historias personales
Migrar y escribir: de viaje por la identidad
Sobre los últimos libros de Flavia Company, Alejandro Espinosa, Andrés del Arenal y otros
Rubén A. Arribas 7/05/2022
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Un texto muy emotivo sobre las pertenencias múltiples es Secreto, el prólogo que escribió Flavia Company para su poemario Volver antes de ir, incluido en La dimensión del deseo por metros cuadrados (Comba, 2021). En ese texto, Company habla de cómo halló el diario que escribió su madre cuando esta viajó en barco a los 12 años desde Buenos Aires a España para conocer Bellcaire d'Urgell, el pueblo del que había emigrado su padre (es decir, el abuelo de Company). Por alguna razón, la madre nunca le contó a su hija que había tomado apuntes y notas de ese viaje que realizó en la década del 50, y menos aún que existía el cuaderno. Company lo descubrió cuando su madre murió en 1989 y le tocó vaciar la casa.
Según relata en Secreto, le impactó tanto encontrarse con ese diario que tardó más de veinte años en animarse a leerlo entero. Cada vez que empezaba lo abandonaba. Al margen de la evidente cuestión sentimental madre-hija, el hallazgo de ese documento familiar funcionaba como un nexo inesperado en la historia migratoria que compartían. Como explica Company, su madre había titulado aquel cuaderno Mi primer viaje a España a una edad en la que todavía ni podía imaginar que, dos décadas después, emigraría a ese país y la llevaría a ella de la mano siendo una niña. Así, Flavia Company, que había nacido en Buenos Aires en 1963, terminó criándose y viviendo en Cataluña desde los nueve años.
Para comprender cabalmente los matices –muchos y variados– de la historia, hay que leer ese prólogo de Volver antes de ir. Con todo, hay un detalle que puede entenderse a partir de lo ya explicado: leer ese diario reconectó a Company del tal modo con la lengua materna –en su sentido más literal– que decidió aventurarse a escribir por primera vez en argentino. Y lo hizo una vez que ya había publicado libros en catalán y en español, después incluso de haber publicado Dame placer, novela finalista del Premio Rómulo Gallegos en 1997 y reeditada por Comba en 2021.
En el caso de Company, la experiencia de leer el diario y de reconectar con la lengua de su infancia y de su madre la embarcó en un viaje infinito
Dicho de otro modo: leer el diario supuso una invitación a escribir en una lengua que, hasta ese momento, para ella no formaba parte de su elección literaria. Todo esto, que puede parecer anecdótico para quienes tienen solo una cultura como referencia, suele resultar complejo de gestionar para quienes construyen su identidad a través de varias pertenencias (pienso en casos tan conocidos como los de Salman Rushdie, Theodor Kallifatides o Jhumpa Lahiri). En el caso de quienes han nacido en América Latina y trabajan aquí, en especial en el terreno cultural, vale la pena remitirse a Una casa lejos de casa. La lengua extranjera, el estupendo ensayo de Clara Obligado.
En el caso de Company, la experiencia de leer el diario y de reconectar con la lengua de su infancia y de su madre la embarcó en un viaje infinito: “Comprendí, entre otras cuestiones, que la emigración es algo hereditario, que los lugares de los que se parte influyen tanto en la identidad como los lugares a los que se arriba –si bien la realidad demuestra que jamás se acaba de partir y nunca se termina de llegar–. Y que, en efecto, no hay forma de volver”.
De hecho, aunque volvió a Argentina para apropiarse mejor de ese pedazo de sí misma, terminó comprendiendo que no había regreso posible. O dicho de otro modo: ya solo le quedaba estar de viaje permanente entre sus pertenencias argentina, catalana y española, esto es, la conciencia de vivir en metamorfosis continua. En fin, la vida como estribillo de esa canción que parece escrita a medias entre Julia Kristeva y Bunbury: “Porque allá donde voy / me llaman el extranjero / donde quiera que estoy / el extranjero me siento”.
Una geografía sonámbula
“Bienvenidos a la Ciudad de México. Siempre vuelvo a la Ciudad de México. Letras navideñas y el suspiro que alivia de morirme en un país sin caos”. En el cuento Madrid portátil, incluido en Sonámbulos (Tierra Adentro, 2019), Alejandro Espinosa coloca a su vilamatiano narrador en la típica situación de regresar al país para visitar a la familia. Más allá de la humorada sobre la capital española, hay algo tan sentimental como identitario en ese “Siempre vuelvo a la Ciudad de México”. Debe leerse como un regreso al origen, sí, pero que rezuma incompletitud.
Y ya no es solo que quien vuelve es otro, sino que el país donde se atesoraron los primeros recuerdos también lo es; con todo lo bello, lo trágico y, sobre todo, el desconcierto que eso conlleva. De hecho, el cuento de Espinosa narra de manera muy divertida la sensación de felino schrodingeriano asociada a ese simultáneo sentido de pertenencia y de no pertenencia que experimenta cualquier persona migrada. Esa sensación en que, a fuerza de ir y venir tantas veces al día entre el país de origen y el de residencia, uno considera que vive simultáneamente en los dos (una manera como otra cualquiera de combatir la sensación de que no se vive en ninguno).
El personaje de Madrid portátil siente esa simultaneidad mientras conduce por la carretera a Cuernavaca: “En la caseta saco el brazo por la ventanilla y ofrezco un billete de diez euros. Un hombre parecido a mí me devuelve veintiocho pesos de cambio. Me detengo en la intersección de Avenida Insurgentes y Tlalpan y consulto el mapa para averiguar cómo llegaré a La Latina”. Lo que para unos está distante en el mapa, para otros convive íntimamente en la cabeza.
El problema es que toda metamorfosis resulta kafkianamente traumática y lleva tiempo aceptarla
Ya en un libro anterior, con el muy joyceano título de Agenbite of Inwit (Contrabando, 2019), Espinosa había hablado de este asunto. Eso sí, lo había hecho a su vilamatiana manera, es decir, escribiendo una novela protagonizada por dos estudiantes mexicanos que se conocen en la Universidad Complutense de Madrid, donde uno termina dándole forma y engarzando una amalgama de textos que ha escrito el otro en forma de mnemotrhreptos elizondianos. En conjunto, los textos funcionan como un centón donde se mezclan reflexiones sobre la culpa como modelo narrativo, la historia del poeta mexicano José Carlos Becerra –que murió mientras estaba de viaje por Europa– o una relación amorosa. Allí, entre literatura de homenaje y homenaje a la metaliteratura, el libro desgrana algunas reflexiones migratorias.
Quizá la que mejor entronca con Madrid portátil sea esta: “Estuve tres días sin dormir y no sé cómo llegué de vuelta al DF. Siempre vuelvo al DF. Ahora que lo pienso mi biografía no la construyen los viajes, sino el retorno a la monstruosa capital”. Aparece ahí de nuevo el vínculo entre identidad y viaje, en especial con el de regreso, que siempre tiene algo de monstruoso: uno se ve como un personaje desenfocado en mitad de un paisaje que a su vez percibe distorsionado. Por tanto, como le sucede al protagonista de Agenbite of Inwit, solo le queda tomar conciencia de que se está transformando. El problema es que toda metamorfosis resulta kafkianamente traumática y lleva tiempo aceptarla.
A eso hay que unir la conciencia del peaje que conlleva todo cambio: “Mi madre me decía vete a Europa como si Europa no fuera la búsqueda de otra mentira. Pero yo no iba a buscar nada, si acaso la desmemoria que nunca implica una búsqueda, sino una huida. Yo iría a Europa a perder México, como quien pierde una apuesta con su pasado y debe pagar, a cambio, el valor de sus recuerdos”.
Por cierto, en el último número de la revista Barcarola, Espinosa contó –ficcionó– la verdadera razón para salir de su barrio del DF. Allí explica que vivió en “Coapa, Coapita la bella o Villa Coapa” hasta que a los veinticinco años, “mareado por un discurso”, decidió “que era hora de buscar el futuro interrogando al escritor que más sabía sobre el tema”. Eso sí, la migración resultó menos glamurosa de lo esperado: “Años más tarde me enteraría de que hay todo un género literario practicado por escritores latinoamericanos que peregrinan a Barcelona para incordiar a Vila-Matas, pero yo eso no lo sabía en mis años mozos”. Lo que le faltaba a la ultraderecha: ¡la literatura como efecto llamada!
Una rúbrica a medida de la identidad
Gracias a que Italia lo acogió con hospitalidad, Ribera pudo depurar su técnica pictórica y convertirse en una de las cumbres del barroco
Sin salir del modo chilango-madrileño, pero desviándonos hasta Valencia, vale la pena revisar este asunto de la identidad, el viaje y la escritura a partir de Jusepe (Contrabando, 2021), de Andrés del Arenal. Tanto la presentación de la novela como su lectura suscitan una pregunta extratextual: ¿por qué un joven escritor mexicano que trabaja desde hace años como librero en Madrid vive tan fascinado por un singular pintor valenciano del barroco como para escribir una novela fragmentaria que entremezcla el rigor de lo biográfico, la libertad de la fabulación y un medido pulso lírico?
Llamémoslo prejuicio del lector, pero es que esa es también una historia fascinante dados estos tiempos de patriotismo simplón y excluyente. De hecho, y acaso sin proponérselo, Jusepe nos cuenta algo fundamental: la identidad no depende solo de dónde nacemos, sino del viaje vital que hacemos. En esencia, somos pura mezcla.
Y eso es tan claro en el caso de Andrés del Arenal como en el de José Ribera (1591-1652). Incluso el título nos habla de eso, pues Jusepe, una de las rúbricas que utilizó este pintor, obedece a una síntesis biográfica: la fusión de José y de Giuseppe, esto es, la mezcla del nombre en español y en italiano; si bien Ribera nació en Xàtiva, debió emigrar a Nápoles a los 18 años para ponerse a salvo del fantasma inquisitorial que recorría entonces la península ibérica. Gracias a que Italia lo acogió con hospitalidad, Ribera pudo depurar su técnica pictórica y convertirse en una de las cumbres del barroco.
A fin de evitar interferencias con esa doble pertenencia de Ribera, Del Arenal ha construido un español cuyo campo semántico evoca el Siglo de Oro
Del Arenal ha contado todo eso en su novela, pero desde un ángulo personal, alejado por completo de la novela histórica, la biografía lírica o de cualquier otro animoso género enciclopédico. La propuesta de Jusepeconsiste en aprovechar la falta de información sobre Ribera para fabular una historia capaz de establecer un diálogo fecundo entre el campo pictórico y el literario. Así, se aprecia que el autor ha hilado fino en algunos fragmentos para construir con devoción de artesano una lengua cuya textura dé cuenta de la técnica pictórica de Ribera. Su apuesta es por la pincelada textual, y no por abrumar con la erudición o la mera acumulación de datos.
Sospecho que, a fin de evitar interferencias con esa doble pertenencia de Ribera –amén de jugar con un posible origen morisco–, Del Arenal ha neutralizado los mexicanismos y ha construido un español cuyo campo semántico evoca el Siglo de Oro. Y lo ha debido de hacer muy bien porque el texto logra contagiarnos su fascinación personal por los cuadros del pintor, por su ánimo provocador –pintó mendigos, utilizó a su esposa como modelo para la Virgen María, enseñó a pintar cuerpos desmembrados, etc.– o por su capacidad para mezclar dos culturas en su paleta.
En estos tiempos en que vivimos asediados por banderas y eslóganes que enarbolan la identidad como una suerte de esencia inmutable, homogénea y uniformadora, la literatura de Flavia Company, Alejandro Espinosa o Andrés del Arenal nos hace ver que somos complejas conjunciones de historias personales en permanente cambio, y no un reduccionista relato único en forma de procedencia, etnia, religión, lengua, etc. Por eso, leerlos es como volver a los 90 para cantar con El Último de la Fila aquello de “Que hable el mundo y calle el hombre. / Calle el hombre y vuélvase a callar. / Mezcla el mundo, ruge mistral. / Mezcla el mundo y mézclanos con él”.
Un texto muy emotivo sobre las pertenencias múltiples es Secreto, el prólogo que escribió Flavia Company para su poemario Volver antes de ir, incluido en La dimensión del deseo por metros cuadrados (Comba, 2021). En ese
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