MUJER VS. PERSONAJE
La fotosíntesis erótica de Marosa di Giorgio
Acaso el misterio marosiano consista en eso: en hacer la fotosíntesis con lo desconocido y esperar sus frutos salvajes
Rubén A. Arribas 4/12/2021
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01 | Luz en mitad de la grisura
El periódico El Observador le pidió a Marosa di Giorgio en 1999 que imaginara que se presentaba a las elecciones uruguayas. Fiel a su estilo, Marosa –casi nadie la llama por su apellido– eligió por eslogan “Las flores al poder siempre”, aseguró que vetaría “las bebidas sin alcohol” y se comprometió a adjudicar “una mariposa como guardia personal a cada ciudadano”. La entrevista, recogida en el libro Otras vidas, constata que, a sus 67 años, Marosa continuaba siendo un destello de luz en mitad de la grisura y apatía montevideana. Ni siquiera la dictadura cívico-militar (1973-1985) alteró su programa literario ni su actitud estética. Hasta su muerte en 2004, debido a un carcinoma óseo, la mujer que se hacía llamar druida escribió y habló como si estuviera sentada en el jardín o en el bosque donde pasó su infancia y su adolescencia.
02 | La erótica de la trascendencia
Pasear por los poemas y relatos de Marosa es como atravesar un imaginativo edén abierto a todo tipo de flores, seres y experiencias. De hecho, por más que nos familiaricemos con su exuberante iconografía botánica, fantástica y erótica, siempre queda algo que no se deja atrapar, algo que ella llama misterio y que quizá huela “a rosa y luz eléctrica”, como el hada de El camino de las pedrerías (1997) que pedía que le lamiesen el “botón rosa” que tenía entre las piernas. Es más: ese algo, por paradójico que parezca, remite a lo trascendente. Detrás de tantos jazmines, ángeles sexuados, púberes a punto de perder la virginidad, huevos alumbrados por mujeres o prácticas zoofílicas varias, Marosa ve a Dios. Eso sí, el suyo es un demiurgo peculiar: responde a una mitología católica, pero admite toda clase de costumbres paganas.
03 | Un eros pictórico
Marosa construye su literatura a partir de imágenes. De hecho, su obra cartografía una suerte de atemporal jardín de las delicias donde lo bello se mezcla con lo violento, lo obsceno con lo sórdido, y lo místico con lo pagano. Es difícil recordar el argumento de sus libros; sin embargo, es casi inmediato asociarlos con experiencias pictóricas, como los bodegones humanizados de Arcimboldo, las lisérgicas flores de Georgia O'Keefe o las viñetas oníricas de El Bosco. A esas tres referencias, cabría añadir una más: Balthus. Es difícil leer a Marosa y no hermanar a las adolescentes que protagonizan sus textos con Thérèse, esa ninfa soñadora de doce o trece años cuyo despertar sexual intentó censurar el puritanismo hace poco en Estados Unidos. Las adolescentes de Marosa, como las de Balthus, resultan perturbadoras, incitan al placer. Al placer de imaginar, claro, pues hablamos de arte.
04 | El clavel, la guinda, el murciélago y los equinos
El imaginario erótico de Marosa es inconfundible. Basta hojear sus relatos para encontrar epifanías visuales solo atribuibles a ella. Así, en Luminile (2003), leemos “El clítoris se me engordó como un clavel”. Y hacia el final de Rosa mística (2003), asistimos a una revelación en forma de endecasílabo: “Vi caer el himen como una guinda”. Eso sí, antes de llegar ahí, sabremos que un murciélago aleteó “como un gallo” en “la parte íntima” de la protagonista, que ella reconoce estar “alimentada con semen” o que “se enlazaba a Dios desde lo más hondo de la vida”. Con todo, la capacidad provocadora de Marosa es incluso mayor cuando se aleja de la frase redonda y se deleita en construir una imagen. Ahí va una de Reina Amelia (1999): “A la señora Desirée, con la que casi todos habían ido, la pintaban en amor con un equino. Este, de cabello largo; ella, chiquita. Y luego delineaban una sucesión esperando turno. Los caballos tenían las caras de ellos”.
05 | La pedrería como ornamento verbal
“La boda es con el lenguaje”. Esta famosa sentencia de Marosa debe leerse como una declaración de principios. En sus relatos eróticos, más allá de toda suerte de símiles y metáforas botánicas, el texto adquiere una temperatura inesperada gracias a verbos como hozar, hender, perforar, hostigar o trepidar, a sustantivos como cuajarón, coágulo o ano, o al nombre que da a los personajes (Diamanta, Señora Honga, Hibisca Iris, Maquinaria Agrícola, etc.). Además, su prosa tiene un carácter lúdico reconocible al menos por dos marcas habituales: una doble adjetivación en forma aliterada –húmedo y humectante, ruin y arruinado– y el gusto por invertir términos significativos de la oración. Por ejemplo, así: “[Se fue] Rápido y gallardo, sacudiéndose un fuerte y liviano olor a ovario, con una sonrisa arrollante en todos los penes rojos, en todos los rojos penes”.
06 | De la crónica nupcial al relato de las parafilias
Entre 1957 y 1962, Marosa ejerció como cronista social para un diario de su ciudad natal, Salto, situada en el noroeste del país. Lejos de aburrirse cubriendo bodas y cumpleaños de quince, leemos en Los papeles salvajes (Adriana Hidalgo, 2021) que ella encontraba “muy bello” y “muy poético” ver cómo las novias se acercaban al altar. Es más: las veía como “seres de otro mundo”. Esa percepción tan singular quizá explique, en parte, la fijación con el universo nupcial que atraviesa Misa de amor (Wunderkammer, 2021). A lo largo de los cuatro libros de relatos eróticos –Misales, Camino de las pedrerías, Luminile y Rosa mística– que reúne este volumen, el verbo casarse aparece una y otra vez. Eso sí, en la acepción marosiana de ‘copular, ayuntarse o acoplarse’, y aplicado incluso en ámbitos como la zoofilia, la necrofilia o la astrofilia. Sí, es posible el sexo con un planeta.
07 | Maneras de iniciar un texto
Parte del magnetismo de Marosa radica en los inicios de sus relatos (o prosa poética o lo que sea eso tan raro y arrebatador que escribe). Es difícil resistirse a continuar leyendo si un texto arranca diciendo “Me dijeron que estaban carneando a una mujer”, “A las tres, el monstruo tocó la puerta”, “Cazaron varios ángeles” o “Señora Diamela salía a pecar. De mantón bermejo”. La obra abunda en esta clase de inicios fulgurantes. Hay tantos que cada lector puede elegir sus favoritos. Uno particularmente bello es este: “Mamá, entre sus dos astas, de color tostado, colocó algunas rosas. Las rosas era blancas y no se sabía si eran de papel o de verdad. Pero le sentaban bien. Los ojos de mamá iban hacia las sienes. Y tenía dientes amarillos, largos; y algunos eran rosados como pétalos”.
08 | La mujer versus el personaje
Tal y como cuenta el documental El ruedo en flor, de Juan Pablo Pedemonte, a Marosa le gustaba llamar la atención. A pesar de ser tímida, reservada y pudorosa en la vida cotidiana –o quizá por eso mismo–, disfrutaba construyendo un personaje social y siendo otra en su literatura. Detrás del largo pelo rojo, las gafas de mariposa, los tacones altos, el cinturete a lo Marilyn Monroe y los pendientes enormes, había una mujer cálida y generosa que prefería escuchar a intervenir en las tertulias del café Sorocabana. Esa discreción quedaba eliminada en cuanto se subía a un escenario para recitar sus poemas; ahí, con vestido largo y pies desnudos, armada de su voz grave y poderosa, declamaba con gesto ampuloso. Sus poemas, escritos para ser leídos en voz alta, alcanzaban entonces un esplendor inusitado. Dieron cuenta de ello las poetas Dolores Etchecopar o Amanda Berenguer. Esta última incluso le dedicó un poema: “Esa voz de Maros”.
09 | Monomanía temática
En los libros de Marosa cambian los personajes, los entornos y los nombres de las plantas, pero persisten los temas: en particular, sus relatos eróticos pueden leerse como variaciones sobre unos pocos temas. De un lado, una infancia y adolescencia agrarias –su paraíso perdido–, recuperadas a través del relato mítico o del cuento de hadas para adultos. Del otro lado, la naturaleza, la pérdida o conservación de la virginidad, la menstruación o la cópula. Aunque a veces sature tanta reiteración –pura monomanía digna del capitán Ahab–, resulta fascinante pasear por los senderos que ofrece una imaginación tan proliferante. Acaso Marosa confiaba, como sugiere en un relato, en que si pintaba una y otra vez la misma flor, la flor más bella que había existido, “la flor del Cangrejo”, encontraría a Dios.
10 | Una autorretrato poético (y algo flaubertiano)
El sello argentino Adriana Hidalgo ha publicado este año en España la edición definitiva de Los papeles salvajes. La primera edición de este libro data de 1971, cuando apenas superaba las 200 páginas; desde entonces, ha ido aumentando en contenido hasta llegar a las 674 páginas actuales. Esta última edición agrega tres documentos: un prólogo escrito por Marosa en 1959 para la edición venezolana de su poemario Druida, el poemario póstumo Pasajes de un memorial al abuelo toscano Eugenio Médici y una síntesis biográfica a cargo de Daniel García Hendler, quien estuvo al cuidado de esta edición. Asimismo, añade cincuenta poemas a Diamelas a Clementina Médici, consigna los datos referentes a las ediciones de cada título y subsana errores anteriores. Si bien Marosa dijo hace tiempo aquello de “Yo soy Los papeles salvajes”, la labor de investigación ha ido volviendo más nítido ese autorretrato textual.
11 | De hongos, potencias y pimpollos
A Marosa se puede acceder también a través de la música. De hecho, Juana Molina le dedicó una hipnótica canción, “Los hongos de Marosa”, cuyo título recoge uno de los símbolos (sexuales) por excelencia de su literatura. Ahora bien: si se prefiere una música más académica, se recomienda leer Revista de la Biblioteca Nacional de Uruguay, cuyo n.º 13 compila más de una veintena de artículos. Además, la publicación rescata piezas curiosas, como una reseña que escribió Cristina Peri Rossi antes de partir hacia el exilio o la opinión de Marosa sobre si existe un arte femenino. ¿Existe? Esto dijo: “El arte es lo que es. No puede tener progreso ni sexo. Sin embargo en el acto creacional, aparecen innumerables sexos, los vistos y los previstos, y muchos otros. Potencias, pimpollos. Queda ese tendal de hijitos insólitos, de huevecillos que centellean”.
12 | Marosa misteriosa
Marosa, como Armonía Somers, se negó a explicar su obra, a teorizar sobre ella. A su muerte, nos dejó a sus lectoras y lectores la tarea de develar el misterio, como sugiere el título del libro que recoge sus entrevistas. De todos modos, lo que resulta innegable es que construyó un frondoso y exuberante jardín –más bien un bosque o un edén– literario donde el protagonismo recae en “esos seres llamados Mujeres, llamados las Vírgenes, Esposas y Madres”, a los que dotó de una capacidad de imaginación y de deseo desbordantes. Sin ellas, no habríamos aprendido que los viernes pueden renombrarse como gardenias, que los faunos son comestibles, que los monstruos visten zapatitos rojos o que en las “hendijas femeninas” arden cerezas. Acaso el misterio marosiano consista en eso: en hacer la fotosíntesis con lo desconocido y esperar sus frutos salvajes.
01 | Luz en mitad de la grisura
El periódico El Observador le pidió a Marosa di Giorgio en 1999 que imaginara que se presentaba a las elecciones uruguayas. Fiel a su estilo, Marosa –casi nadie la llama por su apellido– eligió por eslogan “Las flores al poder...
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