Reportaje
“Esto no es una escalera de vecinos, sino una comunidad con vínculos de compromiso”
La vivienda colaborativa empieza a ser una alternativa real en España. Representa una forma de vivir, pero sobre todo de convivir, y puede ayudar a combatir la soledad no deseada
Olalla Uriarte 5/04/2022
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Hasta hace una década apenas se oía hablar del cohousing o de la vivienda colaborativa en España. Sin embargo, el Residencial Santa Clara, una experiencia pionera en nuestro país, promovida por un grupo de amigas malagueñas que querían autogestionar su futuro y envejecer juntas, acaba de cumplir 30 años de vida. Una semilla que sirvió en su momento para poner de manifiesto que otra forma de vida era posible, y que es una fuente de inspiración para numerosos proyectos nacionales que pretenden seguir su ejemplo.
Nacido en Dinamarca a finales de los 60, donde el modelo de vivienda cooperativa en cesión de uso supone el 10% del total del parque inmobiliario, el concepto de ‘vivienda colaborativa’ presenta claras diferencias respecto a otras opciones como los complejos residenciales con espacios comunes o las cooperativas en régimen exclusivo de propietarios. La principal es el interés de sus habitantes por generar comunidad y crear una red de apoyo mutuo, lo que ayuda a combatir el creciente problema de la soledad no deseada. Otra es la decisión de los residentes de formar parte activa del proyecto común, participando tanto en el diseño como en la gestión y en la toma de decisiones. Y otra clara característica es el valor que estos proyectos suelen dar a la sostenibilidad, apostando ya desde su concepción por modelos de vivienda más eficientes, gracias a la utilización de energías limpias y la reducción de consumos.
En el caso de España, el modelo comienza a verse como una alternativa real, tal y como corrobora el nuevo Plan Estatal de Vivienda. El decreto reconoce por primera vez “el fomento de la vivienda cooperativa en cesión de uso y otras soluciones residenciales modelo cohousing”. El plan establece, además, la primera ayuda a nivel estatal para este tipo de proyectos, con una subvención de hasta el 50% de la inversión, bajo un límite máximo de 50.400 euros por alojamiento o vivienda, siempre y cuando cumplan requisitos como que se destinen al arrendamiento o a la cesión de uso durante un plazo mínimo de 20 años y que los edificios tengan una calificación energética mínima de ‘A’. Además, incluye la limitación de precio a pagar por vivir en ellos. Aún así, muchas agrupaciones y colectivos de vivienda se muestran escépticos ante su futura implementación y su capacidad real para, entre otras cuestiones, garantizar el derecho a la vivienda.
El nuevo Plan Estatal de Vivienda contempla por primera vez ‘la vivienda cooperativa en cesión de uso y otras soluciones residenciales modelo cohousing’
Al no haber un registro único, no se sabe con certeza el número de beneficiarios que podrán optar a estas subvenciones. Según la plataforma social Cohousing Spain, en la actualidad hay más de diez proyectos de cohousing en funcionamiento a nivel nacional, además de otros 57 en fase de desarrollo. Estos datos son muy inferiores a los que ofrece el Observatorio Llargavista que, en su caso, habla de “vivienda cooperativa en cesión de uso”. Este término, que ejemplifican opciones como la cooperativa La Borda, hace referencia a un modelo en el que la propiedad del inmueble es colectiva, y recae siempre en una cooperativa sin ánimo de lucro, por lo que los residentes son socios y pueden disfrutar de la vivienda de por vida, pero sin la posibilidad de venderla ni alquilarla, lo que ayuda a frenar la especulación inmobiliaria. Para Joan Miquel Gual, vecino y miembro de La Borda, esta diferenciación de términos es fundamental: “La etiqueta de cohousing es muy amplia y muchas veces no incluye nada que sea realmente transformador”. Por ello desde su experiencia defienden que se fomenten proyectos como el suyo, “que son en realidad un modelo mucho más específico de vivienda comunitaria”.
Eso sí, tanto en unos registros como en otros, lo que queda patente es que se debe desterrar la idea obsoleta de que este modelo de vida es solo para personas mayores. Pese a que hay un gran número de proyectos en activo destinados a este colectivo en nuestro país, tenemos varios ejemplos, como la citada La Borda (Barcelona) o Las Carolinas (Madrid), que muestran que los proyectos intergeneracionales son todo un éxito. De hecho, una amplia mayoría de los que actualmente se encuentran en fase de desarrollo están ya orientados a la convivencia entre edades diversas, e incluso algunos han emergido con la idea de agruparse por colectivos concretos con intereses o necesidades comunes, como el colectivo LGTBI o las personas con discapacidad.
“Construir vivienda para construir comunidad”
Para Javier Pérez, miembro de la cooperativa Entrepatios y residente en Las Carolinas, “la clave del modelo que defendemos es la creación de la comunidad, la idea de que las personas somos seres sociales que necesitamos a los demás, lejos de la idea individualista que predomina en las sociedades modernas”. Una premisa que comparten las 17 familias que conforman Las Carolinas, el primer edificio de vivienda colaborativa en derecho de uso de la ciudad de Madrid y el primer proyecto materializado de la cooperativa, que cuenta con otros tres en la ciudad en fase de desarrollo.
Esta filosofía también la comparte La Borda, que cada día recibe a vecinos y visitantes con el lema “construimos vivienda para construir comunidad”. Como recalca Joan Miquel, “esto no es una escalera de vecinos al uso, sino una comunidad donde se establecen vínculos de compromiso que tienen que ver con unos valores y un proyecto de vida común”. Por ello incide en que lo que realmente es distinto, frente al modo de vida tradicional, es la corresponsabilidad y la implicación con el resto de los vecinos.
Además de las ventajas que esta forma de vida supone en lo económico y ecológico, los beneficios emocionales y afectivos son sumamente importantes para quienes la practican. “Los lazos que creas evitan uno de los grandes males de nuestra sociedad, como es la sensación de soledad, y te aportan una red que te amortigua la caída ante los problemas”, añade Javier. Esta ampliación de la familia con la que vivimos permite formar parte de una comunidad sin perder ni autonomía ni privacidad y disfrutar de los beneficios de la socialización, además de “facilitarte situaciones cotidianas del día a día, como la crianza”.
Además de las ventajas de esta forma de vida en lo económico y ecológico, los beneficios emocionales son muy importantes para quienes la practican
La gestión colectiva, participativa y asamblearia que define los proyectos de vivienda colaborativa, así como la gran cantidad y variedad de servicios y espacios comunes que fomentan el encuentro, es clave a la hora de vivir en comunidad. Por ello, es habitual que se realice una amplia variedad de actividades colectivas, tanto por el mero disfrute social como por el impulso del proyecto común. La preferida de Javier es Entrepatiada. “Vamos anotando tareas de mantenimiento o de mejora de espacios comunes y, una vez al mes, las realizamos por grupos de vecinos, lo que te empuja a una mayor socialización y a colaborar en tu propio edificio, que es ya como una extensión de tu propia casa”.
En esta dimensión comunitaria, otro de los pilares básicos es el componente solidario. “Para nosotros uno de los aspectos más importantes es ayudar al cuidado de mayores y pequeños, para que así la carga de los cuidados pueda distribuirse de manera más justa, sin imposiciones”, comenta Joan Miquel. Este sostén altruista va más allá de la cesión del tiempo personal, con medidas como la caja de resistencia, “una cuota de apoyo mutuo que, desde el inicio, se estableció como una partida de nuestra mensualidad”. Se trata de un fondo que se activa en el caso de que algún miembro de la comunidad lo necesite, como ocurrió durante la pandemia, pudiendo ser devuelto poco a poco y sin intereses. Además, con los años, este fondo también pretende ayudar a construir proyectos similares en el futuro.
La soledad en datos
Sin duda este modelo de convivencia, que pone a las personas en el centro y genera fuertes vínculos entre quienes lo practican, nos hace plantearnos uno de los debates sociales del momento, que es a su vez un grave problema de salud pública: la soledad no deseada. Tanto es así que algunos países, como Reino Unido (en 2018) o Japón (en 2021) han llegado incluso a crear un Ministerio de la Soledad para hacer frente a esa problemática y a las consecuencias tanto físicas como mentales que puede conllevar.
Según el Informe España 2020, realizado por la Universidad Pontificia de Comillas, el sentimiento de soledad en nuestro país habría doblado su incidencia a consecuencia de la pandemia. El informe también evidenció que la soledad no deseada no es exclusiva de los mayores. Este sentimiento se ha doblado entre los jóvenes, y llega al 31% entre los menores de 30, en parte debido también a las restricciones sociales impuestas. Por su parte el informe Joint Research Centre de la Comisión Europea también recalca la importancia de este problema dentro y fuera de nuestras fronteras, que llega a afectar a uno de cada cuatro ciudadanos de la UE y al 18,8% de los españoles.
De aquí a tres décadas el INE prevé que casi un tercio de los hogares estén formados por una sola persona
“Antes de vivir en La Borda, viví en más de 15 pisos diferentes, y comprobé lo que es esa relación de cercanía distante en la que solo contactas con tus vecinos cuando necesitas algo. Aquí no es así”, recuerda Joan Miquel. Por ello, asegura que el sentimiento de soledad o aislamiento en este tipo de proyectos es mucho menor, especialmente entre la gente mayor. “A pesar de que las grandes ciudades cuentan con proyectos para combatir la soledad entre los mayores, en un edificio como el nuestro este problema se resuelve de manera mucho más orgánica y cotidiana”, añade.
La configuración de los hogares también puede ser clave. Si bien es cierto que vivir solo no es sinónimo de sentirse solo, la realidad es que el crecimiento de hogares unipersonales en España será una realidad constante. Así lo revela la última Encuesta Continua de Hogares del INE, que confirma que casi cinco millones de hogares en nuestro país son ya unipersonales. La tendencia es mayor entre las personas de más de 65 años, con un aumento de más de un 6% solo en un año. De aquí a tres décadas el INE prevé que casi un tercio de los hogares estén formados por una sola persona. Si a esto añadimos que, según las previsiones, en 2050 un tercio de la población española tendrá más de 65 años, cabe además preguntarse cómo seremos capaces de dar respuesta a los importantes retos que presentará la soledad no deseada, especialmente entre los mayores.
Por todo ello, cada vez más colectivos y asociaciones, como la Asociación Contra la Soledad, reclaman una estrategia nacional que ayude no solo a combatirla, sino también a prevenir esta importante problemática que la OMS ha calificado ya como una cuestión de salud pública. No cabe duda de que la vivienda colaborativa será una de las aliadas a tener en cuenta en este necesario proceso.
Hasta hace una década apenas se oía hablar del cohousing o de la vivienda colaborativa en España. Sin embargo, el Residencial Santa Clara, una experiencia pionera en nuestro país, promovida por un grupo de amigas malagueñas que querían autogestionar su futuro y envejecer juntas, acaba de...
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