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No asoman aún las grietas por donde alcance a filtrarse un poco de luz en medio de esta oscuridad. Una oscuridad que, por otro lado, ha franqueado los límites razonables de cuestiones tales como quién eligió esta guerra, cuál es en el fondo su causa, o quién y por qué la ordenó. Ante esto, únicamente asoman signos de exclamación, desesperación y puntos suspensivos.
Semejantes preguntas recuerdo que también se había hecho el personaje Josep K., un singular e inocente individuo en contra de quien se instruyó un proceso que finalmente terminó pagando con su propia vida: “¡Como un perro!”, fueron las últimas palabras que gritó antes de que su carne sintiera el filo del cuchillo. Esta última escena, con la que culmina una obra que ha pasado a ser universal, titulada El proceso, deja, tras su lectura, una tensión turbadora y un inexplicable tormento interior. Tormento como el que se va desvelando en la existencia del personaje, que padece y sufre lo absurdo e incomprensible de una situación de la que no pudo sustraerse: la sombra ininteligible de un terrible poder que acaba finalmente con él.
Fue con esta mirada cruda y desgarradora con la que el genio creador de Franz Kafka nos anticipó una verdad: la espantosa libertad del ciego, la de un ser que nunca encontrará la salida en la oscura caverna de su realidad. En aquella situación, protagonizada por ese personaje imaginario, por ese individuo llamado K., es en la que podemos ver hoy reflejado el horror cotidiano de millones de individuos que sufren el proceso de la guerra. Quien pueda confiar todavía en su fuero interno será capaz de intuir y reconocer que, de algún modo, somos arrastrados paulatinamente como Josep K. a un gran proceso por el cual cada vez se hace más difícil seguir siendo dueños de nuestra propia vida.
Ese negro porvenir que anunciaba Kafka es también nuestro presente: el testimonio de K., que fue privado de su verdadera libertad. Porque la violación perpetua del derecho a la vida ha tocado el fondo de un infierno como el de la guerra que permite a militares, presidentes, jueces, verdugos, ayudantes y colaboradores de una gran organización seguir victimizando a millones de inocentes, que sufren un proceso del que muchos –los muertos, los exiliados, los desaparecidos– no retornarán jamás.
Este es, pues, el pútrido y concreto rostro de la guerra, ese que sigue siendo abstracto y fantasmal; el dominante e irracional motivo por el que continúan muriendo inocentes. Josep K. no logró tampoco dimensionar lo infinito, lo interminable de un proceso que lo llevó a su vil ejecución. Pero con su muerte no acabó el infierno para los demás; pues, de la misma manera que para él, para cualquiera de nosotros también siguen siendo ininteligibles la clase de procesos que se instruyen en nombre de ideologías, doctrinas y sueños delirantes, de manera secreta, siniestra, y en las más altas esferas del poder.
El espectro de ese poder que no vemos, pero que se ejerce implacablemente sobre ciudadanos inocentes, acecha también a nuestra propia existencia, porque nos revela los límites de nuestra humana voluntad, incapaz de hacer frente a estos acontecimientos de una Historia en medio de la que somos movidos como simples juguetes a merced de tenebrosas organizaciones, las cuales combaten en nombre de sus propios beneficios y aplican leyes que han dejado de responder a los reales intereses de la paz. ¿Para quién trabajan estas amenazantes instituciones? Por supuesto, ya no sirven a los ciudadanos sino a un sistema tiránico que busca perpetuar un orden del mundo sostenido en negocios, crímenes y mentiras.
No asoman aún las grietas por donde alcance a filtrarse un poco de luz en medio de esta oscuridad. Una oscuridad que, por otro lado, ha franqueado los límites razonables de cuestiones tales como quién eligió esta guerra, cuál es en el fondo su causa, o quién y por qué la ordenó. Ante esto, únicamente asoman...
Autora >
Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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