con sus teatros, cabarets y esa floreciente subcultura lésbica de los girl clubs. El rojo vibrante de She Represents (1927) captura el calor y la emoción de uno de esos bares, donde la pareja principal representa la dinámica butch-femme como nadie hasta Mammen había hecho. En su obra podemos sentir lo real de la música, del humo, del alcohol y del baile. Algo que me resulta curioso es que en sus representaciones de parejas heterosexuales besándose y bailando, la mujer casi siempre mira hacia abajo, sin poder relacionarse con su pareja masculina. En cambio, las obras de dos mujeres suelen ser mucho más íntimas y ellas parecen estar más conectadas.
Todo su mundo es un canto a la libertad que iba siendo sesgada en el día a día berlinés. En su obra Carnaval (1931) observamos una obra típica de Mammen. Dos mujeres en primer término, una de ellas sostiene en su mano una polvera, la otra, de estética queer, lleva pantalones de cuero, corte de pelo a lo garçon y una camisa en forma de uve que nos permite ver su espalda desnuda. Ambas permanecen ajenas a la fiesta que tiene lugar en el local. Sus cuerpos tienden el uno hacia el otro, conversan. Sentimos el dinamismo y la vida. Estas mujeres, sean quienes sean y sientan lo que sientan, no están tuteladas por ninguna figura masculina. Ni siquiera fuera del cuadro, porque quien las pinta es otra mujer. Existen por y para ellas mismas. Algo que realmente me encanta de su obra y que también es muy contemporáneo son los títulos de sus trabajos, que a menudo parecen el comienzo de una conversación: Tienes unas manos muy bonitas.
Tras el ascenso del nazismo, Mammen no se unió a la máquina de propaganda artística del régimen, y durante gran parte de la Segunda Guerra Mundial la artista no realizó más obras de arte. Para sobrevivir llegó a vender libros en un carro. Los nazis prohibieron su trabajo por lésbico y lo calificaron como degenerado y “judío”. La llegada del nazismo truncó su carrera, no solo su arte era considerado monstruoso, también su vida. Desde el ascenso del nazismo sus condiciones de vida fueron a peor, tuvo que aislarse en su casa y durante años vivió sumida en la pobreza. No dejó de pintar pero su obra pasó a ser cada vez más abstracta. En sus últimos años, Mammen comenzó a usar símbolos místicos en sus pinturas y se obsesionó con el color blanco. En una de sus últimas entrevistas miró hacia atrás y dijo: “Siempre he querido ser solo un par de ojos, caminando por el mundo sin ser vista, solo para poder ver a los demás”. Tal vez sea el momento de desoír sus palabras y comenzar a mirarla. Quizá deberíamos mirar sus cuadros como uno de los primeros lugares seguros en los que pudimos ser, cuando ser era casi un imposible.
En mi último viaje a Berlín, cerca de Charlottenburg, encontré una placa que recordaba a una pintora desconocida, olvidada y ninguneada por la Historia: Jeanne Mammen. Durante décadas su obra permaneció muda, pero gracias a los círculos feministas alemanes su trabajo fue recuperado, sobre todo a partir de los...
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