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Bastaría con que hicieran un repaso a su propia historia de normalización y de sumisión a los códigos sociales y políticos de género dominantes para que sintieran la rueca de la fabricación girando aún dentro de ustedes y en algún lado saltara la chispa del deseo de parar esa repetición
- Paul B. Preciado, Yo soy el monstruo que os habla
El viernes 22 de abril se estrenó en el centro de cultura contemporánea Conde Duque de Madrid la lectura dramatizada de Yo soy el monstruo que os habla, un discurso que dirigió el filósofo Paul B. Preciado a la Escuela de la Causa Freudiana en París. En palabras del propio Preciado, la lectura de este discurso tuvo que abandonarse antes de llegar a su fin, recibiendo numerosos abucheos y provocando un cisma entre las asociaciones psicoanalíticas. Pero, ¿qué decían aquellas ominosas palabras para que miles de expertos necesitaran dejar de oírlas? ¿Cuáles fueron las palabras del monstruo?
La monstruosidad ha servido durante siglos como un imaginario para la alteridad y, por tanto, para generar pequeños refugios desde donde poner en crisis a la normalidad. Jeffrey Jerome Cohen escribía en 1997 en sus siete tesis sobre la monstruosidad que el cuerpo del monstruo es un cuerpo cultural, diferencia hecha carne que, cuando toma la palabra, interroga su propia razón de ser, y con ella el propio aparato social que produjo la monstruosidad en primer término. Si hay una toma de palabra monstruosa que ha pasado a la historia es, sin duda, la de la criatura de Mary Shelley al dirigirse a su creador. El monstruo creado por Víctor Frankenstein, habiendo adquirido los conocimientos literarios y el léxico de las lenguas romance, mantiene una audiencia con éste en una cabaña de los Alpes, donde narra desde su propio punto de vista la historia de cómo llegó a identificarse en la diferencia. Una vez que el monstruo domina el lenguaje de su amo, éste comete una intrusión en sus dominios epistemológicos, en su forma de entender el mundo. Esta puesta en crisis de la forma en que miramos al mundo es la que causa el verdadero terror porque, como preludiaba Cohen, las palabras del monstruo, de quien se encuentra en los márgenes de la “naturaleza”, son capaces de revelar que el orden natural es construído.
Las palabras del monstruo, de quien se encuentra en los márgenes de la “naturaleza”, son capaces de revelar que el orden natural es construído
Susan Stryker, una activista e historiadora trans, reescribió en 1994 esta misma toma de palabra del monstruo en forma de un monólogo desde el que dar cuenta de su experiencia trans, titulado Mis palabras a Víctor Frankenstein sobre la aldea de Chamonix. La alianza política entre las personas trans y la figura literaria del monstruo, y en particular el del doctor Frankenstein, surgió como una reapropiación de los discursos reaccionarios y transfóbicos del feminismo cultural norteamericano, refiriéndose la feminista Mary Daly a la transexualidad como “el fenómeno frankensteiniano”. El monstruo, del latín “monstro” (monere) designa una advertencia de algo que permanecía oculto. Así, Stryker adoptó una voz monstruosa para revelar que el proceso de generización, de producir cuerpos masculinos y femeninos, es una mera ilusión de naturalidad. Este monólogo concluía con las siguientes palabras: “Escuchad mis palabras, y podréis descubrir las suturas y costuras en vosotros mismos”.
Veinticinco años después de las palabras de Stryker, otro monstruo trans se subió al estrado, ingresando en los dominios de sus creadores, dispuesto a plantear las mismas preguntas, así como las mismas invitaciones malditas. Paul B. Preciado comienza certero su discurso: “Óiganme primero y luego vuelvan a su vida natural –o mejor sería decir naturalizada– si pueden”. Así, Paul, como el Pedro el Rojo de Kafka, comienza a contarnos la historia de su devenir monstruo. Rebelándose del adiestramiento para convertirle en mujer en una España franquista, Paul comienza su huida furtiva a través de lecturas heréticas, en las que otros monstruos habían comenzado a generar sus propios saberes del mundo. Fue gracias a estas sesiones prófugas de lectura torcida, dirá Paul, que “conseguí sobrevivir y, lo que era aún más importante, conseguí imaginar una salida”. A continuación, Paul narra su marcha errante a través de las fronteras de la diferencia sexual que, por una cuestión de supervivencia, le lleva a la categoría de hombre transexual. Él, repite, no quería ser un hombre, solo buscaba una salida. Una vez expuesto el proceso de su subjetivación monstruosa, Paul, como la criatura de Frankenstein, como Susan Stryker, comienza a interrogar la naturaleza de sus creadores, la forma en la que les han enseñado a ver el mundo. Es en este momento en el que el terror se cierne sobre la sala y el discurso queda inconcluso.
No obstante, dos años después, Preciado nos invita a sentarnos en aquel palacio de congresos y escuchar, con mayor o menor terror, la toma de palabra de cinco monstruos trans ante sus domadores. Las voces de Jess, Bambi, Viruta, Andy y el propio Paul se suceden mientras, poco a poco, queda puesta en crisis la epistemología del binarismo. Pero con una particularidad, esta vez las preguntas no van dirigidas a un científico en una cabaña de los alpes, ni a un congreso de académicos en California, ni a una tribuna de 3.500 psicoanalistas, sino a todas las personas que hayan decidido escuchar, aún a riesgo de abandonar esa categoría en el proceso, las palabras de los monstruos. De este modo, los monstruos en el escenario advierten, en honor a su etimología: “Todo lo que de terrible y temible hay en la transexualidad no se encuentra en el proceso mismo de la mutación, sino en cómo las fronteras de género castigan y amenazan de muerte a aquel que pretende cruzarlas. No es la transexualidad lo que es temible y peligroso, sino el régimen de la diferencia sexual”, para interpelar a su público y convidar: “Cualquiera de ustedes, cualquiera que quisiera mirar en el caleidoscopio que es su propio cuerpo, podría encontrar en sí mismo ese deseo de vivir de otro modo [...] de parar esa repetición”, encontrar las suturas y costuras en vosotros mismos.
Las voces de Jess, Bambi, Viruta, Andy y el propio Paul se suceden mientras, poco a poco, queda puesta en crisis la epistemología del binarismo
En el penúltimo acto de la representación, Jess juega con el morbo del público, educado en el cisexismo, para invocar la pregunta que tantas personas trans escuchan en su día a día: ¿Estás operade? Ella comienza a desabrocharse lentamente su bata blanca (símbolo de la tutela biopolítica) mientras responde: “Estoy operada, me he extirpado con mucho cuidado y en largas sesiones políticas, prácticas y teóricas el dispositivo epistémico que diagnostica mi cuerpo y mis prácticas como patológicas. Y ustedes ¿Están operados?” Una vez más, las palabras del monstruo tambaleando las certezas culturales y políticas del orden natural(izado) que lo ha creado. Paul, así como Stryker, plantean en sus discursos una venganza radical contra el sistema cisheteronormativo: Mostrar como deseable la agencia de los monstruos, aún inmersa en y consciente de los escenarios de opresión en los que se mueve, sin ignorar las estructuras violentas que determinan nuestras vidas, mas comprendiendo que la rebelión es posible; igual que la criatura de Shelley pudo rebelarse contra su creador. Preciado nos dice desde su ciénaga: “Es verdad que he sufrido exclusión y rechazo social, pero nada de eso hubiera podido compararse a la destrucción de la vida que hubiera venido con la aceptación de la norma [...] Mi vida fuera del régimen de la diferencia sexual es más hermosa que cualquier cosa que ustedes [...] hubieran podido prometerme como recompensa por la aceptación de la norma”. El monstruo habla para redefinir la vida que merece ser vivida, imaginando así la posibilidad de una vida vivible contra el orden natural. La posibilidad, en último término, de entender que nunca hubo tal naturaleza como nos contaron.
Sin embargo, debo confesar a estas alturas que yo no escribo este texto para hacer una mera reseña de la representación de Preciado, sino para adoptar pedagógicamente mi propia voz monstruosa e interrogar ciertos discursos reaccionarios que crecen dentro de la izquierda de este país. Hay quienes, en el nombre de la lucha de clases, sostienen que las “excentricidades” de Paul B. Preciado no interesan, no tienen nada que decir, a quienes trabajan ocho horas al día. En definitiva, que la gente normal no tiene nada que aprender, ni mucho menos que ganar, escuchando a los monstruos. Pues bien, estas son mis palabras monstruosas a quienes, como diría Paul, aún no están operados: No hay persona que necesite más escuchar a los monstruos que quien (sobre)vive bajo el yugo de la normalidad.
Mario Mieli decía que la normalidad, que para vosotros es de sentido común, “no constituye otra cosa que la versión aparente de lo que en realidad cambia, se transforma y deviene con el desarrollo de los medios y del modo de producción”, la normalidad no tiene nada que ofrecer a la clase obrera. Sin embargo, detengámonos por un momento a pensar en todo el sufrimiento que causa. La tan temida política queer, a diferencia del activismo LGTBI más identitario, no se conforma con la demanda de derechos para una minoría sexual, sino que busca liberar a todas las personas de la normalidad. La violencia disciplinaria con la que convivimos los monstruos no es sino una advertencia para que vosotros, normales, prosigáis el camino de la Norma, engrasando los engranajes del capital, naturalizando su dominio. La masculinidad y la feminidad no son sino las jaulas que nos han impuesto para que la explotación capitalista y el expolio colonial parezcan algo natural, y por tanto imposible de ser transformado. Cada paliza al grito de maricón, cada transfeminicidio, cada mutilación a un bebe intersexual son políticas de control de fronteras, previniendo la deserción de todos vosotros, “normales”. En vuestra intimidad, ya lo decía la loca de Mieli en 1977, todos os sabéis potencialmente condenados a la hoguera. Los monstruos sabemos que nadie encaja en los mandatos de la normalidad. ¿Cuánto sufrimiento estáis dispuestos a tolerar en el nombre de lo normal? ¿Cuántas cosas bellas estáis dejando de ser para poder ser “hombres” y “mujeres” de verdad? ¿Nunca habéis deseado vivir de otro modo? ¿Qué beneficio sacáis de no poder construiros tal y como queréis para que la acumulación capitalista no se detenga?
Quien escucha a los monstruos puede descubrir que otra forma de vivir, tal vez más libre, es posible. Yo, como Paul, os invito: Únanse a los monstruos, pues no tienen nada que perder salvo sus cadenas. Si acaso leyéndome has podido notar alguna costura o sutura dentro de ti, si acaso ha comenzado tu mutación, has de saber que entre las quimeras recibirás el más humano de los abrazos. En las profundidades, trazaremos sobre nuestros cuerpos más y más órganos utópicos, aguardando el momento de encarnarlos. El día que todos los monstruos se levanten, colectivizaremos los medios de producción de cuerpos.
A Paul B, con cariño mutante, de monstruo a monstruo.
Bastaría con que hicieran un repaso a su propia historia de normalización y de sumisión a los códigos sociales y políticos de género dominantes para que sintieran la rueca de la fabricación girando aún dentro de ustedes y en algún lado saltara la chispa del deseo de parar esa repetición
Autora >
Ira T.
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