Derechos laborales
Explotación en El Real
Ya sabemos que los cuidados no son prioridad y que los derechos de las personas trabajadoras son casi una utopía a día de hoy, pero sería razonable pensar que retroceder aún más no debe permitirse en el mundo civilizado
Anita Botwin 6/04/2022
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Hubo una época de mi vida que viví en Sevilla y fui a la Feria, porque es inconcebible vivir en la tierra de los naranjos y el azahar y no ir a su fiesta más popular. También recuerdo que escuché estupefacta cómo las personas que trabajaban en las casetas de la Feria no iban a sus casas a descansar, sino que tiraban un colchón hinchable al suelo y ahí dormían las cuatro o seis horas que les permitieran para volver a levantarse y dale que te pego de vuelta al tajo. Entre sorbo y sorbo de rebujito, recuerdo que esta explotación estaba muy instaurada y normalizada, como tantas otras injusticias y abusos que percibimos a diario. Como las que recogen la fresa y reciben violencias machistas o las que vendimian bajo el sol castellano y tienen al patrón con la fusta poco menos que como en los campos de algodón, especialmente con las migrantes y gente más vulnerable.
Ahora que los abusos ocurren en casa, con tu primo o el mío, empezamos a echarnos las manos a la cabeza. Todas esas historias las hemos conocido de cerca la gente que tenemos familiares o amigos obreros que agachan el lomo para que el resto podamos disfrutar de un plato caliente en nuestros hogares. Lo de la Feria no es una excepción, por mucho que a los señoritos andaluces les cueste reconocer que son lo que son y han sido siempre, unos explotadores de tomo y lomo.
Qué tiempos estos que habitamos en los que las luchas ya no son las nuestras, sino las del paro de la patronal que quiere tumbar al Gobierno socialcomunista, desde los transportistas hasta algunos caseteros, que amenazan con dejar a los sevillanos sin Feria por no dejarles explotar lo suficiente, maldita sea la ministra de Trabajo con sus reformas laborales.
Hace poco, una trabajadora de atención a domicilio de la Comunidad de Madrid me contaba que ganaban apenas 700 euros por 30 horas, haciendo grandes esfuerzos físicos, trabajando enfermas muchas de ellas. Alguna vez les habían dicho desde la Mutua que si sentían dolor en la espalda era porque no sabían levantar a los enfermos que atendían. En otra ocasión pidieron el día libre para ponerse la vacuna del covid y se lo negaron alegando que no era obligatoria. Y suma y sigue.
Luego están las Kellys, el colectivo de limpiadoras de habitaciones de hotel que simboliza otro ejemplo flagrante de explotación. Este grupo de mujeres organizadas al margen de cualquier sindicato, ejerciendo la acción común, llevaron al debate público que ganar 2 o 3 euros la hora en habitaciones por las que habían pagado 300 euros era y es esclavitud. También podemos hablar de las limpiadoras del Museo Guggenheim de Bilbao, que consiguieron sus reivindicaciones después de una huelga de 285 días.
Ya sabemos que los cuidados no son prioridad y que los derechos de las personas trabajadoras son casi una utopía a día de hoy, pero sería razonable pensar que retroceder aún más no debe permitirse en el mundo civilizado. Estamos dejando pasar demasiados atropellos a los y las trabajadores y los medios de comunicación son el altavoz de este retroceso al siglo pasado.
Ahora que algunos caseteros han hecho pública su intención de no cumplir la ley y de obligar a los trabajadores a hacer jornadas de dieciséis horas, sería de esperar que aumenten las inspecciones de trabajo en la Feria para ver si están cometiendo delito y ser penalizados por ello. Porque de eso se trata la democracia y el cumplimiento de los derechos humanos, aunque ya sabemos que algunos prefieren vivir en tiempos preconstitucionales.
Sin embargo, el problema ya no es tanto que los señoritos nos exploten aquí o allí, es que nosotros lo permitamos. Estos tiempos de pasividad, individualismo, indiferencia y falta de ideología duelen porque nos desprotegen como colectividad y nos desposeen de los pocos derechos que habíamos conseguido tras mucho sudor, lágrimas y sangre.
Hubo una época de mi vida que viví en Sevilla y fui a la Feria, porque es inconcebible vivir en la tierra de los naranjos y el azahar y no ir a su fiesta más popular. También recuerdo que escuché estupefacta cómo las personas que trabajaban en las casetas de la Feria no iban a sus casas a descansar, sino que...
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Anita Botwin
Gracias a miles de años de machismo, sé hacer pucheros de Estrella Michelin. No me dan la Estrella porque los premios son cosa de hombres. Y yo soy mujer, de izquierdas y del Atleti. Abierta a nuevas minorías. Teclear como forma de vida.
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