EDITORIAL
Francia, o el arte de votar con la nariz tapada
22/04/2022
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“Más vale un voto que apesta que un voto que mata”, decía una pancarta durante la reciente movilización contra la extrema derecha en Francia. El letrero improvisado resume el dilema que encierra el balotaje francés de este 24 de abril. La segunda vuelta es un déjà vu recargado del vivido hace cinco años. En 2017, Emmanuel Macron –que obtenía lustre de su pasado de fugaz asistente editorial del gran filósofo protestante Paul Ricoeur– humillaba en el debate final a la candidata de extrema derecha Marine Le Pen y conseguía vencer con un 66% de los votos frente al 34%. No era la “barrera” anti-extrema derecha de 2002, cuando Jacques Chirac abatió a Le Pen padre por 82% a 18%, pero mostraba la vitalidad del “frente republicano” para frenar lo que muchos percibían como una potencial fascistización de la sociedad francesa.
Hoy, el voto a Macron se ha vuelto intragable para muchos. Incluso ante la alternativa de que alguien con apellido Le Pen llegue a la presidencia del país. “El cordón contra la extrema derecha se hará a pesar y contra Emmanuel Macron”, ha escrito el periodista Edwy Plenel, director del influyente digital Mediapart. Los franceses deberán optar entre una candidata ultra cada vez más normalizada/desdemonizada que habla en nombre del pueblo contra la casta, y el exponente de una élite arrogante rechazado por gran parte del país.
Para su segundo combate personal ambos buscan los votos del 22% de Jean-Luc Mélenchon, que quedó a poco más de un punto de pasar a la segunda vuelta. Le Pen habla de poder adquisitivo y de evitar otros “cinco años de desolación social”, de referendos por iniciativa ciudadana y de “renacimiento democrático”, y también de la prohibición del velo en el espacio público y de una consulta popular antiinmigración. Macron intenta conquistar adhesiones hablando de ecología y de la cuestión social (ya en la primera vuelta se había “robado” la consigna anticapitalista que dice que nuestras vidas valen más que sus ganancias).
El “frente republicano” suena, esta vez, como una operación cínica del Elíseo: convocar al voto contra una extrema derecha que se expandió en gran medida gracias a las políticas macronianas. Además de una permanente presencia ultra en los medios, esta vez multiplicada por dos: el discurso de Éric Zemmour, el tertuliano y escritor que se lanzó a la política aupado por el tentacular grupo mediático Bolloré, fue tan virulento que le dio una pátina de razonabilidad a la candidata de Rassemblement National.
El gobierno de Macron no solo aplicó políticas económicas neoliberales y reprimió con brutalidad a los chalecos amarillos, sino que aventó las brasas islamófobas y antiinmigración que son el combustible del avance de la extrema derecha. Alentó la histeria “antiwoke” y un identitarismo a la carta y sobreactuado, que incluyó la amenaza de caza de brujas ideológica cuando la ministra de Enseñanza Superior, Frédérique Vidal, llamó a investigar el “islamoizquierdismo” en las universidades. Ahora, con un discurso de chantaje político-moral, el presidente pide el voto para frenar a la extrema derecha.
Un triunfo de Marine Le Pen anticiparía, no obstante, múltiples retrocesos para Francia y para Europa entera. Su propuesta de una “Europa de naciones” busca tender puentes con Hungría y Polonia para desestabilizar la Unión Europea sin salir de ella y tensionarla así desde la derecha. Parte de la “internacional iliberal” y amiga de Putin, Le Pen en el poder plantea el riesgo de repliegue nacional/reaccionario en uno de los dos países claves de la Unión. Su victoria daría un inusitado impulso a las derechas radicales de todo el continente y el “presidencialismo monárquico” francés volvería posible un acaparamiento plebiscitario del poder. Parte del giro reaccionario, hay que decirlo, ya se expresa desde hace muchos años en la conversación pública francesa sin necesidad de que la extrema derecha haya tocado poder.
En este contexto, muchos votantes de izquierda se abstendrán o votarán en blanco para no darle otro cheque a la política “antisocial” de Macron; otros utilizarán la papeleta del exbanquero como la única arma disponible para frenar a Marine Le Pen y defender un espacio democrático más favorable para la movilización política y social. Esa grieta atraviesa movimientos sociales, redacciones de revistas y espacios intelectuales progresistas.
Las elecciones legislativas de junio permitirán ver si la izquierda agrupada en la Francia Insumisa logra conservar su capital político y articularse con otras fuerzas y tradiciones de izquierda para tratar de ampliar su influencia y federar un espacio más amplio. Con menos arraigo social que una izquierda tradicional en profunda crisis, pero con muchos votos en las zonas populares urbanas, la Francia Insumisa concentra su poder de decisión en Jean-Luc Mélenchon, que ha jugado la “carta populista”. Aunque sus votos parecen provenir básicamente de la izquierda, los análisis muestran que muchos fueron un apoyo estratégico para evitar que Le Pen pasara al balotaje.
Por el momento, si como anticipan las encuestas se impone el “frente republicano a su pesar”, la sensación en lo que queda del “pueblo de izquierdas” será de cierto alivio por haber conjurado electoralmente a la extrema derecha, y de profunda frustración por haber tenido que votar por Macron para lograrlo. Pero acudir a las urnas con la nariz tapada es ya casi una costumbre para buena parte de la ciudadanía de un país que ha decidido depositar en el cajón de la historia a los dos grandes partidos tradicionales, los gaullistas y los socialistas.
“Más vale un voto que apesta que un voto que mata”, decía una pancarta durante la reciente movilización contra la extrema derecha en Francia. El letrero improvisado resume el dilema que encierra el balotaje francés de este 24 de abril. La segunda vuelta es un déjà vu recargado del vivido hace cinco años....
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