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Primavera del 2018, una decena de compañeras estamos reunidas en el Ateneo Popular La Sèquia de Manresa, centro neurálgico de una ebullición permanente de movidas sociales, políticas y culturales en la ciudad. Entre ellas, la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca y el Capitalismo y un movimiento popular y comunitario en crecimiento. Nos encontramos en una ciudad media de unos 78 mil habitantes con un alto índice de vivienda vacía. Desde su nacimiento en 2012, la PAHC Bages se ha convertido en un contrapoder urbano, capaz de albergar un espacio comunitario para gente de origen diverso –muchas de sus integrantes provienen del Magreb–. Es también un espacio de lucha y apoyo mutuo entre centenares de personas que permite convertir el malestar que produce este sistema en un hervidero de nuevos vínculos sociales, de política de la calle autoorganizada que genera alternativas reales a la precariedad y el aislamiento social. Ocho bloques de viviendas y varios locales han sido ocupados. En los siguientes años, cada vez más colectivos engrosarán esta red: la Escuela Popular –pedagogía crítica para niños y jóvenes–, la Escuela de mujeres Soror, la de Jóvenes Alqua –sobre todo para migrantes adolescentes no acompañados–, la Escuela Popular de Formación Política, un Espacio de Defensa Legal y un sindicato, Acció Sindical Bages. Aquella primavera del 2018 creamos un espacio feminista que se proponía recoger las potencialidades de las mujeres de la PAHC, autorganizar un colectivo de apoyo mutuo para abordar las violencias de género y a la vez transversalizar las perspectivas y praxis de los feminismos en las luchas en curso. Así nació la Asamblea de Afectadas por el Machismo y el Patriarcado en Manresa (AAMAS). Lo que surgió de aquel impulso entre compañeras con trayectorias militantes diversas lo explicamos a continuación.
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Un sábado cualquiera de 2021, de los móviles saltan chispas, numerosos mensajes al grupo de Whatsapp, audios largos, algo pasa. La voz de una compañera resuena dentro de los diez oídos que conformamos actualmente el grupo motor del colectivo –aunque funciona gracias a un entramado de compañeras más numeroso–. Relata lo que le ha pasado la noche anterior: gritos, amenazas y estropicio de ventanas. Amal es una mujer magrebí que había recurrido a nosotras hacía escasos días. Yusuf, su marido, fuera de sí, ha intentado entrar a la casa donde estaba refugiada Amal con sus hijos usando un andamio de obras y rompiendo los vidrios de algunas ventanas sin llegar finalmente a conseguirlo. Amal nos dice que el chico no está bien, tiene problemas de adicciones y le han diagnosticado un trastorno de salud mental. El miedo se respira en el ambiente. La pareja vive en una situación realmente precaria, sin papeles, ocupando la vivienda y sin ingresos. Una vez más las condiciones materiales, las políticas migratorias y sus efectos devastadores desgarran vidas en los barrios donde vivimos, agravando las situaciones de violencia. Nos cuesta la comunicación por la cuestión del idioma, no hace tanto que se han instalado en la ciudad. Por suerte, cuando vamos a verla a su casa, las mujeres de la Asociación Al Noor están haciéndole compañía y nos facilitan la traducción.
Escuchamos intentando comprender y evitando juicios o sobrerelatos. Cuatro criaturas corren por el piso, la más pequeña se acerca cuando ve que llevamos una bolsa de mano llena de herramientas, le decimos nuestros nombres y ella nos dice el suyo, nos mira con cara de curiosidad. Cuando hacemos acompañamientos que no son tan urgentes, intentamos ir a jugar con las criaturas a otro lado –con los años hemos ido poniendo atención en cuestiones que se nos escapaban y que hoy sabemos importantes–, pero en aquel momento vamos sobre la marcha, intentando transmitir tranquilidad. El dramatismo y el aumento de tensión no ayudan.
Aconsejan que ella lleve encima los documentos importantes de la familia o los tenga localizados en un lugar seguro
Dos compañeras del colectivo y un par de amigas que nos acompañan nos ponemos manos a la obra. Les proponemos que vayan a otra casa durante las próximas noches, pero la mujer prefiere quedarse en su domicilio. A pesar de que esto nos sorprende y nos inquieta, es su decisión, así que pensamos cómo podemos reforzar la protección, anticipar peligros y tener canales rápidos en caso de necesidad. Acordamos asegurar los accesos exteriores de la casa –con pestillos y tablones– y la puerta de entrada. Intercambiamos teléfonos, nos coordinamos con las compañeras de Al Noor y con un colega que es vecino del bloque y con el que tienen buena relación. Él ha hablado algunas veces con Yusuf y se conocen, está pendiente de la situación, en caso de que la cosa se ponga chunga puede intentar intervenir. Recordamos algunos consejos de unas compañeras que trabajan en el circuito institucional de atención a violencias de género: que ella lleve encima los documentos importantes de la familia o los tenga localizados en un lugar seguro. También las cosas de valor, por si la cosa se tuerce y tienen que salir rápido de la vivienda.
Somos conscientes de que nuestra capacidad de intervención es limitada: acompañarla respetando su autonomía, fomentando su independencia y evitando paternalismos, así como romper su aislamiento poniendo a su disposición una red de personas y recursos. Que Amal no esté sola, en eso nos centramos. Nos despedimos, el día se funde en fuertes abrazos y algo menos de soledad. Esa noche, las compañeras que podemos estar pendientes dormimos con los móviles activados.
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Esa misma noche la escena se repite. La barricada de maderas y hierros en las ventanas y la cerradura reforzada de la puerta no han sido suficiente para impedir a Yusuf entrar en la casa, pero han servido para retrasar su entrada. Amal ha tenido tiempo de coger a la criatura más pequeña y subir volando al piso de nuestro amigo que vive en el bloque, que la ha acogido mientras llegaba la policía. Una vez más, se evidencia la necesidad y la importancia de las redes comunitarias, de los feminismos, de los antirracismos y del apoyo mutuo, cuando trascienden los espacios puramente políticos. Cuando recorren las calles, casas y espacios comunes de los barrios y ciudades es cuando adquieren su máximo potencial. Finalmente llega la policía. Nadie ha resultado herido a pesar de que él llevaba un cuchillo. Lo detienen y se lo llevan a comisaría.
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Empieza el trance institucional. Nos ofrecemos, junto a las compañeras de Al Noor, a acompañar a Amal a la comisaría, a los juzgados y a activar los recursos disponibles del circuito de violencia de género. Todo con sentimientos contradictorios de nervios, tristeza, cierta tranquilidad porque ella se siente a salvo, pero con miedo por la posible deportación y encarcelamiento de Yusuf, presiones familiares sobre ella y un largo etcétera. Queda camino y no es fácil. Cuando se alcanzan estos extremos, las opciones son pocas y quedan reducidas a la vía penal. Nos encontramos con que la institución no ofrece muchas más respuestas, y las que da son poco alentadoras de cara al futuro y suelen revictimizar a las mujeres. Los días siguientes transcurren entre pasar muchas horas en los juzgados, acompañarla al Servicio de Intervención Especializada, hacer papeleo. También una excursión a la playa que organiza su vecino porque el sol, el mar y la compañía forman parte del camino para hacer frente a estas situaciones.
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La perspectiva antipunitiva en nuestra militancia no significa dejar en la estacada a las compañeras en situaciones de riesgo, o no tomar medidas extremas cuando la situación se desborda y no hay margen de actuación. De hecho, es todo lo contrario: nos permite acompañar y abordar con toda la complejidad que la pluralidad de situaciones y vivencias requieren. En la mayoría de los casos, por suerte, hay más margen de actuación de lo que puede parecer. Esta perspectiva nos ayuda a entender que la vía penal a menudo se plantea como ineludible cuando, por lo general, es dura para todos, aumenta las violencias en el entorno inmediato y niega la complejidad del contexto y las realidades en las que se reproducen y fomentan. Los feminismos antipunitivos nos ayudan a poner el foco en la estructura y la materialidad en las que se dan las violencias y aumentan la capacidad de las comunidades para desactivar los mecanismos que nos conducen a episodios tristes como este, pero sobre todo, previenen su repetición. Y no nos referimos solo a medidas penales, hablamos también de la cultura punitiva en la que hemos crecido que impregna nuestras relaciones sociales y que limita y deteriora las posibilidades de un abanico amplio de formas de resolución de conflictos, alejadas del castigo y que se orienten a la asunción de responsabilidades y al cambio social. Hoy estamos formalizando una extensa red de acompañamiento en violencias de género y como parte de nuestro trabajo hemos elaborado una guía para compartir los conocimientos aprendidos durante años de lucha, una guía que está en constante enriquecimiento.
La perspectiva antipunitiva no significa dejar en la estacada a las compañeras en situaciones de riesgo
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Creemos en la prevención y en el abordaje de las violencias a partir de los vínculos comunitarios que fomenten la autonomía personal y la responsabilidad, disponemos de herramientas como la pedagogía y el aprendizaje colectivo. Para reforzar esa comunidad, necesitamos fomentar los espacios de encuentro e intercambio y contra el aislamiento, el miedo y la desconfianza. Una experiencia significativa en la que participamos, fue un taller de iniciación al feminismo que se organizó desde la Escuela Popular de Formación Política. Unas veinte personas, de diferentes lugares de origen –Marruecos, América Latina, Cataluña, etc–, de edades, orientaciones sexuales y expresiones de género distintas, de recorridos vitales muy variados, nos mezclamos en tres sesiones llenas de opiniones, debates y vivencias. Pudimos preguntarnos unas a las otras sin censura ni tabúes, nos sorprendimos, empatizamos y también disentimos. Saber qué pensamos y cómo nos pensamos y poderlo poner en común es un punto de partida irrenunciable si queremos avanzar juntas. Poner en valor diferentes modelos de encarnar las inagotables identidades sexuales y expresiones de género, superar las normativas serviles al orden imperante nos hace más libres y nos abre caminos.
No acabaremos con las desigualdades ni con las violencias sin cambiar las condiciones estructurales que las perpetúan
Tenemos la certeza de que no acabaremos ni con las desigualdades ni con las violencias de género sin cambiar las condiciones estructurales que las perpetúan. Sin desarmar este orden de sexo-género que nos encarcela en normativas binarias tanto frustrantes como represoras; sin acabar con las políticas de fronteras que niegan derechos básicos y fomentan el racismo y la precariedad; sin poner fin a este orden económico infame que nos mantiene sujetas al miedo; sin acabar con la explotación que embrutece las relaciones humanas y de convivencia a las que aspiramos. Lo sabemos porque lo vivimos cada día y porque tenemos el gusto de saborear las pequeñas victorias que hacen posible sostenernos más libres, más fuertes y más juntas en medio de este temporal.
Hace un par de años que formalizamos la XEPC –Red de Estructuras Populares y Comunitarias–, un experimento de coordinación de los varios frentes de lucha en la ciudad. Nos une una misma praxis política basada en el apoyo mutuo, la autoorganización, la acción política comunitaria, el anticapitalismo y la apuesta por las luchas emancipatorias y populares. Sabemos que los sistemas de opresión se imbrican y que la sectorización de las luchas nos limita. La XEPC no pretende ser un batiburrillo de colectivos que se suman bajo unas siglas sino una urdimbre articulada, un contrapoder basado en alianzas exponenciales. Un ejemplo de esto es la campaña conjunta en la que estamos inmersas y que se impulsa entre Acció Sindical Bages, la PAHC y Aamas para ganar la causa de una compañera trabajadora del hogar y los cuidados contra sus empleadores.
También hemos creado el Apoyo Mutuo Feminista, un espacio más lúdico donde nos encontraremos con Amal, con ella y otras compañeras con las que compartimos luchas contra los estragos sobre nuestras vidas del sistema que nos denigra. Pero a la vez, es un espacio para compartir bailes, comidas y carcajadas que nos permitan salir adelante con una sonrisa en el rostro. Evidentemente no somos expertas, tenemos muchos límites, la cagamos de vez en cuando y crecemos a marchas forzadas en cada embate cotidiano. Pero hemos decidido responsabilizarnos de hacer frente a este orden injusto y de ponerlo boca abajo, de apostar por la autoorganización, por la pedagogía popular para superar la cultura del castigo y del punitivismo en beneficio de la transformación social, para reformular cómo queremos que sean nuestras comunidades. Por el sindicalismo de la vida que nos permite avanzar juntas –con diferencias– hacia futuros comunes por escribir.
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Assemblea d'Afectades pel Masclisme i el Patriarcat (AAMAS). Colectivo feminista que forma parte de la Xarxa d'Estructures Populars i Comunitàries de Manresa.
Primavera del 2018, una decena de compañeras estamos reunidas en el Ateneo Popular La Sèquia de Manresa, centro neurálgico de una ebullición permanente de movidas sociales, políticas y culturales en la ciudad. Entre ellas, la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca y el Capitalismo y un movimiento popular y...
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Colectivo AAMAS
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