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Literatura de surco y cosecha

Sobre los últimos libros de Constantino Bértolo, Rosario Izquierdo, Jose||González y Víctor Sombra

Rubén A. Arribas 10/04/2022

<p><em>El lector, Marguerite Matisse</em> (1906).</p>

El lector, Marguerite Matisse (1906).

Henri Matisse

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Pasado el tiempo, uno va olvidando muchos detalles de lo que leyó. Subrayar, escribir en los márgenes o tomar notas da una sensación transitoria de estar siendo capaz de absorber hasta el último dato o figura retórica del libro; sin embargo, una vez que van pasando las semanas, unas lecturas desplazan a otras, la agenda laboral se complica, acontecen imprevistos de todo tipo y, de repente, aquello que parecía imperioso escribir sobre una novela o unos cuentos en abril ya no lo es tanto en septiembre. Transcurrido casi un año, uno ve dócilmente acumulados esos libros en la estantería y siente que ha perdido algo por no haber convertido tanto borrador en texto.

Cuando eso sucede, viene bien recordar un pasaje de Nico Rost en Goethe en Dachau, el diario que escribió este periodista y activista neerlandés mientras estuvo prisionero en el campo de exterminio nazi. Pese a la incertidumbre de no saber cuándo lo iban a asesinar, él siguió cultivando su vida intelectual tanto como pudo; de hecho, dedicó varias entradas a reflexionar sobre el valor de leer y de escribir sobre lo leído. En circunstancias tan extremas como esas, concluyó que cada lectura debía ser una “piedra para los cimientos” sobre los que “levantar una síntesis” y pasar después a la acción. Lejos de incurrir en el tópico letraherido de leer para aislarse del mundo, hacer florecer la vida interior, etcétera, Rost pensó siempre la lectura y la escritura como parte activa de su compromiso político. 

Releer a este militante comunista adicto a Goethe ayuda a desmarcarse de la opresión de dos corsés: el del ansia por devorar libros y el de obligarse a seguir la agenda que marca la actualidad. Esas dos categorías mercadotécnicas pueden relativizarse también zambulléndose en ¿Quiénes somos? (Periférica, 2021), de Constantino Bértolo. Si bien este libro ha sido leído como una selección de las 55 obras canónicas de la literatura española del siglo XX, en realidad, como acota el autor en el prólogo, “aspira a ser un ensayo sobre el entendimiento y el sentido de esa larga pregunta sobre lo que llamamos literatura”. Fiel a su militancia marxista, Bértolo no solo lanza la pregunta, sino que la responde y propone polemizar sobre su punto de vista.

¿Quiénes somos?, de Constantino Bértolo, como acota el autor en el prólogo, “aspira a ser un ensayo sobre el entendimiento y el sentido de esa larga pregunta sobre lo que llamamos literatura

Una parte de la respuesta está implícita en la selección de esos 55 libros; la otra, en lo que dice sobre ellos. Así, para este editor y crítico, la literatura es “una de las herramientas que la sociedad utiliza para construir su identidad, un espejo semántico en el que mirarse y reconocerse: un mecanismo de autonarración”. Dicho de otro modo: los libros nos ofrecen la posibilidad de contarnos a través de ellos y de saber no solo quiénes somos, sino quiénes podríamos ser. 

De ahí que Bértolo subraye que la literatura es un lugar donde encontrar y donde encontrarnos, y no esa especie de búnker solitario donde la cultura burguesa nos invita a escondernos para regodearnos a tiempo completo en nuestro yo. Se trata antes bien de leer y de escribir para construir comunidad y, de paso, ensayar cómo transformar este mundo caótico, injusto y salvaje en un espacio más habitable para la mayoría. 

Asomarnos a ese concepto de literatura puede ayudarnos a repensar con qué libros hablamos y cuánto tiempo les dedicamos. Al fin y al cabo, como sostiene Bértolo, leer es un intercambio de tiempos, es decir, de vida. En esa clave podría entenderse el titular de la entrevista que concedió a CTXT a propósito de la publicación de Quiénes somos: “Decidir con quién dialogar es una decisión no solo estética, sino también ética y política”. Y, a tenor de lo que explica en el ensayo, también es una decisión biológica, pues de nuestro itinerario lector depende la fotosíntesis literaria, un proceso imprescindible si queremos “respirar en mitad de tanta contaminación semántica”.

Todo este preámbulo viene a cuento de que, a lo largo de 2021, tomé notas sobre muchos libros publicados durante el año, pero que después no se sustanciaron en un artículo para El Ministerio. Antes de que se pierdan y no abonen campo alguno, aprovecho para recuperar mis apuntes sobre tres de ellos, cuyos autores –Rosario Izquierdo, Jose||González y Víctor Sombra– tienen algo en común: Constantino Bértolo fue su editor en Caballo de Troya, allá por la primera década de este siglo. Casi diez años después, los tres siguen publicando con regularidad.

Minería y cultura de la transición

En la presentación de Lejana y rosa (Comba, 2021), de la onubense Rosario Izquierdo, Noelia Adánez trajo a colación el nombre Belén Gopegui para encuadrar la novela. Dado que eso va siendo ya casi un lugar común a la hora de hablar de política y literatura, Adánez amplió el campo de lectura hacia la Generación del 50, con nombres como Concha Alós, Elena Quiroga o Dolores Medio. A veces da la sensación de que novelas como Lejana y rosa, vino a decir, son islas en mitad del mercado editorial, y sin embargo forman parte de una tradición cuyos nombres deberíamos frecuentar más (a ese respecto, recomiendo leer Vivir el tiempo. Mujeres e imaginación literaria, publicado por la propia Adánez).

Uno de los temas más comentados sobre Lejana y rosa es el paralelismo que se da entre la maduración de la protagonista, una chica de 17 años, y la evolución de España de la época de la Transición 

En la presentación, y en general en las reseñas, uno de los temas más comentados sobre Lejana y rosa es el paralelismo que se da entre la maduración de la protagonista, una chica de 17 años, y la evolución de España de la época de la Transición. Desde la distancia que dan los 36 años, Carmela Estévez rememora su adolescencia de pueblo minero andaluz de finales de los 70, una etapa que incluyó un relación simultánea con su novio del instituto y un escritor comunista bastante mayor que ella. Eso da lugar a la trama principal, que es una novela de formación donde el aprendizaje de lo amoroso y la escritura van de la mano. De algún modo, la visión sobre cultura y transición podría entroncarse con lo que cuentan Germán Labrador o Guillem Martínez sobre el asunto.

La novela también habla sobre la minería, el sindicalismo y la presencia de la empresa inglesa Río Tinto Company Ltd. (RTC) en Huelva. Si bien el lugar –Tarsis– y los topónimos están inventados, el trasunto de la narración remite a un episodio poco conocido de nuestra historia: la explotación a cielo abierto de las minas de Riotinto entre 1873 y 1954. A través de Lejana y rosa sabemos, por ejemplo, el papel que desempeñó la empresa inglesa en la matanza de 1888 –el llamado “año de los tiros”–, conocemos las luchas sindicales que hubo o tenemos noticia de la existencia de un barrio privado y exclusivo para los directivos de la empresa y sus familias, esto es, de un entorno donde la presencia española se limitaba al ejercicio de trabajos domésticos y similares. De aquella época y de aquellos acontecimientos, nació asimismo la primera ley ecologista que se aprobó en España. 

Si pensamos que una empresa canadiense lleva años intentando establecerse en Calabor (Zamora) para montar una mina a cielo abierto de la que extraer estaño y wolframio, la novela de Izquierdo nos ayuda contextualizar mejor el impacto que tienen este tipo de proyectos en quienes viven y trabajan en estos territorios. Por cierto, además de toneladas de pirita, de Riotinto se extrajo el mineral más valioso que se conoce: el fútbol. Lo contó el riotinteño Coradino Vega en su recomendable El hijo del futbolista 

Antihéroes en la Guerra Civil

Es difícil hablar de Tú también vencerás (Las Afueras, 2021), la tercera novela de Jose||González, sin desvelar qué sucede exactamente entre los dos protagonistas. Por un lado, tenemos un nieto con ínfulas urbanitas que considera lo ancestral como retrógrado; por otro, un abuelo, tan anclado al medio rural gallego como sus vacas y cuya experiencia vital fue moldeada de manera irreversible por haber sido condenado a trabajos forzados en un campo de concentración franquista. Entre uno y otro, como señala el autor en una entrevista, hay una historia donde la culpa y la memoria funcionan como los dos ejes de la novela.

En la parte de la memoria, podría incluirse la historia del abuelo como un trabajador que decidió incorporarse a la política. Ante la situación de hambre y pobreza que vivía su familia, pasó de preocuparse por el campo y sus animales a tener el carné n.º 63 del Partido Comunista de su zona, sin imaginar las consecuencias que eso tendría en un país donde otro gallego, un tal Francisco Franco, iba a empezar una guerra civil. En esa memoria del abuelo están grabados el pico y la azada, los culatazos, la disentería o los fusilamientos del campo de concentración; pero, sobre todo, el frío. Sus compañeros y él, nos dice la novela, eran apenas “un bulto con uniforme, una mancha de hombres que no emitía calor”. 

Tú también vencerás avanza de manera elíptica y nos escamotea información a la vez que, párrafo por párrafo, capítulo por capítulo, ilumina la relación de amor y admiración entre el nieto y el abuelo 

En cuanto al relato de la culpa, digamos que Tú también vencerás narra una historia sobre cómo “los secretos dejan de tener su espacio”. Así, la novela avanza de manera elíptica y nos escamotea información a la vez que, párrafo por párrafo, capítulo por capítulo, ilumina la relación de amor y admiración entre el nieto y el abuelo. Mientras tanto, intuimos que algo pasa, que no son normales algunas reacciones, pero no será hasta el final cuando descubramos el meollo. Desclasificar el secreto e incorporarlo a la narrativa familiar supondrá una modificación sustancial en la idea de quiénes creían ser ese nieto y ese abuelo.

Suma de memoria y culpa, Tú también vencerás puede leerse como paradigma de las elipsis narrativas que dominan los relatos familiares relativos a la Guerra Civil. También como una novela que reflexiona sobre la facilidad con que construimos la idea de lo heroico o la ligereza con que juzgamos a los demás, y sin embargo el poco esfuerzo que destinamos a estar más cerca del error, del fallo, a conversar sobre lo cotidiano que nos resulta ser antihéroes. Al menos esa es la conclusión del nieto.

De la permeabilidad entre los géneros

Hace algunos años, en una mesa organizada en Getafe, coincidieron David Becerra, Belén Gopegui y Víctor Sombra. Un tema que asomó en aquella charla fue la paradoja literaria que vive la novela española. Por un lado, a la crítica le encanta jactarse de que “en la novela cabe todo”, y ese todo abarca fotos, dibujos, poemas, guiños metaliterarios, miniensayos sobre el arte, recetas de cocina, etcétera. Es más: eso se considera innovador y se celebra como tal. Por otro lado, esa misma crítica, en cuanto detecta el más mínimo contenido político, suele avisar con vehemencia al lector de que tales ideas, párrafos o capítulos hubieran estado mejor en un artículo de opinión o en un ensayo. Piden que se supriman, vamos. Moraleja: en la novela española cabe todo, menos la política. 

En Cuarto de derrota (La Moderna, 2021), Víctor Sombra reformula la cuestión y nos plantea si en el ensayo cabe todo, es decir, si caben la novela, la poesía, el periodismo y, por extensión, cualquier otro género discursivo. A la vista de la decena de textos de difícil catalogación formal que incluye el volumen y de la variedad de fuentes que lo inspiran, su respuesta es afirmativa: sí, cabe hasta un texto teatral. Abunda en ello Ignacio Echevarría en el prólogo, donde se pregunta si etiquetar esos textos como ensayos narrativos, narraciones ensayísticas o acaso como instalaciones ensayísticas. 

Sombra se ha planteado indagar sobre el reduccionismo algorítmico al que nos someten las máquinas del gran capital

Según Constantino Bértolo, que estaba entre el público cuando se presentó el libro en Madrid, los textos de Sombra podrían pensarse a partir de lo que en inglés se llama inquiry. Ese género anglosajón, explicó, remite a la posibilidad de investigar sobre un asunto en profundidad para el que no encontramos material cuyo contenido y forma satisfagan nuestra inquietud y expectativas lectoras. El texto resultante de ese viaje intelectual refleja la búsqueda por querer saber más; y, dado que ese es un trayecto personal, el texto se abre a itinerarios tan heterodoxos como las fuentes de información o inspiración que lo alimentan.

En el caso de Cuarto de derrota, Sombra se ha planteado indagar sobre el reduccionismo algorítmico al que nos someten las máquinas del gran capital y algunas fechorías de ese pirata llamado Long John Google. Asimismo, ha investigado sobre ese próspero complejo industrial nazi llamado Auschwitz, que tanto enriqueció a empresas como Basf, Bayern o Agfa, y ha rescatado del olvido la carta que escribió el científico Lavrentiev a Stalin desde la isla de Sajalín para esbozarle su idea de cómo construir una planta de fusión nuclear controlada. Como para los cosmógrafos y navegantes de hace siglos, el mapa y las rutas que dibuja Cuaderno de derrota dan cuenta de que no hay velamen ni impulso como la curiosidad por zarpar hacia aquello de lo que se quiere saber más. Y, como en las crónicas de antaño, el formato elegido para contar el viaje es parte intrínseca del relato.

En fin, se habla mucho del slow food o del slow living –y hasta del SloMo–, y muy poco de lo beneficioso de la lectura lenta y a nuestro aire, sin atender a las urgencias del mercado. Si “la literatura es surco y es cosecha”, como sostiene Bértolo en Quiénes somos, al hilo de Cultivos de Julián Rodríguez, quizá nos convendría repensar lo que leemos en esos términos agrarios. 

Evaluados desde esa perspectiva, importa poco si los libros de Rosario Izquierdo, Jose||González o Víctor Sombra ya cosecharon reseñas y entrevistas el año pasado, y por tanto la actualidad cultural los relegará al olvido en 2022; lo relevante es si conservan la capacidad de seguir siendo surco y de producir lectura, y eso es algo que debe valorar quien lee. Como mínimo, he aquí tres libros que pueden hacer más llevadera tanta contaminación semántica del año en curso.

Pasado el tiempo, uno va olvidando muchos detalles de lo que leyó. Subrayar, escribir en los márgenes o tomar notas da una sensación transitoria de estar siendo capaz de absorber hasta el último dato o figura retórica del libro; sin embargo, una vez que van pasando las semanas, unas lecturas desplazan...

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